agosto 21, 2024

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Otro verano de fiebres y hambre

Lo más que se escucha en las calles son lamentos: anécdotas de luto o de cómo la gente pasó el dengue o la fiebre de Oropouche sin dinero.
Una postal de La Habana, Cuba
Una postal de La Habana (Foto: CubaNet)

LA HABANA, Cuba. – El dólar bajó un poquito, como que por estos días parece estabilizarse sobre los 300 pesos —después de la desaparición forzosa del efectivo, de una campaña de miedo y publicaciones desde perfiles falsos que pareciera orquestada desde “arriba”, porque hasta un Tras la huella le han dedicado—, pero los precios de los alimentos continúan subiendo mientras que la oferta en los mercadillos cada día es más escasa en tanto la cacería de brujas contra algunas mipymes (se trata de una “guerra selectiva”) continúa frenando las importaciones y cerrando establecimientos.

Pero los que viven de un salario o una pensión, de espaldas a las remesas, no compran allí donde no pueden, aunque sea donde único hay: un huevo que costaba 80 pesos, por estos días cuesta poco más del doble y aun así es un milagro cuando aparece. El pollo se vende por paquetes o cajas que cuestan entre 2.500 y 14.000 pesos. La libra de carne de cerdo supera los 700, y hasta más de 1.000 cuando es importada (siendo la que más abunda). 

Los frijoles, el arroz, el azúcar, las viandas y frutas igual se venden a precios imposibles incluso para los mejores salarios oficiales en la Isla, de modo que es evidente que una mayoría de los cubanos y cubanas está pasando hambre o alimentándose muy mal, y eso sin dudas está repercutiendo en el avance y agravamiento de enfermedades como la fiebre de Oropouche y el dengue, que por estos días ha segado la vida de unos cuantos.

Lo sabemos porque a diario escuchamos que este o aquel murieron, que mengano está grave y que llevaba más de una semana con fiebre; que recogen a los indigentes para llevarlos a lugares en la periferia donde pocos los vemos morir pues no hay para atenderlos, tampoco para alimentarlos y la solución es esconderlos, al menos de la mirada de quienes no quieren ver.

No se dice nada en los medios de prensa del régimen, han vetado el asunto al mismo tiempo que médicos y enfermeras entre los más “obedientes” se rehúsan a diagnosticar el virus “para no causar alarma”, pero lo cierto es que se ocultan las cifras cuando se sabe que la enfermedad se ha colado en todos los barrios, en nuestras casas, y la gente ya no sabe qué hacer entre la falta de comida, los basurales desbordados, los bolsillos vacíos y los “mandados” (alimentos regulados) que continúan sin llegar a las bodegas.

Nada de lo anterior tiene que ver con el dólar bajando. Pero todavía ese cuento les funciona, sobre todo con los mismos tontos que maldicen el “bloqueo” aun cuando la caja de pollo que les dieron por “combativos” dice “Made in USA”. Y quizás también lo diga el carro que importarán cuando regresen de misión, la recarga de ETECSA, los MLC y hasta el paracetamol que resolvieron donde no hay para resolver a los demás porque es “de la reserva” o del que “entró por donativo”. 

El dólar baja, los alimentos suben, las medicinas desaparecen así como se esfuman algunos de nuestros vecinos “vulnerables”.   

“Pasé las fiebres sin ningún medicamento, tomando agua sola, sin nada, porque ni azúcar tenía”, me cuenta Aida, una señora de unos 50 años que, después de más de una semana en cama, salía casi sin fuerzas camino al trabajo para ver si en el comedor de la empresa al menos le regalaban “algo” de comida para terminar el mes. 

Nadie duda en calificar estos tiempos como los peores en más de medio siglo. La mayoría coincide al afirmar que el llamado Período Especial —la hambruna que sobrevino a la caída del comunismo en Europa del Este—, se quedó chiquito frente a lo que se atraviesa ahora, cuando sobrevivir depende exclusivamente de recibir o no una remesa, de emigrar y fingir que las cosas funcionan solo porque los dólares que llegan de afuera, que nadie produce dentro, sostienen esa ilusión.  

“Por primera vez en mi vida tengo hambre, hambre de verdad”, me decía llorando un anciano hace unos días cuando por fin se decidió a salir a tocar las puertas de algunos de nosotros, sus vecinos, en busca de al menos un trozo de pan. Encontró el auxilio en algunos, también se topó con unos cuantos corazones duros, pero igual comprobó que su situación era la de muchos que como él llevaban días sin comer y no lo podían ayudar.

“En el Período Especial al menos había plátanos”, comentan unos. “La col estaba botada en los agros”, recuerdan otros con pesar, y están incluso los que, con vergüenza o sin ella, desde el remordimiento o la desfachatez, se atreven a rememorar aquellos días bestiales de los años 80 en que sobraban los huevos en tal cantidad  (y a un peso la docena) como para lanzarlos contra quienes se iban.

Lo más que se escucha en las calles son lamentos. Anécdotas de cómo pasaron la enfermedad (o el luto) sin dinero, de cómo continuarán la vida hasta que se les escape en las próximas fiebres, o en las de más adelante, y todo el tiempo rezando por que no pase un ciclón a empeorar las cosas. Aunque también he escuchado a los que ponen toda su fe en un vendaval que ponga fin a todo cuanto agoniza. Y en Cuba hoy nada queda en pie, y lo que parece que sí, apenas finge.

ARTÍCULO DE OPINIÓN Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

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Ernesto Pérez Chang

(El Cerro, La Habana, 15 de junio de 1971). Escritor. Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Cursó estudios de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de Santiago de Compostela. Ha publicado las novelas: Tus ojos frente a la nada están (2006) y Alicia bajo su propia sombra (2012). Es autor, además, de los libros de relatos: Últimas fotos de mamá desnuda (2000); Los fantasmas de Sade (2002); Historias de seda (2003); Variaciones para ágrafos (2007), El arte de morir a solas (2011) y Cien cuentos letales (2014). Su obra narrativa ha sido reconocida con los premios: David de Cuento, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 1999; Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba, en dos ocasiones, 1998 y 2008; Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en su primera convocatoria en 2002; Premio Nacional de la Crítica, en 2007; Premio Alejo Carpentier de Cuento 2011, entre otros. Ha trabajado como editor para numerosas instituciones culturales cubanas como la Casa de las Américas (1997-2008), Editorial Arte y Literatura, el Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Música Cubana. Fue Jefe de Redacción de la revista Unión (2008-2011).

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