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‘A trip down memory lane’ con Ernesto Ortiz, fundador de la revista ‘deLIRAS’ (1997-2001)

En esta entrevista, el escritor Ernesto Ortiz Hernández recupera para la memoria cultural de la isla los años de la revista literaria ‘deLIRAS’ que fundó y publicó en Cuba entre 1997 y 2001.

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La revista deLIRAS se publicó en Pinar del Río con una frecuencia trimestral, entre octubre de 1997 y el verano de 2001. Gracias al empeño de la Comisión Católica para la Cultura y el Centro de Formación Cívica y Religiosa (CFCR) diocesanos por apoyar proyectos culturales, surgió esta publicación autónoma que compartió redacción y recursos con ese laboratorio de ideas que fue la revista Vitral, órgano del CFCR, que había surgido en 1994, en pleno Período Especial. Se trató de una publicación literaria que se distribuía en papel de forma gratuita y a la que hasta hace unos años podía accederse también en una versión web hoy inencontrable. Durante sus once números logró convertirse en un sitio de confluencia de escritores y artistas locales, nacionales y del exilio. Convivió con otras publicaciones culturales independientes, en paralelo (y a veces en contacto), así como con en el ecosistema institucional y editorial oficialista con el que no tuvo pocos desencuentros. Su fundador y director fue el poeta y ensayista Ernesto Ortiz Hernández. Desde el exilio en España, donde reside desde 2004, ha accedido a contarnos un poco de los requiebros y alegrías que propició un proyecto digno de revisitar como lo es la revista deLIRAS.

Cuéntame un poco cómo surgió la idea de crear deLIRAS en un contexto en el que, a diferencia del resto del país, no faltaban publicaciones. ¿Cuál fue su objetivo? ¿Las voces principales y el coro –como los llamaron en la publicación– que te acompañaron? ¿Cómo recuerdas esos años? ¿Por qué deLIRAS? ¿De quién fue la propuesta de darle a la revista ese título?

Ese contexto quedó varado en otro tiempo y otro espacio, y frente a tal distante perspectiva temo que mi particular miopía se sobreponga. Tengo la tendencia a dibujar un trazo grueso de los detalles, creo que en favor de lo que estos confirman o revelan, pero con el riesgo del apelotonamiento de hechos y cronologías, así que quizá convendría que ubique algunos incidentes de por entonces.

Yo regresaba a Pinar del Río, hacia el 1994, luego de concluir unos últimos años repletos de pugnas ideológicas en la Universidad de La Habana, un poco agónicamente, marcado por el develamiento de la mentira y opresión de todo el sistema y rebelde en grado sumo. Tenía, como suele decirse, “inquietudes literarias”; merodeaba la poesía porque mis propios pesares y urgencias encontraban un modo de expresión digamos que más primario y aparentemente menos exigente. Y quedé en esa compañía gracias al fervor del poeta Juan Carlos Valls, quien en su periplo pinareño atrapó a muchos de nosotros, imberbes e inconstantes, en su taller El Barco Ebrio. Por entonces comenzamos a reunirnos en el patio de “la Loynaz” (el Centro de Promoción y Desarrollo de la Literatura Hermanos Loynaz), donde tuve la suerte de conocer a la flor y nata del arte y la literatura del terruño y encontrar suficiente estímulo creativo.

Tales bucólicos momentos con el arte no eran ajenos del todo al ajetreo y la agitación social de aquellos años, hasta cierto punto caóticos, de un ímpetu casi violento, que mezclaban la perenne idea de largarse sobre una goma de tractor desde el malecón, de mirar, fijamente el mar, mirar afuera, con esa especie de resistencia que hay en el mero permanecer y en sopesar la oportunidad o la idea de una redefinición o redención de lo propio.

Ese 1994 fue el año del hundimiento del remolcador 13 de Marzo, embarcación perseguida, rodeada, embestida, hundida en medio de potentes chorros de agua de barcazas estatales que deliberadamente, indiferentes ante los gritos de socorro, sepultaron en la Bahía de La Habana a más de cuarenta cubanos, incluyendo niños. Claro que en la radio y las noticias sólo escuchamos por entonces que los consabidos “elementos antisociales” se robaron una embarcación con el fin de “abandonar ilegalmente” el país. Justo un mes después, tamaño celo combativo recibió una contraorden y entramos de lleno en una nueva “crisis de los balseros”, la de 1994, claro. Es el año, además, y fundamentalmente, de la primera revuelta popular contra el régimen de Fidel Castro, desde que se hizo con las riendas definitivas de la nación: el Maleconazo. Que sorteó como pudo permitiendo la desbandada desesperada de balsas y extendiendo la capilaridad de la represión hacia diversos estratos sociales (por ejemplo, con el estreno de las llamadas “brigadas de respuesta rápida” o la consolidación de jubilados y veteranos en la “asociación de combatientes”). Los métodos usuales seguirían funcionando, pero la situación requería de una estrategia más fina, ante la persistencia de los ramalazos del hambre, la falta de combustible, los apagones, la desesperanza (resumidos en el eufemismo de Período Especial), y dado que las circunstancias internacionales hacían aparecer al socialismo cubano y su parafernalia como un objeto anacrónico. Todo lo cual se escenificó con una simbología incontestable: un mero cambio de trajes bajo los focos de la Cumbre Iberoamericana de 1994, cuando la típica indumentaria militar con que los tiranos suelen presentarse al olvidadizo pueblo dio paso a un traje oscuro y corbata a juego.

Manifestantes huyen de la represion durante las protestas antigubernamentales del 5 de agosto de 1994 en La Habana conocidas como El Maleconazo | Rialta
Protesta social conocida como El Maleconazo.

Así, esos años estuvieron aguijoneados por avances y repliegues, por contrariedades e impulsos varios, en muy poco tiempo, sucediéndose como causas y efectos intercambiables o sin mayor relación entre sí, pero umbilicados en los apremios y la singularidad del momento. En ese año del Señor de 1994, en marzo, la Comisión católica para la cultura de la diócesis de Pinar del Río publicó el primer número de su revista Vitral, con la que comencé a colaborar casi de inmediato. Revista declarada sociocultural, que destacó entre las varias publicaciones católicas que iban brotando en el país por su empeño en dar continuidad a cierta tradición cívica de raigambre cristiana, y cuyo lema era todo una precisa declaración de intenciones.

Tuve la suerte por entonces de ganar algunos premios literarios, comencé a aparecer en antologías y publiqué mi primer libro. Creo que fue en un álgido encuentro literario en Sancti Spíritus, donde participé con un ensayo que no era la gran cosa, pero trataba el concepto de autoridad en la obra martiana, donde se constató mi herética condición, que creo que compartía, al menos en esos momentos, con una parte no menor de mi generación, y que naturalmente inclinaba más mi ánimo hacia “la libertad de la luz”. Recuerdo ese encuentro de creadores e intelectuales por dos motivos: por la sinceridad y cercanía que me demostraron Salvador Redonet y una mujer que también formaba parte del jurado, y por la tosca interferencia de “los segurosos” locales disponiendo que una temática así ni siquiera se mencionase.

El hecho es que la común afición por la obra martiana me acercó a Ibrahim Faustino La Rosa, especialista literario del Centro Provincial para la Cultura Comunitaria, un amigo querido, lleno de contrarias lealtades, que se mostró valeroso y de buen corazón. En parte gracias a sus auspicios, comencé a trabajar en la Casa de la Cultura provincial a inicios de 1996, pasando de facto a encargarme de su cátedra de literatura, pudiendo, entre otras acciones, asistir a una decena de encuentros-debate o talleres literarios en varios municipios pinareños, conociendo a sus creadores y, por así decir, agitando las aguas de lo martiano. A tal punto que, un buen día, la encargada de la vigilancia en el sector por aquella época entró intempestivamente a las oficinas del director de la Casa de Cultura y le indicó que sería promocionado si lograba expulsarme. Dicho y hecho, de manera bastante burda.

Con su proceder, en este y en los sucesivos años, las personas con las que me encontré vinieron a confirmar que hay maneras más dignas y maneras mucho menos dignas de lidiar con las propias necesidades y miserias, y que cualquiera sea la fatalidad a que las circunstancias te abocan, siempre puedes mantener cierta prestancia.

Así, ya definitivamente marcado con el hierro de la disidencia, y luego de vagar por las calles pinareñas, encallé definitivamente en el obispado de la ciudad, ese mismo verano.

Comencé a trabajar en la revista Vitral, primero como corrector y luego como editor. Unos cinco meses después me acompañó mi esposa (mi pareja entonces), como diseñadora; que venía también desde la Casa de Cultura, de donde tuvo que salir después de presiones y maniobras similares, aunque con un proceder muy distinto de parte de su nuevo director. Y aquí diríamos que es donde debió comenzar la historia, en aquella pequeña oficina del obispado, entre ese discreto grupo de personas entregadas, presas de un ajetreo en ocasiones descomunal, espoleados por la “mística” y el ímpetu de Dagoberto Valdés, creador y director de la revista, uno de los laicos más importantes, sino el más, en la isla.

Dado nuestro bregar y búsquedas creativas, inmediatamente reforzamos las acciones culturales y extendimos el basamento tecnológico del trabajo, con las limitaciones propias de la época pero en cierto modo trascendiéndolas: el relanzamiento de las Ediciones Vitral, la creación del concurso literario homónimo (acompañados en algunas convocatorias por escritores de la talla de, por mencionar algunos, Raúl Rivero, Rafael Almanza o Amir Valle, como jurados), el sostenido impulso a publicaciones y monografías independientes, la realización de la página web que publicitó toda esta labor, e incluso la publicación de DVDs multimedia de diversas temáticas, son algunos ejemplos de esos años fecundos. Tamaño dinamismo editorial, sumado a las propias exposiciones y actividades que la mencionada Comisión Católica para la Cultura o el Centro de Formación Cívica y Religiosa diocesano (CFCR) organizaban en el recinto aledaño al obispado (que por entonces ocupaban las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl) provocaron que una cantidad apreciable de escritores y artistas variopintos, contándose algunos intelectuales, pululasen alrededor, lógicamente. Es verdad que la UNEAC tenía su propia revista, Cauce, pero estaba ya definitivamente encorsetada. Estaba también la mencionada casa Hermanos Loynaz, que mantenía sus destellos, a pesar de todo; pero el dinamismo, la coherencia, la inmediatez y la apertura que desarrollamos alrededor de Vitral eran inexistentes en el resto, y, desde luego, muchísimo más atrayentes.

En ese caldo de cultivo surgió la idea de una revista más literaria o creativa. Vitral no priorizaba este aspecto; sus connotaciones más obvias eran de índole religiosa, además de, con los matices oportunos, políticas (al ser objeto de interés operativo para entes tan sonoros como la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista de Cuba). Muchos estábamos cómodos con ambas cuestiones, pero otros no tanto; y queríamos ampliar los espacios a disposición del arte, intención previsible dada la proximidad de tantos creadores talentosos pero constreñidos a la política editorial imperante. Obviamente, la cultura también “se atiende” por parte de la Seguridad del Estado, pero en principio los funcionarios comunistas suelen ser mucho menos veleidosos con los circunloquios que con las persignaciones y crucifijos (si bien el teléfono rojo chillón, pegada la etiqueta de “Fuera de juego”, se mantiene igualmente dispuesto).

El nombre de la revista lo tuve claro muy pronto; tenía proximidades inequívocas y abarcaba lo suficiente.

Conversé con Dagoberto los detalles y avances de esta idea. deLIRAS, le comenté, aparecía como una oportunidad de ejercer la diversidad que pregonaban Vitral y el CFCR para la sociedad cubana, en la que creemos ambos, y de ensayar la Cuba futura desde este recinto, en la práctica. Insistí meridianamente en nuestra propia libertad e independencia. Obviamente, era un proyecto diferente, y diferenciado, si bien compartiríamos diseñador, editor, tecnología y algunos colaboradores. Precisamente el peso específico y el compromiso inequívoco que asumíamos con un proyecto ayudó a la propia autonomía del otro, a pesar de que dependíamos materialmente (y entiendo que un poco descaradamente) de parte de la papelería y la tinta disponibles para imprimir Vitral y el resto de los materiales del CFCR.

Dagoberto estuvo conforme. Creo que, además de por cualquier consideración personal que tuviese, por la sintonía de objetivos, la retroalimentación y hasta complementariedad que se podía prever de entrambos proyectos. Salvo en una única ocasión, discutida y superada, se abstuvo de injerencia o influencia alguna (tentación comprensible, por otra parte), y puede decirse que siempre respetamos los términos inicialmente acordados, que hicieron posible la hechura de ese primer ejemplar, en octubre de 1997, y toda la impresión (y buena parte de la distribución) de los números que seguirían. deLIRAS debe su existencia física a la apuesta y sostén de Dagoberto Valdés, así como a la valentía de quien dio su visto bueno: el obispo Mons. José Siro González Bacallao, firme siempre en su apoyo a tantos proyectos de laicos católicos en aquellos años y que, paternal y paciente, no nos abandonó nunca.

Desde luego, deLIRAS no habría sido posible sin esas “voces” y esos “coros”, con cometidos y apoyos específicos, unos más considerables que otros, pero todos importantes; amigos que éramos o que llegamos a serlo, en el empeño que nos reunía. Ya sea en escena o entre bastidores, rememoro algunas de las “voces” más sostenidas, con aportes y acompañamiento imprescindibles; sin orden particular: Yomar González, Esteban Menéndez, José Raúl Fraguela, Héctor García Quintana, Rafael A. Bernal, Gleyvis Coro Montanet, Alfredo Galiano, David Horta Pimentel, Oscar Llanes Gómez, Joaquín Badajoz.

Ernesto Ortiz Yenia Ma. Gonzalez el Pbro. Juan Carlos Carballo Perez Yaxys Dayan Cires y el Pbro. Manuel Hilario de Cespedes y Garcia Menocal asesor de Vitral | Rialta
Ernesto Ortiz, Yenia Ma. González, el Pbro. Juan Carlos Carballo Pérez, Yaxys Dayan Cires y el Pbro. Manuel Hilario de Céspedes y García-Menocal, asesor de la revista ‘Vitral’ por varios años.

Desde su primer editorial (octubre-diciembre, 1997) se percibe un anhelo de experimentación, búsqueda y universalidad, a pesar de estar “subidos en un tejado provinciano” y sin renegar de esa situación. Hablan de riesgo, de aprehender la realidad desde su esencia científica y transformarla en “tema de liras”. Concluye, “deliras porque todo es preludio y porque, a fin de cuentas, has llegado a este punto, a esta coma, a esta letra para hacer algo con ella. Gocemos el instante incorruptible del canto”. Leyéndolo desde la distancia, tiene un impulso modernista y hasta surrealista. ¿Cómo vez ese manifiesto inaugural y su entorno, casi treinta años después? ¿En qué contexto estético, político, se gestó deLIRAS? ¿Pudiera hablarse de un grupo deLIRAS o fue más un conjunto de afinidades dispersas?

Tiene un impulso, sí. Y hay por allí una coma que pesa como una piedra (si la enrollas y la aprietas) a punto de lanzarse. Y en casos extremos se admite blandir un punto de exclamación, machacado como estás, en la parte alta del noveno inning. ¿Modernista? ¿Surrealista? La frase de Eliot que inaugura ese editorial muestra una intención precisa: “ensayar cada forma cambiante para encontrar una expresión”.

Si lo hicimos bien, será difícil dar con un acorde definitivo, con una expresión de la que pueda decirse: “así que esto era”. Y, sin embargo, treinta años después, se reconoce allí el anhelo, y, sustancialmente, se descubre lo incorruptible.

deLIRAS misma trata de un ensayo, esto es: de un medio, muy elemental, por otra parte, que involucra a cada uno y que “presupone una libertad, dos libertades, tres libertades”. Significa, por tanto, participación y cambios. No es en absoluto únicamente una cuestión estética aunque engolosina en tal sentido.

Desde el punto de vista político, supongo que estábamos en el atrio de una de esas etapas cíclicas de los regímenes totalitarios, cuando, ante la persistencia de una situación extrema, una masa crítica de individuos (también en esa dinámica personal y conjunta de la interacción con el poder) actúa con mayor voluntad propia y consciencia de la situación común, y el mismo régimen que los ha llevado a ese límite encuentra conveniente aliviar la demasiada tensión, soltando un poquito aquí, algunos hectopascales por allá, en previsión de que todo pueda estallar en un santiamén o descontrolarse, y que sean barridos por la explosión. Digamos que se trata de procesos recurrentes de control de daños, de cesiones o concesiones (comúnmente simuladas) a cambio de tiempo, y que perduran precisamente lo necesario hasta que el régimen pueda recuperar la solidez del cerco (aunque, indefectiblemente, en un círculo más amplio).

Una parte notable de la lidia política en los años de gestación de deLIRAS implicaba a la cultura, en el sentido de su etimología, como cultivo y sedimento, tanto de lo personal como, especialmente en estas circunstancias, de la nación. La crisis económica y social luego de la caída de la URSS, ese “período especial” en la isla, mostró definitivamente que “las conquistas sociales” imperantes en la demagogia del régimen, eran mera propaganda que no abrigaba ni alimentaba, mostró que se requerían cambios y aperturas si el gobierno pretendía mantener su estatus o sostener algún tipo de resistencia o de ilusión en los suyos.

El momento requería de una interesada tolerancia por parte del régimen. Así, revistas como Vitral y la labor del CFCR, que no sólo recuperaban una tradición histórica anterior a la revolución del 59, y con mucha mayor raigambre, sino que la hacían aparecer como basamento para construir un mejor futuro, a través del respeto a la pluralidad de opiniones, parecían encontrar cierto acomodo, a pesar de la obvia antítesis de este planteamiento con la práctica del régimen. Contraste dialogante en el que, con peso e influencia más modestos, estaría también deLIRAS. Por tanto, cada participación o colaboración de algún artista o intelectual, no sólo reforzaba esa intención, sino que evidenciaba cada vez más que el discurso o ideario del régimen perdía calado, o, lo que es peor, se debilitaba enormemente su puesta en escena (a fin de cuentas, cuando pasa “la etapa gloriosa de las revoluciones”, el fingimiento es la muestra explícita de que el poder pretende mantener su vigencia). Es verdad que todo esto ocurría en “la cenicienta de Cuba”, en el agreste Occidente, pero se sentía como el epicentro de un terremoto en todo el territorio nacional. Muchos artistas jóvenes aprovechaban el cimbreo para arrimarse; las réplicas removían en cierto modo el estamento cultural, aproximándolo a un obispo que no atendía amenazas ni consejos, y protegía a ese grupúsculo bajo su techo, desde donde se espoleaba continuamente a la sociedad civil con “la fuerza de lo pequeño” o “el poder de los sin poder”; “¿por qué no se dedican a rezar?” (presumo que preguntarían). 

Este no es un tema baladí, como se sabe. Una muestra de ello, más recientemente, para ubicar a los contemporáneos, es el Movimiento San Isidro, que menciono por empatía y porque recuerda mucho, salvando distancias, la situación con los artistas en aquellos años de Vitral y deLIRAS. Este último ciclo concluyó también, temporalmente, nunca del todo, siempre con un poco menos de agarre de parte del régimen, hasta la definitiva ruptura, con las dramáticas detenciones luego de las protestas masivas del 11 de julio, que incluyó mayoritariamente a gente sin vínculo con la oposición política tradicional; nuestro ciclo puede decirse que finiquitó, en esos mismos términos de aplazamiento, por así decir,  con la detención de periodistas independientes, activistas cívicos y opositores, en la llamada “Primavera Negra” de 2003. Faltaba poco más de un lustro para ello; ahora estábamos, artistas y funcionarios, en el pulseo, agarrados a la misma cuerda, en una batalla aparentemente inocua y un tema aparentemente aislado, la sorda pugna con las instituciones, y aún dentro de estas, para determinar hasta dónde esta línea o aquella es un verso suelto, en qué medida se interpreta aún como “dentro de la Revolución”, o si este aliento tan lírico (como interesadamente afirman autor y adláteres) podría aciclonarse, levantarnos el techo y arrastrarnos fuera, obligándonos a quitarnos la Makarov del cinto, con funda y todo, y con furia verde olivo arrojarla sobre esta mesa de pulida caoba.

Y es que, en el caso cubano, en no pocas ocasiones estos momentos recurrentes de pugna con el régimen han estado marcados por lo cultural, por la retórica de la interpretación del hecho creativo, por “la función” del arte, implicando necesariamente en la simulación a creadores e intelectuales de todo pelaje (los regímenes comunistas siempre cuidadosos de las formas, tantos más ritualistas cuanto próximos a su desmadre y desmanes). Y, por desgracia, resueltas primariamente en este mismo ámbito, frustrando más, si cabe, las expectativas creadas. Quizá porque en la génesis de esta duradera desgracia nuestra, en este país tan joven que no sabe definir, el tirano se adornó con ínfulas de intelectual, corrompiendo la idea misma y lo que podría tener de acicate.

En ese contexto (no del todo singular) se gestó deLIRAS, y comenzó su andadura nuestra quimérica cuadrilla.

Por otra parte, veo por dónde quieres ir cuando hablas de “grupo”. Claramente, hay un núcleo coincidente de creadores en deLIRAS. Unos arrimaron su bártulo un tiempo o se quedaron otro poco más, levantándose luego de acabarse el poco de ron que se consiguió y dejando sobre la mesa, quieto, un triste vaso de plástico. Otros acompañaron este delirio hasta el final, apartando mientras pudieron a enterradores, que también los había de todo linaje, burdos o invisibles. Se escribía con cierta intención de trascendencia o se aprovechaba el momento tan breve con la musa particular, entre la guasa o el divertimento; aquel lidiaba con un verso y este defendía la prosa. Éramos, naturalmente, diversos. Un reguero de instrumentos en el patio, entonándose, sin una batuta precisa, ruidosos, sobresaltando aquí y allá con grosores o filos, un caos bien sonoro, que desvela, atrae y organiza en cierto modo las expectativas ante lo que parece aproximarse. Compartíamos un timbre generacional, casi todos, si bien teníamos en la banda a gente más mayor, más grave; por tener teníamos con nosotros, entre tanta flacura, al mismísimo Yomar, el gordo. Idas y venidas al ritmo de cada cual, divergencias y confluencias. Atados en cierto modo, en cierto modo desencadenados, supongo que más o menos como todos los grupos que merecen perdurar un tiempo. ¿Quedó algo de aquella fotografía, más allá del regocijo en cierta familiaridad? Joder, ahora se ve que ni siquiera Yomar, que era con diferencia el más grueso, era realmente “gordo”. Eso sí: compartíamos un entusiasmo verdadero, en el sentido griego del término. Como un grupo de hormigas arrastrando una hoja, esforzándose por llevarla hacia algún destino.

El número inicial de la revista, con su editorial y contenido, hacía pensar que sería una publicación dedicada a la lírica y al pensamiento poético, sin embargo, en el siguiente no más abrir la primera página vemos que es más contestatario, como si hubiera habido un reenfoque. En el editorial hablas ya de “miedo a lo distinto, a lo variado, a la apertura. A la «O». A la boca que se prepara para lanzar su palabra sin mordaza o la yugular que no admite estrangulación sanguínea”. Editorial que es también un texto visual, un poema dadaísta, un manifiesto… ¿Estás de acuerdo? ¿Si fue así, qué motivó esa recalibración editorial?

No me parece que el segundo editorial deba considerarse como una especie de recalibración; si acaso, como lo planteas, parece un refuerzo en determinada cuestión o un alivio de lo críptico.  Porque todo, esencialmente, está contenido desde el principio, y se mantiene o sobrevuela en cada nuevo número, ya sea que se establezca (con mayor o menos claridad) en el editorial o se descubra implícito en los textos que se escogen o en los autores publicados. Allí está: en la palabra rota o recompuesta que encabeza todo y que es locura o canto, o ambos.

Allí estaba, literalmente, la socarronería del “inocente que siempre dice su verdad”; un modo atractivo de jugar con fuego, muchísimo más lúcido que temeroso. Allí los subterfugios del lenguaje, que disfrazan de divertimento, de bufonería o de controlada ofuscación la expansión de cada límite. La invitación al encuentro con una expresión genuina, que expande: tocas la membrana de otras búsquedas o verdades y, con suerte, permites la entrada de atisbos de lo real que rasgan o apuñalan: un verdadero peligro. Llegados a este punto, asirse a lo incorruptible salva, o al menos ayuda a recuperar el sentido del riesgo que asumes, de aquello que merece la pena vivirse. Y así arribamos necesariamente a una conclusión medio socrática, ante la que todo poder advertido queda: “yo no sé escribir…”.

Ciertamente: de liras o de-lirios: too much poetry. Y quizá demasiada experimentación o dadaísmo. Pero los regímenes totalitarios demuestran una especial sensibilidad por la teoría literaria: de inmediato comprenden lo esencial.

Muchos pueden pensar que en torno a deLIRAS se cohesionaron autores provinciales —en comparación, por ejemplo, con otra revista que ha tenido mayor repercusión internacional y despertado mayor interés en los investigadores, y que surgió simultáneamente como es el caso de Diáspora(s) Documentos—. Sin embargo, esto no es cierto. Ya el primer número incluye un ensayo del poeta y catedrático español Antonio Piedra, director de la Fundación Jorge Guillén, titulado “Platón con la poesía” y, en la sección “Ciertos tanteos”, otro de Virgilio López Lemus, entonces investigador del Instituto de Literatura y Lingüística, titulado “Aguas tributarias”, que problematizan el hecho poético. Ambos serán colaboradores asiduos de la publicación. La revista también incluye traducciones originales y una batería de autores de prestigio con textos narrativos y poéticos sólidos. ¿Tenían ustedes conocimiento de la existencia de Diáspora(s), por ejemplo, que se había lanzado un mes antes, en septiembre de ese mismo año? ¿A qué le atribuyes que deLIRAS no haya quedado mitificada en el imaginario cultural ni haya sido atendida a pesar de su indudable valor hemerotécnico?

Antonio Piedra, ese pícaro sublime, tenía que estar en el origen de todo. Y entre los varios motivos destaco precisamente su sensibilidad para la exótica belleza que apenas brota o que se esconde en las provincias, pero de una vitalidad telúrica. Así, bien mirada, esa condición cardinal que nos tenía necesariamente sujetos, ese amamantamiento autóctono, aparecía como una oportunidad al descubrimiento, la afirmación y la valoración propias.

El vallisoletano Antonio, el espirituano y cubanísimo López Lemus, y algunos más de esa amplitud intelectual y humana, nos honraron y engrandecieron con sus entusiastas y desprendidas colaboraciones. Y, efectivamente, pareciera que la continuada presencia de estos autores y de textos narrativos y poéticos sólidos en deLIRAS debería bastar para su reconocimiento y presencia en hemerotecas. Deduzco, por tanto, la insuficiencia en el mero conocimiento siquiera. Creo que podría colegir algunas razones de tal vacío…

Portada deLIRAS n. 1 | Rialta
Cubierta de la revista ‘deLIRAS’, año 1, n. 1, 1997

Por aquellos años, cualquier interesado en encontrar la revista podía, en teoría, dirigirse a la Biblioteca Provincial, donde dejábamos siempre un par de ejemplares impresos, calentitos, recién salidos de “la Riso”. Pero en la práctica este interés quedaba frustrado de inmediato: puede que la bibliotecaria de turno declarase que le sonaba de algo, pero, lamentablemente, afirmaba que no tenían allí ni pizca. Ignoro si actualmente estará deLIRAS a disposición pública o si continúa bajo llave, en caso de conservarse alguno de sus ejemplares. No sorprende que corriese la suerte de cualquier revista independiente en los dependientes anaqueles o en los puestos regulados para la promoción o venta estrictamente oficiales. 

Teníamos, además, tiradas reducidas (un centenar de ejemplares) y la distribución, si bien aprovechaba los canales de Vitral para arribar a algunas provincias, era consecuentemente menos amplia. La revista era muy singular, desde luego, y puede decirse que, a pesar del embeleso y la expectativa con que la acogían muchos, nunca encontró sostén seguro o duradero en institución alguna.

Debo decir que en ese alejamiento del “mítico” espacio donde, presumiblemente, deLIRAS debería acompañar a otras revistas que allí se solazan, puede que haya influido el hecho de que estuviese dirigida por alguien sin habilidad o paciencia alguna para el distinguido arte del autobombo y el corte de la tarta. Dadas las continuas vicisitudes de por entonces, me acostumbré a simplemente hacer las cosas y desatender resultados o continuidades. Me apartaba enseguida que podía de la tensión ante “las autoridades de la cultura y del partido” (sic.), una tirantez mutua, incluso cuando ya tenían que atenerse, siquiera por temporales estrategias o indicaciones “de arriba”, a mi presencia, o cuando practicaba la debida cortesía (a lo que nunca me acostumbré del todo, dada mi natural introversión). En fin, que desarrollé un cierto desdén, bastante inmaduro en ocasiones, ante todo lo que pareciese predominante o palaciego, de cualquier signo político. Mea culpa. Debo decir, además, que mi propio regodeo con el arte, específicamente con la poesía, sin el estímulo de la compañía o del ambiente, tan atractivos para mí, se ha reducido a una expresión en la que no se espera avance o notoriedad; y detengo y divido en otras diversas áreas mi interés o, cuando las circunstancias obligan, mi atención. Así, como aquel poeta menor borgiano, hemos arribado antes a la meta. Mea maxima culpa.

Veo que en cada número anunciaban el contenido del siguiente en la contraportada, lo que se convirtió además en una marca del diseño de la revista. ¿Cuánto tiempo los llevo desarrollar la idea de deLIRAS, gestionar las primeras colaboraciones y crear un colchón editorial?

Las primeras colaboraciones estaban a la espera: las nuestras, maduras como mangas amarillas, cayeron haciendo un “plof” dulzón en la tierra, con antelación. Y casi de inmediato los implicados más directos nos dimos (desde cada particular ámbito artístico y de relaciones) a la tarea de romper esa especie de endogamia en la que suelen nacer las revistas. Conseguimos pronto, como puede apreciarse ya en ese primer número, un colchón bastante muelle. Que se fue en cierto modo adelgazando a medida que las presiones contra la revista y sus colaboradores se recrudecieron.

Anunciar que habría un próximo ejemplar, con obras y autores ya disponibles, confirmaba una intención y un propósito: vamos a proseguir y seguimos pisando fuerte. Sí, desde luego era una marca de la publicación: nuestra particular marca del Zorro…

Otra de las marcas de deLIRAS fue el publicar autores exiliados, censurados o invisibilizados. Quien se asome a la revista podrá encontrar, por ejemplo, el texto “Palabras escritas en la arena por un inocente”, de Gastón Baquero, quien acababa de morir ese año en Madrid; o un fragmento de “Tres Tristes Tigres”, de Guillermo Cabrera Infante, y su discurso en la ceremonia de premiación del Cervantes 1998 —lo que rompió el hiato de silencio de más de treinta años sin publicarse en Cuba—; u otro fragmento de Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa. Súmale que el número 9, de octubre-diciembre de 2000, estuvo dedicado a Heberto Padilla, quien había fallecido unos días antes, el 25 de septiembre –y que nuevamente puede ser la primera publicación del poeta maldito en la isla luego del Affaire Padilla y su exilio–. ¿Tuvo esto alguna repercusión? ¿Qué perseguían con estas decisiones editoriales que podían ser consideradas desafiantes o divergentes a la política cultural del régimen?

Obviamente, sabíamos que publicar a nuestro coterráneo Padilla, y a otros exiliados innombrables para la cultura oficial, levantaba ampollas. Pero, con ser puntos álgidos, el problema no se estancaba demasiado tiempo en ninguna de estas partes: pasaba a la totalidad, al conjunto, porque era cada vez más indudable que no se trataba en absoluto de un accidente o un despiste y, desde luego, constituía un desafío en toda regla.

En cualquier caso, la estrategia inicial del régimen político-cultural fue una especie de tácita admisión, no sin cierta zozobra en cuadros y mandos ordinarios, de que este tipo de cuestiones estaba en la naturaleza misma de la cultura, por así decir. Con lo que las repercusiones fueron contenidas ya desde el inicio, al menos públicamente. A fin de cuentas, por aquel entonces teníamos un ministro escribidor y seguramente fue convincente acerca de reducir la revuelta en el díscolo terruño (que era el suyo) empleando un poco de aikido o judo (ya sabes: aprovechar la fuerza o apegarse al impulso del oponente), en lugar de con la tradicional ofensiva frontal del karate. No era el momento de presionar, supongo. Recordemos que a finales de enero de 1998 su Santidad Juan Pablo II aterrizó en La Habana, después del inusitado gesto de sobrevolar Pinar del Río; así que ya-tú-sabes-quién se puso ecuménico. Ejemplarmente, todos practicamos ropajes y maneras, unos con mayor cordialidad, otros con mayor torpeza.

Mensaje de la poeta Serafina Nunez para la revista deLIRAS 10 de septimebre de 1999 | Rialta
Mensaje de la poeta Serafina Núñez para la revista ‘deLIRAS’, 10 de septimebre de 1999

Comedido y cordial se aparecía el nuevo enviado para dirigir la cultura en la provincia, un joven y talentoso cuadro del partido que, desde luego que sí, tenía varias virtudes personales. No dejaba de ser un soldado más, eficaz en su misión, pero no parecía el típico esbirro y se agradecía su interés genuino por las inquietudes que venían a plantearle, o que incluso salía a recoger fuera de la oficina. Únicamente por contraste con lo que le precedió, era todo un soplo de aire puro en la cultura; justo lo que el momento requería. En cualquier caso, la postura del intercambio de ideas o del coloquio (aunque se sentía como preludio de un ippon-seoi-nage) era muy de agradecer: daban ganas de compartir un té o una cerveza de pipa. Al punto de que algún que otro creador con la etiqueta de “disidente” se adentraba por los pasillos de cultura provincial (con un rótulo menos agresivo y más acorde al teatrillo, por ejemplo: “poeta”) y las losas cuadriculadas del suelo no retumbaban a su paso, las goteras seguían como siempre la ley de la gravedad, y hasta recibía los buenos días, con el debido desconcierto y precavida voz, por supuesto.

El objetivo de esta novedosa estrategia, la de confundirte en los postulados del otro, era evidente: apartar al tumulto de artistas y creadores de esos medios con tan nefasta influencia. Nunca se abandonó del todo como arsenal retórico, pero la poca sinceridad llegó a notarse y era cada vez más palmaria la insuficiencia. Así que pronto los ofrecimientos y prebendas personales se codearon con la metodología usual: las amenazas, en principio más sutiles, a quienes se mantuvieron al margen de la oficialidad. Quien quiera constatar todo lo que cada parte ponía, conscientemente, en juego, puede leer la crónica del encuentro de las instancias culturales y políticas con creadores de la provincia, en la edición de la revista deLIRAS de octubre a diciembre de 1999. Al final, no tuvieron más remedio que destinar más recursos, animar las revistas oficiales existentes, crear otras (como La Gaveta, de la Asociación Hermanos Saíz), e incluso replicar en la capital pinareña y algunos municipios el esquema y la tecnología que, con medios básicos pero suficientes, permitía a un reducido grupo en el obispado mantener su dinámica editorial.

Si deLIRAS tuvo alguna repercusión a reseñar en relación con la política cultural del régimen es que, enfrentándola, respondiendo a su desafío, este acabó por acompañar o admitir en la práctica, siquiera por tacticismo, y durante varios años, uno de nuestros objetivos básicos: que los creadores ensancharan el ámbito de sus libertades, participando en primera persona.

Otra de las prácticas editoriales era reproducir contenidos de algunas publicaciones extranjeras. ¿Cómo lo hacían? ¿Solicitaban permiso? ¿Cómo decidían qué textos reproducir? En el tercer número, dedicado al centenario de Lorca, reproducen un magnífico texto de Guillermo Cabrera Infante sobre el poeta granadino. ¿Se comunicaron en esa época en algún momento con GCI?

Aclaro que me gusta el copyleft como concepto, quizá por tratar asiduamente el open source en mis pasatiempos con la programación y la informática en general, donde similar parafernalia con el uso de material de terceros, un poco más responsable quizá que en el mundo del arte y la literatura, puede rastrearse. El hecho es que, para algunas publicaciones, incluida la que mencionas, no pedimos permiso al autor o al tenedor de los derechos; si bien como práctica intentábamos ceñirnos a las obras de dominio público. Nunca nos apropiamos de nada, salvo del derecho a dar a conocer lo que debía naturalmente ser conocido, que es casi una obra de misericordia cuando, además, se prohíbe, de facto, conocer.

En esos años no había internet en casi ningún sitio en Cuba, mucho menos en el extremo occidental; así que la mayor parte de las comunicaciones con el exterior eran una quimera. En nuestra defensa, quizá un poco a cambio de y en previsión de las deudas que tendríamos en tal sentido, declaramos en la página primera, y en todas sus ediciones, que “No se prohíbe la reproducción total o parcial por cualquier medio, siempre que confiese que lo leyó en deLIRAS”. Ya se sabe que, tristemente, la confesión es algo que la mayoría, hoy día, evita.

A propósito de tu pregunta, algo revelaré acerca de cómo le entraba el agua al coco. Una parte importante de la revista era la información reciente de sucesos en el ámbito literario allende la barrera marina por todas partes y con la circunstancia añadida y persistente del bloqueo interno. Antes dije que no había internet, y eso era así en aquella época en todas partes y para todos, salvo en algunos pocos lugares bajo el estricto control o la égida del MINFAR o el MININT. Pero, al menos con la tecnología de aquella época, el Gran Hermano no puede supervisar a todos durante todo el tiempo, siempre hay grietas en un muro tan amplio, a veces en lugares insospechados.

Lo que intento contar es que, para cuando comenzaba a gestarse deLIRAS, había entablado amistad con algunos jóvenes de ese ámbito, comúnmente menos frívolo, que no se relacionaban o eran desconocidos para el otro, habitualmente. Un amigo con un empleo de importancia técnica en uno de aquellos pocos privilegiados lugares con acceso a internet, de manera más o menos sostenida, me facilitaba el acceso, con las debidas precauciones, pero con un riesgo constante e inherente. También gracias a valientes apoyos o aportes como el de este amigo, pudo perdurar tanto la revista sin perder su frescura inicial.

Algunos de los ensayos o textos publicados en deLIRAS a lo largo de los años habían recibido premios locales o nacionales con anterioridad y sin embargo continuaban inéditos. ¿deLIRAS buscaba ese tipo de reparaciones históricas, rescatar inéditos, enmendar la censura o disfuncionalidad editorial cubana?

Más que reparar la historia, que parece descomunal y pretencioso, si acaso rellenar los baches en la calle del barrio, que se hicieron y allí quedaron, como bocas desdentadas y moribundas mirando al cielo. Para lo cual no tenemos que pedir permiso, o no tendríamos que pedir permiso, ni al alcalde ni a cortesanos ni a escribano alguno. Publicar un inédito tiene desde luego un valor que amerita su búsqueda y rescate, especialmente si se trata de textos premiados y/o de algún autor demasiado contestatario o políticamente incorrecto que ensayó una expresión incómoda para unos poderosos y los muy hachepés, precavidamente, le condenaron a la exclusión y al silencio. Se añade una satisfacción mucho mayor cuando damos a conocer a un autor así y publicamos lo que estaba prohibido: la de contrariar una injusticia clamorosa y, de paso, como bien apuntas, enmendar la censura y lo que hoy día (en otras regiones y países pretendidamente democráticos) se conoce como cancelación.

Desde la izq. Tatiana de la Tierra Jose Raul Fraguela Ernesto Ortiz H. G. Quintana Yomar Gonzalez y Luis Amaury Rodriguez en la recepcion del Hotel Pinar del Rio | Rialta
De izquierda a derecha: Tatiana de la Tierra (poeta y activista colomboestadounidense), José Raúl Fraguela, Ernesto Ortiz, H. G. Quintana, Yomar González y Luis Amaury Rodríguez en la recepción del Hotel Pinar del Río.

A medida que avanzan los números se van incorporando otras voces nacionales. Algunos inéditos valiosos como el cuento “Esta Vida” o el ensayo “Lección de Paz”, de Antonio José Ponte, la poesía de Raúl Rivero, un avance de la novela “Tatuajes”, de Amir Valle, que no se publicaría hasta casi una década después. ¿Algún texto en específico que te haya dado satisfacción conseguir para deLIRAS? ¿Sentías interés de los autores por colaborar?

En Pinar del Río, contábamos, en las artes plásticas, con avezados artistas de la talla del insigne Pedro Pablo Oliva (que respaldaba con maña y coraje todo ímpetu creativo, y con generosidad guajira ofrecía cosecha propia y bohío). En la literatura, contábamos con no pocos escritores sólidos o reconocidos, y algunos espacios de encuentro, más o menos apetecibles. A la par, nuevos creadores, jóvenes, iban ganando presencia e incluso ascendencia en la arena literaria nacional, se estaban dando a conocer y pudieron en algún momento codearse con figuras importantes del ámbito cultural o con otros tantos creadores de su generación, en diversas provincias y encuentros; rememoro ahora, por ejemplo, el Taller “Onelio Jorge Cardoso” que organizaba Eduardo Heras León en La Habana.

Y buena parte de estos creadores eran nuestras “voces” y animaban nuestro coro. Así que, si conocías a alguien que conocía a alguien, podías pedir alguna colaboración para deLIRAS: que envíe sus dibujos para usar en el diseño, o ese cuento inédito que leyó en aquella ocasión. O podías insistir personalmente, ya sea en los conciliábulos donde el arte se derrama o en ese taller literario de aquel remoto pueblo, gente hermosa y buena playa, donde encontraste un jurado repleto de oportunidades.

Puede decirse que, llegados a cierto punto, en el ramo nacional ya todos nos conocíamos, y conspirábamos todos, hasta cierto punto… Bromas aparte, cada uno de los reconocidos escritores que mencionas, y otros tantos, fueron muy generosos al colaborar con nosotros; otorgaron excelencia a deLIRAS y gran satisfacción a nuestros lectores. Me anima que pudiesen tener la revista en sus manos, y concluir que era un buen sitio donde estar.

Me llama la atención de que en muchas de las fichas biográficas se destaca que son miembros de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). ¿Cuál era la relación de la revista con otras instituciones oficiales? ¿Puede considerarse una publicación ‘de facto’ de miembros de la AHS al margen de esta asociación? ¿Creaba esto algún conflicto con Vitral, el CFCR o la Diócesis de Pinar del Río, bajo cuya sombrilla se publicaba? ¿Dispusiste de toda la independencia para llevar el proyecto editorial por el camino que visualizabas?

De esa acumulación de colaboradores pertenecientes a la Asociación Hermanos Saíz (AHS) no se sigue ningún tipo de transmutación; aunque sí hicimos notar ese peso específico porque teníamos la intención de normalizar la simbiosis, la existencia, interrelacionada en lo posible, de espacios y actores creativos de distinta índole, en aras de la diversidad y el diálogo, lo cual conviene al pensamiento y al arte. La AHS era el espacio primario al que los jóvenes creadores se dirigían y eran comúnmente recibidos; al punto de que parecía bastar la visita asidua y entusiasta para adquirir cierta membresía. En el estamento de las organizaciones culturales, por su gradación menor y su naturaleza digamos que iniciática es la que soporta mayores márgenes y libertades. Así, al comienzo, nuestra relación fue más fluida con la AHS que, digamos, con la UNEAC, de directrices ideológicas mucho pero mucho más almidonadas. Siempre ofrecimos nuestras páginas a estas y otras instituciones oficiales, a sus artistas miembros, y promocionamos con regularidad sus actividades.

En esto, como sucede muchas veces, la cuestión personal siempre hace aflorar tendencias y oportunidades. En la AHS creo que teníamos la simpatía de su directora, Noelvis Relova, y el segundo al mando por entonces era una de nuestras “voces”, también editor de Vitral y desde luego uno de los actores en primera fila de aquellos años: Jochi Badajoz. Si bien advertí públicamente en varias ocasiones que no éramos una revista ni de la Iglesia ni de la AHS, que constituíamos un proyecto independiente, puede que la confusión, en ambos sentidos, tuviese sentido.

Claro que, ya avanzados varios números de deLIRAS, los cuadros directivos de la AHS provincial recibieron la orientación tajante, “de arriba”, de evitar cualquier trato con nosotros y, especialmente, impedir que entráramos a sus recintos. Esta animadversión institucional en la que la AHS acompañó a la UNEAC y otras instancias oficiales, fue progresiva, y, de alguna manera, relativa, por la naturaleza antes comentada de esta organización y porque los creadores jóvenes comúnmente quieren ver su obra en cualquier sitio; y si es uno medio maldito, mejor.  Pero el hecho es que ya no se podía ocultar la mucha molestia ante la coincidencia en la revista, como si tal cosa, de la promoción de publicaciones independientes y subversivas (ya tú sabes cuáles) junto a la de publicaciones oficiales (las revistas de la UNEAC o las ediciones Hermanos Loynaz, cuyo director, el escritor Juan Ramón de la Portilla, nos colaboró en varias ocasiones); o que muchos de nosotros tuviésemos presencia en sus espacios y actividades; o que personas con determinada responsabilidad oficial colaboraran con nosotros de alguna forma; o el hecho de traer a colación temáticas, debates o encuentros donde figuras oficiales, y sus criterios, fuesen expuestos a la palestra. Esto último, anecdóticamente, se relacionaba con una noticia y fotografía, en deLIRAS, de la primera secretaria del PCC en el terruño visitando alguna exposición en la AHS, lo que provocó, nos contaban, un berrinche de connotaciones bíblicas e ideológicas.

Con lo que hubo algún jovenzuelo responsable de entonces, hace varios años ya exiliado, que puso mucho celo en cumplir el mandato del Partido intentando una escaramuza a nuestro amigo Julio del Llano, quien, era evidente, nos había pasado la fotografía. Así, dependiendo de quien estaba a las puertas, por así decir, seguíamos ingresando a las actividades y recintos de la AHS, y proseguimos nuestro modus operandi.

En cuanto a mi pertenencia a la AHS, está todo como en cierto limbo, pero no me disgustaría que me hubiesen contado entre los suyos en algún momento. Nunca se rompieron los puentes; y cuando algunas de las “voces” de deLIRAS pasaron a dirigir la revista La Gaveta, de la AHS, si bien esto se alineaba con la estrategia de la política cultural de entonces, también en cierto sentido la frustraban, porque estaba más que alineada con nuestro propósito a largo plazo. Obviamente, tales mudanzas (a las que se tiene todo el derecho) provocan cierto inicial disgusto, pero nunca, nunca, implicó separación, y mucho menos cualquier mínimo atisbo de enemistad. Diría que, muy al contrario, permitió, en todos, una perspectiva más acorde con ese esfuerzo común de tantos en aquel momento, desde diversos medios y según cada particular acento.

Así pues, diría que, salvo casos aislados, nunca tuvimos conflicto con los artistas y creadores; y, a resultas, con las instancias provinciales que agrupaba a estos (las que nos interesaban, porque escasamente merodeamos la UNEAC) podría decirse que la sangre nunca llegó al río. A pesar de las diferencias, actuamos con raciocinio y nada nos imposibilitó, con argumentos justos, aproximarnos a opiniones y posiciones distantes, pero sensatas, y más o menos equilibradas. Intentamos ubicarnos en unas realidades concretas, tanto de las personas como del contexto general en que nos movíamos, sin abandonar la idea de sobrepasarlo. Y si esto fue así con quienes teníamos discrepancias fundamentales, por supuesto que rodó bastante bien con nuestros naturales compinches. De tal manera que, sí, dispusimos de la suficiente libertad: aquella que conquistamos; siempre en provecho del noble objetivo que teníamos entre manos.

Otra de las singularidades de deLIRAS —no conozco de otra revista cubana que lo haya hecho— es que desde el primer número contó con un suplemento infantil: Chinchilla, que luego pasó a llamarseMeñique. ¿Por qué sintieron que fuera necesario crear un suplemento infantil? ¿Cuéntame por qué hubieron de cambiar de nombre?

Era del todo procedente y concebible; puede decirse que la idea del suplemento infantil venía anexa en la propia concepción inicial. Se avenía al propósito de proveer espacios de libertad, independencia y creatividad, considerando a los creadores orientados al público infantil o juvenil. Tenía además un precedente: el modesto cuadernillo infantil Un murmullo en las violetas, dirigido por Néstor Montes de Oca, que acompañó durante cuatro o cinco números a la revista Vitral; una propuesta de Yenia María González, diseñadora de Vitral y deLIRAS, también con una trayectoria en el teatro, en festivales de música infantiles y en la enseñanza de las artes plásticas a niños.

Aunque algunos de quienes estuvimos pergeñando el asunto escribía también para los pequeños, nos pareció oportuno incluir a un galardonado poeta pinareño y reconocido escritor para niños. Así, nos reunimos un grupo de los nuestros con Nelson Simón, para explicarle el proyecto, y la idea de acompañarlo con un suplemento infantil. Le pedimos dirigirlo, y le propusimos libertad absoluta para decidir su contenido y conformar el equipo de trabajo. Nosotros diseñaríamos todo y lo distribuiríamos como suplemento de deLIRAS. A todo lo cual accedió. Y así salió felizmente a la luz el primer número del suplemento infantil Chinchilla dentro del primer número de deLIRAS.

Sucede que el segundo acto fue escamoteado prácticamente en nuestras narices. Chinchilla fue adquirida por la UNEAC, desde luego, seguramente bajo promesas más irresistibles. Ya era, por tanto, otro proyecto, suplemento de otro, así que aquí acaba esa historia para nosotros.

Meñique fue una idea y propuesta de Yenia María González, quien la diseñaba y dirigía. Desde luego, contó con el apoyo de deLIRAS, con quien compartía frecuencia de salida y de la que era parte del equipo, así como los auspicios de la Comisión católica para la cultura y del CFCR de la diócesis pinareña. Su primer número salió en enero-marzo de 1999.

El primer editorial, dirigido a los pequeños lectores, usa un lenguaje tierno y lleno de cubanía, pero también invoca al tesoro de la libertad y la solidaridad. Además de convidar, sin decirlo expeditamente, a compartirla. La revista rescataba tradiciones, explicaba etimologías, incluía adivinanzas, crucigramas, trabalenguas, poesía y cuentos, juegos, manualidades… ¡Hasta un examen de personalidad! Por su carácter didáctico recuerda varias publicaciones como La edad de oro o El tesoro de la juventud, pero con otra perspectiva. ¿Qué publicaciones la inspiraron? 

La edad de oro es la influencia más evidente en Meñique, y una inspiración declarada. No era, ni en tamaño ni en intención, un suplemento de deLIRAS, aunque compartíamos mucho: era un proyecto autónomo. Era parte de las publicaciones independientes de por entonces, pero trascendía el aspecto meramente literario, ya que se solía presentar en actividades que reunían a jóvenes y niños. Desde luego que también animó el panorama creativo de aquellos años, y no es un producto menor en modo alguno.

En el quinto número hay “sepultado” un documento muy ilustrativo de la política cultural de esa época —la transcripción de un diálogo entre funcionarios de cultura y escritores en Pinar del Río—. Me parece sintomático de una toma de conciencia de la revista como archivo en tiempo real, porque comienzas a realizar una actividad más reporteril, cubriendo presentaciones de libros, eventos, transcribiendo fragmentos de discursos —por ejemplo, en el número 7 se publica toda una conversación con Eduardo Galeano en un encuentro íntimo con los miembros del taller de creación Onelio Jorge Cardoso—. La revista incluso se suma a debates nacionales, como una entrevista a Leonardo Padura en la que responde a una crítica de Fernando Rojas en El Caimán Barbudo. Por otro lado, aparecen reseñas cada vez más actuales, casi en caliente, tanto de lanzamientos nacionales como internacionales —en un mismo número, por ejemplo, se reseñan los dos premios Alfaguara de ese año (1998): “Caracol Beach”, de Eliseo Alberto, y “Margarita, está linda la mar”, de Sergio Ramírez. ¿En qué momento advertiste que esa función de archivo y registro era tan importante como el rescate de textos canónicos, autores censurados, etcétera? 

Si nos empeñamos en recuperar el pasado cultural y creativo, no teníamos más remedio que estar atentos al presente (también con otras tantas ausencias, censuras y acallamientos). Esa transcripción que mencionas, como comenté antes, ofrece una imagen fidedigna de los impulsos que entonces animaban a las partes: el funcionariado, los dirigentes, y aquellos a quienes su labor, presuntamente, sirve. En una pugna que debería ser más frecuente, dado que casi siempre, en casi todas partes, este servicio acaba siendo una subordinación y una constatación de que los mutuos intereses no coinciden en absoluto más que en la retórica de la dependencia. Ciertamente, todo parte de una conciencia del momento, del presente; y denota el deseo, quizá la posibilidad, el derecho, desde luego, de actualizar dicha realidad.

Ya para cerrar, ¿existe algún episodio en particular relacionado con la publicación de deLIRAS que creas significativo recordar, o algún proyecto relacionado o edición de la que estés por alguna razón más satisfecho?

Te lo digo de verdad: mi satisfacción mayor es haber recibido la confianza y la amistad de muchos de quienes me acompañaron con deLIRAS, desgraciadamente algunos de ellos ya fallecidos, otros desgajados y dispersos. Si echas la vista atrás, en el empeño que nos unió nada me parece más valioso que esa compañía. También agradezco a quienes nos colaboraron con sus recursos, sus creaciones o su tiempo. Espero que la satisfacción sea mutua. Lo intentamos, lo hicimos, nos ilusionamos, crecimos en ese bregar, nos afianzamos y resistimos. Gritamos desde aquel tejado provinciano a las estrellas, sí, también al borracho que abajo trataba de evitar las esquinas y esquirlas de la calle. Pregonamos la alegría o la rabia o la pura energía de la juventud. Gritamos juntos, en ese empeño que no debería abandonarnos en ninguna edad: tratar a la verdad como el panadero a la masa: con seducción y expectativas diarias, perseguir su aroma, alimentarnos con ella y sentir que eres definitivamente libre y que es imposible del todo volver atrás.  Honestamente, me parece más que suficiente.

Y desde luego, satisface mucho también el recibir este eco de aquella gritería: la oportunidad de una memoria que a tantos implica.

Córdoba, 13 de abril, 2025
Domingo de Ramos

JOAQUÍN BADAJOZ
JOAQUÍN BADAJOZ
Joaquín Badajoz. Miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), de la American Comparative Literature Association (ACLA) y de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese (AATSP). Ha sido jefe de redacción de las revistas Men’s Health y Prevention, editor ejecutivo de Cosmopolitan en Español, editor de portada de Yahoo! en Español, y director digital de La Opinión, de Los Ángeles y El Diario Nueva York, de Nueva York, así como editor de copias de Hola! USA. También se ha desempeñado como subdirector editorial de la revista Nuestra Voz y el centenario semanario neoyorquino The Tablet y editor ejecutivo de la revista People en Español. Artículos suyos han aparecido en El País. Ha publicado los libros de poesía Passar Páxaros (Hypermedia, 2014), TNT (Colección Diáspora Latina, Editorial La Chifurnia, 2016) y Cántaro (Hypermedia Americas, 2021).

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2 comentarios

  1. Hola,
    Gracias Rialta, gracias Joaquín Badajoz, por este ‘A trip down memory lane’ con Ernesto Ortiz, fundador de la revista ‘deLIRAS’ (1997-2001)´, por rescatar parte de esa memoria que siempre quedará viva, por reavivar llamas, hacer del pasado el presente y por la increíble e incasable creación de tod@s, a los que lo hicieron posible y a quienes nos permitieron compartir parte de ese espacio y creación.
    Gracias.

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