LA HABANA, Cuba. – Un breve y sustancioso texto anónimo publicado el pasado viernes aquí mismo en CubaNet esgrime argumentos interesantes con el objetivo de dar respuesta a la importantísima pregunta que le sirve de título: “¿Qué pasará en Cuba cuando muera Raúl Castro?”.
El desconocido autor no menciona de modo expreso esa otra faceta de la realidad cubana de hoy, pero el trabajo periodístico parece una reacción al reciente anuncio hecho en las redes sociales sobre el deceso del veterano dirigente. Hablo de la enésima afirmación de ese tipo que formula algún compatriota exiliado, y que, en definitiva, demuestra no poseer vínculo alguno con la realidad.
De hecho, el autor del presente trabajo no suele prestar demasiada atención a esas supuestas informaciones que de inmediato resultan ser falsas. A lo que sí confieso mantenerme atento es a si en las emisoras que están al servicio incondicional del régimen castrocomunista, en algún momento, comienzan a transmitir música sacra… Ese sí resultaría —pienso— un indicio muchísimo más confiable.
Porque lo que no ofrece dudas es que al personaje en cuestión le sobra edad para que nadie, cuando llegue ese momento, se sienta extrañado por tal desenlace. De hecho, lo que despierta asombro es la notable longevidad del general de ejército, y el buen estado de salud que parece acompañarlo (al menos, a juzgar por lo poco que uno ve durante las esporádicas apariciones públicas que hace).
Pues bien, ¿qué sucederá cuando llegue ese momento que a todos los seres vivos nos alcanza más tarde o más temprano? ¿Qué implicaciones podrá tener ese importante acontecimiento para nosotros, los simples cubanos de a pie? Creo que el asunto, por su trascendencia, bien merece algunas consideraciones.
El escabroso tema del cambio en Cuba ha sido abordado en más de una oportunidad por el autor de las presentes líneas. El ejemplo más reciente de ello puede observarse en estas mismas páginas de CubaNet. Me estoy refiriendo a un trabajo periodístico de mi autoría que vio la luz el pasado 3 de julio. ¿Su título?: “Volvamos a hablar del cambio inevitable en Cuba”.
Mi tesis central es que en Cuba no tiene por qué suceder algo esencialmente distinto que en los más de 30 países actuales que de un modo u otro se han librado de regímenes comunistas. Y el estudio de esas docenas de procesos de cambio nos enseña que, en el logro histórico de librarse del ineficiente y retardatario sistema socialista burocrático, ha correspondido un papel de importancia a aquellos dirigentes del partido único que, llegado ese momento de la verdad, comprenden la necesidad de propiciar cambios profundos.
En ese contexto, me parece oportuno reproducir una oración de ese artículo mío de julio ―“Aclaro que (al menos en lo que a mí respecta) no es un asunto de gustos o preferencias”―; y tener presente también la situación de nuestra Patria hoy: “Para describir la situación actual de Cuba, creo que se hace imprescindible recurrir a adjetivos como desastrosa, catastrófica. Y aun estos parecen quedarse cortos”.
Es en medio de esa situación de ruina total que debemos valorar ―creo― las perspectivas que se abren ante nuestra Isla y el papel que deberá corresponderle a los miembros del partido único en la titánica tarea de salir de ese escenario catastrófico.
Al respecto, me parece muy instructivo un pasaje del reporte publicado el jueves en este mismo diario por Camila Acosta sobre el juicio al intelectual José Gabriel Barrenechea y sus compañeros de causa, el cual quedó concluso para sentencia. Un familiar del periodista y escritor, refiriéndose al sexto y último de los testigos de la Fiscalía, un “militante del Partido Comunista”, afirmó que, al declarar, “lejos de acusar, terminó defendiendo a los procesados”.
El refranero nos enseña que “una golondrina no hace verano”, pero no creo que sea correcto considerar como una exótica excepción el caso de ese rojillo presentado como testigo por el fiscal… y que “terminó defendiendo a los procesados”. Situaciones de ese tipo se ven con frecuencia cada vez más. Si cité esa en particular, lo hice porque es recientísima y porque consta por escrito.
Pero me parece inevitable que los mismos militantes del partido único, en medida cada vez mayor discrepen de políticas del oficialismo. Es natural que lo hagan, porque ellos, en su gran mayoría, padecen dificultades análogas a las que sufren los restantes ciudadanos de a pie. Quienes permanecen ajenos a estas duras realidades constituyen un grupo netamente minoritario: los mayimbes que disfrutan de privilegios o medran con sus cargos.
Pero es que incluso entre estos últimos no faltan quienes se identifiquen con los militantes de filas que se muestran descontentos. Unos lo harán por las comprensibles ansias de ocupar los cargos más encumbrados; otros, por temor de los efectos de una incontrolada explosión popular; otros más, guiados quizás por sentimientos de conmiseración hacia sus compatriotas sumidos en la miseria y la desesperanza. En cualquier caso, es razonable esperar que el número de quienes apoyen un cambio, incluso en el exclusivo Comité Central, crezca.
En lo personal, creo que los militantes del partido único que están convencidos de la necesidad de cambiar el rumbo de manera radical son ya amplia mayoría. Dentro del órgano máximo de esa organización política, superescogido y elitista, es natural que ese mismo proceso marche con más lentitud, pero el resultado final será análogo.
Y es aquí donde entra el tema del dirigente histórico cuya sorprendente longevidad desafía los pronósticos de muchos. Creo que el bajante del artículo anónimo de este viernes pone el dedo en la llaga: “La ausencia de Raúl dejará a la élite sin su último líder histórico”.
Tras las exequias del general de ejército, no quedará nadie que, dentro de las filas del oficialismo, posea una autoridad incontrastable que le permita salir al paso de cualquier abogado del cambio que surja, y hacerlo, además, con la razonable seguridad de poder abortar las intentonas que se hagan con ese objetivo.
Es en ese contexto que yo centraría mi respuesta a la pregunta sobre lo que sucederá en nuestra Patria a la muerte del general. Cualquier paso encaminado hacia el imprescindible cambio (que su sola presencia imposibilita o dificulta de manera notable) se facilitará cuando él ya no esté para salirle al paso.
Así es como yo contesto la pregunta que da título al trabajo periodístico publicado en CubaNet el pasado viernes, y cuya lectura recomiendo a todos.