Maikel Herrera, expreso político y víctima del VIH

    El 6 de diciembre de 2024, Maikel Herrera Bones, de 48 años, yacía en una sala del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK). Su primo, Yoel Parsons Bones, al igual que los médicos del hospital, sospechaba que su hora estaba cerca, por eso le insistió a agentes del Ministerio del Interior que, por favor, cumplieran la voluntad del enfermo: ver una última vez a su hijo mayor, preso en una cárcel en Pinar del Río.

    Yoel Parsons nunca pensó que el tipo musculoso y jodedor que era su primo se convertiría en ese ser frágil que descansaba, casi inconsciente, en la cama de una sala de ingresos. Le resultaba increíble que las agujas de tantos sueros hubieran podido penetrarlo sin hincar los huesos perfectamente marcados bajo la piel flácida y llena de viejas marcas de enfermedades. Esos sueros, de momento, eran lo único que lo mantenían vivo.

    —Maikel, ¿te acuerdas de la vez que ibas a ser jefe de sector del Consejo de Estado para trancar a todos los viejos esos que gobiernan? ¿Por qué ibas a procesar al comandante Ramiro Valdés? Por asociación para delinquir, receptación y enriquecimiento ilícito ¿no? —le decía, para sonsacarle algunas palabras, pero hacía ya varias semanas que su primo apenas desviaba la mirada del techo. Rara vez aceptaba la conversación, y cuando lo hacía soltaba cosas sin sentidos. A veces, recuerda Yoel Parsons, parecía que estuviera hablando con fantasmas.

    El deterioro fue rápido. Entre julio y septiembre de 2024, Maikel Herrera sufrió fiebres continuas y la pérdida repentina de diez kilogramos de masa corporal. Antes de llegar al IPK, una institución especializada en el diagnóstico y control de las enfermedades transmisibles, fue hospitalizado en otro centro médico de La Habana donde le diagnosticaron Oropouche, una enfermedad tropical con baja incidencia de mortalidad que, sin embargo, en su caso podía resultar letal.

    «Maikel era portador del VIH desde 2012, y aunque siempre trató de ser muy cuidadoso con eso de mantener su tratamiento de antirretrovirales, el rumbo que tomó su vida no se lo permitió», cuenta su primo.

    Yoel Parsons, que permaneció junto al enfermo desde el primer ingreso, confiesa que pocas cosas le han dolido tanto como ser testigo de la rápida extinción autofágica del cuerpo de Maikel, a quien lo unía algo más que la sangre y el apellido materno. Siempre lo admiró. Incluso cuando su primo era para todos un delincuentillo de barrio sin más talento que el de caer preso cada dos por tres, a él le parecía el hombre más inteligente, valiente y gracioso sobre la faz de la tierra. Entonces, casi en secreto, lo consideraba una suerte de hermano mayor; pero pasado el tiempo la relación entre ambos se hizo mucho más fuerte, al punto de que comenzaron a llamarse hermanos y, poco más tarde, al vincularse a la oposición, «hermano de lucha contra la dictadura cubana».

    Sus madres quedaron huérfanas a edades tempranas. Eran dos de siete hermanos que pasaron buena parte de la niñez solos, hasta que una tía, de quien cuentan que era muy severa, decidió hacerse cargo de ellos. Un buen día, el mayor de todos se fue de casa y se llevó consigo a las mujeres para tenerlas a su cuidado. Ese mismo hermano sería quien, años después, asumió prácticamente de la crianza de sus sobrinos.

    Maikel Herrera, un niño negro, pobre y proveniente de una familia disfuncional, no tardó en ser fichado por las autoridades locales como «un caso social». En la escuela sus notas eran más bien pésimas y a ninguno de sus profesores les hacían gracia sus indisciplinas infantiles y las fugas en horario docente. Finalmente, cuando cumplió 14 años, fue enviado a una de las llamadas «escuelas de conducta», sitios de internamiento para menores de edad con «problemas de conducta social» que son atendidos por el Ministerio del Interior y, en la práctica, fungen más como prisiones que como centros educativos para niños y adolescentes. Según su primo, aquella experiencia marcó a Maikel Herrera; fue un estigma del que nunca pudo librarse: el presidiario, el delincuente ambientoso con un pie en la calle y otro en la celda.

    Dice su primo que, excepto por las veces que fue encarcelado por motivos políticos, Maikel Herrera siempre cayó prisión —hasta en ocho oportunidades— por delitos menores. Un negro pobre de la barriada obrera de San Miguel del Padrón y con un pasado como el suyo no tenía formación para optar por buenos empleos, así que durante muchos años vivió del «invento», es decir, revendiendo en la calle productos que otros hurtaban en organismos estatales. Una vez, incluso, fue encarcelado por vender a turistas habanos caros extraídos directamente de una fábrica.

    «Cayó preso siendo un niño, porque eso de la escuela de conducta es, al final, una prisión. Y a partir de ahí estuvo en la cárcel muchas veces más, así que supo lo que son el maltrato y los abusos que sufren los presos a manos del Ministerio del Interior. Eso fue, tiempo después, lo que lo llevó a volverse a opositor. Esa se convirtió en su lucha», dice Yoel Parsons, quien terminaría militando con su primo en las organizaciones opositoras Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) y Cuba Decide.

    Para Maikel Herrera, que guardaba tan malos recuerdos de la prisión y denunció muchas veces los atropellos cometidos contra los reos en Cuba, el peor día de su vida fue la mañana del 8 de noviembre de 2022, cuando Dariel, el mayor de sus dos hijos, fue detenido bajo la acusación de haber robado violentamente una motocicleta. Desde entonces, el joven, ahora de 20 años, se encuentra retenido en una cárcel en Pinar del Río.

    Las relaciones de Yoel Parsons con las autoridades cubanas no son precisamente las mejores debido a su historial como opositor al régimen. Pedirles algo, por tanto, era traicionar su orgullo y sus convicciones. Sin embargo, cuando comenzó a sospechar que su primo no saldría con vida del hospital, decidió hacer una excepción y solicitar al Ministerio del Interior un «conduce» (permiso especial) para Dariel.

    «Yo les dije que su papá se iba a morir pronto y que era justo que un hijo vea a su padre antes de eso ¿no? Y solo me contestaron “a ver qué podemos hacer”».

    Maikel Herrera se sumó a UNPACU en 2014, y durante los siguientes años protagonizó, a veces con la complicidad de su primo, pequeñas acciones de desobediencia cívica. Una de ellas, ocurrida en 2019, fue salir por una céntrica avenida habanera con un cartón colgado al cuello donde podía leerse: «Policía corrupto y proxeneta. Abajo la corrupción». Yoel Parsons, casi siempre, era quien filmaba las iniciativas del otro, pero a veces lo secundaba, como en aquella serie de videos hilarantes subidos a redes sociales en que se burlaban de la élite de la dictadura cubana.

    —Yo me quiero proponer para jefe de sector del Consejo de Estado.

    —¿Cómo es eso, Maikel? —preguntaba entre risas Yoel Parsons.

    —Claro. Como mismo el jefe de sector viene a los barrios humildes a meter presa a la gente, a preguntar de dónde no sé quién sacó sus tenis, un pullover o a decir que cómo es eso de que lo vio tomando cerveza en un punto cuando su salario no le alcanza para eso. Bueno, yo quiero hacer eso mismitico con el Consejo de Estado —respondía Maikel Herrera, muy serio, antes de describir cómo llevaría a cabo la persecución penal, siempre según la ley, contra los comandantes de la Revolución Ramiro Valdés y Guillermo García Frías.

    En los videos, Maikel Herrera asumía su papel con histrionismo, pero más sorprendente aún era su manejo de la jerga policial y judicial cubana, que sin dudas conocía a la perfección por haberla enfrentado tantas veces.

    —Y a Díaz-Canel —decía—, a ese le voy montar un operativo, pero al momento del desayuno, para verificar la procedencia del queso, o los quesos que estén sobre la mesa. Y si tiene leche, bueno, me tienen que dar el comprobante de la compra de la tienda donde adquirió el producto, y yo ver que su salario alcanza para comprarla. Si no la adquirió por esa vía, alguien en esa familia tiene que demostrarme que padece alguna enfermedad por la que reciba una dieta de leche por la libreta de abastecimiento, o que en el núcleo familiar hay alguien de cero a siete años de edad.

    Maikel Herrera fue enviado a prisión por última vez el 16 abril de 2020. Un día antes, en la cuartería de San Miguel del Padrón donde residía, conversaba con su tío y una vecina del tema más recurrente en él: los abusos policiales y el maltrato que se sufre en prisión. Además, criticó a los efectivos policiales que encarcelaban a quienes no portaban el «nasobuco» (mascarilla) en las calles —eran los tiempos de COVID-19— cuando ellos mismos no lo usaban e incumplían otras normas sanitarias como el llamado «distanciamiento social». La plática llegó a oídos de otro de los vecinos, quien resultó ser policía retirado y llamó de inmediato a una patrulla. Ese día, Maikel Herrera fue detenido por unas horas y obligado a pagar una multa, irónicamente, por «uso incorrecto del nasobuco». Sin embargo, a la mañana siguiente, seis agentes del Ministerio del Interior se presentaron en su casa para trasladarlo a las oficinas del Departamento Técnico de Investigaciones, donde formalmente levantaron en su contra una acusación por desacato y atentado. El proceso fue expedito, y menos de una semana después ya contaba con una petición fiscal de seis años de prisión. Mientras las autoridades disponían supuestamente todo lo necesario para el juicio, lo encarcelaron en un centro penitenciario para enfermos de VIH ubicado en Güines, provincia Mayabeque.

    En octubre de 2020, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos emitió la Resolución 69/2020, mediante la cual le fue otorgada a Maikel Herrera medidas cautelares de protección y se le reconoció como preso político del gobierno cubano. Habían pasado siete meses desde su encarcelación y ni siquiera se había fijado una fecha para el juicio; sin embargo, a inicios de noviembre fue liberado bajo régimen de prisión domiciliar.

    —No estoy bien de salud. Estoy clínicamente mal. No sé si me mantienen aquí las ganas que tenía de ver a mis hijos y de que la gente viera que tenía razón —dijo, dos días después de su excarcelación, en entrevista con el medio independiente cubano Cubanet—. Los que quedaron allá adentro necesitan una comisión médica o una organización internacional que vea cómo es. En la prisión de Güines se vive muy mal. No hay medicamentos, no hay condiciones para atendernos.

    En la entrevista, Maikel Herrera llevaba ropas que le cubrían todo el cuerpo. Al no recibir su tratamiento de antirretrovirales durante el tiempo que estuvo en prisión, un estafilococo se aprovechó de sus bajas defensas y terminó por dejarle severas heridas en la piel, incluyendo grotescos forúnculos en las piernas. En la cárcel, contaba, varias veces los agentes del Ministerio del Interior se le acercaron para instarle a que abandonara su militancia opositora y, sobre todo, dejara de denunciar las pésimas condiciones de las cárceles cubanas. A cambio, le prometieron que le buscarían los antirretrovirales que necesitaba.

    —Pero rendirse no es la solución. Y en mi caso corro riesgo de muerte… Pero callarse no es la solución —dijo después en un video con su testimonio sobre esos meses que divulgó la UNPACU.

    Tras el encarcelamiento de Dariel —recuerda Yoel Parsons—, Maikel Herrera se alejó del activismo. Poco antes, incluso, había abandonado la UNPACU, y ya solo se dedicaba a denunciar en redes sociales aquello que por muchos años sufrió él mismo en las prisiones cubanas y que ahora padecía su hijo. Yoel Parsons tuvo cada vez menos noticias sobre él hasta septiembre de 2024, cuando ingresó al IPK. Desde entonces lo acompañó e intentó echar adelante una campaña en favor de una visa humanitaria para que pudiera atenderse en otro país.

    —Los médicos del IPK le hicieron mil pruebas, pero no dieron con lo que tenía. No funcionaba ningún tratamiento, nada. Pensé que, a lo mejor, era porque no tenían los recursos para tratarlo y por eso lo de la visa humanitaria. Pero el tiempo pasaba y no la conseguíamos. Claro, para inicios de noviembre ya era muy tarde —cuenta.

    El 7 de diciembre, los familiares de Maikel Herrera fueron notificados de que el «conduce» de Dariel había sido aprobado. El joven llegó al otro día al hospital. Iba esposado y rodeado de oficiales uniformados del Ministerio del Interior. Su padre apenas pareció notar su presencia. Dariel se sentó en una esquina de la cama, lo acarició, habló con él y allí mismo, casi entre sus brazos, lo sintió morir.

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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.

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