fbpx

Estupidez y mesianismo: una novela de Lars Iyer

En 'Spurious', de Lars Iyer, dos abotargados tratan de descubrir, como quería Benjamin, los aspectos cómicos de la teología judía para llegar a la clave de Kafka... y todo lo demás.

-

Walter Benjamin, en carta a Gershom Scholem, escribe: “Sea como fuere, imagino que quien consiguiera descubrir los aspectos cómicos de la teología judía tendría en su poder la clave de Kafka. ¿Ha existido este hombre? ¿Oserías tú lo suficientemente hábil como para ser ese hombre?” La extraña, profundamente enigmática intuición[1] del gran crítico literario, pensador y criptocabalista alemán ha obsesionado durante décadas a innúmeros intelectos de primer orden: ¿Qué significa exactamente?: ¿Kafka como humorista?; ¿Es siquiera concebible la existencia de elementos cómicos en el casi infinito corpus teológico del judaísmo rabínico? Semejante perplejidad resulta comprensible: no son precisamente (al menos a simple vista) ideas que podamos asociar con las sombrías parábolas del narrador checo, y mucho menos con la gran tradición talmúdica de adustos, minuciosos, demencialmente complejos comentarios a la Torá. Sin embargo, la dificultad del fragmento no ha conseguido disuadir (más bien, todo lo contrario) a decenas –acaso cientos– de consumados exégetas que prosiguen su labor hermenéutica con admirable terquedad… e irrisorios resultados: ningún filósofo o teórico ha conseguido, según creo, ofrecer una explicación más o menos satisfactoria del apotegma de Benjamin. ¿Acaso es tan abstruso que desafía cualquier glosa? No lo creo: sospecho más bien que, probablemente, el enfoque desplegado por la teoría literaria, la filosofía y aun la teología no resulta el más adecuado en esta instancia: solo la literatura misma puede, acaso, responder con eficacia a semejante desafío, siempre que el autor recuerde la capital distinción establecida por Henry James[2] entre decir y mostrar.[3] Nadie lo ha hecho mejor que Lars Iyer en su excéntrica, magistral narración Espurious (traducido al español como Magma y publicado por Pálido Fuego).

Se trata de una novela cómica –o, si lo prefieren, satírica– inscrita en la gran tradición de Thomas Bernhard, el último Céline (De un castillo a Otro, Norte, Rigodón) y, por encima de todo, Samuel Beckett:[4] vale decir, no el humor superficial de cierta narrativa inglesa[5] sino la risa sin alegría, corrosiva, nihilista y absolutamente desesperada que informa casi todos los textos de esos ilustres misántropos. En efecto, el libro de Iyer está dominado por dos de los personajes más originales, pesimistas e hilarantes de la literatura europea contemporánea: en un extremo está W, un atormentado profesor universitario obsesionado con Kafka, la tradición mesiánica judía,[6] el fracaso, Kierkegaard y el cine de Béla Tarr; en el otro se encuentra Lars:[7] narrador de la novela, hindú, aspirante a filósofo, desempleado crónico, gordo, afable y autor de un libro que su amigo critica incesantemente: ambos pobres, alcohólicos, eruditos, angustiados y excéntricos: dos intelectuales atrincherados en sus oscuros, húmedos, apenas habitables[8] apartamentos en el norte de Inglaterra con un solo pensamiento que han desarrollado hasta sus últimas, irrespirables conclusiones: Europa –y acaso toda la así llamada civilización occidental– está punto de hundirse en el más profundo de los abismos: no tienen la menor idea de qué significa exactamente eso y lo reconocen pero, como es natural, un pequeño detalle como ese no va a impedirles especular interminablemente sobre el asunto. Así, no resulta exagerado decir que casi toda la novela está compuesta exclusivamente por los densos, desopilantes diálogos entre los dos grandes fracasados… con especial énfasis en el mesianismo judío[9], la vida de Kafka y el incesante escarnio que W –incomparable maestro del arte de injuriar– despliega contra su mejor (léase: único) amigo: “¿Cuándo supiste que no llegarías a nada Lars?; ¿Cuándo comprendiste que nunca serías más que un idiota, un simio que simula pensar?… y al principio parecías tan inteligente, pero después leímos tu obra: ¿cómo alguien puede ser tan estúpido? Kafka era incapaz de escribir una oración que no fuese perfecta. Wittgenstein sufrió por el pensamiento. Pero tú, Lars, ¡tú eres el antiKafka, el antiWittgenstein, el mayor fraude filosófico en la historia inglesa, un gordo tartamudo que aniquila el pensamiento!, dice W: mi obesidad lo impresiona, también mi gula… pero sobre todo mi estupidez”.[10]

Bueno, sospecho que eso no era lo que Cicerón[11] tenía en mente cuando compuso su De la amistad: ¿Qué sucede aquí? ¿Acaso W es un sádico que atormenta a su amigo para entretenerse? En absoluto pues, pese a todo, admira numerosos rasgos de Lars y reserva su mayor desprecio para sí mismo:[12] es un malogrado por excelencia (en el sentido que Bernhard confirió al término) y, sin la menor duda, Kafka fue su Glenn Gould.[13] Resulta evidente que, junto al mesianismo judío, el otro gran tema es la estupidez…, pero no la que puede encontrarse en cualquier parte sino una variedad muy especial: la Bétisse[14]que obsesionó a Flaubert en su correspondencia hasta el paradójico extremo de adquirir una inesperada dimensión metafísica: en este sentido, no sería inexacto considerar Espurious (entre otras cosas) como una reescritura de Bouvard y Pécuchet para el siglo XXI: en el texto del francés dos imbéciles de campeonato que ignoran serlo aspiran a dominar todo el conocimiento existente y, abrumados por la vastedad de la empresa terminan –¡qué sorpresa!– reducidos a copistas de todo el material impreso que puedan encontrar;[15] en la novela de Iyer, por el contrario, W y Lars tienen la más aguda conciencia imaginable de sus límites y lo proclaman incesantemente: “nuestra idiotez posee una pureza muy poco común, en eso estamos de acuerdo. Somos idiotas, tan idiotas que ni siquiera podemos concebir la profundidad de nuestra estupidez. Somos místicos de la idiotez, hay algo cósmico y casi majestuoso en nuestra ignorancia”. Ahora bien, precisamente en ese punto se articula el extraño vínculo entre los dos grandes temas de la novela:[16]: estupidez y mesianismo judío: en efecto, para los protagonistas no basta con reconocer su propia idiotez sino también la de todo el Reino Unido, Europa Continental, Estados Unidos, Canadá, Australia y, aun el Universo mismo[17] (¿por qué habrían de limitarse, después de todo, al tercer planeta del sistema solar?).

Y, como tantas veces sucede cuando se quiere ver un significado contra toda evidencia, la teología emerge triunfalmente para justificar el desaforado tenor de su pensamiento: “Y todavía preguntas por qué leo a Rosenzweig: ¡el tipo lo entendió todo, Lars!… ¡mira a esos alemanes nauseabundos atiborrándose de cerveza y salchichas!, ¡observa a los simios que pasan por académicos en Inglaterra!, ¡mírate en un espejo, Lars!: el mundo se ha moldeado a tu imagen y semejanza: Inglaterra y Europa, Europa e Inglaterra: gordos idiotas atragantándose con cerveza y salchichas, publicando estupideces que llaman filosofía ¡Tú mismo eres un signo del fin de los tiempos, Lars!: el Mesías se acerca, sólo él puede salvarnos. Pero tú eres ateo, W, le digo. ¡Eso no invalida mi pensamiento!, exclama W. Da igual lo que yo crea o deje de creer: es más, que yo no crea en Dios puede ser un magnífico argumento a favor de su existencia”. Frase notable que recuerda las abisales paradojas de Flannery O’Connor[18] y marca el comienzo de los más delirantes monólogos pronunciados por W, supremo y gárrulo virtuoso del fracaso: hasta ese momento sus intereses eran relativamente amplios (es un decir); ahora su obsesión con los signos escatológicos y la llegada del Mesías prolifera y alcanza una intensidad maníaca que mucho recuerda la prosa absoluta de László Krasznahorkai: W se emborracha en Alemania, predice la llegada del Mesías “cuando ya nadie lo necesite” y vomita copiosamente sin dejar de proferir insultos contra todos los filósofos alemanes que han existido, existen y existirán; W lee decenas de libros en alemán sobre Dios y matemáticas avanzadas sin entender el noventa por ciento de lo que escruta (su alemán es pobre, sus conocimientos matemáticos inexistentes) y proclama, pese a todo, haber realizado grandes descubrimientos; W escarnece por enésima vez a Lars y sospecha que tal vez su amigo es responsable por el retraso del Mesías.[19] Inútil continuar esta enumeración: lo esencial es cómo, mediante el minucioso despliegue de ciertos procedimientos,[20] la teología judía se vuelve absolutamente irrisoria en este extraordinario relato, quizás la mejor continuación imaginable del grandioso programa cómico-filosófico iniciado por el atrabiliario austríaco que escribió Maestros antiguos.


Notas:

[1] Apenas una entre tantas sorprendentes observaciones que inundan su espléndida correspondencia con Scholem.

[2] “El gran maestro de la investigación sobre las posibilidades formales de la ficción narrativa” (Frank Kermode).

[3] Que se refiere, naturalmente, a la utilización de los procedimientos narrativos y nada tiene que ver con ciertas consideraciones de Wittgenstein en las páginas finales del Tractatus.

[4] Las obras de teatro, naturalmente, pero también relatos como Watt o Mercier y Camier.

[5] El tan celebrado –y vastamente sobreestimado– wit de Evelyn Waugh, Kingsley Amis, el insufrible, abisalmente banal P. G. Woodhouse y tantos otros.

[6] En particular el muy influyente, casi mítico, tratado teológico-filosófico La estrella de la redención, escrito por el malogrado –murió a los 43 años– elusivo y fascinante Franz Rosenzweig: una especie de Max Stirner judío que impresionó profundamente a Gershom Scholem.

[7] Sí, se llama igual que el autor de la novela, pero eso no significa nada: como máximo es sólo otra instancia del así llamado self-deprecating humour británico: el tipo se burla de sí mismo.

[8] El de Lars está infestado de ratas y no carece de goteras.

[9] W apenas piensa en otra cosa y trata –con previsibles resultados– de aprender matemáticas avanzadas para determinar cuándo llegará el Mesías: “¡No tiene nada que ver con la mística!, exclama W, ¡podría resolverlo todo si aprendiese cálculo infinitesimal!”.

[10] Estos son meramente algunos de los más “caritativos insultos” ideados por W.

[11] Por lo demás, W no toma en serio a los filósofos romanos: “Impostores todos, imitadores sin talento, Lars: ¡Hay que leer a los griegos! ¡Leerlos en el original!, dice W. Pero en realidad tú no sabes griego clásico, le replico. ¡No es cierto!, se exalta W: ¡Puedo leer a Platón con un buen diccionario!”.

[12] Cuando se lee lo que piensa sobre su propia estupidez y falta de talento todo lo dicho sobre Lars parece casi inofensivo: en el difícil arte de la autodestrucción (verbal, aunque físicamente no le va mucho mejor) W ha alcanzado auténticas cumbres.

[13] “Kafka me arruinó, Lars: cuando era joven y todavía pensaba que llegaría a ser algo tuve la mala suerte de leer El Castillo: ¿cómo alguien puede escribir así? Durante mucho tiempo quise ser Kafka, pero ahora comprendo que sólo me he convertido en Max Brod”.

[14] Término francés esencialmente intraducible: en una de sus cartas el gran novelista llega a sostener que “las obras maestras son estúpidas; tienen un aspecto tranquilo, como las producciones mismas de la naturaleza, como los grandes animales y las montañas”: palabras cuyo significado me elude pero que ciertamente confieren al concepto –al menos en la poética de Flaubert– una complejidad muy a superior a traducciones como “idiotez” o “imbecilidad”.

[15] “¿Qué haremos con todo esto? ¡No hay nada que pensar! ¡Copiemos!”.

[16] Que W dice haber descubierto: “¡Esa es la clave de todo, Lars… y solo un fracasado como yo podía comprenderlo!: es el único pensamiento original que he tenido en mi vida”.

[17] Sólo escapan algunos escritores, filósofos y artistas: Kafka –naturalmente–, Kierkegaard, Wittgenstein, Beckett, Blanchot, Lévinas, Béla Tarr.

[18] Pienso, ante todo, en el gran relato The Lame Shall Enter First.

[19] “¡Tu estupidez impide su llegada!… ¡Eres el antimesías, Lars, un gordo estúpido y alcoholizado, un fracasado orgulloso de serlo!”

[20] Repetición obsesiva de frases, ingeniosos insultos, interminables invectivas y, por encima de todo, el grotesco esplendor del monólogo pronunciado por un idiota, “lleno de ruido y furia, que nada significa”.

UBALDO LEÓN BARRETO
UBALDO LEÓN BARRETO
Ubaldo León Barreto (San Antonio de los Baños, 1981). Licenciado en Letras por la Universidad de La Habana.

Leer más

Paulo Antonio Paranagua: un toque para reconfigurar el cine cubano

El crítico brasileño conversa sobre la legendaria muestra con más de 170 películas cubanas que, entre enero y abril de 1990, curó para el Centro Georges Pompidou de París.

Jorge Bolet: pianista luminoso

El intérprete cubano Jorge Bolet logró un estilo único y reconocible. Su obra tenía un sonido aterciopelado, pero con cuerpo y un manejo excepcional de tempos y dinámicas.

‘La flor de prángana’: Molina de 5 a 7

Rodada con un iPhone 16 Pro Max, 'La flor de prángana' es un clon que asimila de lleno las angustias y vivencias de Molina.

Contenidos relacionados

1 comentario

  1. Macbeth, específicamente del acto V, escena V. En su versión completa, Macbeth dice:
    “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido”. W y Lars saben, ríen…
    Bloom felicitaría a Ubaldo por su sagaz reseña. Yo también, mutatis mutandi, porque casi todo termina en Shakespeare.

Deja un comentario

Escriba su comentario...
Por favor, introduzca su nombre aquí