diciembre 4, 2025

«En el restaurante Zara seguimos fieles a la tradición cubana»

El escritor William Navarrete entrevista a Inés Martínez Llanos, propietaria del restaurante cubano más antiguo de Madrid.
Inés, su esposo, sus padres y dos trabajadores del restaurante Zara
Inés, su esposo, sus padres y dos trabajadores del restaurante Zara (Foto tomada de la web del restaurante)

MADRID, España. – En Zara, el restaurante cubano más antiguo de Madrid y, probablemente, el primero fundado fuera de la Isla después de 1959, había estado un par de ocasiones a principios de este siglo con amigos que ya no están. Volví recientemente por sugerencia de Fulgencio Batista Fernández, uno de mis entrevistados en el volumen Como el ave fénix, que recién acabábamos de presentar en una librería de la capital española. Allí nos reunimos Margarita Larrinaga, Mariuca de la Cagiga Cremades, Rafael Sitges, Pierre Bignami y yo con Fulgencio, quien, aunque vive en Ibiza, es asiduo cliente cuando viaja a Madrid y muy amigo de Inés Martínez Llanos, la propietaria del lugar. 

Entre deliciosas yucas fritas con mojo, ropa vieja, picadillo a la habanera, plátanos y tostones fritos, frijoles negros, un flan casero a la cubana y unos daiquirís de frutos del bosque deliciosos, retomé el hilo de la historia del lugar en el que había estado por última vez antes de la pandemia, ocasión en que me atendieron los padres de Inés. Supe hace unos años por la prensa del fallecimiento de ambos, pero desconocía casi todo de la historia de una familia de emprendedores arraigada en la historia común entre Asturias y Cuba. Inés me ofreció el libro La maestra y el pintor, en que deja a buen recaudo la memoria familiar e, inmediatamente, me di cuenta de que también debía entrevistarla.

―Compartes orígenes con muchos de aquellos cuyos padres y abuelos atravesaron el Atlántico para buscar mejor vida en Cuba. ¿Puedes hablarnos de esto?

―En efecto. Mi padre, José Alberto Martínez Alonso, era originario de Coruño, un pueblo del concejo de Llanera. Su abuelo materno había sido alcalde de Llanera y las mujeres de esta familia tenían oficios, maestra o costurera, algo que no era muy corriente en la época. Mi abuelo paterno, Benjamín Martínez, era justamente el benjamín de una familia de siete hermanos, su padre era tornero y en la planta baja de la casa familiar, que estaba en Lugones, cerca de Oviedo, fundó un bar y casa de comidas llamado La Máquina, que después de la guerra cambió de dueño. Hoy en día se llama La Máquina de Lugones y lo recomiendo porque hacen una fabada y un arroz con leche realmente exquisitos.

Después de la Guerra Civil todo cambió. Edelmira Alonso, mi abuela paterna y su esposo Benjamín se fueron a vivir a una casita cerca de La Máquina, que ya no pertenecía a su familia. La situación económica no era muy boyante, pero no les faltaba de nada. Mi abuelo Benjamín era tornero, como lo había sido su padre, y nunca dejó de tener trabajo. Además, montó un pequeño taller de bicicletas donde le ayudaban sus hijos, mi padre y mi tío, que aportaba algunos ingresos extra a la familia.

Un hermano de mi abuela Edelmira, Manolo, había emigrado a Cuba antes de la guerra y, en la ciudad de Sancti Spíritus, tenía un negocio de telas y confección de trajes de señora y caballero. Manolo solía viajar a Asturias a menudo a visitar a la familia. En uno de esos viajes, cuando mi padre rondaba los 17 años, le propuso marchar con él a “hacer las Américas”, le habló del negocio que tenía, una tienda exitosa llamada El Bazar Inglés, dónde le aseguraba trabajo y un buen porvenir. 

Mi padre cursaba entonces estudios de pintura en la escuela de Bellas Artes de Oviedo. Tenía un enorme talento, a tal punto que solía ganar todos los premios. Un profesor quería enviarlo a estudiar a Florencia y se lo comentó a mis abuelos. Ellos argumentaron que no tenían medios económicos para algo así y el profesor propuso entonces pagar él mismo el primer año de estudios de mi padre en Italia, seguro de que su alumno conseguiría una beca a corto plazo. Pero mis abuelos estaban indecisos y esto coincidió con una visita del tío Manolo y su propuesta de llevarse al sobrino a Cuba. Tampoco esta opción gustaba a mis abuelos, pero finalmente fue esto lo que sucedió y es la razón por la que mi padre emigró a Cuba en 1948, a trabajar bajo la tutela de este tío.

José Alberto Martínez e Inés Llanos, boda en La Habana, en 1958 (Foto: Cortesía)

―Entonces conoció a tu madre, supongo. ¿En qué contexto sucede esto?

―Mi padre era muy buen vendedor y, como era además un excelente pintor, hacía todos los rótulos de la tienda. El tío no lo dejaba estudiar, pero él lo hacía a escondidas, por las noches, cuando salía del trabajo. Tenía tal nostalgia por Asturias y su familia, que en la habitación que compartía con otros dos empleados había pintado en la pared los rostros de sus seres queridos. Una especie de pequeña Capilla Sixtina personal, que el tío Manolo mostraba con orgullo a sus amigos presumiendo del talento del sobrino.

Durante otro viaje del tío a Llanera, conoció a una mujer 30 años menor que él, se casó con ella y se la llevó a Cuba. Las relaciones de la recién llegada con mi padre no fueron buenas; ella lo vio como un rival y él decidió entonces abandonar el negocio y hacerse viajante por cuenta propia. Lo ayudó a este propósito su amigo Fermín, al que conocía de la escuela nocturna de comercio. Consiguió un permiso de conducir y empezó a viajar por los pueblos cercanos como representante de tejidos y ropa de caballero. Como era un joven apuesto, hacía de modelo de la ropa que vendía y siempre le fue bien. Así es como llegó a La Habana en 1956.

Estando en la capital, Fermín le dijo que, en el Centro Asturiano, un edificio monumental frente al Parque Central, lugar de reunión y club social de quienes provenían de esta región de España, iba a haber un concierto de El Presi, nombre artístico de un cantante de Gijón muy famoso en esa época. Fermín le habló de Inés, una amiga suya también hija de asturianos, aunque nacida en La Habana, que iba a asistir esa noche al recital con sus amigas, y se la presentó a mi padre al pie de la escalinata del centro después del concierto. Mi padre contaba que quedó obnubilado en cuanto la vio, hasta tal punto que empezó a cortejarla y no había día que no se apostara frente al negocio que la familia de Inés tenía en La Habana Vieja, llamado “El León de Oro”, para tratar de hablar con ella cuando se dirigía a su trabajo en el Plantel Jovellanos, la escuela primaria del Centro Asturiano en La Habana. Cansada de verlo ahí todos los días, ella decidió darle una oportunidad y así comenzó el noviazgo.

El León de Oro, el negocio de Benjamín Martínez en la década de 1940
El León de Oro, el negocio de Santiago Llanos en la década de 1940 (Foto: Cortesía)

―La familia de quien iba a formar parte al unirse a tu madre es también asturiana. ¿Conoces su historia y relación con Cuba?

―Sí, y es una historia increíble. Mi madre, Inés María Llanos Braña, nació en La Habana en 1935. Su padre, Santiago Llanos, era hijo de moza soltera, que era como llamaban entonces a las mujeres que habían tenido sus hijos fuera del matrimonio. Santiago nació en Fresno, en lo que en Asturias llaman una braña o villorrio, cerca de Areñas, en la parte occidental del principado. Como Isabel, su madre, había tenido a su hijo de ese modo, la familia la había condenado a vivir fuera de la casa, en una cuadra o pocilga, y allí crió a Santiago. Años más tarde, tuvo otra hija, Rosa, parece ser que con el mismo hombre.

A los 12 años, mi abuelo Santiago dejó Fresno y llegó, como pudo, al puerto de Gijón con la idea de subirse a un barco y emigrar para salir de la pobreza y sacar de ella a su madre, a la que adoraba. Supongo que hizo el viaje de polizón, porque no tenía dinero. Llegó en 1907 a La Habana, donde no conocía a nadie, enfiló por la primera calle que se le ocurrió y se detuvo en una panadería cuyo dueño era asturiano y buscaba un aprendiz para el negocio. Apenas desembarcado en Cuba, el chico consiguió un contrato en aquella panadería. Al principio, dormía debajo del mostrador, algo que suena muy duro pero comparado con la cuadra en la que había pasado su infancia, representaba para él un ascenso considerable. Además, había dejado atrás el frío, cosa que detestaba.

Poco a poco fue aprendiendo el negocio, en el que empezó moliendo el café y sirviéndolo a los maestros pasteleros que llegaban temprano para hornear panes y dulces. La panadería se llamaba “El León de Oro” y se encontraba en la calle Teniente Rey y Compostela, al lado de la iglesia de María Auxiliadora y frente a la famosa droguería Sarrá. Cuando el dueño se jubiló, mi abuelo se asoció con Faustino y Reinaldo, sus dos compañeros, para llevar el negocio. Durante 10 años estuvo enviando dinero con regularidad a su madre y su hermana a Fresno y cuando tuvo la posibilidad, fue a visitarlas y le construyó a su madre una casita muy modesta, pero suya, cerca de la pocilga que había sido su hogar. 

En ese viaje, durante una feria de ganado que tenía lugar en Tineo, mi abuelo conoció a Cándida Braña, mi abuela. Con los años, fue trayendo a Cuba a algunos sobrinos, hijos de Rosa, o también de la familia de mi abuela, de los cuales uno de ellos que se llamaba Pepito, vivió en Cuba hasta su fallecimiento hace pocos años.

José Alberto Martínez e Inés Llanos (Foto: Cortesía)

―¿Entonces se casó con ella antes de regresar a La Habana o cómo fue?

―La historia es muy divertida porque da fe de cómo se procedía entonces. Durante la feria, Santiago entró a un local a comer que era de una tía de Cándida. Esta tía, al corriente de que mi futuro abuelo venía de Cuba, donde no le iba nada mal, le sugirió a su sobrina, que echaba una mano aquel día, que saliera detrás de él e intentara sentarse a su lado y decirle algo cuando tomaran el autobús ―que llamaban “La Rubia” porque era de color amarillo― para regresar a Fresno. Ella no estaba muy decidida, pero le hizo caso a su tía, se sentó junto a él y le habló. Así fue como se conocieron y dieron inicio a un noviazgo con la promesa, por parte de él, de regresar a buscarla para casarse si ella estaba dispuesta a esperarlo. Lo hizo de un modo muy moderno porque le dijo que sí pero que, entre tanto, ella no tenía compromiso alguno con él. 

Cándida lo esperó cuatro años y, cuando él regresó, se casaron. Corría el año 1928. Después, viajaron a La Habana, donde nacieron sus cinco hijos, la tercera de ellos, Inés María, mi madre, la única niña.

―¿La panadería de Santiago se convirtió en un negocio próspero? 

―Con el tiempo los socios de mi abuelo le vendieron su parte y regresaron a Asturias, así que se quedó él con el negocio. “El León de Oro” se había convertido en lo que en España llamamos una tienda de ultramarinos y en Cuba se llama bodega, o sea, un sitio en el que se vendían además de pan y pasteles, otros productos como vinos, conservas enlatadas, turrones de Alicante y, sobre todo, los famosos embutidos de La Tinetense, que fabricaba un hermano de Cándida llamado Alberto Braña en Tineo y que todavía se cuentan entre los mejores y más conocidos de la Península, al punto que lo llaman “el marisco de cuadra” y con una IGP concedida por la Unión Europea. 

Gracias a la prosperidad del negocio, mi abuelo pudo adquirir propiedades en La Habana, aunque siempre se mantuvo pagando a las monjitas del convento vecino el alquiler del local en donde estaba El León de Oro, y el piso que habitaba la familia en la planta alta del mismo.

―Naciste en La Habana, pero saliste muy pequeña de Cuba. ¿Sabes algo de los últimos años de vida de tus padres en la Isla?

―Cuando comenzó el noviazgo de Inés y Pepe, los padres de mi futura madre estaban de visita en Asturias. Los hermanos de Inés les escribieron entonces anunciándoles que Inés tenía novio y resultó que mis futuros abuelos fueron a conocer a la familia de mi futuro padre a Lugones, aprovechando que estaban en la región. Como no hubo impedimento alguno, Inés y Pepe se casaron en 1958, en la iglesia de María Auxiliadora.

La única de sus hijas que nació en Cuba fui yo, exactamente el 12 de abril de 1959 y, como era de esperar, en la Quinta Covadonga, la clínica del Centro Asturiano en La Habana.

En 1961 mis padres hicieron un viaje a Asturias conmigo para visitar a la familia, las cosas estaban cambiando en Cuba rápidamente y fue un viaje de tanteo, pero regresaron a la Isla. Un hermano de mi madre que estudiaba para sacerdote y se encontraba entonces en Valencia continuando sus estudios de teología interrumpidos por la Revolución, escribió una carta a su madre, Cándida, y otra a alguien del Seminario de La Habana, pero se equivocó al meterlas en los sobres. El caso es que en el Seminario se revisaba la correspondencia que llegaba, y como consecuencia de esta confusión, las autoridades vinieron a buscar a mi abuela al León de Oro pensando que tenía alguna actividad sospechosa y la tuvieron detenida seis meses. Mi abuela padeció enormemente aquel encierro, su salud se deterioró mucho y, cuando salió del piso/cárcel donde había permanecido retenida, decidió viajar a España hasta ver qué rumbo tomaban las cosas.

Mis padres también decidieron dejar Cuba y, conmigo de tres años, viajaron a Asturias en la primavera de 1962. Otro de mis tíos, Santiaguito, que intentó cambiar unos dólares a un cliente en El León de Oro, práctica habitual que el nuevo gobierno había prohibido, también fue arrestado y encerrado en el Castillo del Morro, donde estuvo siete meses preso. Pudo sobrevivir gracias a que era buen contable y lo podían utilizar en el tema de las cuentas. Su esposa estaba embarazada y el hijo que esperaban nació poco después de que él fuera liberado. Cuando salió de la prisión estaba cubierto de canas. Le hicieron un juicio público en el que fue absuelto y, un año después, él y el resto de su familia se fueron de la Isla vía Canadá. Una auténtica odisea. 

Solo quedaban en Cuba mi abuelo Santiago, que no perdía la esperanza de poder recuperar su negocio y uno de sus hijos más jóvenes, que simpatizaba con el nuevo régimen. Mi abuela había tratado de viajar a la Isla, pero siempre faltaba algún permiso.

El abuelo, que llevaba meses enfermo, había decidido operarse en 1965, con idea de viajar a España después para reunirse con la abuela, pero como consecuencia de complicaciones en el postoperatorio, falleció en febrero de 1966. La muerte inesperada de Santiago fue algo terrible para todos, pero más para Cándida, que nunca la superó.

―¿En qué momento y circunstancias tu abuela, padres y tíos deciden abrir Zara, el que se puede considerar el primer restaurante cubano de Madrid aún en pie?

―Las cosas en Asturias, económicamente hablando, no eran fáciles. Fue por eso por lo que mi abuela Cándida, mi tío Santiago y mis padres decidieron probar suerte en Madrid, donde adquirieron el traspaso, en 1964, de una cafetería/freiduría llamada Zara que se encontraba en la calle Infantas 5 y que llevaban unos zaragozanos, razón por la cual el negocio se llamaba así. 

Zara en la década de 1960, calle Infantas (Foto: Cortesía)

El local tenía dos barras y, al principio, solo funcionaba una donde se servían desayunos, aperitivos y copas por la noche. Ellos se dieron cuenta de que sería interesante dar también servicio de comidas y cenas en la otra barra que tenía montada la freiduría, así que la pusieron en marcha. Para ello tuvieron que contratar a un ayudante de cocina y hacer turnos de muchas horas los dos matrimonios. Mi abuela era la que se quedaba en casa con los niños, mi primo, mis hermanas y yo, mientras nuestros padres trabajaban sin descanso.

Aunque mi abuela era la matriarca del clan, la muerte en La Habana de su esposo la había ensombrecido y ya no era la misma persona. Cuando falleció en 1975, un momento crítico en la historia familiar, mis tíos y mis padres, tras largas conversaciones sobre el futuro común, decidieron seguir juntos al frente del Zara y, hacia 1977, convirtieron el negocio en restaurante. Allí trabajaron y prosperaron, hasta que, en 1982, cuando salió electo el PSOE de Felipe González, mi tío empezó a temer que sucediera algo similar a lo que ya había vivido en Cuba y decidió irse a Estados Unidos con su esposa, país en donde ya estudiaba su hijo.

Fue de este modo que mis padres se quedaron al frente de Zara, trabajando muchísimo, pero en una época dorada y de gran florecimiento de los negocios que coincidió con la revalorización del barrio de Chueca, en donde estaba el local, como barrio alternativo y también de moda.

Restaurante Zara en la década de 1960 (Foto: Cortesía)

Zara es un sitio emblemático cubano en Madrid y al que todo el que quiera sentir un pedacito de Cuba libre se acerca. ¿Cómo decides mantener el negocio después del fallecimiento de tus padres?

―Yo había realizado estudios de Filología Germánica en la Universidad Complutense de Madrid. Estuve luego unos meses de prácticas en Alemania, pero aquello no cuajó y regresé a Madrid, donde una amiga y compañera de estudios me propuso montar una librería especializada en literatura infantil y juvenil; la idea me gustó mucho y así creamos Troll, en la calle Martín de los Heros. Estuvimos tres años; la librería nos llevaba mucho tiempo y los resultados no eran los esperados, de modo que di un giro radical a mi vida y empecé a trabajar para el Chase Manhattan Bank, en el Departamento de Comunicación y luego en seguridad informática, donde estuve otros tres años. 

Entre tanto, conocí a mi esposo, Jorge; fue un flechazo y los dos queríamos formar una familia, así que, tras un corto noviazgo, nos casamos en 1987.  Dos años después nació el primero de mis tres hijos; para entonces yo ya había dejado el banco. Cuando el pequeño tenía cuatro años, en 1998, me matriculé en la Escuela de Letras, que estaba en la calle del Factor, una escuela para escritores donde estudié tres años. Después trabajé con niños pequeños en colegios de la Mancomunidad de las Vegas de Madrid, en talleres de Juego Libre Comunicacional, algo muy novedoso que no duró tampoco demasiado por falta de subvenciones al tratarse de centros públicos. 

El restaurante Zara durante el servicio (Foto: Cortesía)

Entonces comenzó la crisis de los años 2007 y 2008 y había que decidir qué se hacía con el restaurante. Mis padres estaban muy cansados, y sin esperanza de continuidad en la familia.

Y así fue como mi esposo Jorge y yo decidimos tomar el relevo y empezamos a trabajar en el restaurante con ellos, aprendiendo los detalles del oficio, la elaboración de los platos y la gerencia, trabajando cada uno en turnos diferentes con mis padres. Fueron años entrañables. También trabajó en Zara mi hermana María, y tuvimos ocasión de conocer una cara muy distinta y bonita de mis padres, felices de tenernos allí con ellos todos los días. Eran personas muy familiares y nos transmitieron ese cariño.

Cuando en 2014 se cumplieron los 50 años del contrato de alquiler, tuvimos que dejar el histórico local de la calle Infantas y buscar otro. Fue así como llegamos al que tenemos hoy en día en la calle Barbieri 8, no lejos del anterior, en el mismo barrio de Chueca.

―¿Has vuelto a Cuba?

―En 2017 le dije a mi hermana María que era inaudito tener un restaurante cubano y no conocer realmente Cuba. Entonces ella me dijo “Vayamos, yo tengo ganas desde hace tiempo”, y ese mismo año viajamos las dos a La Habana. Mis padres, por supuesto, se quedaron muy nerviosos. Los invitamos, pero ellos no se decidían a venir. 

Cuando llegamos al aeropuerto de La Habana a mí me llamaron aparte. Mi hermana había nacido en España y yo en Cuba. Entonces me preguntaron por qué me había ido de Cuba y les respondí que sin haber cumplido los tres años nadie decide irse a ninguna parte, va adonde lo llevan. Les hizo gracia, así que me reuní con mi hermana y nos hospedamos en la casa de unos amigos suyos en El Vedado, frente a la heladería Coppelia.

Me pasé el viaje llorando, fumando y casi sin dormir, recorriendo los lugares relacionados con la historia familiar, así como el Cementerio de Colón, donde está enterrado mi abuelo. En la misma casa de los altos del León de Oro donde habían vivido mi madre, mis abuelos y mis tíos, vivía todavía el primo Pepito, muy viejito y enfermo por entonces, pero se acordaba de mí perfectamente. También alquilamos un coche y recorrimos Pinar del Río, Matanzas, etc. Incluso fui a la Oficina del Registro Civil a buscar una partida de nacimiento y después de una cola de “ampanga”, como se dice en cubano, la funcionaria la encontró y me dio dos copias.

Inés y sus padres (Foto: Cortesía)

―¿Qué impresión te dio el país del que no tenías recuerdo alguno?

―La primera impresión fue un salto en el tiempo, muros con pintadas que sonaban al siglo pasado ―“Patria o Muerte”, “Hasta la victoria siempre”― que me suscitaban preguntas. Casas cerradas, muchos edificios apuntalados y otros en ruinas. Un país de enormes contrastes, la verdad es que no entendía nada. Una luz bellísima, las gaviotas al amanecer en el Malecón, la bondad de la gente… y el desastre generalizado de ese sistema al que parece no importarle la desdicha que se respira, la tristeza de los jóvenes, la escasez de alimentos, la precariedad material e intelectual.

Cuando regresamos, nuestros padres vinieron a esperarnos al aeropuerto de Barajas. Recuerdo que mi padre me abrazó y me miró y no tuvo que decir nada porque en su mirada comprendí lo que quería decirme: ¿Entiendes ahora por qué nos fuimos? “Claro que sí, papá”, pensé en silencio, y he visto también la maravilla que debió de ser la Cuba que conociste.

El restaurante Zara actualmente, en la calle Barbieri
El restaurante Zara actualmente, en la calle Barbieri (Foto: Cortesía)

―Escribiste recientemente un bello libro de memorias familiares de forma casi novelada: La maestra y el pintor. ¿Por qué lo hiciste?

―Mis padres fallecieron con 20 días de diferencia, entre enero y febrero de 2021, durante la pandemia. Fue un golpe muy duro, sobre todo por la situación tan dramática que vivíamos entonces y la manera en que muere, primero mi padre, estando los dos hospitalizados y, poco después ella, en casa.

Ambos, Pepe e Inés, fueron el alma de un local que fue punto de encuentro de cientos de cubanos que llegaron de paso o para quedarse definitivamente en Madrid. Por mucho tiempo solo existieron el Centro Cubano de la calle Claudio Coello y Zara; no había, como ahora, otros restaurantes en los que se pudiera disfrutar de platos y cocteles cubanos.

Por este restaurante han pasado desde Olga Guillot, Gloria Estefan y Cameron Díaz hasta Antonio Machín, quien tuvo un bar cerca de nuestro local de la calle Infantas. Y artistas de la llamada Movida Madrileña como Alaska, Santiago Auserón, Pedro Almodóvar, Antonio Banderas, Rafa Sánchez y una lista interminable. Cuando fallecieron mis padres sentí que tenía un deber de memoria para con ellos y mis ancestros, y como siempre he escrito y me ha interesado la literatura, me lancé a la escritura de este libro cuyo título recuerda que las vocaciones originales de mis padres habían sido la enseñanza, en el caso de ella, y la pintura en el de él, y relata cómo la vida se impuso, la necesidad los obligó a cambiar de rumbo y lo que ellos hicieron con eso. La maestra y el pintor fue publicado por la editorial Suma en 2023.

El León de Oro, el negocio de actualmente (Foto: Cortesía)

―Una pregunta clave, la última: ¿Cuál es el plato preferido de Inés hija y cual es el emblemático del restaurante?

―Mi plato preferido es el picadillo, siempre con plátano maduro frito y un huevo frito también. Ahora bien, el plato estrella del Zara es la ropa vieja y otro de los más pedidos, ese famoso “arroz a la cubana” que de cubano no tiene nada, creo haber escuchado que es un invento de los españoles, quienes, al regresar de Cuba, le añadían al arroz con tomate y huevo frito un platanito frito, típico de aquellas tierras.  

Pero todo esto sin un buen daiquirí es un sacrilegio. Los daiquirís, que comenzó a hacer mi padre, Pepe, los hacemos siempre de limón o con las frutas de estación (como las fresas) o aquellas que son propiamente tropicales como el mango o el plátano.

Y en Zara seguimos fieles a la tradición cubana y con muchas ganas de que nos sigan visitando.

Inés Martínez Llanos y William Navarrete (Foto: Cortesía)

Sigue nuestro canal de WhatsApp. Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de Telegram.

ETIQUETAS:

William Navarrete

CON TU AYUDA SEGUIREMOS REPORTANDO LO QUE OCURRE EN CUBA

APOYA EL PERIODISMO INDEPENDIENTE EN CUBA

NOTICIAS RELACIONADAS