LA HABANA, Cuba. – A 100 años de su nacimiento, el 21 de octubre de 1925, y 22 años de su muerte, ocurrida el 16 de julio de 2003, Celia Cruz tiene cada vez más reconocimiento internacional. Se ha convertido en un icono, y no solo de “la contrarrevolución”, como dicen los roñosos comisarios castristas que la prohibieron en su país, sino de la cultura popular toda, como Marilyn, Elvis o los Beatles.
Una muñeca Barbie lleva el rostro de la Reina de la Música Cubana, que también aparece en una moneda estadounidense y en las vallas colocadas a los lados de las carreteras de Nueva Jersey, donde vivió sus últimos años.
Su carrera de seis décadas se inició en Cuba con la Sonora Matancera y creció en el exilio. Con 80 discos, tres Premios Grammy y cuatro Grammy Latinos en su haber, colaboró con varios de los más grandes salseros, como Tito Puentes, Johnny Pacheco, Willie Colón y Oscar D’León. Adicionalmente, demostró su gran versatilidad no solo al incursionar en todos los géneros de la música cubana (son, guaracha, rumba, guaguancó y bolero), sino también en varios de la música latinoamericana, como la cumbia y el vallenato en Amores de un día y en las versiones que hizo de canciones brasileñas, como Berimbau, Usted abusó y Soy loco por ti, América, a dúo esta última con Caetano Veloso.
Como si no bastasen los premios que ganó, todos los homenajes que recibió en vida y póstumamente y las opiniones elogiosas de importantes figuras del mundo de la música, la revista Rolling Stone, que muy raras veces repara en artistas de habla hispana, eligió La vida es un carnaval, del disco de 1998 Mi vida es cantar, como una de las 500 mejores canciones de todos los tiempos.
Todo ello confirma a Celia Cruz como la más universal de las cantantes cubanas. Pero, paradójicamente, sigue prohibida en la Isla. Los reconocimientos internacionales a Celia Cruz incordian a los comisarios castristas que la proscribieron y siguen ruinmente tratando de ignorarla.
Hace cuatro años, Miguel Díaz-Canel, el gobernante de la continuidad castrista, demostró el ningún aprecio que siente por Celia Cruz cuando ni siquiera la mencionó al visitar ―como parte de sus demagógicos recorridos por los barrios pobres de La Habana― el solar de La Margarita, en Santos Suárez, donde nació la cantante y pasó sus primeros años.
A Celia ni después de muerta le perdonaron su acérrima posición en contra del régimen. Luego que se fue al exilio, en 1960, su música fue prohibida y no le permitieron volver a su país ni siquiera para asistir al entierro de su madre, en 1962.
Debido a esa férrea proscripción, dos generaciones de cubanos, si no consiguieron escuchar a Celia en las emisoras latinas de radio del sur de Florida, cuyas ondas llegaban a Cuba con ruidos e interferencia, o en cintas grabadas que circulaban de modo casi clandestino, se perdieron la música de la mejor de las cantantes que ha dado nuestro país.
La vida es un carnaval, que fue muy popular en Cuba allá por 1999, la mayoría de los cubanos no sabían que pertenecía a Celia Cruz: creían que había sido compuesta por Isaac Delgado, intérprete del cover que ponían en la radio.
Lo mismo sucedió con otros números de Celia, como Yerbero moderno, Siguaraya y Quimbara, que se escucharon en Cuba en versiones de otros cantantes.
Los comisarios, que decían en los años 70 y 80 estar empeñados en impedir el robo por las disqueras internacionales del son y que le cambiaran el nombre bajo la etiqueta de “música salsa”, fueron los que más hicieron en contra del son, al forzar al exilio a varios de sus mejores cultores, como Celia Cruz, quien pasearía por el mundo la música cubana, que ella encarnó como nadie.
Los cubanos demoramos más de 10 años en poder ver en la TV fragmentos del histórico concierto de la Fania All Stars en Zaire, en 1976. Pero, por supuesto, no pusieron la parte de la actuación de Celia Cruz, que fue lo más impactante del espectáculo.
También las tijeras de los censores de la Televisión Cubana nos impidieron ver la actuación de Celia Cruz en 1991, en Módena, Italia, en el primero de los conciertos benéficos “Pavarotti and friends”, donde cantó un irrepetible dúo con el tenor italiano. Nos hicieron creer que Cuba estuvo representada en aquellos conciertos donde junto a Luciano Pavarotti, figuraron estrellas de talla internacional, únicamente por Augusto Enríquez, el excantante del grupo Moncada.
Cuando único se ha visto a Celia Cruz en la TV cubana fue en 2024, cuando tuvieron la aviesa desfachatez, en el programa La pupila asombrada, de poner un kinescopio de 1959 de ella interpretando Guajiro, llegó tu día, una canción dedicada a la Reforma Agraria.
A pesar de la censura y el ninguneo del régimen, el estilo interpretativo de Celia Cruz ha marcado indeleblemente a muchas de las cantantes cubanas que hoy se dicen “divas”, tales como Haila, Vania Borges, Osdalgia, Tania Pantoja e Ivette Cepeda, quienes no ocultan ―pese a los disgustos con el oficialismo que ello pueda acarrearles― su admiración por la diva mayor de la música cubana.
Celia cumple 100 años, pero sigue sin envejecer, máxime entre sus compatriotas. A los exilados les ayuda a mantener vivo el amor por Cuba. Para los que estamos en la Isla, a los que la dictadura nos impidió escuchar a Celia y tuvimos que descubrirla a destiempo, su música siempre será nueva.
Con motivo del centenario de Celia, este 21 de octubre, en lugar de la celebración en su patria que le escamotearán los mandamases, hay una fiesta en el rincón del cielo donde están los grandes de la música cubana. Allí, con Benny Moré, Olga Guillot, Celeste Mendoza, Chano Pozo, Rita Montaner, Pablito Milanés, Elena Burque, Bola de Nieve, Juana Bacallao, Tata Güines, Juan Formell, Adalberto Álvarez y Bebo Valdés, estará la Reina. Gozando, risueña, con su vestido rojo y sus tacones, deseándole aché a su pueblo, guiando el rumbón.