“Partir es siempre partirse en dos”.
Cristina Peri Rossi, Estado de exilio
“Despojada de ilusión, la conferencia performática se dispone –incluso en últimos casos–, […] a la contingencia, a reabsorberse en la contradicción; se trata de algo neto, quieto pero que se reformatea constantemente”, me escribe Nara Mansur (La Habana, 1969, poeta, dramaturga, actriz y teatróloga), en una fecha temprana de febrero de 2024; es una de las ideas que maneja en su ensayo “Conferencias y conferenciantes performáticos”.[1] Algunas de estas tesis encabezarían nuestra propuesta a la quinta edición de la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo del Sur (BIENALSUR, Argentina). Nara me invitaba a participar junto a ella.
“Somos dos artistas visuales de la diáspora cubana que aquí nos encontramos para poner en discusión la experiencia estética de la presencia, la construcción no de una sino de varias memorias posibles que sientan la caída de las vidas propias, de un país atomizado, y la necesidad del género [performático], una plataforma de pensamiento, de instrucciones para el porvenir. Nuestra conferencia performativa toma partido por la conflictividad de modelos y matrices culturales heredados”.
Hace dos años y algo más que vivo en la ciudad de Miami; en el transcurso de este tiempo, recibí o me involucré en propuestas de trabajo que por una razón u otra quedaron truncas en el comienzo: eventos, entrevistas, maneras de ganarme la vida en esta vida nueva o demasiado vieja, según se vea; dosieres que van y vienen y circulan en todas direcciones con el propósito de vender mis fotos, performances, o exhibirlos en alguna parte.
“Funcionamos como teatro desinflado y como memorándum, recordatorio. En diálogo con las circunstancias, la conferencia performativa también se puede pensar como género circunstancial de respuesta rápida, género vibrador del rol del artista en el presente. Un continuo de reflexiones y relatos, según John Cage”.
Las ideas de Nara llegaban a mi WhatsApp sin previo aviso. Apunto “diáspora”, “instrucciones para el porvenir” y “género circunstancial”. Y apunto y enmarco en un círculo naranja, en mi libreta de notas, “John Cage” –el primer recuerdo suyo que tengo es el de estar cuatro minutos con treinta y tres segundos frente a una pantalla, esperando porque diera al piano la primera nota que nunca llegó a dar–.
Pienso en los posibles vínculos con Estado de exilio, el poemario de Cristina Peri Rossi que me acompaña esos días de febrero de 2024 y que guardo bajo la almohada creyendo que todavía me podía salvar de algo. Una semana después, contra todo pronóstico, acepto. Eran momentos muy difíciles para mí.
Ahmel finalmente llegaba a Miami luego de un año esperando su visa en La Habana. A saber si un día le sería otorgada. Si en este lapso continué siendo su esposa fue por su inmenso corazón o su terquedad o porque en un punto comencé a pedirle que no me soltara de la mano. Rogaba por mi vida, supongo. Estaba cansada. Había agotado la fe y los recursos en el tránsito; cambiado siete veces de domicilio… Unas semanas después de su arribo hicimos otra vez las maletas –“cuánto pesa lo imprescindible”, se pregunta Cristina Peri Rossi en Estado de exilio–. Incluyo en este ir y venir la salida de Cuba y de nuestra casa en Cojímar, servida a los ladrones.
¿A cuántos extraños no vimos entrar a nuestra casa a tomar lo que aún nos pertenecía; a cuántos miembros del Comité de Defensa de la Revolución que hubiesen pagado por arrasarlo todo en nuestras narices el mismo día de las protestas del 11 de julio de 2021, pueblo contra pueblo azuzado: “la orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios”?
Asumo que Nara propone un cadáver exquisito al estilo de su primera pieza para el teatro, Ignacio & María, escrita entre los años 2000 y 2001; sus personajes, como nosotras ahora, separados por un continente. Recuerdo la cita de Vsévolod Meyerhold delimitando más de una frontera invisible en el inicio del texto: “están sentados uno al lado del otro […] mirando exactamente hacia delante”.
¿Qué otras razones había tenido Nara al introducir su obra con una acotación de Meyerhold para el montaje, en 1906, de Hedda Gabler?
Sentí que podíamos conectar. Tal vez necesitaba conectar. Aun cuando sólo me sentiría libre frente al vacío que presupone el patio de butacas; tal como imaginó Meyerhold a los personajes de Ibsen en Hedda Gabler.
Durante años, he memorizado parlamentos de Ignacio & María. Esas cosas que se le graban a una en la cabeza:
Ignacio. María, también la verdad se inventa… María. ¿Qué sé yo de su intimidad, de su casa, a quién le escribe?… Ignacio. Me olvido de María y me siento libre… María. Hay moscas sobre el mantel, hay cucarachas en la meseta de la cocina, pero te amo… Ignacio. Yo no voy a poder vivir sin ti, María. Me voy a volver loco… María. Yo me mataré. Te lo juro… Ignacio. No logro concentrarme en un libro, como no logro concentrarme en hacerla feliz… María. Creo en él. Siento hacia él una extraña idea de fidelidad…
Ahora todo me retrotrae al pasado. Ese en el que soy una niña de siete años y descubro que en mi casa tienen lugar las experiencias más insólitas que no veré en otras, como jugar a ordenar clavos en los hoyos de una plancha de madera, a la Ouija o al cadáver exquisito. No parecen juegos de niños.
Y en efecto, cuando le cuento a mis amigos de la escuela se aburren. Terminamos todos mataperreando en el patio, sacando lombrices de la tierra o cogiendo pepinillos y ajíes picantes “de la puta de su madre” de las matas de los vecinos que cruzan la cerca perimetral.
En casa, estamos a la mesa el profesor Alejo Alejo, quien imparte la asignatura de Historia del Arte en la Academia de Bellas Artes San Alejandro, ha traído, de regalo, inciensos de la India, es la primera vez que veo algo encendido y oloroso como eso y que no apesta como un cigarro; los escritores cubanos Manuel Pereira y Onelio Jorge Cardoso, que son nuestros vecinos; y los artistas plásticos Jesús de Armas y Roberto Figueroa, quien, con sus más de treinta años, es mi mejor amigo y a nadie le pasa por la cabeza que vaya a abusarme –absolutamente no, Roberto Figueroa era el más amoroso y paciente de mis amigos de infancia, el de la tabla con los cientos de clavos que construyó él mismo para sus horas de meditación y asueto que no eran pocas, que alternaba con el tachado de revistas–; mi padre y su mujer, todavía su alumna en la especialidad de dibujo en San Alejandro.
A pocas cuadras, en el Anfiteatro de La Habana, Joan Manuel Serrat canta “cerca del mar porque yo nací en el Mediterráneo, nací en el mediterráaaaaneooo…”. Lo escuchamos en el televisor embriagados por las risas y las líneas de dibujo o de texto, aparentemente inconexas, que improvisamos de a poco, a ciegas cada uno del trazo del otro, en las hojas en blanco; y por los olores del sándalo y el pachulí que en la Cuba de los años setenta desconocemos.
Si el viento se vuelve a favor podemos escuchar directamente a Serrat y ver las luces del anfiteatro si subiéramos a la azotea del solar donde vivimos, el número 2 de la Calle de los Mercaderes. Un solar de artistas, lo he dicho muchas veces. A cada tanto me vuelvo al televisor. Estoy enamorada de Serrat, de su aspecto frágil y su cara blanquísima, de las patillas, la melena, los lunares en el cachete, y del modo en que le vibra cada nota en la garganta como si fuera el suyo un canto de dolorosa despedida. Estoy enamorada del modo en que se enamoran de él los demás y de ese “destape” del que tanto hablan.
En la cara interior de una de las puertas del escaparate de Pereira, había una pequeña foto en blanco y negro de ellos dos caminando por alguna plaza; las sonrisas, y los pantalones vaqueros, al viento. Siempre que estaba en su estudio me las arreglaba para husmear. Hay máscaras venecianas en los estantes y libros hasta el techo. Podría casi jurar que, en el viejo escaparate pintado de azul colonial, había fotos de Pereira con Lezama, Cortázar y Oriana Fallaci, pero el tiempo ha pasado y no aprendí a distinguir la realidad del sueño.
En casa, se hablaba con júbilo del “destape” y de la “movida madrileña”, de Bibi Andersen, pero cuando iba con el chisme a la escuela, a los amigos tampoco les interesaba si Bibí, con sus grandes tetas y su blonda cabellera, tenía un pene de más o de menos, si en verdad era Bibi Andersen, Bibiana o Manuel Fernández (hijo); o si El Generalísimo se había ido de este mundo de lo más acompañado sin pagar la cuenta.
También me gustaba Bibi, pero no era un amor que encantara como el de Serrat, y ya que estamos: como el de Manuel Pereira. Así me echaba a llorar y salía de escena; fingía que iba al baño, no regresaba más a la mesa. Tenía siete años, quizás diez, y parecía una anciana. Vine al mundo a derramar lágrimas.
“La conferencia –continué con Nara– propone cruces entre las artes visuales, el teatro, la performance y la literatura a partir de las investigaciones de sus autoras: Nara Mansur escribe una obra para el teatro inspirada en la poeta argentina Alfonsina Storni, es una obra que le ha comisionado un grupo teatral en Miami. Le han insistido en que piense en el espectador local. Cirenaica Moreira…”. Y ahí lo dejaba para que continuara yo con la redacción de mi parte. Apunto “espectador local”.
Actriz, maestra, madre soltera y suicida, quien a ratos firma como el cronista Tao Lao sus artículos periodísticos, Alfonsina Storni (Capriasca, 1892-Mar del Plata, 1938) fue el personaje que elegí interpretar a los diecisiete años en la clase de Actuación del Instituto Superior de Arte, también en La Habana, a una distancia imposible de casa:
“Tú me quieres alba, / me quieres de espumas, / me quieres de nácar. / Que sea azucena / sobre todas, casta. / De perfume tenue. / Corola cerrada […] Ni una margarita / se diga mi hermana”.
Declamaba para mí el atrevimiento de ella como quien entona herida su propio canto de batalla:
“Tú que hubiste todas / las copas a mano, / de frutos y mieles / los labios morados. / Tú que en el banquete […] dejaste las carnes / festejando a Baco. / Tú que en los jardines / negros del Engaño / vestido de rojo / corriste al Estrago”.
Cirenaica Moreira –apunté luego para Nara– prepara una acción performática desde la aparente inmovilidad de una sala de cuidados especiales. Hay una paradoja del exilio que persistirá en narrar en tanto arriba una y otra vez al lugar común de lo desconocido.
• Esclarecer puntos de contacto entre Estado sociópata totalitario y amante sociópata controlador
• Verificar en el comportamiento de las víctimas: Síndrome de Estocolmo –Síndrome de Estocolmo doméstico– exilio dúplice: te vigilo, te acuso, te castigo, te deseo, te necesito, te desprecio, te amo (castigo narcisista, envidia de poder).
• Rectificar lista de personajes: La gran epopeya de la humanidad; La máquina de follar; Orapronobis; Desglose de presupuesto (el público podría decidir o intercambiar el nombre de ellos y sus comportamientos).
En ese momento estaba bajo el influjo de la pieza BLOW/Una asamblea de Mariana Obersztern cuyo enlace Nara me había enviado. La entrada de los espectadores al galpón donde transcurre la performance de Obersztern, me recuerda la entrada del público a la Cartoucherie de Vincennes, en las afueras de París, para la representación de 1789 por la compañía Le Théâtre du Soleil que dirige Ariane Mnouchkine; un espectáculo inspirado en la Revolución Francesa que había visto en los días del Instituto Superior de Arte.
Sabía que debía procesar aquella influencia, desprenderme de ella si quería construir algo propio. Necesitaba tiempo, sobre todo: cabeza, y mi cabeza llevaba semanas conectada a la idea del suicidio. De haber tenido un revólver me habría disparado.
* * *
“De todas las catástrofes, incluida la del exilio, nos salva la libido”, escribe Peri Rossi en el prólogo de Estado de exilio donde para mí introduce el verdadero aliento epistolar del poemario. Más allá de su segundo momento: Correspondencia(s) con Ana María Moix;el final feliz, casi diría, aun cuando este segmento fuera publicado en 1974, apenas el inicio del camino de la emigración para la autora que ha salido huyendo de Uruguay por activista política, despojada de su voz como autora y de su cátedra en la Universidad de Montevideo.
Desconozco si cuando Cristina Peri Rossi se refiere a “impulso libidinal” lo asocia a la figura de Ana María Moix, lo que sí deja en claro es su fascinación por la intelectual catalana a quien acaba de conocer en Barcelona, la ciudad que la acoge, y a quien dedica Correspondencia(s)… justo por encontrar en ella una interlocutora asombrosamente semejante; identidades que casi podrían trocarse.
El cuaderno íntegro, el que incluye el segmento nombrado Estado de exilio, escrito básicamente en 1973, es publicado treinta años después. Peri Rossi lo mantiene inédito por “pudor” hacia una derrota que sabe colectiva. Así ve al exilio: como derrota. Si bien en el prólogo escrito para la ocasión habla de optimismo y de vida que se refunda.
La autora escribe a los afectos perdidos, lógicamente; pero también a la Junta Militar, a la huella de la Junta Militar en su cuerpo y a la posteridad, al porvenir que, supondría ella en 1973, seríamos hoy nosotros.
Nara había dejado Cuba por amor, con seguridad llegaría a Buenos Aires casada o a casarse y a tener hijos. El término diáspora en este contexto que nos hacía coincidir me hacía dudar. ¿Por quién había llegado yo a Miami? ¿Qué amores, qué misterios me esperaban?
“Partir es siempre partirse en dos”, hubiera podido responderme también ella. Ahora sé que tendría razón. Pero en el contexto histórico al que yo asocio el término, su propuesta me habría seguido pareciendo fuera de lugar.
Por otro lado, aseguraba Peri Rossi en el prólogo de Estado de exilio que con su cuaderno Diáspora (Lumen, 1976), había resignificado el término para nombrar al exilio de las dictaduras latinoamericanas. “Alguien que huye no puede elegir en una guía de turismo el lugar adonde irá a parar”. Y yo qué iba a cuestionar a Nara, ya bastante tenía con mis dudas de mí, y ninguna respuesta.
Luego habría que llenar formularios, enviar currículos, presupuestos, contraseñas si los materiales eran subidos a un link privado, hacer storyboards; el aburrido deber de los statements. Y agregar tags donde no debía faltar el de “salud mental”, insistió Nara; la IA y sus palabras clave, su rastreo de cuanto somos y hacemos como un “comité” cualquiera, uno de defensa del capital financiero.
Hoy mismo borré de mi Samsung una app que permitía su control a distancia. No sabía que podía tener algo así en el teléfono.
No estaré, Nara. No estaré en el proyecto. Disculpa, me voy a terapia. Como decir: “¡A Moscú! ¡A Moscú!” o “¡Vete a un convento, Ofelia! ¡Vete a un convento!”
* * *
No deja de sorprenderme ese halo de escritura irrepresentable que bordea la obra dramática de Nara Mansur. Una obra que al mismo tiempo sube a escena en La Habana, Buenos Aires, Los Ángeles. En días recientes, en La Habana, Lizette Silverio y su Estudio Teatral La Chinche volvieron a versionar Charlotte Corday (2002-2003), esta vez para un grupo de estudiantes de la Facultad de Artes Escénicas del Instituto Superior de Arte; Ignacio & María, dirigida por el también actor y dramaturgo italiano Carmine Borrino, se presentó en el año 2018 en el Festival Internacional de Teatro di Nápoli entre otras (re)presentaciones del texto; mientras que Las nadadoras (Ediciones La Flecha, 2023), será estrenada en 2026 en Montreal por Le Téâtre ESPACE GO.
¿No ha de transcurrir acaso incierta la creación como la vida, la muerte misma; en los límites del accidente?
En Porcelana. Discurso a través de una pantalla, pieza brevísima de apenas diez páginas –¿llama así la atención la autora sobre la fugacidad de la existencia, el deseo, la carne?–, una mujer, personaje sin nombre y sola que la devuelve a ella a escena, parece difuminarse en la respuesta –“su voz otra voz otras voces”–, el ronroneo:
“Es suave es algodón tu cuerpo el sueño que me hago de tu cuerpo Es algo que no vas a reconocer a la primera pero aquí echado al lado mío en modo perrito te vas a enterar de algunas cosas […] Vas a levantar la pata y te voy a orientar el péndulo voy a escuchar las campanadas y nos vamos a organizar vos y yo […] ¿No es el amor una especie de alfabeto? […] Y yo contigo dentro y vos agachadito en el surco de caña haciendo pis como las niñas”.
¿Cuando hablamos de una imposibilidad de representación no nos referimos acaso a la incapacidad propia de asociar con franqueza emociones e ideas; improvisar, ensayar, descarnar en la memoria del archivo vivo que somos; al miedo frente al dogma y la domesticación; a renacer en cada nueva circunstancia?
¿Resulta acaso más leve el exilio impuesto por otros que el impuesto por uno mismo; la farsa?
¿Qué deberíamos pedir al texto teatral en el siglo de la Inteligencia Artificial, el monitoreo a distancia y el auto híbrido?
¿Qué deberíamos pedirle al amor?
“¡Si tiene mucha hambre te quita las ganas de todo compite con la nevera en tamaño y pompa Caníbal «Él vino a mí» es el hambre dice pero se las arregla y se aprieta el cinturón sin tristeza como un campeón ¡Arriba! ¡Música! Lo dice él también Se retira a la energía pura al horno de las promesas ¿Por qué tendría que salvarme yo?
¿Me ponés salsa me ponés mayonesa al sandwichito?
¿Me tirás la cadena?”
* * *
Pienso en cuánto nos hemos parecido ella y yo. Tan lejos y tan dramáticas, intentando integrarnos a una vida que hoy tampoco nos pertenece. ¿Qué sueña un emigrante? Pertenecer, qué extraña forma de conjugar el silencio.
Ha pasado un año desde aquella invitación suya y todavía no sé si estoy lista para subir a escena o prefiero cederle mi lugar con el conjunto de notas que aquí le dejo. ¿Conferencia performativa? ¿Cadáver exquisito?
“Popurrí”, “cancionero”, le gustaría llamarlo también.
North Miami Beach, Normandy Shores, junio 2 de 2025
Notas:
[1] Nara Mansur: “Conferencias y conferenciantes performáticos”, en Poéticas de liminalidad en el teatro II, Jorge Dubatti (coord.), Editorial Escuela Nacional Superior de Arte Dramático, Lima, 2019.