“A veces sientes que tienes la verdad de un momento en tu mano, luego se te escapa entre los dedos y se pierde”, nos recuerda Harold Pinter, maestro del enigma y la memoria, en obras clave del teatro del siglo XX. Enric Nolla se hace depositario de esta tradición, extendiendo su investigación hacia temas donde la mujer y las minorías desplazadas hacia los márgenes del sistema encuentran voz para abrirse al misterio y al recuerdo, aunque casi siempre en espacios hostiles que deben ganar para sí, a fin de superar sus temores más íntimos.
Doce obras, escritas en catalán entre 1996 y 2018, hallan su lugar en este Teatre reunit (1996-2018), publicado en 2022 por Arola Editors, casa editorial de larga trayectoria que en su colección de teatro reúne obras tanto clásicas como contemporáneas. Recorriéndolas se dibuja el perfil de este dramaturgo nacido en Caracas, donde surgió su interés por el teatro, pero que ha vivido en Barcelona desde principios de los años noventa, desarrollando allí toda su producción hasta el momento.
Desde A pas de gel en el desert hasta Harmonia dels oceans los choques, las paradojas y las contradicciones del ser, con todos sus esplendores y miserias, se mueven en un mundo cada vez más ajeno, violento y alienante donde no obstante acaban por hallar un refugio, aun cuando solo sea temporalmente, que la escritura recupera para un espectador atento a sus mutaciones, amores y humores. Y es que la escritura teatral es una labor de prueba y resistencia, sólida en su labor de recobrar lo vivido, en tanto medita acerca de asuntos perennemente necesarios y actuales. Los desdoblamientos del individuo, el tiempo que a su paso todo lo sedimenta a la vez que disipa las oscuridades más profundas, los registros del corazón a veces tan cerca de la boca, los vericuetos de la lengua —sugerente, apetente y apetitosa—, lo que sostiene y la palabra nombra, más allá de lo no dicho que sin embargo acompaña como una sombra a la voz dramática. Porque sobrevivir en la escritura también significa existir por encima de las cosas no dichas, de nuestras desdichas, de nuestra pobreza, pese a que todo ello deba estar ahí, pues la dramaturgia debe ser un proyecto de permanencia y resistencia, para que una paciencia activa y solitaria transforme, mediante una pluralidad de puntos de vista, tal estrechez en canto. Ya lo dijo Peter Brook: “El teatro posee la capacidad potencial –desconocida en otras formas artísticas– de reemplazar el punto de vista único por una miríada de visiones diferentes. Recupera toda su fuerza y su intensidad en la medida en que se aplica devotamente a crear esa maravilla: la de un mundo en relieve”.
De la interioridad a la escena
De las obsesiones más cercanas, este dramaturgo extrae el material para modelar a personajes dables de rehacer lo vivido o soñado, aunque lo suficientemente alejado de él para haberse transformado en diálogos y monólogos puestos a cobrar vida propia sobre las tablas. Es así como en piezas de su primera etapa como Hurracan y Tractat de blanques visibiliza los encuentros y desencuentros con su yo y con quienes se mueven a su alrededor, de mujeres cuyas intolerancias inadecuaciones y resentimientos desentierran lo peor de ellas, vulnerándolas a pesar de sí mismas. Para sobreponerse a la debilidad y el miedo a ser, se autodestruyen o destruyen a quienes tienen alrededor, perpetuando lo que Andrea Dworkin ha definido como el destino de la mujer a ser “abierta, separada de su centro, ocupada física e internamente en su privacidad”, en una operación que el descarnado lenguaje del autor hace mucho más grotesca.
Aquí el acto de actuar sus dramas, en tanto se devuelven a un pasado “oscuro, seco, sucio” de donde obtienen no obstante la energía, sosteniéndola, deviene parte de un todo mucho mayor donde Nolla cristaliza fantasmas y salda deudas afectivas y reflexivas a través de quienes movilizan las historias. Tías, sobrinas, abuelas, madres, inmigrantes exponen su interioridad en escena como seres escindidos, pero ricos en relieves y matices, llevando al lector-espectador a encontrar puntos de contacto con sus particulares obsesiones, prejuicios, incompatibilidades e incongruencias, cual materia con que se forja la existencia. Porque, como indica Samuel Beckett, “mis errores son mi vida”.
Errando y herrando entonces para asegurar y asegurarse, los caracteres desgranan las suyas; vidas complejas e incompletas, pues los secretos y quebrantamientos actúan sobre ellas lapidándolas, en tanto intentan llegar a la raíz del daño. Pero la existencia es difícil y el precio a pagar por no abandonarse pasivamente a ella es alto. El autor lo sabe y por eso no les da tregua alguna, en un teatro que sin ser el de la crueldad de Antonin Artaud, comparte con él su poder de asaltar los sentidos y mover a la audiencia, sacándola de su zona de confort. El doble papel como víctima y victimario de los personajes femeninos refuta lo políticamente correcto, tan en boga en nuestra contemporaneidad. Nolla expresa experiencias, deseos, atavismos y faltas, aunque sin humillar a sus antiheroínas, lo cual las hace mucho más reales y accesibles. Se borra así la distancia actor-espectador y se instaura una complicidad donde esa “miríada de visiones diferentes”, que apuntaba Brook, adquiere todo su sentido y más.
De la incomunicación a la comunión
La imposibilidad de los caracteres para establecer contacto con el otro determina las dinámicas de las obras, haciéndose mucho más presentes a partir de Sortida d’emergència y Àrea privada de caça, donde los protagonistas se agreden con el lenguaje de sus gestos y sus miradas, en tanto se encierran en sus espacios privados, llevados por el recelo, los odios o la animadversión hacia el vecino, el impedido, el extranjero. “¿Qué te has pasado cincuenta años viviendo en un hueco?”, increpa uno de los personajes de Sortida, para reiterar el aislamiento existencial de todos, pese a vivir en estrecho contacto en un mismo edificio. Ello como reacción ante el peso de sus historias, que va desmenuzando, aunque el interlocutor no escuche más allá de lo que le atañe en lo personal o alcance a revolver lo más abyecto de sí.
Cuando el mundo exterior entra de golpe aireando lo enrarecido de la atmósfera, ingresa igualmente la urgencia de recordar para reconocerse y ser reconocidos por quienes se hallan más cerca, aunque se miren entre ellos como si fueran extraños. El hecho de interpelarse contradiciéndose, sin terminar nunca de expresar un pensamiento coherente, espejea igualmente el teatro del absurdo. Aquí, el poder de cuestionar lo establecido y denunciar las injusticias hacia los grupos más frágiles de la sociedad, tan cercano a las obras de Fernando Arrabal, Miguel Mihura y Eugène Ionesco, pasa también a un primer plano, densificando la acción y expresando la ansiedad contemporánea hacia el incremento en nuestras sociedades de los totalitarismos, el racismo, la homofobia y el sexismo. “Aguanto la respiración y siento claramente por dentro que quiero matar a los solidarios, los compasivos, los tiernos, los respetuosos, las víctimas, los que lloran desconsolados ante la foto del negrito hambriento y se indignan por las matanzas, los que se manifiestan porque los avances tecnológicos no están al alcance de todos”, se explaya uno de ellos, verbalizando un sentimiento, subyacente en el tejido social, y que hoy estalla desestabilizando naciones y azuzando migraciones a niveles no vistos desde los grandes cataclismos bélicos del pasado siglo.
En este sentido, Safari desplaza la acción de un continente a otro mostrando un conjunto de situaciones donde la traición, la violación y el encumbramiento del autócrata quedan expuestos ante el espectador, poniéndolo frente a frente ante el hecho de que no puede dejar de sentirse cómplice, aun cuando solo sea indirectamente, de los abusos del poder ya sea por aceptar sin cuestionar las ilegalidades o por mirar hacia otro lado para no verse en la necesidad de pasar a la acción y manifestarse; lo cual, contrariamente, lo pone ante las coyunturas que objeta y le gustaría cambiar pero prefiere no ver para eludir así su responsabilidad, en comunión con la gran mayoría silenciosa. Ya lo expresó Jean Genet, otro especialista en el teatro del absurdo: “si nos comportamos como los del otro lado, entonces somos el otro lado. En lugar de cambiar el mundo, lo único que lograremos será un reflejo del que queremos destruir”.
De la enajenación a la reflexión
A partir de El berenar d’Ulisses el teatro de Enric Nolla ahonda en los temas de su teatro anterior, llevando a los personajes a la enajenación y el exceso, buscando tensar los límites de lo soportable. Aquí los lazos familiares ahorcan más que unen a sus miembros, a caballo entre las ciudades que conforman el imaginario del autor. Caracas y Barcelona entran en la obra, no como geografías a donde llegar finalmente, sino como territorios hostiles negados a la construcción de un lugar sólido para hallar refugio a la intemperie de afuera y a la de adentro, que es siempre mucho más expuesta. Hermanos, padres, parejas, acusan, reprochan, chantajean emocionalmente al otro, sedimentando malestares, rencillas y rencores que los transforman en extraños a los ojos de quien mira: ya sea la madre, quien percibe cómo se le escapa el control sobre los hijos; el marido inválido y sin autoridad alguna; el hermano que desaparece para librar sus privativas batallas y regresar a una Ítaca vacía donde no encuentra con quien merendar, con una esposa esperándolo en tierra ajena y un hermano defendiéndose de todos, al tiempo que defiende a quienes han emigrado allí, escapando de sus propios infiernos. Inmersos ellos en espacios donde las narrativas coherentes fracasan, tal cual entiende Néstor García Canclini como las “ruinas apenas explicables de lo que la globalización ha destruido”.
En Harmonia dels oceans, la obra que cierra el libro, el autor delinea un espacio escénico “indeterminado, aséptico, de líneas rectas y precisas”, puntual para recoger las agitadas aguas por donde flotan sus producciones anteriores. Aquí los Forner reproducen sobre un lujoso trasatlántico un hogar perfecto, surgido paradójicamente de aquellas ruinas, para hacerse en él, en tanto buscan aislarse de todo aquello que pueda causarles desazón y rechazo. Con ironía y humor, Enric Nolla deconstruye el estamento familiar, haciendo uso del enigma y la memoria para reflexionar acerca de las causas por las cuales, como otro famoso trasatlántico, el mundo navega hoy hacia el iceberg destructor. Pero si, como inscribe Ionesco, “necesitamos ser prácticamente apaleados para que nos desaprendamos de nuestra vida diaria, de nuestros hábitos y de la pereza mental, que nos ocultan la extrañeza del mundo”, no es menos cierto que el teatro en su inmediatez tiene el poder de sacudir al espectador y concientizarlo en torno a los desmanes de quienes controlan e imponen. La lectura de este Teatro reunido acerca al lector a tales paradojas y le suministra las claves para mantenerse alerta ante el avance de los fanatismos y sectarismos, en una realidad cada vez más virtual y fragmentaria.