Primera Enseñanza (2025, 14 min.), dirigida por la cubana Aria Sánchez —también guionista— y la brasileña Marina Meira, tuvo su premier global este 7 de agosto en el 78º Festival de Cine de Locarno, Suiza, que transcurre del 6 al 16 del presente mes, y acogió la película en su competencia internacional Pardi di Domani, dedicada a visibilizar obras de corto y medio metraje gestadas por realizadores emergentes con propuestas estético-discursivas de riesgo.
La cinta está coproducida por la empresa independiente cubana Wajiros Films y la española Ivi Productions. Colaboraron en su creación La Tijera Producciones, con la que debutan en este campo las directoras Sánchez y Meira; La 4ta. Isla (Cuba-Perú-Colombia); Corojo Cinema (Cuba), y la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV), de la que ambas realizadoras son egresadas: Sánchez, del curso regular de Guion, y Meira, de la maestría de esa especialidad, la cual coordina en estos momentos.
“Primera Enseñanza es una película rodada en Cuba, con mayoría del equipo cubano. El acceso a fondos no era el camino más fácil, así que trazamos nuestro propio camino”, comentaron las realizadoras, en exclusiva para Rialta Noticias, respecto a las peripecias que transitan los proyectos audiovisuales independientes en la isla.
“Contamos con el apoyo de mucha gente. Fueron más de cien mecenas, un equipo con más de cuarenta personas involucradas, el apoyo de la EICTV, además de nuestra propia inversión directa en toda la etapa de desarrollo, preproducción e investigación, hasta que, de hecho, logramos hacer posible la idea de un rodaje”, detallaron. “¡Hicimos todo en menos de cuatro meses, hasta hoy no sabemos muy bien cómo, pero tener gente tan dispuesta a hacer con nosotros fue parte esencial de eso!”.
Aria Sánchez y Marina Meira subrayaron la participación de la productora ejecutiva española Júlia Marcó —también egresada del programa de maestrías de la EICTV—, quien apostó por la película desde la misma génesis del proyecto. Colaboró en todas sus fases de este título que, siendo el único representante de Cuba en Pardo di Domani (“Leopardo del mañana”), comparte selección con otras dos propuestas latinoamericanas: Baisanos (Andrés y Francisca Khamis Giacoman), de Chile, y Una vez en un cuerpo (María Cristina Pérez González), de Colombia.
La otra presencia latinoamericana en el Festival de Locarno de 2025 se encuentra en la sección Concorso Cineasti (“Concurso de cineastas”), dedicada a primeros o segundos largometrajes. En esta ocasión, acoge dos óperas primas de realizadoras argentinas: Hijo mayor (Cecilia Kang) y Olivia (Sofía Petersen).
Primera Enseñanza es, de hecho, la primera colaboración, y verdadera declaración de principios, del dueto creativo de Sánchez y Miera, quienes buscan concretar otros tres proyectos: dos cortos y un largo, todos en fase de gestión de fondos. Quieren expandir una poética que, según declararon a Rialta Noticias, persigue “crear atmósferas que nos llevan a sentir lo absurdo en mundos aparentemente ordinarios, una invitación a cohabitar en las preguntas que suponemos saber las respuestas”.
Bajo este principio, el cortometraje seminal del dueto de La Tijera Producciones se desplaza por los territorios de la extrañeza, el horror psicológico, el descoyuntamiento de la realidad como soporífero ramillete de estereotipos. Y el no menos que temerario quiebre de tabúes en la representación de la infancia dentro del audiovisual cubano —anclado habitualmente a la noción de “la esperanza del mundo”—, algo solo muy pocas veces emprendido con anterioridad: por ejemplo, en títulos como La guerra de las canicas (Adrián Ricardo Hartill y Wilbert Noguel, 2008), Bebé (Isaul Ortega, 2011) y Cositas malas (Víctor Alfonso Cedeño, 2018).
Todos han sido gestados en el ámbito independiente, más allá de las narrativas más ortodoxas y oficializadas que explotan la archiconocida sentencia martiana, axiomatizada hasta el agotamiento desde el acriticismo kitsch e instrumental. Del mismo modo que el enaltecimiento modernista (y socialista) de la educación, o más bien de la instrucción, como gran dispositivo de instantáneo mejoramiento humano a través de la iluminación y la razón.
El argumento que cuecen en su crisol las directoras destila la esencia pavorosa de la realidad, liberándola de los velos atenuantes y ennoblecedores con que la embozan los grandes relatos sociopolíticos urdidos por la institución educativa, y sobre todo por la adultez —que pocas veces tiende a concebirse como una de las principales instituciones de la sociedad humana.
Con la uniformidad que atenta contra la individualidad, la poco disimulada disciplina castrense y sus tendencias doctrinarias, la escuela puede ser para un niño el principio del fin de la inocencia. En lugar de un espacio catalizador del ennoblecimiento espiritual, el aula escolar deviene caja de resonancia en que se sofistican las aptitudes depredadoras que definen las relaciones del ser humano con su prójimo.
Marina Meira habló a Rialta Noticias acerca de su incorporación e involucramiento en un proyecto como este, concebido por una autora cubana: “Aria tenía un guion que pasa mucho por todo lo que ella más ganas tiene de hablar: su país, y su país visto por las niñas. No ser cubana y haber llegado a una historia contada por una cubana me generó sentimientos mezclados”, dijo.
“Por un lado, ser una extranjera parecía distanciarme de una visión «válida» sobre algunas vivencias que solo cada uno puede tener sobre su propio país”, apuntó Meira. “Por otro lado, poder justamente poseer esa mirada de afuera y poder trascender junto a Aria las sensaciones que ella revelaba desde sus propias vivencias, nos ayudó a llevar Primera Enseñanza a un mundo muy particular, donde solo ese encuentro entre una visión tan cercana y otra tan extranjera podría generar”.
“Tenemos en común una inclinación por lo grotesco”, prosiguió la realizadora brasileña. “Sumar la obsesión de ella sobre la percepción infantil y cruda del mundo con mi obsesión por las imágenes únicas que componen lo que comprendemos como cotidiano, hizo que viajáramos juntas a un lugar muy específico, que resultó no ser del todo documental, ni del todo ficción; que es realista a un punto tan extremo que luego se vuelve también fantástico, que no fue pensado como una película de género, pero provoca sensaciones fuertes. Por todo eso solo pudo nacer y existir algo como Primera Enseñanza”.
Por su parte, Aria Sánchez también puso de relieve la relevancia de la colaboración con Marina Meira: “El guion era una cosa y se transformó en otra con la mirada de ella, que estuvo presente desde el inicio mismo. Pues discutíamos la historia en clases y desde ese momento ya su mirada audaz y precisa me ayudaba a encontrar soluciones que se mantuvieron siempre en la película”, aseguró.
“Ya luego fue magia”, dijo la guionista y directora cubana. “Mis obsesiones y las suyas se unieron mis miedos se fundieron con los suyos, mis inseguridades se fortalecieron con Marina; la película es hoy lo que es por el trabajo maravilloso que logramos juntas”.
Primera Enseñanza está protagonizada por Daniela (Mía Hernández Morales), una niña modélica poseedora de una promisoria voz, o al menos lo suficientemente buena como para descollar entre sus condiscípulas. Entonces, las cuerdas vocales se le afectan durante una presentación, y requiere guardar un estricto período de mudez total hasta recuperarse por completo.
Su lugar dentro de la jerarquía social en su ajada escuela revela la naturaleza instrumentalizadora, y por ende deshumanizante, de la institución. Daniela ha perdido su valor de uso. Apenas se definía por un mérito vocal que descartaba cualquier otra singularidad. De sopetón se ha convertido en un ser mediocre, sin identidad, sin utilidad —la virtud aquí tampoco vale. A falta de una sustituta inmediata que cumpla con los requisitos vocales, la escuela implementa estrategias draconianas para recuperar a su estrella, para rescatar lo que en ella arroja dividendos, en este caso, simbólicos.
Vale señalar que la escuela que conciben Sánchez y Meira cuenta con una matrícula exclusivamente conformada por “señoritas” (¿Mädchen in Uniform, Leontine Sagan, 1931?) y una jefatura puramente matriarcal conformada por leonas implacables. Remite también levemente al mundo amazónico —sadomasoquista, lésbico, entomológico— concebido por el británico Peter Strickland para su largometraje El duque de Burgundy (The Duke of Burgundy, 2014).
Referencia consciente o no, la extrañeza de Strickland, así como la ironía de las furias austriacas Jessica Hausner (Lourdes, Club cero) y Kurdwyn Ayub (Sol, Luna), y la descarnada saña del estadounidense Todd Solondz (Bienvenidos a la casa de muñecas, Felicidad, Perro salchicha), maldito entre los malditos, orbitan de cerca la propuesta de estas legatarias latinoamericanas.
Primera Enseñanza es sardónica, inclemente con toda perspectiva kitsch y banalmente enaltecedora de la infancia y la institución escolar —no solo la cubana. Es una Bildungsroman rípsida, casi una parodia acre del coming-of-age hollywoodense.
Crecer significa percatarse de que los monstruos existen; entender que la monstruosidad se esconde tras cada rostro que se cruza en el camino, que el lobo en verdad devoró a la Caperucita Roja, que las hermanastras de Cenicienta terminaron amputándose los dedos de los pies para que encajaran en las zapatillas. Y que la traición es uno de los reflejos condicionados más arraigados entre los seres humanos.
La puesta en escena distante, enrarecida, casi maliciosa, se sostiene en la fotografía precisa y glacial de la cubana Claudia Remedios, bien centrada en aprovechar el potencial expresivo de unos planos medios y generales que lucen extrañamente “cerrados”, claustrofóbicos. El montaje del catalán Dídac Quintana los combina con otros tantos primeros planos lóbregos, para gestar un flujo de sucesos incómodos que oscilan entre la psiquis de la enmudecida Daniela, sometida a una crisis sin precedentes, y la hostilidad circundante.
La agorafobia parece enseñorearse sobre la percepción de la niña protagonista. La ponzoña casi sólida que satura las atmósferas, tanto escolar como doméstica, le indican con señas ininteligibles y pavorosas que ya no pertenece más al mundo de la ingenuidad. Parece ser la última de su círculo etario en experimentar la mutación, y sobre ella desciende todo el sonido y la furia residuales.