LA HABANA, Cuba.- No es que armen una película de “bajo costo” con la moto acuática y las cinco pistolas, a fin de cuentas ya estamos acostumbrados a esos “novelones”, sino que a estas alturas sigan pensando que, actuando así de ridículos y nada “creativos”, alguien con media neurona mínimamente funcional pueda tomarlos en serio. No cuando, después del jetski abandonado en un manglar de Matanzas, los rusos se colaron en la bahía de La Habana con varios barcos de guerra y un submarino nuclear.
Confieso que, teniendo tan cerca nuevamente el 11 de julio —tan temido por el régimen luego de las protestas del 2021— y habiendo transcurrido unos cuantos meses desde que Humberto López prometiera “volver con más” sobre el caso de la “invasión armada” desde los Estados Unidos, llegué a imaginar que iban a bajarse con uno de esos culebrones al estilo Tras la huella —donde queman a unos de sus “agentes” solo para que comencemos a sospechar unos de otros y así mantenernos tranquilos un buen rato—, pero resulta que toda la “ciencia” empleada en la investigación policial al parecer apenas se redujo a averiguar las marcas comerciales de un pobre “arsenal” que cualquiera hubiera inventariado mejor en menos de un minuto usando Google Lens.
Pero así, tan improvisados como ajenos al ridículo, probablemente bajo la presión de mostrar los “instrumentos de tortura”, sacaron al aire el “programa especial” que terminó siendo carne de cañón para memeros y “cueristas”, choteadores de toda especie que fácil encuentran en ese tipo de espectáculos “Made in Villa Marista” la mejor materia prima para sacarnos una carcajada aún en medio de las adversidades.
Es que, más allá de los fragmentos de grabaciones de lo que llaman “interrogatorios” y que por momentos dan la impresión de escenas actuadas (aunque poco ensayadas, porque quienes “confiesan” lo hacen evidentemente para complacer al “letrista” que les sopla el guion y no para narrar la verdad de lo ocurrido), más allá del testimonio de los tres tipos disfrazados de presos, solo recibimos más de lo mismo entre las mismas imágenes reiteradas de la lista (convertida en “ley”) de los más buscados por la dictadura, así como fragmentos editados de publicaciones en redes sociales a las que cualquiera puede acceder sin dificultad, en tanto son divulgadas bajo la forma de manifiestos y declaraciones por personas y organizaciones que para nada ocultan ni su posición política ni los planes de acción contra el régimen.
Porque, estemos en contra o a favor de sus métodos, de sus conceptos, de sus estrategias para poner fin a una dictadura, del uso de la violencia o de la vía pacífica para generar un cambio, lo que se sabe hasta ahora, mientras no existan pruebas irrefutables de lo contrario (y el programa no mostró ninguna), es que no se trata de extranjeros planeando una invasión.
Tampoco de mercenarios a las órdenes de un ejército foráneo, ni de “terroristas” (porque entonces también los hubo dentro de los grupos de “acción y sabotaje” del llamado Movimiento 26 de Julio), sino de cubanos que, compartiendo propósitos, ideales, sueños o como se le quiera llamar a lo que los une ideológicamente como grupo, se han asociado para unir fuerzas contra un gobierno que criminaliza cualquier tipo de oposición y manifestación política contraria y que, por tanto, no deja muchas alternativas viables, e incluso crea sus más temidas némesis.
Como criaturas engendradas en sus propias pesadillas, en sus más profundos temores son estos grupos armados que mucho deben a la violencia que el propio régimen practica sistemáticamente y que por tanto le retorna como contrario, puesto que recibimos de vuelta lo que damos. Eso si no es que, como se rumora, algunos de estos hechos de violencia y tentativas de “invasión armada” hasta pudieran ser “distracciones” construidas por el régimen mismo para justificar la represión. Pero tampoco hay pruebas de algo así, y sin ellas igual estamos condenados a caer en la chapucería y el ridículo del “programa especial” de Humberto López.
Pero buena parte de la violencia a la que hoy asistimos como víctimas o victimarios, incluida la del bando opuesto al régimen, tiene un origen en la violencia del sistema. De ahí el temor de los comunistas a ser obligados a abandonar el poder a golpe de hierro. Porque de ese modo, a hierro, tomaron el poder en enero de 1959 y así a garrote se han mantenido: saltándose leyes y pisoteando constituciones (incluso las escritas e impuestas por ellos mismos), fusilando y encarcelando, exiliando y excediéndose en expropiaciones y saqueos, persiguiendo y criminalizando, torciendo las leyes y la historia a su favor hasta el punto de condenar como “terroristas” no solo a jóvenes que salieron a las calles para protestar —tanto el 11 de julio de 2021 como en fechas más recientes— sino también a muchos que solo asistían como espectadores o que subieron los testimonios a sus redes sociales.
Esos excesos, esas injusticias, son crímenes y son peores que un jetski y cinco pistolas que no debieran significar nada para un gobierno que, además de apoyar la invasión a Ucrania, hace apenas unos días abrió las puertas de La Habana a un submarino nuclear ruso. Tales escándalos, montados sobre el otro más reciente de lo que parecen bases chinas de espionaje, debieran ser para el régimen más preocupantes.
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