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Daniel Barenboim o la irreconciliable lentitud del maestro tardío 

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En días particularmente oscuros, cuando el ruido de la muerte sistemática amenaza convertirse en nada más que otro ruido blanco en la conciencia colectiva, un Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942) crepuscular, disminuido por los años y la enfermedad, volvió a maravillar este agosto al público de Berlín, Lübeck, Salzburgo o Lucerna al tiempo que hacía el solo alegato de su presencia, una vez más, como guía de la Orquesta del Diván de Oriente y Occidente, que aúna fraternalmente a músicos de Israel, Palestina y otros países del mundo árabe.

Un tour relámpago, junto al célebre pianista chino Lang Lang, por tierras germánicas: Musikfest de Bremen (9 de agosto), Waldbühne en Berlín (10), Schleswig-Holstein Musik Festival, en Lübeck (13), Rheingau Musik Festival, en Wiesbaden (13), Salzburger Festspiele, en Austria (15) y Lucerne Festival, en Suiza (este domingo 17). 

Y un programa ilustre, poderoso, tan alemán como, quizá, “lleno de señales proféticas”El idilio de Sigfrido, WWV 103, de Richard Wagner; el Concierto para Piano No. 1 en Sol menor, op. 25, de Felix Mendelssohn, y la Sinfonía No. 3 in Mi bemol mayor, op. 55 – “Heroica”, de Ludwig van Beethoven.

Fuera de la música, que alcanzó en estas jornadas, según algunas crónicas, incluso las cimas paralelas del “milagro” y “la inexorabilidad”, el gesto más elocuente ha sido ese lento retorno, acompañado por sus chicos, del maestro argentino, judío nacionalizado español, israelí y palestino.

Presumimos que no podía faltar a la cita veraniega con la augusta Europa del humanismo y der Aufklärung, pero también del antisemitismo y de la culpa hipócrita, mientras está en marcha otro genocidio en el Oriente Próximo.

Barenboim, presa del deterioro físico desde que hace tres años se manifestara su padecimiento neurológico, había comunicado en febrero último que esa condición era el Parkinson y, a continuación, se vio imposibilitado por primera vez de acompañar y conducir en una gira –por China– la orquesta que creó a finales del milenio junto al pensador, académico y activista político palestino-estadounidense Edward Said (1935-2003).

La West-Eastern Divan Orchestra se fundó como “un taller para jóvenes músicos israelíes, palestinos y árabes”, quienes “se conocieron en la Capital Europea de la Cultura de ese año, Weimar, Alemania –un lugar donde los ideales humanísticos de la Ilustración están oscurecidos por las sombras del Holocausto”, recapitula en su web la Barenboim-Said Akademie. “Allí hicieron realidad su sueño de un futuro mejor; de humanizar a los demás; y de reemplazar la ignorancia con educación, conocimiento y comprensión”.

El profesor y el pianista encontraron inspiración para esa empresa de concordia artística y humana en la gran colección homónima de J.W. von Goethe (más algunos poemas de Marianne von Willemer): West-östlicher Divan (1819-1827), en el original germano. Una obra literaria avivada a su vez por la admirada lectura de la poesía lírica, en traducción al alemán, del poeta persa y místico islámico Hafez de Shiraz.

“Aunque ni Barenboim ni Lang Lang enmarcan explícitamente la gira como un acto político, el público percibe otra cosa”, hacía notar el periódico Argentinisches Yageblatt luego de los primeros recitales, y subrayaba que la interpretación del Siegfried-Idyll de Wagner por parte de músicos judíos, árabes e iraníes “añade un matiz de reconciliación cultural”.

Barenboim, se lee en otra parte de la reseña, “dirige sin discursos políticos, pero con la convicción de que cada gesto sobre el podio es también un mensaje”. Así: “La «Heroica» de Beethoven, en el cierre, despliega una potencia que trasciende lo puramente musical. El segundo movimiento, una Marcia funebre, adquiere bajo la batuta de Barenboim una dimensión casi política, como si quisiera condensar las decepciones y esperanzas de un mundo en crisis”.

Tras el recital del domingo en el Festival de Lucerna, el cronista de Frankfurter Allgemeine Zeitung observó también esas resonancias en la ejecución de la Sinfonía No.3. Escribe: “luego de un primer movimiento aún contenido, sobre todo en la trágica grandeza del adagio de la Marcia funebre y la tensión visionaria de las variaciones finales”, Barenboim y su joven orquesta “transmitieron notas de una dureza sin sentimentalismos, recta e intransigente tanto en el dolor como en la esperanza, profundamente conmovedora en la unión de generaciones y la defensa común de los ideales de un orden mundial humano transmitidos por Beethoven, más necesarios que nunca”.

Hace seis meses lo decía su hijo, Michael Barenboim, violinista y concertino de la West-Eastern Divan Orchestra: “Mi padre combinaba casi todos sus proyectos con la música. Como músico de pura cepa que lleva sobre los escenarios desde los siete años, la música es simplemente su medio de expresión. Pero”, acentuó, “eso no significa que sus proyectos no sean políticos”.

El joven Barenboim (París, 1985), conocido también por su activismo, sí ha tomado la palabra una y otra vez para denunciar los actos del Estado de Israel en la Franja de Gaza y ha insistido en que Europa debe abandonar la venta de armas a Tel Aviv: “Nada justifica el genocidio”, sostuvo en una entrevista aparecida en Qantara.de.

“Utilizar el vocabulario adecuado es importante, pero no suficiente. Cuando el genocidio es inminente, estamos obligados a hacer todo lo posible para evitarlo. El peligro de genocidio se puso de manifiesto ya el 9 de octubre de 2023, cuando el ministro de Defensa de Israel utilizó la expresión «animales humanos» y anunció que se cortaría por completo el suministro de agua, electricidad, gasolina y alimentos. El 15 de octubre, más de 800 académicos advirtieron del posible genocidio”, recordó Michael Barenboim, y a las alturas febrero pasado ya se habían confirmado aquellos vaticinios. “Hay una montaña de pruebas que no permiten otra conclusión. Amnistía Internacional, Human Rights Watch, la Comisión Especial de las Naciones Unidas y eminentes estudiosos del genocidio, incluidos algunos de Israel, están todos de acuerdo. Hay que afrontar la verdad: en algún momento se cruza la línea”.

La crónica de El País sobre la aparición de Daniel Barenboim el viernes último en el Festival de Salzburgo se detiene en el virtuoso, el héroe musical que “llega al escenario a pasitos cortos, esbozando una media sonrisa” y conduce “una versión lentísima” del Siegfried-Idyll. Después se sienta y consigue enjaezar el brío de Lang Lang en “una versión luminosa” de la pieza de Mendelssohn. Y, finalmente, la Sinfonía “Heroica”, inicialmente dedicada a Napoleón y luego emancipada del déspota por el propio compositor.

“El primer movimiento (omitiendo, por desgracia, la repetición de la exposición) dibujó un heroísmo fieramente humano y envuelto en todo el lirismo que admite una partitura con frecuencia áspera y descarnada. Y en la Marcia funebre se produjo el milagro”, escribe Luis Gago. “En pleno declive físico, el argentino se ha convertido él mismo en Spätstil, en «estilo tardío», ese concepto que tan bien analizó su amigo Edward Said, cofundador del Diván, y que tan identificable resulta en el propio Beethoven, como también exploró el maestro de Said, Theodor Adorno. Que Barenboim pueda aún dirigir en su estado físico escapa a toda explicación racional. Que los resultados sean los que se escucharon el viernes en la Grosses Festspielhaus de Salzburgo alcanza la categoría de misterio insondable”. 

Pero el crítico repite el error que ya había señalado Adorno: “De hecho”, comentaba el filósofo de Frankfurt, “los estudios sobre el Beethoven más tardío casi siempre hacen referencia a su biografía y destino. Es como si, enfrentado a la dignidad de la muerte humana, la teoría del arte se despojara de sus derechos y abdicara en favor de la realidad”.

Said, por su parte, hablaba de las “irreconciliabilidades” entre el genio tardío y su tiempo, ese elocuente factor de la incomunicación entre el artista último y las supuestas totalidades del yo y la sociedad… “El estilo tardío es lo que ocurre si el arte no abdica de sus derechos en favor de la realidad”, escribía Said.

Y, ciertamente, puede que eso sea la prodigiosa lentitud de este Barenboim: voluntad de detener el transcurrir del mundo, imposibilidad de una síntesis o conciliación dialécticas y, sin embargo, inexorabilidad de la música y lo humano.

JESÚS ADONIS MARTÍNEZ
JESÚS ADONIS MARTÍNEZ
Jesús Adonis Martínez (Pinar del Río, 1987). Periodista. Editor de las revistas independientes El Estornudo y Rialta. Cursó estudios de Maestría en Ciencias Políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue columnista en Oncuba Magazine y corresponsal para la Agencia Prensa Latina. Ha publicado artículos en diversos medios de Cuba y Latinoamérica.

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