Poets are the unacknowledged legislators of the world.
Percy B. Shelley
Alguien dirá que alucino, y es verdad. Pero lo hago con la misma convicción con que he firmado cartas, secundado declaraciones, solicitado liberaciones, condenado detenciones. Así que acepto mi delirio, porque hay algo terapéutico en él. Alimento fantasías de retorno; recito para mí palabras de revolución que nadie escucha. Conspiro conmigo mismo, planeo invasiones alucinatorias.
Salir de algún lugar como quien sale de Tuxpan. Y llegar como quien llega a Niquero. No sé si en un yate. Llegar más bien en balsas, una flotilla de cámaras; algún triangulo con vela, tablas de windsurf, un camión flotante, varios almendrones submarinos, un económico parapente.
Arribar así, en uno de esos vehículos de bajo presupuesto. Bicicletas aladas con un motorcillo de riquimbili. No por burlar tecnologías de vigilancia de primera gama, sino para mostrar nuestra precaria existencia. Llegar en regreso siniestro. Pero llegar sin armas. Versiones preliminares de este plan, impulsivas, incluían algo de vituallas y proyectiles. Esta no. Llegar sin armas, acaso escopetas de madera (sí, ríase usted); tal y como hicieron los tzotziles y tojolabales zapatistas en 1994, y aún están allí en Lacandona. Nunca he matado a nadie, nunca quisiera hacerlo. Sé que la ira y el odio no me son extraños, pero ya deberíamos saber que algo del futuro que se pretende construir puede comprometerse en los medios utilizados; de la misma forma que en las raíces de un árbol está en parte el destino de las ramas. Ni armas, ni entrenamientos militares en Guatemala, ni aviaciones con otras banderas.
Nuestra estrategia es el regreso. Regresar de todo, a buscar algo. Un rincón donde reposarnos, una esquina donde repetir el saludo. Nuestras pertenencias están regadas por muchos lugares, nuestros muebles son temporales, nuestro hogar es un camino, y lo momentáneo se nos envejece en la jornada.
Los conocedores nos hablan de transiciones posibles; los militares de corporación hacen sus amagos entre represión y pymismo. Y la gente se va; viene. Nunca tuvo tanta razón Reinaldo Arenas con aquello de «irse, irse: esa es la cuestión». Pero tanto se ha ido que el país que imaginamos es cada vez más cercano a un espacio vacío, un cayo más en el Caribe donde hacer escala, un aeropuerto, una costa, una sala de espera.
Yo sé que esto es una exageración. Y que la gente sale a pelear la vida diariamente en las calles, y que, en medio de todo lo que falta, hay muchos sueños y mucha vida. Vidas dignas e indomesticables pagando el precio de la honestidad. Pero permítanme el exceso, que en algo acierta. O acaso no es verdad que los que decían «prefiero una Cuba sin Alcántara» ahora tienen una Cuba sin Alcántara y, por cierto, sin muchos miles más de jóvenes y ancianos, de niños y niñas.
Aunque nos asuste el vocabulario que nos precede, nuestros males nacionales tienen sed de revolución. Una revolución para liberar a los cientos de presos políticos del 11 de julio de 2021, pero también para liberar a los represores, a los cuadros y los dirigentes, del destructivo peso de la ciega intransigencia. Una invasión desarmada que arme una revolución, y que por decreto invente un país que den ganas de habitarlo. Y que, junto a los fusiles de palo, y las retornadas postales de la memoria, y algo de comida, y también más medicamentos, nos traigamos nuestras claves: y escuchemos el tres más dos, en silencio.
Regresar así, a un país que nuestros hijos reconozcan como suyo. ¿Si no, para qué regresar a un país del que la mayoría necesita irse? ¿A limpiar el polvo de casas vacías; sentir el olor de refrigeradores en desuso; recoger los cadáveres de plantas deshidratadas? Sin una revolución así solo nos queda regresar de visita para desyerbar las tumbas de nuestros muertos, y arrancarnos por un rato las culpas de la distancia. Regresar a nuestro duelo de vacaciones; hasta que un día el cansancio y las nuevas vidas con sus muertes nos hagan aprender otros caminos.

Una balsa o un parapente confiable, para repatriarme furtivamente, desmigrar, in-plazarme. ¿Y después qué hacer? ¿Qué hacer? Hacer poesía, poesía, poesía. Ah, ¿se ríe usted? No olvide que la «vanguardia» de los últimos eventos que sacudieron lo político en Cuba fueron precisamente las y los artistas, quienes, con el gesto de poner el cuerpo, corrieron velos, tejieron palabras e hicieron al pueblo salir a las calles. Un pueblo que desde hace mucho solo salía en masa por el carnaval, la pelota y Fidel Castro.
Atrapar en unos versos la imagen de un carro patrullero con las ruedas al aire en la Esquina de Toyo, y mesurar excesos sin dejar de trazar conexiones con las estatuas derribadas en otros lugares, animados por similares deseos de existencia y análogos impulsos de abolición. Abolir el hambre, los actos de repudio, las comisiones de candidaturas, la espera… Derrumbar el muro que rodea aquellas pinturas de Sandra Ramos. Subrogar la pena de muerte con el gozo de la vida.