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Todo Piglia

Uno puede leer novelas importantes como 'La ciudad ausente' o 'Respiración artificial', los ensayos de 'El último lector', las entrevistas y conferencias, pero el Piglia llamado a perdurar es el de los diarios.

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“El genio es la invalidez”, última frase de los diarios de Piglia. “Desde chico repito lo que no entiendo”, la primera. La trilogía de Los diarios de Emilio Renzi era difícil de encontrar en las librerías hasta este otoño, que salió el Compendium de Anagrama. Leer los tres libros como uno solo les devuelve su esencia: “el proyecto de ser un escritor, las condiciones de posibilidad”, y luego la muerte, “una dolencia pasajera”.

¿Qué necesidad hay de leer esas 1 124 páginas, la mayoría titubeantes, todas muy personales, algunas casi en clave? El propio Piglia se dio cuenta, al cabo de una vida dedicada a la literatura, que si algo suyo iba a sobrevivir eran los diarios. Uno puede leer novelas importantes como La ciudad ausente o Respiración artificial, los ensayos de El último lector, las entrevistas y conferencias, pero el Piglia llamado a perdurar es el de los diarios.

Borges sugirió leer los libritos devocionales de Tomás de Kempis como si los hubiera escrito Joyce. A Piglia lo tiene que leer un joven escritor como quien lee a Kempis, con cierta fe y cierta ingenuidad. Es una escuela de la ficción, como Bolaño o en su tiempo Cortázar, o Hugo Pratt si uno se dedica a las historietas. No es lo que fundan, sino lo que aprenden de los grandes maestros y su capacidad para transmitir generosamente esa enseñanza.

Las reglas para leer diarios las conocemos bien. Renzi no es Piglia. Renzi es Piglia retocado. Renzi es Renzi menos Piglia, y a veces al cuadrado. Rara vez Piglia es Piglia en esas libretas de famosa descripción: “327 cuadernos, los cinco primeros son marca Triunfo y el resto de tapa negra que ya no se encuentran y cuyo nombre era Congreso”. Piglia los estuvo pasando en limpio, con ayuda de una secretaria, hasta el final de su vida, un proceso de muerte en cámara lenta que resuelve en la última y más demoledora página de los diarios.

A medida que releía el Compendium, notaba la imprecisión voluntaria de Piglia a la hora de fechar. Prefiere los días de la semana sin numerar, marcar el registro de los años o las estaciones, esquivando cuando puede los números. Los títulos generales son engañosos, porque no definen la época sino un estado interior.

En Los años de formación, por ejemplo, Piglia-Renzi se muestra ya formado. Como Borges, lo ha leído todo, tiene una opinión sobre todo, se limita a pulir una y otra vez sus trabajos y a vivir como escritor incluso sin haber escrito, una fórmula que definirá su relación con el oficio. Los años felices son los de mayor incertidumbre. Un día en la vida –otra fórmula de la literatura popular– es en realidad el último día en su vida recreado en toda una serie, la intuición del final tras la “dolencia pasajera” que los médicos no saben definir.

Sus maestros cambian poco y pueden ser enumerados según la importancia para su aprendizaje: Arlt, Borges, Cortázar –por oposición–, Fitzgerald, Kafka y Hammett. Lee con distancia a Hemingway y Joyce, y está en perpetuo diálogo con la que percibe que es su generación (Viñas, Saer, Puig, Walsh, Auster, Cabrera Infante). Pero si hay un escritor-dios para él, una divinidad a la cual rezar, es Pavese, a quien analiza e imita incluso en su tendencia al suicidio (mero tango, en el caso de Piglia).

Él quería haber ordenado los diarios por series. El lector puede formar él mismo algunas, según sus afinidades. Una de particular interés es la serie de la Máquina de Escribir, dispositivo que transforma la escritura del cuaderno en caracteres impresos, y que él siempre relaciona con la tensión política. Más de una vez teme que la policía allane su apartamento y confisque su máquina y su libro. Los diarios, simples libretas con garabatos, no son un peligro ante la autoridad. En algún momento valora escribir una “estética de la máquina de escribir”, sobre el ritmo del tecleo, que “sostiene y modifica” la narración. El escritor moderno, valora, comienza en Tolstoi, el primero que usó el teclado mecánico.

Al final de su vida, postrado por la esclerosis lateral amiotrófica, escribirá con los ojos en un dispositivo llamado Tobii. “En realidad parece una máquina telépata”, dice en el epílogo de Los casos del comisario Croce, con nostalgia por su Olivetti Lettera 22, su Mac y la escritura a mano, en ese punto ya imposible. (En el documental que le hizo Andrés Di Tella en 2015, Piglia ya no deja que le grabe las manos, temblorosas y al cabo de poco tiempo paralizadas). Los comerciales de los modelos más avanzados de Tobii muestran cómo es el proceso de dirigir el cursor en la pantalla con el movimiento de la pupila. Tuvo que haber sido desesperante para un hombre acostumbrado a escribir grandes cantidades de prosa.

Como documento histórico, los diarios de Piglia tienen valor para comprender dos épocas. La primera tiene mucho que ver con Cuba. Piglia sabía que su generación estaba moldeada por sus alianzas o enemistades con Casa de las Américas. Como casi todos sus amigos escritores, viajó a La Habana y se decepcionó –temprano, como Ibargüengoitia– del sistema cultural que Castro quería imponer al continente. Nunca disimuló, sin embargo, su admiración política y literaria por Guevara, de cuya muerte culpó a la Revolución (sospecha que figura con claridad en los diarios).

Piglia también cuenta como nadie una trayectoria habitual del intelectual latinoamericano: ver surgir, padecer y escapar de una dictadura, y buscarse la vida como emigrado –él nunca se consideró exiliado– en el ambiente académico de Estados Unidos. Acoge ese destino sin resabios. Quiere vivir cómodamente, quiere escribir. Sin pactar con el poder de turno, Latinoamérica nunca le permite esa clase de vida a un escritor.

Atrás, en el tiempo y el espacio, quedarán las pelirrojas fatales, los sicarios, los mítines peronistas, la juventud, los recuerdos. Vivirá tranquilo y se irá desprendiendo de cosas superfluas. En la penúltima página del diario solo posee quinientos libros, “la biblioteca ideal”, y en la última página ya ni siquiera puede utilizarlos. Pierde la movilidad en la mano derecha y luego en la izquierda. Se hace confeccionar una especie de túnica, que le pone una enfermera. Escribe por última vez un lunes. “El papagayo en una jaula”, “Si uno no puede usar su cuerpo, lo que dice no importa”, “El genio es la invalidez”. Muere el 6 de enero de 2017 en Buenos Aires.

XAVIER CARBONELL
XAVIER CARBONELL
Xavier Carbonell (Cuba, 1995). Escritor y periodista. Su novela El fin del juego (Ediciones del Viento) obtuvo en Cuba el Premio Italo Calvino, al cual renunció, y en España el XXV Premio de Novela Ciudad de Salamanca. Es autor de las novelas Náufrago del tiempo (Verbum) y El libro de mis muertos (Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara). El diario 14ymedio publica su columna Naufragios. Furibundo fumador de puros, desde 2021 vive exiliado en Salamanca, donde recompone la biblioteca perdida y colecciona soldados de plomo.

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