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Aguantar las ganas de ir

Un fragmento de la novela 'Puro flash', publicada este 2025 en Barcelona por la editorial dosmanos.

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El 29 de agosto de 2023 escribí en el aire las primeras treinta páginas de una fotonovela.

El número del vuelo era 2W 1505.

La SIM saltó de mis manos. Supe que no la perdería porque mi perseverancia y obstinación no serían sometidas por mi torpeza. Casi arranco el asiento 2l. Despegué unos cables y derramé un vaso de agua sobre mi mochila, soy capaz de empeorarlo todo aún más ante la mirada atónita del otro. Conseguí que el público estuviera al tanto de la pérdida por esas contorsiones rarísimas que hacía en el suelo. Me resignaba unos minutos, fingía que elegía una película y luego reiniciaba la búsqueda con ese perturbado afán.

La SIM apareció, respiré aliviada.

La aerolínea se nombra World2fly. Casi todos los pasajeros eran cubanos con dos maletas de 23 kg llenas de comida para sus familiares en Cuba. Casi toda la tripulación estaba aburrida. Me llamó la atención que durante el despegue insistieran más en no ingerir excesivamente alcohol y no fumar en los baños, que en dónde encontrar los chalecos y las puertas de emergencia en caso de accidente aéreo.

Lo mismo duró el flash en el espejo que la fotonovela.

Ahora no quedan evidencias, en el momento en el que escribo esta excusa, más allá de la serie de fotografías que la inspiró y que atesoraré de por vida, no tengo pruebas de que empecé a escribir esta fotonovela ese 29 de agosto de 2023.

No sería la primera vez que se esfuman mis archivos más preciados. A veces ha sido mi culpa, suelo meter mal el dedo, dar click en las ventanas incorrectas y mandarlo todo al vacío. A veces ha sido la venganza atroz de un informático bruto y descuidado con un sentimiento despreciable hacia mí, sé que he tenido que caerle mal, porque, de lo contrario, no se hubiera atrevido a borrar lo escrito e investigado durante cinco años por una universitaria ejemplar. A veces ha sido el disco duro; han sido el ladrón, la humedad de una isla, los cambios de voltaje, la pereza y el mal de ojo. No sé, siempre que lo he necesitado me he inventado culpables para los títulos que no recuperaré.

Más tarde que temprano me adapté a perder lo valioso.

He llegado a justificar las desapariciones con el pretexto de que fueron una invención, un sueño, algo irreal. Entendí la mortalidad abruptamente.

Las fotografías tomadas en los baños, instantáneas impresas, físicas, palpables, muy reales, deben ser lo único especial. Lo inútil es contar todo esto sin tener papel higiénico. Escribo aguantando las ganas de mear porque es más importante lamentar la pérdida de aquel manuscrito en el aire, y porque necesito purgar el enojo con otras palabras, palabras nuevas, palabras que velaré si pulso “save”.

No estoy enojada ni pretendo ser grosera, estoy decepcionada y he entrenado mi vejiga para momentos así, de máxima desilusión.

El fantasma de lo escrito permanecerá como una nube espléndida e irrepetible, suspendido durante el vuelo de regreso a La Habana o en aquellos espejos de los lavabos visitados, quedará en el subconsciente rondando, como un espía o un primo muerto. Es comparable al personaje oculto en un cuadro de Munch que se exhibe en el Thyssen. Tal vez se fueron al fin del mundo, ese que se encuentra al presionar con violencia el botón de descarga en el avión. No hay ruido más del fin del mundo que ese, revive en mí la altisonante presión al descargar en el tren Habana-Guantánamo que tomé con ocho años junto a mi abuela. Ante un hoyo que chupa con demasiada urgencia, sabes que te chuparía con él para juzgarte ante un dios que desconoces. En ese tren que se detuvo veinticuatro horas por una avería decidí que dios vivía en el inodoro.

La memoria devuelve palabras atravesadas que ya no podré rescatar, palabras que reverberan ansiosas en una libreta plagada de apuntes sobre un libro que ya no está: ¿Qué hacemos en el retrete? love /hates. Los mitos del urinario. La soledad del bañador. Las divas en la tina.

La memoria nunca se extravía del todo, siempre tiene goteras. Esos acordes no me dicen nada, probablemente, deberían.

Supongo que por eso escribo, para retomar el viaje hacia la desaparición, para vencer al accidente tecnológico, para salir victoriosa en eso de esquivar a la muerte de un manuscrito.

Lo único que soy capaz de reproducir con precisión es el título, probablemente porque le hice una foto para mostrársela a alguien que amo: “I love Flash and Flash hates me”. Esta mañana se lo he compartido en un mensaje, solo el texto, no la foto, me ha respondido: “Sí”, a la pregunta entusiasta: “¿Te gusta?”. Sé que no debe haberle convencido mucho, de lo contrario, añadiría alguna frase inteligente a la escueta afirmación.

Recuerdo un pasaje escrito en tercera persona dedicado a nuestro amor: “Sí”. No hablé de los baños compartidos, solo de nosotros, aferrándome a la necesidad de saberle mío, Martica, el personaje, en totalidad: “Sí”. Suena a propaganda, pero como el cine, el arte, o las azafatas, una suele hacer declaraciones propagandísticas sin saberlo.

Confieso que no escribo para su aprobación ni la de nadie. En el fondo, tampoco escribo para mí, y si fuera totalmente sincera, diría que ahora escribo sin la angustia de perder unas páginas, sobre todo, porque hace poco murió mi primo de veintitrés años, y nunca se leyó algo que no fuera lo que publico en Instagram o Facebook. Tampoco es que necesitara leerme, y tampoco necesito escribirle desde que no está.

Es injusto que haya muerto, es demasiado injusto y absurdo.

Pensé en un libro para él, pero sin él.

Las pérdidas son tan relativas y tan tercas, tan incomprensibles. Tienen su propio orden, sus leyes, sus enigmas, sus noches azules, diría Joan Didion. Azul como un autorretrato de Nan Goldin: Blue Bathroom Selfportrait, 1980.

A mí me gustaría ser una esfinge, conocer acertijos imposibles, castigar y condenar por puro capricho a todo aquel incapaz de responder. A veces sé que eso es lo único que desearía, aunque los apuntadores y cronistas no sabrían decir si me suicidé o si Edipo me clavó un cuchillo. A veces sé cuál es mi lugar en una isla y a veces no lo sé.

Cuando a la madre de mi primo le dicen: “Pon de tu parte”, si estoy cerca, lo que ansío es restregar la frase en el aire hasta disolverla, incendiarla como en un acto circense, condenar a la boca que la expulsa, reducir ese sonido a la miseria consolatoria que representa una expresión trillada y vacía, le condenaría a un penar eterno por tanta inutilidad babosa. Mi pensamiento practica una crueldad que me avergüenza. Cierta ira fermenta con el miedo. Desde esa ira escribí en mi asiento 2l del 2W 1505. Me enmascaraba un poco en el amor, sin embargo, la ira es inolvidable.

Pongo de mi parte, de esa parte sensata e inagotable. Parte que aún me hace sentarme a escribir o buscar una SIM o aguantar las ganas de mear. No importa de dónde nace el impulso, me obligo a no desistir, aunque en todo esto haya una violenta contradicción. ¿Qué parte de mí será la imbatible, la sensata e inagotable, la más frágil?

Entro al baño, público, privado, sucio, aromatizado con jazmín barato, perfumado con orines y heces.

Entro al baño para ser influencer e infantil.

Entro al baño para cerciorarme de que estoy sola.

Entro al baño en una casa sin baño y sin espejos.

Entro al baño y tomo esta selfi desnuda. No hay nada original en esta parte de la historia. Arrebatada, entro al baño y pierdo todas mis partes en ese reflejo narcisista que no devuelve nada, o sí, devuelve un agujero rotundo causado por el flash. En un arrebato aletargado, simplón, repito el gesto. Me pregunto, qué parte de mí se queda en esas fotos, en el aire, en la muerte de un ser querido, qué parte de mí intento retener en estas frases, en estas obras, en estos amores perdidos, qué parte de mí se va por el retrete y se me queda mirando decepcionada desde algún fin del mundo o paraíso al que no tengo acceso.

Entro al baño y escribo.

Nunca antes había estado tan segura de que la totalidad es perderlo todo muchas veces.

A mi primo.

A mi primo.

A mi primo.

puro flash | Rialta

* Este fragmento pertenece a la novela Puro flash, publicada este 2025 en Barcelona por la editorial dosmanos.

MARTHA LUISA HERNÁNDEZ CADENAS
MARTHA LUISA HERNÁNDEZ CADENAS
Martha Luisa Hernández Cadenas, Martica Minipunto (Guantánamo, Cuba, 1991). Teatróloga, poeta y performer. Coordinadora del Laboratorio Escénico de Experimentación Social (LEES). Entre su obra reciente se encuentran los performances Nueve (2017) y Extintos, aquí no vuelan mariposas (2018); las intervenciones La última ópera china (2018) y Las fundadoras (2019). Fundadora de la editorial independiente ediciones sinsentido. Ha publicado el poemario Días de hormigas (Premio David de Poesía 2017, Ediciones Unión, 2018). Ganadora del Premio de ensayo La Selva Oscura por su investigación Notas de un simulador. La crítica teatral de Calvert Casey (1960-1965) y del Premio de Teatrología Rine Leal por su libro ESTA OBRA HABLA DE TI Y DE MI. Ensayos para (des)a(r)mar la experimentación escénica en Cuba (2012-2018).

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