Intelectónico decadémico

Esta declinación del término es producto del ingenio del rapero y preso político Maykel Osorbo. Nació en un encuentro entre amigos, en el que Maykel, quien ha pagado con la mitad de su vida en presidio todas las fatalidades que una sociedad pueda reservarle a un individuo, curtido de cuanta miseria humana existe, nos dijo que ni en las psiquis más delincuenciales que había conocido encontraba una perversión tan retorcida como la de sus amigos “intelectónicos”. Maykel suele declinar cualquier palabra que le suene merecedora de burla. En este caso, su acierto era tan grande como mi vergüenza al pensar que por haber estudiado arte me incluía efectivamente en aquella penosa categoría.
No sé si este que presento hoy tiene que ver con el intelectónico que describía Maykel, pero sí es el que desprecio yo: un bicho, como el catoblepas que recoge Borges en su bestiario, que de tan cabezón ya no puede andar. Un organismo que, como no metaboliza el conocimiento en utilidad, acumula una erudición hipertrófica que le impide mirar de frente la realidad. El intelectónico funciona como si la teoría produjera la realidad; en su disonancia cognitiva, celebra al infraordinario personaje ficticio que algún genio literario o cinematográfico de su preferencia engalanó de sentido, pero al modelo real, al desahuciado de carne y hueso que sirvió de inspiración al artista, no le dedicaría una mirada en el bus.
El intelectónico da sermones en los que pretende que alecciona, y hasta eleva a ese pobre diablo que ignora la bibliografía de su campo de estudio, solo para escucharse a sí mismo y reducir la experiencia de todos a la métrica de su minusvalía. Es aquel que presume lecturas de cuanta teoría de justicia social hay, pero maltrata al mesero; el que hace odas al explotado obrero, pero líbrelo Dios de la humillación de ensuciarse las manos alguna vez de algo más que no sea tinta. Es ese personajillo de retórica ininteligible que sin haber arriesgado nunca un pelo por algún ideal, principio ético o por un ser querido, desacredita echando mano de sus mil referentes teóricos al que tiene el valor de hacerlo. El intelectónico piensa, sobrepiensa, y afortunadamente, rara vez existe para alguien.
Bestiario Miserable es un catálogo de los excesos, miserias, deformaciones que las contorsiones circenses del panorama político cubano, global y virtual han ido pariendo. Como decía Leónidas Lamborghini, la verdad del modelo es su propia caricatura. Pues este quisiera ser un retrato realista de los arquetipos de conducta que florecen en toda su monstruosidad por el extremismo ideológico, la antipatía, la deshonestidad intelectual, o la pura estupidez, ahora abonados en ese terreno de la pseudo ética que puede ser ciberespacio. En un mundo que se parece cada vez más al que describiría Weill, donde la espera de lo que vendrá ya no es esperanza, sino angustia, quizás bosquejar nuestros monstruos, los que todos en menor o mayor medida somos, pueda hacer los mitos más lógicos, dar alguna pizca de sensatez.