PUERTO PADRE, Cuba.- Abroquelándose en los poderes del Estado como si fueran escudos propios y no resguardos de la nación toda, tras las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio y por las que ha habido muertos, heridos, encarcelados y perseguidos políticos, concurriendo delitos de lesa humanidad, Nicolás Maduro ha tomado la posición de ciudadano único, imprescindible, pretendiendo perpetuarse en el poder y no sólo en Venezuela, donde ha hecho que autoridades judiciales y legislativas le sirvan cuales edecanes, sino que su egolatría trasciende las fronteras venezolanas, para de forma psicópata, atacar a WhatsApp y a Tik Tok, como si fueran personas naturales y no herramientas públicas en manos ciudadanas para contenderlo, por lo que es útil preguntar: ¿Está llevando Nicolás Maduro a Venezuela hacia el totalitarismo…? Vamos a ver.
Los crímenes por móviles políticos, las desapariciones de personas, secuestros, exilios forzados y en suma las violaciones de los derechos humanos de la población por parte de un régimen dictatorial, ya fuere personalista, como la España de Franco o Cuba, tras el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 de Batista, o una dictadura dirigida por una junta militar o cívico-militar como fue Chile en la época de Pinochet, necesariamente, no concurren como regímenes totalitarios por el sólo hecho de ser inconstitucionales y violadores de los derechos universales.
Y puede ocurrir, incluso, como ocurrió en las dictaduras de Franco, de Batista y de Pinochet, que en ellas hubiera una configuración —o el esbozo de su representación— de una sociedad civil que, sociopolíticamente hablando, lo componen el imperio de la ley de obligatorio cumplimiento para gobernantes y gobernados, una administración pública que debe responder a la ciudadanía, un espacio público de debate y asociaciones sindicales, gremiales, cívicas u otras, como los movimientos sociales, todo ello, en una economía de mercado que actúa como un sistema de regulación no sólo económica, sino también de los más elevados intereses nacionales.
Pero esas génesis de democracias que hemos visto eclosionar aun en las más crueles dictaduras de derecha —y que han sido el principio de su fin— no lo hemos visto en los regímenes totalitarios comunistas, autoproclamados “dictaduras del proletariado”, eufemismo para enmascarar una vulgar dictadura personalista trepada sobre un partido monopolista, único, del que se sirvieron Lenin y Stalin para, de por vida, perpetuarse en el poder en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), así como también los hermanos Fidel y Raúl Castro y sus seguidores del Partido Comunista en Cuba, en cuya nación, destruido todo vestigio de sociedad civil independiente y suplantada por organismos pro régimen totalitario, es muy difícil avizorar una transición a la democracia a corto plazo.
Decía Juan Pablo II que, “el Estado totalitario tiende a absorber en sí mismo la nación, la sociedad, la familia, las comunidades religiosas y las mismas personas”, luego, para conseguir esa “absorción” total y según lo investigaron y demostraron no pocos académicos, entre ellos Carl Friedrich y Zbigniew Brzezinski, las dictaduras totalitarias elaboran incluso antes de tomar el poder una ideología con pretensiones milenaristas, como en este caso de Venezuela, en que Hugo Chávez y sus seguidores se referían a un proceso de 30 o 40 años para la consolidación de lo que conceptuarían como “socialismo del siglo XXI”.
Y para ese fin, adueñarse no sólo del Estado sino también de la nación y de cada persona misma, crean un partido de masas, que todavía en el caso venezolano no es único, pues, simulando una democracia, admiten multiplicidad de partidos políticos, pero que cuando los comunistas pierden en las urnas, como el pasado 28 de julio, entonces vemos que su verdadero fin es el poder de un único partido; y para ese fin, la consecución y el mantenimiento del poder totalitario, el régimen así diseñado implanta un sistema de terror, físico y psíquico, que en el caso de Venezuela —según vemos por estos días— es ejecutado a través del partido socialista, de los llamados “colectivos”, de la policía política y militar y de la administración del Estado con sus poderes legislativos y judiciales en su conjunto.
No resulta ocioso entonces que para la concreción del terror psicológico, el Estado totalitario controle, o trate de controlar, todos los medios de comunicación de masas, y es así como hemos visto a Nicolás Maduro, personalmente, emprenderla contra WhatsApp y Tik Tok. Restan, para conseguir el poder totalitario, pues, el control centralizado de la economía nacional, que en este caso es el petróleo venezolano en manos del Estado, y el control de todas las armas de combate, que Nicolás Maduro lo tiene, hasta hoy día, a través del control del generalato, encabezado por el general Padrino y por conducto de éste, de todo el Ejercito.
Al respecto no caben dudas: Venezuela se encuentra hoy en camino de consolidarse como un régimen totalitario, semejante al de Cuba. Y si el pueblo venezolano en mayoría, como lo vimos en las urnas el domingo 28 de julio, y con la ayuda de la comunidad internacional no consigue atajar el totalitarismo liderado por Nicolás Maduro —como no fue atajado por subestimación el castrocomunismo cubano en los años 60 del pasado siglo, reproduciéndose en el mundo— entonces, primero que cualesquiera otras naciones del orbe y meramente por concepciones geoestratégicas de sus aliados Rusia, China o Irán, veremos a las Américas, sí, a los países que integran Norteamérica, Centroamérica, Suramérica y Las Antillas, asediados en su propio suelo y según los intereses del momento, por el enemigo natural de la democracia: el totalitarismo, y en este caso, ejercido por comunistas desde Venezuela.
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