LA HABANA, Cuba. – Hace exactamente 11 años, durante un congreso de gestión cultural en Chile, el colombiano Alfonso Becerra propuso que el 1ro. de agosto fuese elegido como el Día Mundial de la Alegría, una idea que, según el propio Becerra, se le había ocurrido años antes, tras reparar en que existen numerosas celebraciones relacionadas con la muerte, la guerra, la sangre, la religiosidad o la política, pero ninguna consagrada a un sentimiento tan sano y universal como la alegría.
Varias organizaciones respondieron positivamente a su sugerencia, y hoy no son pocos los países que celebran esta singular fecha, entre ellos España, Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, México, Venezuela y Honduras.
En Cuba no se menciona tal fecha, quizás porque en otros tiempos la Isla y sus habitantes eran sinónimo de la alegría más auténtica y contagiosa; por tanto, el gozo no tenía momento fijo. El estado natural de los cubanos era la risa, la jarana, la música, ingredientes necesarios cuando se evoca la alegría; pero con los años ese ánimo ha ido mermando hasta finalmente desaparecer, que es la sensación que transmite la Cuba de hoy.
Y es que la alegría, a excepción de aquella que disfrutan los enajenados, viene de la mano de la esperanza, las satisfacciones o las buenas noticias, tres cosas que han ido desapareciendo para millones de cubanos a medida que la libertad y la vida se esfuman bajo el terror impuesto por un estado totalitario.
Es difícil hallar, en la otrora tierra de la alegría, un rastro auténtico de dicha emoción. No hay algarabía franca, ni contentura, ni júbilo que no venga remojado en alcohol o similares. La alegría espontánea, natural, que hoy celebran otras naciones, está tan alejada del alcance de los insulares como cualquier otro bien de primera necesidad.