La película Chaika (2025), relato de ciencia ficción de corte postapocalíptico y distópico rodado en Cuba por la colombiana Ingrid Paola Bonilla Rodríguez, tuvo su estreno mundial este jueves 21 de agosto en la jornada inaugural del 36º Kinoforum, Festival internacional de cortometrajes de São Paulo, importante plataforma para la promoción del audiovisual de formato breve que se extenderá hasta el 31 del propio mes en la ciudad brasileña.
Los programadores y curadores del certamen ubicaron la cinta dirigida, escrita, fotografiada y producida (junto a Nicolás Manuel Gasfrascoli) por Bonilla Rodríguez, en la sección Muestra Límite, dedicada desde 2019 “al cine experimental y de vanguardia, propiciando un diálogo provocador entre películas que asumen riesgos narrativos y estéticos”. Según el sitio oficial de Kinoforum, los organizadores del apartado dicen estar inspirados “por la primera película experimental realizada en Brasil: Límite, la obra maestra de Mário Peixoto de 1931”.
Chaika se localiza en la primera de las tres secciones en que se divide la Muestra Límite, bautizada “Cronofagia” por dedicarse a cartografiar “diferentes experimentos sobre el tiempo narrativo, tejiendo reconstrucciones, proyecciones y delicados simulacros que desafían los límites de la temporalidad”. Completan ese apartado la también colombiana Post Familia (Alexis Tafur, 2025), los títulos brasileños Sueño en ruinas (Sonho em ruínas, Priscilla Nascimento, 2024), Película (Sofia Leão y Brenda Barbosa, 2025) y El año de la serpiente (O ano da serpente, Bruno Vilela, 2025), y la coproducción esloveno-británica Pera común(Common Pear, Gregor Božič, 2025).
Posterior a su premier absoluta, Chaika se exhibirá casi de inmediato en la edición 24 de Macabro, Festival Internacional de Cine de Horror de la Ciudad de México, que se celebra en paralela al Kinoforum, del 19 al 31 de agosto.
Los días 26 y 28, Kinoforum ofrecerá otros dos pases de Chaika, un filme producido por la casa independiente Montañera Films que fundó la propia Bonilla Rodríguez, con el apoyo, entre otras entidades, de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba. De hecho, el taller “Filmar en Cuba” de 2023 –incluido en la Maestría Online “Interzona” de la EICTV, que dirigen el profesor, poeta y traductor Jorge Yglesias y el realizador, escritor y músico Rafael Ramírez– facilitó el rodaje de esta obra.
“Chaika” es el vocablo ruso que designa a la gaviota. Fue célebre en el antiguo Campo Socialista porque daba nombre a la línea de automóviles de lujo GAZ Chaika, producida por la URSS entre 1959 y 1981 para uso exclusivo (y excluyente) de los altos funcionarios soviéticos, o bien cubanos como Fidel Castro, quién poseyó más de una docena y recibió el primero de manos de Nikita Jrushov. La palabra definió también la “identidad espacial” de la cosmonauta Valentina Tereshkova, la primera mujer que viajó sola al espacio exterior, el 16 de junio de 1963, a bordo de la nave Vostok 6, y a quien le fue asignada esa señal de llamada.
A partir de esta segunda acepción histórica, Ingrid Paola Bonilla Rodríguez convierte a la Tereshkova en un personaje de ficción que ya en la vejez, en un futuro no muy lejano, o en un tiempo ucrónico, busca emprender un extraño y onírico segundo vuelo cósmico: ahora a Marte. Este último elemento de la historia se basa en una petición verídica que hizo la cosmonauta en 2013, a sus 76 años, a fin de ser incluida en un potencial viaje al Planeta Rojo.
El relato urdido por la directora colombiana deriva este febril deseo hacia territorio cubano, específicamente al paraje de Ariguanabo, en cuyo seno se ubica la EICTV, casi anexa al conocido como Pueblo Textil: antigua sede de una inmensa fábrica textilera hoy en completa ruina.
Es uno de tantos ecos resquebrajados provenientes de las décadas de moderna colonización soviética en Cuba, pletóricos de un frenesí tecno-industrial que sesgó hasta el presente cualquier posibilidad de desarrollo agrícola. Sobre las tierras yermas de muchos lugares de la isla se yerguen ruinas ferrosas, deformadas hasta lo abstracto por la avanzada oxidación. La textilera yace en el mismo pozo frustrado que otros emprendimientos megálicos y megalómanos como la Central Electronuclear de Juraguá, en Cienfuegos.
La Tereshkova elucubrada por Bonilla Rodríguez, con la misma edad de la “real” cuando solicitó su reactivación para conquistar Marte, recibe en la película una demorada misiva remitida por una conjetural (pero posible, dado el cariz de otros tantos planes de Fidel Castro) Confederación Espacial Cubana.
El abismo de varias décadas que media entre el envío y la entrega de la carta, habla igualmente de fantasmagorías utópicas, de ecos pretenciosos congelados en su propio aturdimiento. Valentina Tereshkova es convidada por una Cuba espectral a convertirse en otro de los tantos fantasmas que siguen atormentando la nación, que perseveran en poseerla, a la espera del radical exorcismo popular que nunca parece concretarse.
Valentina experimenta una desencarnación ambivalentemente simbólica (¿o concreta?) y deviene una suerte de “necronauta” que desembarca en una Cuba difusa, imprecisa, cuyas formas y paisajes borrosos, trémulos, casi tan leves como la niebla, son imposibles de enfocar con nitidez.
El presunto visor del casco media entre la perspectiva siempre subjetiva del personaje y la realidad “espectralizada”, emancipada del territorio de lo concreto. Plano a plano, secuencia a secuencia, el relato va poniendo en duda la mera causa física de la perenne fluctuación febril de las imágenes. El de la Tereshkova de Bonilla Rodríguez es un periplo hacia una zona ignota donde el tiempo se ha quebrado. Allí nada existe más que ruinas y náufragos que la interpelan, la repelen, intentan desengañarla, sabotean su ilusión-alucinación.
La película termina dialogando con otras cintas distópicas cubanas como Gloria Eterna (Yimit Ramírez, 2017) o Tundra (José Luis Aparicio, 2021) en cuanto al congelamiento de una circunstancia y el colapso de todo progreso temporal, en cuanto al establecimiento de la redundancia como definitivo modelo civilizatorio —muy cercanos todos a las lógicas del 1984 de George Orwell. Sin embargo, en el plano estético y la puesta en escena se aproxima más con Diario de la niebla (Rafael Ramírez, 2016), que propone un mundo de texturas imprecisas, percibido por la mirada delirante de otro viajero espectral.
La prevalencia de lo sensorial sobre la articulación de una narrativa hegemónica, didáctica, provoca en vez de explicar. Chaika espolea directamente el ánimo de la audiencia, nunca el razonamiento determinista. Mixtura formas a través de un montaje de leve narratividad y alta ensoñación.
La vieja cosmonauta proviene asimismo de un poderoso fantasma que de tanto recorrer Europa durante el siglo XIX, y todo el mundo durante el XX, se convirtió en fantasma de sí mismo. Y quizás ella era ya un ser inmaterial cuando recibió la carta, perdida irremisiblemente para el alcance de los vivos, solo apta para entes desencarnados.
Esta mirada de Ingrid Paola Bonilla Rodríguez sobre Cuba como uno de los últimos bastiones del entusiasmo moderno, concebido desde la ciencia ficción de absoluta libertad formal, es un relato para sentir, para convertirse en fantasma junto con la gaviota estelar, para ahondar en la nostalgia residual que dejó sobre el Mar Caribe una isla cuya desfasada existencia es en sí una inmensa duda.