fbpx

Roberto Méndez vuelve a contar sobre la historia de Cuba

'Martina querida', la reciente novela de Roberto Méndez, es un llamado a la conciencia de que continúan cometiéndose en Cuba los mismos errores políticos y sociales siglos tras siglos, y en la medida que estos últimos transcurren las consecuencias de tales errores se vuelven cada vez más irreparables y traumáticas.

-

Cuando se ha alcanzado ya más de la mitad en la lectura de la novela Martina querida (Ediciones Sequoia, 2025)escuchamos a la protagonista comentar: “Papá decía que haber vivido era tener cosas que contar”.[1] Si alguien siempre tiene cosas sobre las que contar y poetizar (añado) es el escritor cubano Roberto Méndez Martínez (Camagüey, 1958), una de las voces más sobresalientes de la literatura de la Isla de los últimos treinta años, no solo por la variedad de géneros que cultiva, sino por los méritos indiscutibles que avalan las distinciones nacionales e internacionales obtenidas. Ya desde la década de los ochenta comenzó a dar a conocer su poesía, a la que fue sumando el ensayo, la crítica de arte y la novela. Su rigor investigativo sobre figuras de la historia y la cultura cubanas del siglo XIX se ha hecho constantemente visible tanto en la ensayística (José María Heredia, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Plácido, etcétera) como en la novelística. Cuando algunas de esas personalidades se vuelven personajes de ficción adquieren entonces una corporeidad que le facilita al autor una reflexión subjetiva sobre ellos más permisible que la que el ensayo comprende.

Hace apenas unos meses Méndez vuelve a ahondar en una presencia real pero poco difundida de la literatura cubana de la época señalada, la poeta Martina Pierra de Poo (Camagüey,1833-La Habana,1900) y su vida, novelada por el autor, nos llega de una manera muy singular: mediante cartas que ella se escribe y que las denomina “diario”. A este se refiere con frecuencia, dialoga con él, le explica el porqué de sus ausencias temporales y de una manera u otra con ello se justifica indirectamente el estilo narrativo que ha elegido el autor. Como si se situara frente a un espejo, la protagonista se caracteriza, se enjuicia para efectuar, como ella misma afirma, “algo así como un examen de conciencia” ante las incomprensiones familiares por sus comportamientos y errores cometidos. Pero no son solo los errores y los avatares que a lo largo de sus 67 años Martina pone en solfa, sino también los de una sociedad colonial, los cuales, por su trascendencia, llegan a ser un reflejo absolutamente palpable de la Cuba de hoy. La voz del autor, agazapada tras la de Martina, estremece a cualquier lector que haya vivido o aún vive en Cuba. Los contextos sociales actuales, marcados por la desesperanza, las frustraciones, el miedo, la estampida, no están nada alejados de los de centurias anteriores: “No tiene sentido escribir poesía porque no hay publicación decente para acogerla, ni salón de gente que intente leerla. Los cubanos que no emigran se encierran en sus casas y no confían en nadie. Cualquiera puede ser un delator y echar sobre ellos la furia de los Voluntarios. Hasta los niños son advertidos de que no hablen en sus colegios de las conversaciones de la casa” o “Me ha impresionado ver subir a la embarcación a un grupo de hombres y mujeres jóvenes, muy pobremente vestidos, para hacinarse bajo los toldos de cubierta. Son gente pobre, que ha invertido lo último que tenía para agenciarse billetes rumbo a un sitio donde suponen que serán más felices. […] desembarcarán en un puerto mexicano donde nadie espera su llegada, para intentar seguir con sus vidas. ¿A quién le importa la casa que acá dejaron, o los familiares que lloran su ausencia?”

La emigración, típica no solo de Cuba, sino de una gran parte de los países latinoamericanos subdesarrollados desde hace ya más de dos siglos, no puede ser obviada cuando un texto como Martina querida es un fresco minucioso y bien documentado de los entornos en que se desenvuelve la trama. De tal suerte, hallamos alusiones a otros múltiples sucesos reales, envueltos en las anécdotas y en las que el autor vuelca no solo su sapiencia sino también valoraciones que al ser puestas en boca de Martina le ceden al lector el último juicio sobre la aristocracia de la época, sus gobernantes, los considerados patriotas, las artes y las figuras representativas, ya sea de la literatura como de las luchas por la independencia. Salvador Cisneros Betancourt, Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Amalia Simoni, Luisa Pérez de Zambrana, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Esteban y Juana Borrero, Julián del Casal, José María Heredia, José Martí… de una manera u otra desfilan por los escenarios donde transcurre la vida de Martina, o son evocados por ella según las circunstancias en que ocurre su devenir.

El punto de vista de la voz femenina es absolutamente convincente, incluso en aquellos fragmentos en que se hace explícito el propósito del autor de filosofar sobre la existencia. Martina no es solo poeta y patriota sino una mujer adelantada en la época por sus criterios acerca de la discriminación de la mujer, por la defensa de sus derechos y toma de decisiones. Posee una fuerza interior casi temeraria ante las injusticias y a lo largo de sus “cartas” expresa valoraciones como estas: “Pobre tía, otra mujer víctima, destinada a recibir desprecios y reproches, porque se supone que las mujeres todo lo hacemos mal, solo ellos tienen el derecho a ser próceres” o “Pudimos haber nacido sin cabeza, porque solo se requiere que tengamos vientres para parir y manos para servir a otros, lo demás molesta”[2] o “en este país hacen falta dos guerras, una para arrojar a los enemigos iberos y otra, más difícil, para terminar con la esclavitud de las mujeres”.[3]

La bien documentada investigación que hasta el presente siempre ha realizado Méndez para sus ensayos, no creo que le permitiría ignorar o tergiversar hechos relevantes y comprobables de la biografía de la poeta cubana Martina Poo, así como tampoco de la etapa histórica en que vivió. Justo en cómo se articula todo en la ficción que teje el autor es que se halla uno de los mayores aciertos de su última novela publicada. Al margen de evidentes animadversiones sobre la calidad de la obra o comportamientos sociales de escritores y patriotas, reflejos de indudables juicios y preferencias personales, la lectura de lo que acontece narrado por Martina no solo convence, sino que nos llega en un lenguaje cautivador. Y es que Roberto Méndez Martínez se mueve en un admirable y amplio diapasón lingüístico al combinar, sin que una línea divisoria se evidencie, cultismos, refranes del habla popular, adjetivos de la época… lo cual propicia no solo fluidez en la lectura sino hasta el disfrute del humor por las frecuentes rupturas del sistema. Un par de ejemplos como estos lo confirman. Luego de una descripción detallada acerca de la velada ofrecida por el Liceo de La Habana a la poeta Gertrudis Gómez de Avellaneda, en 1860, la protagonista da paso en su narración a un comentario del hermano de Lola (su mejor amiga) sobre ciertas figuras presentes en la ceremonia, no sin antes calificarlo de enterado, nada prudente y “con tono chusco”: “Doña Elena Martín de Medina, natural de Ceiba Mocha por más señas, hizo fortuna al casarse con un millonario vejestorio alemán que llevaba el estrafalario apellido de Van der Putter y que le dejó villas y castillos; ahora es ella la que corta el bacalao en casa de Don José María Martínez de Campos en espera de encerrarlo pronto en el Cementerio Espada para ir a por más”.[4]

Unas líneas después Martina comenta ante lo extensa y ceremoniosa velada: “La mismísima Tula cambió de pose más de una vez y hasta pareció suspirar profundo, fastidiada por tanto perifollo lírico”.[5] A su vez, de uno de los primeros pasajes en que aparece Ignacio Agramonte como personaje no evocado, sino en plena acción romántica al conocer a Amalia, leemos: “No me gusta ser murmuradora, pero el entusiasta Ignacio ha mirado con ojos de carnero degollado toda la noche a la cantante lírica y al parecer ella se ha entusiasmado, hasta el punto de permitirse ambos un aparte en el balcón que da a la casi desierta calle de Oficios.[6]

A otros muchos personajes legendarios e icónicos de la historia y la literatura cubanas Martina los observa, comenta de ellos con lenguaje coloquial y hasta los juzga con severidad. Son la obra y compostura social de la poetisa cubana Luisa Pérez de Zambrana (mencionada por lo general como Luisita o la Luisita), por ejemplo, dignas de mofa constante por la protagonista, lo cual llega al lector con tal gracia e ira mesuradas que casi promueve a indagar cuán de cierto o de ficción hay en los juicios esgrimidos (quizás es justo lo que el autor se propone). Cito solo un par de ellos: “declama con una vocecita que me pareció fingida, como de escolar aplicada o niña contrita en el confesionario que me distraía del texto. Tiene algo que no es espontáneo, sino muy estudiado en su conducta, propio de alguien que quiere estar a tono a toda costa y no dice lo que piensa y siente, sino lo que conviene en cada ocasión”[7] o “No hablemos de Luisita, que parece vivir en el temor de disgustarse con los habitantes de Palacio y no escucha los ecos de su propia tierra natal. Nada quiso saber de laborantes, ni de auxilio a los que sí combaten por su patria. Es una vergüenza”.[8]

Entre la realidad y la ficción pueden tejerse múltiples bordados, y la perdurabilidad de estos dependerá, talento mediante del autor, de cuánta emoción y trascendencia sobre la historia narrada permanezca en nuestra memoria luego de haber arribado a las últimas páginas. Las de Martina querida las constituyenuna supuesta carta enviada por una de las hijas de la protagonista, luego de su muerte, a la poeta cubana Dulce María Loynaz, en aras de solicitar la posible publicación del “Diario”. La misiva funciona al mismo tiempo tanto como cierre de tramas inconclusas que como consolidación del elemento lúdico que, a fin de cuentas, ha sostenido todo el engranaje de ficción y realidad. En uno de sus párrafos la supuesta escribiente afirma acerca de los manuscritos de su madre: “Sé que no es una obra literaria de gran valor, pero ilustra el pensamiento de una mujer nada común, que vivió sucesos históricos importantes a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo y conoció a figuras de la política, la literatura y las artes. Seguramente algunos historiadores puedan emplear su relato para aclarar ciertos sucesos de otro tiempo”.[9]

Martina querida es eso y muchísimo más. Como al inicio referí, es también un llamado a la conciencia de que continúan cometiéndose los mismos errores políticos y sociales siglos tras siglos, y en la medida que estos últimos transcurren las consecuencias de tales errores se vuelven cada vez más irreparables y traumáticas. El autor de esta novela nos transmite con una alta calidad literaria esas y otras tantas verdades asoladoras pero, al mismo tiempo, como Martina exclama a propósito de un viaje a la campiña, que “Existe una Cuba, amable y valiosa, lejos de las inhóspitas calles de La Habana intramuros”.[10] Sin dudas, escritores de la talla de Roberto Méndez Martínez aún la salvan y destacan con sus obras.


Notas:

[1] Roberto Méndez Martínez: Martina querida. Ediciones Sequoia, Los Ángeles, 2025, p. 338. Todas las citas que aparecerán a continuación pertenecen a esta edición y se consignan las páginas correspondientes.

[2] Ibídem, p. 69.

[3] Ibídem, p. 257.

[4] Ibídem, p. 127 (los subrayados son míos).

[5] Ibídem, p.128.

[6] Ibídem, p. 238.

[7] Ibídem, p. 108.

[8] Ibídem, p. 319.

[9] Ibídem, p. 510.

[10] Ibídem, p. 443.

VITALINA ALFONSO
VITALINA ALFONSO
Vitalina Alfonso Torres (La Habana, 1960). Ensayista y editora.  Graduada de Filología por la Universidad de La Habana. Desde 1985 ha mantenido una sostenida labor como editora y tiene en su haber más de cien libros editados de distintos géneros literarios. Ha impartido conferencias y participado en numerosos congresos y ferias del libro en diversos países. Colaboraciones suyas han aparecido en publicaciones como Anales del CaribeCasa de las AméricasLetras CubanasLa Gaceta de CubaUnión, entre otras. Es, entre otros, autora de los volúmenes de ensayos Páginas recobradas (2014) y Un país para narrar (2015), así como del volumen de entrevistas Ellas hablan de la Isla (2002).

Leer más

Diez poemas de Martha Ronk

La poeta norteamericana Martha Ronk (1940) es una voz singular y esencial cuya obra explora los frágiles límites entre la memoria, la percepción y la realidad.

Gabriel Boric y la inocencia del poder. Palabras al cierre

El gobierno de Gabriel Boric termina sus cuatro años en La Moneda y se va para la casa en la irrelevancia de un legado político que deja un amargo balance en las filas del progresismo.

Saturación, corazón. Sobre la última muestra de Drama antes de irse de Cuba

Para Drama, ¿qué es el arte? Ella pinta porque quiere. Porque le sale de booooooooo. “Para pasar el ciclón”.

Contenidos relacionados

Deja un comentario

Escriba su comentario...
Por favor, introduzca su nombre aquí