LA HABANA.- En una mipyme de Centro Habana, un grupo de cubanos agotados y ojerosos tras una madrugada de calor y oscuridad, hacía fila para comprar productos ahumados cuyo propietario había rebajado levemente para evitar pérdidas. El quita y pon de la corriente, sumado a las altísimas temperaturas, no permitió que su mercancía se congelara debidamente. A simple vista se podía notar que la cadena de frío se había roto, probablemente, más de una vez. Otro apagón de cuatro horas o más, y los embutidos empezarían a ponerse verdosos.
Mientras la cola avanzaba, alguien comentó, con ese choteo típico del patio, que el presidente Trump le había “metido caña” a Irán, y que Irán respondió lanzando bombas sobre una base militar estadounidense en territorio qatarí. “Empezó la tercera guerra mundial”, añadió, riendo, la misma persona, sin mencionar el acuerdo de alto al fuego entre Israel e Irán, una tregua frágil, pero real. En la cola, la gente reaccionó a la información con indiferencia y hastío. Nadie estaba interesado, después de una noche sin dormir, en debatir sobre una guerra que, por cruda que venga -en caso de reanudarse-, no será peor que la que vivimos hace años aquí dentro.
La posibilidad de que el petróleo se encarezca tampoco soliviantó a ningún paisano, porque, de todos modos, el gobierno cubano no puede pagarlo a ningún precio. “En Irán caen bombas, pero no hay apagones. Aquí tenemos paz desde hace más de sesenta años y Cuba está como si la hubieran bombardeado”, ironizó el único que quiso aportar algo a la conversación.
El resto siguió de pie y en silencio, con la mirada puesta en el individuo, evidentemente cansado y malhumorado, que cortaba y pesaba los ahumados. Todos en aquel lugar, sin excepción, parecían salidos de un cuadro postapocalíptico, o escapados de un hospital psiquiátrico: ojeras, greñas, chanclas, delgadez preocupante, agitación, parpadeo incesante, narcolepsia, hambre.
Los partes de la Unión Eléctrica son heraldos del terror en medio de una ola de calor y polvo del Sahara. Varios municipios de La Habana permanecen doce horas al día sin corriente, fragmentadas o de un tirón, y los cortes en la madrugada que, supuestamente, no excederían una hora, se extienden por cuatro horas o más. La gente no puede dormir, no puede pensar ni coordinar, no puede planificarse. Las mipymes que compraron una planta generadora con el objetivo de no parar, han tenido que parar por falta de gasolina, porque no hay bolsillo que aguante. Otras cierran, con pérdidas considerables y deudas. Sus dueños no protestan. Nadie protesta. “Bienvenidos a nuestro infierno”, nos dicen, cariñosa e irónicamente, nuestra gente en provincias, donde tampoco se protesta, porque un conato aislado de vecinos particularmente hartos, no es el tipo de protesta que se necesita.
Cerveza y reparto mantienen a la juventud acelerada y semialcoholizada -que no entretenida-, poniendo la nota desagradable en los vecindarios, donde los pocos que logran dormirse a pesar del calor y los mosquitos, despiertan sobresaltados por el escándalo de las bocinas portátiles en las motorinas que, durante toda la noche, recorren el barrio. Beber y escuchar a Bebeshito. Punzón en la cintura, por si alguien se molesta. Apagón y tacto, que llegó el reparto, para que la “vida” en Cuba siga despeñándose por el acantilado de una barbarie que parece no tener fondo.
En los últimos días el déficit de generación alcanzó su máximo histórico, y también el récord de aguante de un pueblo que sabe que no hay solución, mientras Miguel Díaz-Canel se da un saltico a Bielorrusia para ver si le quieren fiar un barquito de combustible que le permita capear el temporal durante la primera quincena de julio, no sea que los a cubanos, con la raspa de orgullo que quizás les queda, se les ocurra celebrar el aniversario de la rebeldía nacional reeditando las protestas de 2021.
El único zombie pensante en la cola para los ahumados, aseguró que le prohibió a su hija recargarle y enviarle combos de comida. Cuando se acabe el paquete de datos, se acabó, y a comprar comida para el diario, porque es demasiado descaro que los alimentos que los emigrados pagan en dólares, se pudran en el congelador por la ineficiencia del mismo gobierno que se los vende: “A comer lo que se pueda, cuando se pueda, pero basta ya. Esto que está pasando lo hemos permitido nosotros mismos, primero por confiados, y después por cobardes. No merecemos ser problema de nadie”.