Pedraza, con las puertas cerradas

    La cárcel medieval se sitúa sobre la puerta de la villa. La Villa de Pedraza. Una villa amurallada con una única entrada y una única salida. Una serpiente que se muerde la cola en el piedemonte segoviano. 

    Era esa entrada del siglo XI o el despeñadero. Era eso o las estacas de punta, en punta, puntiagudas más allá del puente levadizo, más allá del foso, más allá del muro defensivo, más allá de la torre del homenaje, más allá de las cañoneras, más allá del castillo donde solo queda el precipicio y la muerte. La muerte después de la muerte. 

    Pedraza, España
    Pedraza, España / Foto: Edgar Ariel

    Pedraza no tiene una gran catedral, pero sí un castillo, símbolo de la Edad Media. Un castillo un tanto distante del núcleo urbano. Unos 200 metros, es verdad, pero lo suficiente como para resaltar su señorío, como para colocar sobre la explanada una línea invisible entre ellos y nosotros, la familia Fernández de Velasco; nosotros, los duques de Frías; nosotros, los condestables de Castilla. Nosotros, dueños también de los castillos de Castilnovo, de Villalba, de Villalpando y de Berlanga del Duero. Nosotros, los que proclamamos el bien y el mal y eso que está más allá del bien y el mal: la vida.

    La puerta de la Villa es de álamo negro. Sobre la puerta, sobre el dintel, el blasón de los Velasco. Y sobre este el arco con dibujo de ladrillo mudéjar. Y sobre este, en el cielo castellano, un águila imperial ibérica campea sobre Pedraza, en busca, quizá, de un conejo, o en busca de la nada. Planear en busca de la nada.

    Tiempo ha se cerraba en las noches para no dejar pasar a los ladrones. El delito más común era el robo de leña. En la cárcel, los ladrones eran puestos bajo dos capas de celdas. Encima de un ladrón podían estar otros dos presos. Encima todos los desechos humanos. Toda la mierda sin heredad. 

    Pedraza, España
    Pedraza, España / Foto: Edgar Ariel

    Una mazmorra sin luz. Un cepo de pies. Un grillete para el cuello. Un retrete de «caída libre». Un camastro de madera. Todo eso para dar inicio a la Calle Real, una calle que nunca ha cambiado de nombre.

    Pedraza, España
    Pedraza, España / Foto: Edgar Ariel

    La Plaza Mayor obliga a la Calle Real a hacer un quiebre para colocar una columnata ecléctica, en tiempos en que el eclecticismo estaba por ver. Columnas traídas de aquí y de allá, recicladas de monasterios y de palacios. Puestas aquí, en el centro de la Villa, para sostener un soportal y el peso de los tiempos. 

    Pedraza, España
    Pedraza, España / Foto: Edgar Ariel

    Anárquica y destartalada, hecha a retazos como una tela tipo patchwork, con casas porticadas construidas sobre derribos, la Plaza Mayor de Pedraza es, aunque nadie la diseñó, una de las más bellas de España.

    Durante los siglos XV y XVI, los de mayor esplendor, Pedraza fue conocida en toda Europa gracias a las ovejas merinas. Los ganaderos de la Villa llegaron a controlar tres millones de cabezas. La lana pedrazana llegó a abastecer talleres de Brujas y Florencia. Lavaderos de lana que no sobreviven, pero que están hoy en el pueblo en forma de tiendas de suvenires. Pequeños espacios para las ovejas del turismo.

    Dicen que aquí nació la madre de Trajano, el primer emperador romano de origen hispano. Dicen que Ptolomeo la mentó, a esta Villa, con el nombre de Metereosa. Dicen que el promontorio pétreo donde se asienta hoy Pedraza estaba ya habitado hacia el siglo IV antes de Cristo.

    Dicen que es el pueblo más bonito de Castilla y León. Dicen que el carcelero vendía los cuerpos muertos (muertos debajo de dos capas de celdas) a los agricultores. Dicen que se los vendía como abono. Abono para los campos. 

    Pedraza, España
    Pedraza, España / Foto: Edgar Ariel
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