El Castroquellevamosdentro

En esa joya de la memoria nacional que es el documental Conducta impropia, de Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros, el actor y expreso político René Ariza cierra magistralmente diciendo: “Hay que vigilarse al Castro que cada uno tiene dentro”.
El Castroquellevamosdentro es un monstruo congénito que padecemos especialmente quienes hemos sido expuesto por demasiado tiempo a regímenes dictatoriales. Personifica la manía autoritaria que sobreviene a una gran humillación de creernos portadores y portavoces de la verdad absoluta. Es la intolerancia a la diferencia, la indiferencia ante todo lo que no sea útil a la empresa individual, el complejo permanente de excepcionalidad. En los casos más crónicos, encarna la egolatría que convierte cualquier causa social, política y humana en mero vehículo para la causa del ego.
Al Castroquellevamosdentro realmente no le interesa la emancipación colectiva ni el bienestar común, sino ser él a quien todos reconozcan y agradezcan como el gran justiciero salvador. Inflará méritos, maquillará debilidades, distorsionará narrativas para salir mejor parado y usará el coraje o el sacrificio propio como aval para sentarse a la cabeza de la mesa en cada oportunidad. No mostrará nunca, como hace la gente honesta, un ápice de humildad o rubor ante la adulación. Reaccionará muy mal, con furia depredadora, en caso de no recibir el reconocimiento que cree merecer. No soporta la crítica, ni la competencia. No quiere ser útil, sino trascendente. Su consideración de la valía ajena se expresará con la condescendencia y el dramatismo de quien no busca distinguir a un igual, sino engatusar a un subordinado.
El Castroquellevamosdentro es un monstruo narcisista: necesita verse bien, oírse alto, más alto que todos, y vibrar mesiánico en los aplausos tributarios. Porque para este bicho el mundo es una película de la que es protagonista indiscutible y todos los demás son extras o utileros. El Castroquellevamosdentro no duda de sí mismo ni un segundo. No cree que pueda equivocarse; y en el extraño caso de aceptar una culpa, defenderá, sin miedo al oxímoron, que se equivocaba por las razones correctas. No escucha antes de pensar, no piensa antes de hablar, incluso si se trata de emitir una sentencia de consecuencias irreversibles para los demás.
Este monstruo no murió hace nueve años, lamentablemente. Vive, como pregona la propaganda oficial, dentro de cada uno de nosotros, alimentando nuestra vanidad, nuestro extremismo, nuestra autocompasión. Vive dentro de los que siguen destruyendo Cuba, dentro de los que esperan por falsos profetas que se la devuelvan. Decía Ariza que hay que vigilarse al que llevamos dentro. Yo agregaría que también hay que vigilárnoslo mutuamente, porque habiendo tantos en el pueblo, nada más triste y probable podría ocurrirnos que sucumbir ante otro de estos monstruos.
Bestiario Miserable es un catálogo de los excesos, miserias, deformaciones que las contorsiones circenses del panorama político cubano, global y virtual han ido pariendo. Como decía Leónidas Lamborghini, la verdad del modelo es su propia caricatura. Pues este quisiera ser un retrato realista de los arquetipos de conducta que florecen en toda su monstruosidad por el extremismo ideológico, la antipatía, la deshonestidad intelectual, o la pura estupidez, ahora abonados en ese terreno de la pseudo ética que puede ser ciberespacio. En un mundo que se parece cada vez más al que describiría Weill, donde la espera de lo que vendrá ya no es esperanza, sino angustia, quizás bosquejar nuestros monstruos, los que todos en menor o mayor medida somos, pueda hacer los mitos más lógicos, dar alguna pizca de sensatez.

