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El chavismo “radical” como madurismo extravagante

El autor responde a una entrevista al sociólogo chavista Reinaldo Iturriza, aparecida en la revista 'Jacobin', que intenta justificar, de manera sofisticada, el más grotesco desconocimiento de la voluntad popular ocurrido en la Venezuela contemporánea.

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El pasado 3 de septiembre apareció en la revista digital Jacobin una entrevista con el sociólogo venezolano Reinaldo Iturriza, un conocido militante del chavismo, sobre la situación del país caribeño luego de las elecciones del 28 de julio. Jacobin lo presenta como una “mirada crítica y profunda” de lo que titularon “el laberinto venezolano”. Sin embargo, aunque Iturriza se aparta de la línea argumental oficial predominante sobre lo sucedido, su construcción argumentativa termina justificando, de manera sofisticada, el más grotesco desconocimiento de la voluntad popular ocurrido en la Venezuela contemporánea. Siendo una narrativa que no supera, sino que, indefectiblemente, vuelve al autoritarismo, visibilizando la lógica de un sector que se identifica a sí mismo como “chavismo radical”, merece una oportuna contestación.

Aunque Jacobin intente sugerir que Iturriza es una suerte de librepensador independiente, “una de esas voces que intentan salir del atolladero y complejizar el análisis”, puntualicemos su lugar de enunciación. Autor de los libros El chavismo salvaje y Con gente como esta es posible comenzar de nuevo, es uno de los intelectuales de ese sector conocido aún como “chavismo radical”. Su teoría de cambio es la “salida por la izquierda”: Los dilemas del chavismo realmente existente se superan regresando al chavismo imaginario, el que ellos creen que hubo con Hugo Chávez. Ministro entre los años 2014 a 2016 hoy dirige el llamado Centro de Estudios de Democracia Socialista, donde parte del financiamiento viene del propio Estado.

Si entendemos que una entrevista periodística es una conversación indagatoria, lo primero que salta a la vista es que el trabajo publicado es un diálogo entre iguales, que elude conscientemente preguntas incómodas, pero interés y actualidad, para generar una zona de confort donde, previo acuerdo, se permita cumplir el verdadero objetivo del texto: subrayar que la única salida al “laberinto venezolano” sería por la izquierda. Los chavismos, aunque sean “sin uniforme” –como presentan a Iturriza en uno de sus libros– están habituados a las entrevistas complacientes.

Hay que reconocer, no obstante, el malabarismo realizado para eludir la interrogante clave en estos momentos: “¿Maduro realmente ganó las elecciones?”. El acercamiento al tema, por parte del interlocutor, es elíptico y tautológico: “Periódicamente tienen lugar procesos electorales en Venezuela en los que se miden unas determinadas fuerzas y, una vez conocidos los resultados, pasamos al momento de la disputa sobre la valoración de lo acontecido, que será una u otra conforme al posicionamiento político de quien hace la interpretación. Es lo normal. Así viene siendo hace tiempo, y todo indica que así seguirá sucediendo”.

En cualquier entrevista de mínimo interés periodístico, llegados a este punto, el reportero hubiera repreguntado: “Ajá, pero ganó o no ganó”. Lo que realmente sucedió es que el punto medular del debate permitió despacharse, a continuación, con un sofisma de pronóstico reservado: “Pareciera no tener ningún sentido analizar cada una de estas valoraciones porque, todos sabemos, obedecen a posturas políticas más que a una interpretación concienzuda de los hechos”. Para Iturriza, y para la propia Jacobin, “no tiene sentido” aclarar si hubo o no un fraude electoral en Venezuela. El mundo de las ideas revolucionarias es demasiado elevado para esas nimiedades.

La falsa crisis de representación

La primera idea-fuerza del discurso del actual chavismo radical, representado por Iturriza, es que la situación política del país estaría caracterizada por una “crisis de representatividad”: “Un primer dato a tener en cuenta es que el pueblo venezolano que acudió a las urnas el domingo 28 de julio lo hizo en un contexto de profunda crisis de representación, con una clase política atravesando, en general, su peor momento en los últimos cinco lustros”; “resultaba bastante claro […] que ambas fuerzas acudieron a la contienda con sus respectivas bases sociales de apoyo profundamente disminuidas”, “parte importante de la ciudadanía […] ejercería su derecho al sufragio sin sentirse representada por ningún candidato”.

Tengo un conocido atacado también por el “efecto Iturriza”: intenta superar un divorcio, y dado que su experiencia ha sido traumática, ahora jura y perjura que el destino de todas las relaciones de pareja es la separación conflictiva. Bien por nuestro sociólogo cuando reconoce que “enormes contingentes de lo que fuera la base popular de apoyo del gobierno se desafiliaron del chavismo”, aunque es curioso que esa desafección sea categorizada como consecuencia de un “vacío ideológico”. A esto volveremos. Lo que no es verdad es la descripción que hace el entrevistado de la oposición que llegó a las urnas del 28 de julio: “La clase política antichavista llegó a los comicios cargando con el peso acumulado de sucesivas derrotas, denostada por su base social de apoyo, presa de sus contradicciones, sin un liderazgo indiscutible y aglutinante, con poca claridad estratégica, tutelada por el gobierno estadounidense, pagando el costo de unos devaneos antidemocráticos que le hicieron despilfarrar su capital político acumulado”. El diagnóstico de “los otros” es sorprendentemente igual a la descripción hecha desde el palacio de Miraflores. Recordando a Domingo Alberto Rangel pudiéramos decir que los chavistas radicales son “maduristas extravagantes”.

Es deshonesto intelectualmente soslayar, como lo hace Iturriza, el fenómeno sociopolítico representado por María Corina Machado. Y no es cuestión de si uno está de acuerdo o no, es un dato de la realidad que es imposible ignorar por cualquier análisis sociológico que pretenda serlo, de la misma manera que fue un error no comprender lo que significó Hugo Chávez para la Venezuela de 1998. Un “acontecimiento”, para entendernos, es cuando la conducta colectiva es alterada de manera impredecible. Cuando la gente reacciona de una manera diferente a como lo había hecho tradicionalmente hasta ese momento. Luego se intenta comprender por qué sucedió. Ocurrió en 1998 con Hugo Chávez y ocurrió en 2024 con María Corina Machado.

Hasta años anteriores la líder del partido Vente Venezuela era calificada como la némesis ideal del bolivarianismo, pues simbolizaba todo lo que el chavismo decía antagonizar, reforzando su propio discurso. Y así como Hugo Chávez capitalizó políticamente la crisis de la llamada Cuarta República, por razones que podemos conversar largamente, María Corina Machado hizo lo propio con el desencanto de las mayorías populares con las promesas del bolivarianismo, sintonizando con ellas a partir de la promesa de cambio y de la posibilidad de la reunificación familiar dividida por la ola migratoria: “traer a los hijos de vuelta a casa”. Que de 11 candidatos a las elecciones primarias haya logrado más del 93% de los votos, incluyendo sufragios de antiguos electores bolivarianos, no es sólo una anomalía estadística sino una expresión del prodigio político que logro galvanizar, a tal punto que luego de su inhabilitación pudo transferir su popularidad a un tercero: Edmundo González Urrutia. Describir esto como la ausencia de “un liderazgo indiscutible y aglutinante” es simplemente negar la realidad en beneficio del ardid ideológico. Aunque el resultado de las elecciones sea para los dioses del olimpo revolucionario una “valoración” a la cual “no tiene sentido” referirse, en el mundo terrenal de los venezolanos de a pie, descontando el resultado de los comicios del año 2018 –en dónde la oposición decidió no participar–, Nicolás Maduro sufrió la derrota electoral con mayor margen (37%) de la historia electoral venezolana. Y si hubieran permitido la inscripción electoral de los electores venezolanos en el exterior, la paliza hubiera sido reseñada en el Libro Guinness.

La imposibilidad de la diferencia

Una segunda idea-fuerza del imaginario Iturriza es la negación de la alteridad posrevolucionaria. A lo que el chavismo se enfrenta no son iniciativas políticas divergentes legítimas, sino sectores que hay que cerrarles el paso de alguna manera dado su naturaleza maligna. De allí su insistencia en calificar a la oposición venezolana como “de ultraderecha”: “parte del voto dirigido al candidato oficial, antes que leerse en clave de apoyo al gobierno, representa en realidad un rechazo a la posibilidad del triunfo de la ultraderecha”; “el hecho gravísimo de que parte importante de la ciudadanía haya llegado al extremo de considerar como opción política a la ultraderecha venezolana”. Esta caracterización es reforzada, en la cámara de eco Jacobin, por el propio redactor del trabajo, que para iniciarnos en la lectura escribe sin despeinarse: “En el medio –del conflicto–, un pueblo venezolano cada vez más postergado, que se resiste sin embargo a permitir que la ultraderecha se haga con el gobierno del país”.

En la Facultad de Sociología a la que yo asistí, la misma en la que se graduó Iturriza, nos pedían caracterizar correctamente los hechos sociales, dado que hay escuelas de pensamiento que se desarrollan a partir de tipologías académicas concretas. Podemos discutir si Vente Venezuela, la iniciativa política de María Corina Machado, Primero Justicia o Voluntad Popular –otros dos partidos de oposición– son de derecha a secas, centroderecha o derecha liberal. O si Acción Democrática o Un Nuevo Tiempo, que también quieren ser gobierno, son realmente socialdemócratas. Pero con honestidad –esa que Jacobin pide a los demás y que supuestamente representa su interlocutor: “lecturas que procuran ver más allá y reflexionar con honestidad intelectual”–, no se puede describir a María Corina Machado y sus correligionarios como “ultraderecha”, aunque mantengan relaciones internacionales con iniciativas de ese sector del espectro político. Es lo mismo que pretender calificar a Nicolás Maduro como “fundamentalista islámico” por sus alianzas con Irán y Siria. Iturriza, y la propia Jacobin, saben que describir de esa manera a la oposición venezolana no sólo significa su cancelación política, como posibilidad de poder, sino también la justificación del asesinato, la tortura, el encarcelamiento y la persecución. El madurismo extravagante. Mantener el encuadre doctrinario -nosotros “la izquierda” versus el resto del mundo “la ultraderecha”- es la que le permite al Efecto Iturriza teorizar que si las personas de los sectores populares abjuran del chavismo es porque son presas del “vacío ideológico”, dado que no hay alteridad posible fuera de “la revolución”. La única manera de estar “completos”, en esta lógica, es siendo chavistas y revolucionarios. Afortunadamente Gabriel Boric ha hecho añicos este chantaje.

Esa noción burguesa llamada “derechos humanos”

Una tercera y última idea-fuerza, que por ausencia se encuentra en la conversación, es la situación de los derechos humanos. Iturriza hace una alusión cantinflérica a las protestas populares contra el fraude ocurridas el 29 de julio. Citamos en extenso:

Más allá de las versiones contrapuestas de las fuerzas en pugna –fraude o intento de golpe de Estado–, la duda razonable y, con ella, un malestar más que genuino, se han instalado en el seno de la sociedad venezolana. Las protestas populares del lunes 29 de julio guardan relación directa con esto último. Eventualmente, durante la jornada, y sin duda alguna, intervendrían ambas fuerzas: en un caso, intentando capitalizar el descontento y atizando la violencia; en el otro, imponiendo el orden. Ciertamente puede afirmarse que al día de hoy el orden reina en Venezuela, pero junto con dudas y malestares que persisten.

¿El malestar es por el fraude o por el intento del golpe de Estado? ¿A qué “fuerzas” se refiere Reinaldo? ¿A las policiales y militares? Uno lee este tipo de cosas y recuerda a cuando Karl Popper escribió: “Quien no puede hablar con sencillez y claridad debería quedarse callado hasta que pueda hacerlo”.

El “orden”, al que se refiere nuestro teórico chavista, son 24 personas asesinadas de sectores populares por rechazar “lo que no tiene sentido ser valorado”; más de 2 000 personas detenidas, la mayoría de los sectores humildes, dado que no pudieron pagar la extorsión para ser puestas en libertad. Es el terrorismo de Estado de la operación “tun tun” y la revisión de los celulares en alcabalas. Las personas despedidas por divulgar un meme. Son los venezolanos, los atacados por el “vacío ideológico”, cruzando por el Darien en este mismo momento. En la Venezuela real, no la de las consignas, el 29 de julio ocurrieron más de 210 protestas en todo el país, en una magnitud que sólo pueden ser comparadas con El Caracazo de 1989. Fue el día en que se derrumbaron 8 estatuas de Hugo Chávez, un gesto de una profunda significación, que ratifica la ruptura política y emocional de los sectores populares con el imaginario bolivariano. Entre las cosas que no tienen sentido ser valoradas en una entrevista en Jacobin, está esa “noción burguesa” conocida como derechos humanos.

El futuro

¿Cuál es la alternativa para el vocero de este sector chavista “radical”? Responde sin inmutarse: “la templanza y el carácter”. Y agrega una perla: “Cualquier actuación motivada por la indignación moral constituye un paso en falso”. Finalmente, termina con una frase pretendidamente heroica: “Es el pueblo venezolano el que tendrá la última palabra”. ¿No fue ese mismo “pueblo”, a pesar de su “vacío ideológico”, el que se expresó el 28 de julio? ¿O Iturriza sugiere que esa enunciación sólo será legítima si es para “regresar al chavismo”?

Es posible que Iturriza y su sector deban hablar crípticamente para evitar ser víctimas de represalias. También hay que decir que pide la publicación de los resultados detallados por el Consejo Nacional Electoral. Pero sus líneas de fuga del discurso oficial no conducen a la ruptura y a sumar esfuerzos con sectores diversos por la redemocratización del país, sino a Villa Marista: hay que volver al dogma y purgar a los herejes. Dada su interpretación ideológica del conflicto, su deslegitimación y criminalización de los otros, este sector coincide con el Palacio de Miraflores: la única posibilidad de alternar el poder es mediante su entrega a otro chavista. Para ellos no hay otra salida sino una por la izquierda revolucionaria, aunque a estas alturas no sepamos lo que eso significa.

Zygmunt Bauman dice que el precio de la mala política es el sufrimiento humano, “y estos sufrimientos tienen la cualidad de perpetuarse”. La solución para Venezuela no es retornar a los tiempos y modos de un imaginario e idílico “chavismo originario” –el sufrimiento perpetuado– sino regresar a un sistema democrático formal, que por imperfecto que sea, garantiza la promoción de la política, incluyendo la “radical”, sin el asesinato, la persecución o el exilio. En el que existan condiciones para, de nuevo, expandir la potencia autonómica de movimientos sociales independientes, que generen transformaciones sustentables a largo plazo, y promover la posibilidad de la alteridad, cualquiera que esta sea. En donde los derechos humanos estén siempre presentes en nuestras conversaciones, no como una aspiración sino como una realidad.

Para quienes se reivindican dentro del país como “chavistas puros”, y aseguran que Maduro ha traicionado los ideales bolivarianos, lo más importante en este momento, como demuestra el dialogo en Jacobin, no es abordar la situación de un país gobernado por una dictadura, sino salvar por sobre todas las cosas la etiqueta “izquierda” de la catástrofe. Por ello, al intentar resguardar una supuesta –e inexistente- “pureza revolucionaria”, no estarán dispuestos a participar en una coalición, plural y diversa, de fuerzas políticas para el rescate de la vigencia de la democracia, y añadimos, la plena vigencia de la Constitución de 1999. Al final se impone el espíritu de cuerpo, los aires de familia y la solidaridad entre iguales. El madurismo extravagante.

RAFAEL UZCÁTEGUI
RAFAEL UZCÁTEGUI
Rafael Uzcátegui. Escritor, editor independiente y activista de derechos humanos venezolano. Autor de La rebeldía más allá de la izquierda. Un enfoque post-ideológico para la transición democrática en Venezuela (Náufrago de Ítaca Ediciones, 2021).

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