LA HABANA, Cuba. – Los voceros del régimen no se cansan de cacarear una y otra vez que en Cuba, gracias a la Revolución, hemos logrado un mundo más justo y mejor para todos. Afortunadamente no es posible engañar a todo el mundo todo el tiempo, de modo que eventualmente la verdad termina por salir a la luz.
Resulta impúdicamente cruel hablarle de bienestar y justicia social a un pueblo sumido en la miseria. Una miseria de tales cotas que obliga a miles de desamparados a recorrer las calles de pueblos y ciudades pidiendo limosna. Esto puede comprobarse en cualquier rincón de la Isla, pero se hace más evidente en la capital.
Los mendigos pidiendo limosnas, hurgando en la basura o recogiendo sobras en los restaurantes no son un fenómeno reciente, sino una vergüenza que el régimen de La Habana viene arrastrando al menos desde el llamado Período Especial, si no desde antes. No obstante, lo cierto es que a despecho de su propaganda los dirigentes castristas nunca han implementado planes verdaderamente efectivos para socorrer o asistir a estas personas, mucho menos para facilitar su reinserción en la sociedad.
Por el contrario, donde sí ha demostrado la dictadura sobrada eficiencia ha sido en hacer desaparecer bajo el tapete a esos cientos de indigentes en vísperas de algún evento internacional o de alguna visita “ilustre”. Conste que hablamos de esconderlos, no de albergarlos. Los van recogiendo por las calles y a empujones e insultos los montan en vehículos colectivos. Luego los “almacenan” un par de días en instituciones mentales, de donde ―quizás para su suerte― los expulsan ni bien se haya marchado la delegación extranjera de turno, pues allí carecen de recursos para darles amparo permanentemente.
Según declaraciones a Cubadebate de Yurisdaysi Bustamante Pérez, subdirectora de Trabajo Social del Centro para la Atención de Personas Deambulantes en La Habana, en meses recientes se ha evidenciado un incremento del número de personas sin hogar. Entre los motivos para tal aumento la funcionaria enumeró el “desarraigo familiar, los problemas sociales, la emigración de las personas jóvenes y el envejecimiento demográfico”. Y sin que le temblara la voz, continuó: “A muchas de las personas que tenemos ahora los familiares les vendieron la casa para irse del país, o ellos mismos lo hicieron, no lograron su propósito y quedaron desamparados”.
Sin embargo, Bustamante Pérez pasó por alto aspectos fundamentales que inciden en el incremento de los indigentes como, por ejemplo, los derrumbes de viviendas, que ocurren casi a diario y a cuyos damnificados el Estado no garantiza ni albergues ni nuevas residencias. Tampoco hizo mención de las limitadas pensiones ―simbólicas, diríase mejor―, la falta de comedores para personas de bajos ingresos o los escasos Hogares de Ancianos existentes en el país, donde el 61% de las personas sin hogar sobrepasa los 60 años.
No son pocos los que requieren internamiento y tratamiento médico para las múltiples afecciones causadas tanto por la intemperie como por la propia edad. Sin embargo, no ha sido política del Estado cubano la creación de asilos ni de ninguna otra institución que cumpla la función de refugio-hospital para desamparados, a pesar de ser perfectamente conscientes de que el país lidia desde hace varios lustros con el envejecimiento poblacional.
Por cierto, el propio título de la burócrata evidencia que el castrismo ni siquiera reconoce a los sin techo por su nombre, sino con un eufemismo: “personas con conducta deambulante”. Así, como si fuera por su gusto que viven en la vía pública. En 2014, ante el aumento de personas en estado de pobreza extrema en las calles, fueron anunciadas en los medios oficiales varias medidas supuestamente encaminadas a garantizar su atención. Entre ellas, la más importante era la creación de un Centro de Protección Social en cada una de las 15 provincias. Diez años después, según trascendió en la última sesión del Consejo de Ministros, solamente existen nueve de estas instituciones, que por cierto tampoco están concebidas para albergar a los “deambulantes” a largo plazo, sino como lugar de tránsito para reincorporarlos a sus núcleos familiares.
En otras palabras: el Estado castrista se desentiende de sus obligaciones, se lava las manos de su responsabilidad para con los ciudadanos más desamparados. Así, estamos atravesando una de las más difíciles situaciones económicas y de abandono y dejadez gubernamental desde el inicio de la República. Nunca antes se vio a tantos cubanos de cualquier edad y género harapientos, vagando por las calles, durmiendo en los portales, pidiendo dinero a los transeúntes o registrando en contenedores y basureros. Aun así, las máximas autoridades y sus representantes no se cansan de vocear que “nadie quedará desamparado”. Palabras vacías que caen en saco roto.
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