septiembre 30, 2025

La felicidad comienza en la casa

La casa es siempre un anhelo grande, pero en La Habana, en toda Cuba, hay muchos que no tienen casa.
Casa, felicidad
(Imagen generada con IA especialmente para este artículo)

LA HABANA, Cuba. – La felicidad tiene paredes, tiene muros que siempre llegan hasta el cielo de la casa. La felicidad tiene también un techo que es corona, que se posa sobre esas paredes que antes fueron levantadas. La felicidad puede tener un espacio largo y también ancho, aunque en ocasiones también podrían ser muy diminutos esos espacios que la felicidad escoge. La felicidad tiene suelo y también tiene paredes. A la felicidad suelen llamarla casa, y en ocasiones también puede ser muy diminuta. El bienestar tiene espíritu y también paredes.

La casa suele acogernos desde el suelo, la casa nos colma desde el techo, y bien lo sé yo que disfruto tendiéndome sobre ese suelo frío de mi casa para mirar su cielo. Algunas veces paso horas y horas mirando fijamente al techo, es decir al cielo, y pienso en el que no tiene suelo, pienso en el que no tiene techo, que es lo más parecido a no tener cielo. Yo pienso con mucha frecuencia en el suelo y en el cielo que nos colman. Yo, sobre el suelo, pienso una casa, un hogar que vaya del suelo al cielo, y viceversa.

Yo pienso con muchísima frecuencia en las casas, pero sobre todo en el que no tiene casa, y la procura. La casa es siempre un anhelo grande, pero en La Habana, en toda Cuba, hay muchos que no tienen casa, y se la gestionan sin sosiego, obsesivamente. Una casa es una casa es una casa, y yo sé de muchos que no se cansan de buscarla, que la intentan insistentemente y sin remilgos.

Yo he visto a quienes buscan con denuedo ese espacio gentil que tiene paredes y además un techo cariñoso y protector. Yo he visto a quienes buscan una casa la vida entera pero no la encuentran, aunque no dejaron de buscarla ni un segundo. Hay quienes buscan la casa una y otra vez, y para siempre, creyendo que aparecerá esa casa de los sueños, esa que prometieron los padres hace ya mucho tiempo, esos padres que no pudieron cumplir con las más viejas promesas.

Hay quienes no se cansan nunca de buscar la casa, y se la procuran en los lugares más insospechados, incluso en esos sitios en los que antes se levantara otra morada de la que aún quedan algunos vestigios, algunos espacios erguidos. Hay quienes se arriesgan a fundar sobre las ruinas, sabiendo que es un signo de malagüero. Hay quienes buscan en las ruinas, creyendo que pueden levantar allí sus protecciones.

Yo conozco de las ruinas, las veo en las mañanas, las veo en las tardes claramente y bajo el cielo de las noches. Yo veo al que desea conseguir un pedazo de casa, incluso en esas ruinas, para entrar y acomodarse, para levantar un espacio que sea un poco más definitivo; y en las noches miro también al policía malvado que no le quita los ojos de encima, a quien golosea unas tristes ruinas, porque teme a las ausencias, al cielo oscuro. Yo veo al que se acerca, al que mira y hace planes de meterse en esa que fue casa y ahora es solo una ruina, un desparpajo.

Yo he visto al que asumió todos los riesgos, al que no quiso tener como amparo la noche oscura y entró a la casa en ruinas, al edificio destartalado y triste, ese que también podría venirse abajo esa misma noche. Yo he visto al que busca protección allí en la sombra más tenebrosa. Yo he visto al que busca protección, un espacio cariñoso para dormir toda la noche en eso que se hizo escombro hace solo unos días.

Yo miré al que puso el pie para conseguir el ascenso a lo más alto de la casa, al que miró a todos lados y escuchó la voz del policía que le pregunta a dónde va, a ese policía que interrumpe el ascenso, el pleno descanso en medio de la noche y de las ruinas. Yo miré al desamparado que sueña con soñar tendido mirando un pedazo de cielo, y que hace notar lo vulnerables que somos. Yo miré al desamparado que ruega al policía que le deje acceder a esa cobija, que no quiere pasar la noche a la intemperie, en medio de la más cerrada oscuridad.

Yo vi al policía decir que no una y mil veces. Yo también miré la cara que tiene el desamparo de ese hombre vulnerable que sueña con un pedacito de casa para vivir un poco, incluso para morir bajo un techo cerrado en una noche también cerrada, y hasta lluviosa. Yo miré al policía que fue mostrando sus violencias. “No puedes subir, es ilegal que subas”, así dice el policía, ese que sin dudas reconoce la humedad de la noche y se enfurece.

Yo he visto a muchos que no encuentran el mejor lugar para conciliar el sueño, a esos que no pueden acceder ni siquiera a un espacio que no está habitado, que está solo y oscuro, porque el policía niega cualquier posibilidad de traspasar la puerta y emprender el ascenso. Yo miré ese lugar vacío en la noche, y también al día siguiente, y miré una vez más el empeño de dos, de tres, desamparados que quieren pasar un poco de sus días, en ese espacio vacío, casi muerto, y componerlo.

Yo miré el camión repleto de policías que no permiten el acceso, el ascenso. Yo miré la rabia que despiertan los vulnerables al policía que les niega pasar la noche bajo ese techo. Yo miré a esos hombres tristes, cabizbajos, derrotados, quizá preguntando en qué sitio de la ciudad encontrarán cobijo, en un país que se empeña en no reconocer a un ejército de hombres y mujeres que no pueden cobijarse, que no pueden dormir bajo un techo cariñoso.

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Jorge Ángel Pérez

Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas.