La escritora Tana Oshima –la llamo escritora porque, aunque la mayoría de sus libros sean vendidos como cómics, lo que yo hago es leerlos; a veces no leo sus libros y me quedo mirándolos; los libros de Tana Oshima sirven también para descansar– significa muchas cosas para mí. A pesar de nuestra amistad a distancia, me ha acompañado y me acompaña en momentos de mi vida tan valiosos como puede ser una profunda, secreta, conversación íntima.
Corre el año 2020, ordenan cuarentena en todas las ciudades. Hay un virus y una pandemia, como en una novela de otro siglo. Hay cadáveres en los hospitales y videos en internet de gente muriendo en la calle. Tana Oshima está en la casa, en un cuarto aparte, separada de los niños y su esposo, tiene fiebre alta, pero todo irá bien. Le dan de comer con cuidado, evitando todo tipo de contacto. Necesita comer y descansar. Necesita bajar la fiebre. Tana Oshima se siente muy mal, no tiene energía, pero todo irá bien.
Su mensaje consolándome a mí por saberla enferma a ella llega como un viento cortante que entumece los labios, la nariz y los ojos. Se congelan las pestañas y el frío penetra. El próximo mensaje será el PDF de uno de sus libros, llamado Cosas que escribí en un rollo de papel higiénico, para que lo envíe a mis amigos cercanos que yo sepa que van a leerlo. No lo entiendo, parece como si estuviera despidiéndose y haciéndome un último pedido, un último regalo. Me pongo tan triste que le mando el PDF a todo el mundo.
Después de ponerse bien, corre el año 2020, Tana Oshima escribe Tratado de geometría (Mrs. Danvers, 2024). Lo escribe en secreto y en silencio, como las mejores conversaciones privadas. Pasan los años, los dibujos, las traducciones, las cajas de sorpresa los domingos y mis encuentros esporádicos con ella, una vez cada dos años, en New York. Nunca más volvió a Miami.
Tratado de geometría empieza así: te escribo a ti porque no existes. La primera novela de Tana Oshima, con nombre de declaración, de juramento, es estéticamente eso. Una declaración jurada de lo que ella persigue. Una poética. Un libro de autor como la última película de Kim Ki-duk, el autor de cine coreano que no sobrevivió a la pandemia (mi primo en La Habana tampoco sobrevivió). Su tratado de geometría tiene una pequeña dedicatoria delante, en minúscula. El libro entero lleno de minúsculas. El libro entero escrito a máquina de escribir. Está escrito realmente a máquina de escribir. Cuando lo tienes en las manos, te da la impresión de escuchar el teclado sobre el rodillo.
Conservo un retrato de Tana Oshima de la época en que estuvo enferma y se puso bien. Ella misma lo hizo y me lo mandó, y he hablado con el editor de la revista para que publique esta reseña con la portada de Tana Oshima convertida en la Super Tana Oshima de mirada desafiante, capa rosada y valentía geométrica, enfrentando a millones de virus cienpieses que se abalanzan sobre ella en el ecosistema de su propia vida.
Cuando era joven, leía a Douglas Coupland y a Kurt Vonnegut Jr. Ellos ilustraban sus novelas a falta de palabras donde estar en paz, jugar o reírse, un lenguaje en apariencia leve. Ahora leo a Tana Oshima, su primera novela, incontenible. La escritura y los sucesos no tienen contención, los paralelogramos son ilimitados. Una mujer-pájaro en un acantilado que escribe para ti porque no existes. Podría traducirse en que la existencia es lo menos importante o en que sería mejor no existir o en que el simple hecho de no existir es suficiente para crear lenguaje, porque la literatura está siempre del otro lado, en la no-existencia, en el acantilado o el cielo, que es el único que no cae.
Tratado de geometría habla sobre existir. Su principio ha sido pautado desde la primera línea y el primer dibujo, que es un rectángulo vacío con una palabra en el centro: RECTANGULO. Me pregunto si mientras lo escribía, su capa rosada flotaba a sus espaldas y se le enganchaba a una rama del sofá o si se quitó la capa para escribirlo. El color amarillo va y viene entre las páginas, compitiendo con el rectángulo y el resto de las figuras. Todo es figura y todo es color. El color amarillo podría ser el personaje principal, si no fuera por las figuras y las incesantes imágenes, más importantes aún que esa mujer-triángulo (¿era triángulo?) que tal vez no existe.
La idea de que durante todo el libro esa mujer que escribe o dibuja no es esa mujer que escribe o dibuja, sino solo una abstracción, lo hace agónico a la vez que divertido. Y precisamente eso, el azar de la existencia o la sobrevivencia, en contraste con imágenes que pueden ser visiones, sensaciones o flashes de luz durante la lectura al entreabrir los ojos, hacen que uno pacte con la voz austera, la voz de un cuerpo que es solo una abstracción, y entienda lo inmediato del vacío, lo inmediato de la palabra nada.
Tana Oshima escribe sobre la nada y sobre el todo. Esa mujer que baila con los pies en el acantilado no tiene país, no tiene institución, no tiene ideología, no tiene poder, no tiene edad. Su movimiento sobre la superficie fluye de manera orgánica hacia lo que ama, hacia lo que la mantiene viva. A través de capas de relieves frondosos, caudalosos, climáticos, urbanos o desérticos, fluye hacia la existencia. Una existencia no razonable, sino intuitiva, por eso puede negarla, una y otra vez, sin que la imagen se borre. Su relación con los otros cuerpos, que aparecen o desaparecen igual que ella, a favor de la necesidad (de la existencia) es abstracta y verdadera.
Había una novela que leí con mis amigos hace veinte años, en Camagüey. Nos sentíamos en éxtasis porque su autora lograba llevarnos hacia ese vacío sensitivo donde nos convertíamos en lo que estábamos leyendo y nos enamorábamos tanto de nosotros que ese amor nos hacía sobrevivir a pesar del calor, la pobreza y la falta de futuro. Era una novela de Margaret Atwood llamada Oryx y Crake, una novela de ciencia ficción, supuestamente. A mí no me gusta la ciencia ficción. Para mí Margaret Atwood hacía otra cosa. Igual que Clarice Lispector, que hace otra cosa. Una escritura que no es lineal. Y he sentido esa misma punzada ahora, mientras leía el Tratado de geometría. He sentido que sobrevivía.
Inventario de geometrías:
- tocar el silencio viscoso, la onomatopeya del vacío;
- hay abundancia y fiebre y una armonía sensual;
- hace tiempo que no aborrezco nada;
- soñé que teníamos otro hijo;
- el interés de la forma triangular está en lo que relacionan sus tres puntos;
- donde las formas no están definidas;
- pero no sé si debo hablar en plural;
- y así es como las cosas recobraron su nombre;
- la luz dibuja pájaros blancos y amarillos sobre el acantilado;
- pienso en mis hijos y pienso en ti;
- el aburrimiento es una fuerza extraña;
- a veces amanece así, como si hubiera caído leche en el cielo;
- la entrega vulnerable del momento-después;
- pájaro;
- de lo pequeño en lo grande y lo grande en lo pequeño
De alguna forma, la alegría de estar leyendo el libro que estaba esperando, de una autora que conocí antes de que la vida social conocida hasta el momento cambiara, sopla sobre mí como un aire acondicionado acabado de limpiar o como un viento conocido de un lugar donde puedo correr sin la obligación de correr. No me explico. Lo sé. He leído una carta de amor de más de doscientas páginas. Leer a Tana Oshima funciona igual que un resorte, cuando te das cuenta, ya has corrido dos kilómetros. ¿Y dónde están los zapatos?




