septiembre 5, 2025

Del “cuento chino” a la fábula vietnamita

De las "reformas" prometidas, ya sean al estilo chino o vietnamita, solo sabemos de retrocesos y jamás de avances.
De izquierda a derecha, Miguel Díaz-Canel, Oscar Pérez-Oliva Fraga, ministro de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera de Cuba; Nguyen Tuong Van, viceministro de la Construcción de Vietnam y un funcionario no identificado, durante la reciente visita del gobernante cubano a Vietnam
De izquierda a derecha, Miguel Díaz-Canel, Oscar Pérez-Oliva Fraga, ministro de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera de Cuba; Nguyen Tuong Van, viceministro de la Construcción de Vietnam y un funcionario no identificado, durante la reciente visita del gobernante cubano a Vietnam (Foto: Presidencia Cuba)

LA HABANA, Cuba. – Definitivamente viven del cuento. Y como, por “mala paga”, no les han funcionado las ficciones rusas, ni las epopeyas chinas, ni las fantasías “bolivarianas” del ALBA-TCP, se van a donde ya nadie los soporta (por estafadores y mentirosos), a intentar revivir la vieja historia de que Cuba podría ser el “Vietnam del Caribe”.

Porque no es nada nueva la treta que por estos días se inventan los comunistas cubanos para crear, una vez más, la ilusión mediática de que ahora sí van a salir de la crisis y sí van a aplicar reformas profundas, arriesgadas, tal como han venido prometiendo desde los años 90, cuando Fidel Castro —enemigo tan acérrimo como hipócrita de la propiedad privada— prefirió apostar a la complicidad de los empresarios franquistas, en España, y a los mafiosos y extremistas de izquierda, en Italia, que a los experimentos económicos de los aliados comunistas del Lejano Oriente.

La elección de ese “peculiar” empresariado europeo no fue una decisión tomada frente a la falta de opciones, ni tampoco fue la preferida de la cúpula militar en aquel momento (eran los tiempos de la génesis de lo que hoy conocemos como GAESA), pero sí era la más conveniente para quien no estaba dispuesto a permitir la existencia de un sector privado desarrollándose al máximo de sus posibilidades y capacidades, a la vez que necesariamente debía simplificarse el sector estatal a su mínima expresión.

Esto último —y el castrismo lo conoce muy bien— ha sido imprescindible para el éxito de las reformas económicas tanto en China como en Vietnam, y ha sido la base para todas las demás estrategias en ese “jugar al capitalismo” sin renunciar al totalitarismo, al sistema de partido único y al carácter irrevocable del régimen político, en fin, un verdadero “milagro” que ha seducido a una parte importante de los comunistas cubanos desde que se tienen noticias del Doi Moi (“proceso de renovación”, en Vietnam) y de la Gaigé kaifang (“reforma y apertura”) impulsada por Deng Xiaoping en China. 

Aun así, tanto en los años 90 como en los más recientes, anteriores y posteriores al deshielo de Obama, el castrismo, buscando enternecer y dormir sobre todo a los grupos pro-reformas al interior del Partido Comunista (y a determinados sectores políticos en Estados Unidos), ha usado a su favor el engaño de que va de lleno con la idea de ensayar en la Isla una serie de cambios y aperturas económicas similares a las que China y Vietnam implementaron en su momento, casi a la par de cuando Fidel Castro comenzaba a ser abandonado a su suerte por una Unión Soviética en fase terminal.

Si revisamos la prensa oficial de la época (años 90 y hasta bien entrados los 2000), descubriremos una montaña de artículos sobre el asunto, al igual que numerosos informes económicos y estudios académicos sugiriendo estudiar, con el fin de “atemperar” a la realidad cubana, las experiencias china y vietnamita. 

Igual en la prensa y literatura alternativas e independientes, siempre coincidiendo con momentos de gran tensión en la Isla, aparecen como en enjambre los textos sobre las ventajas de copiar o adaptar esos modelos, pero una vez superada la crisis o encontrada una alternativa (que en el lenguaje del régimen significa un “benefactor”) que les permita demorar o posponer las “reformas” prometidas, tales publicaciones disminuyen, casi que desaparecen, y tanto China como Vietnam dejan de ser referentes de cambios, y son confinadas como tema a la secciones de “noticias” (hasta que el furor asiático regresa con una nueva crisis).

En tal sentido, no fueron nada casuales las dos visitas, en 2012 y 2015 (es decir, previo y posterior a la normalización de relaciones con Estados Unidos), realizadas a Vietnam por el entonces vicepresidente del Consejo de Ministros Marino Murillo Jorge (al que permitieron llamar con todo propósito “Zar de las Reformas”), precisamente cuando al régimen le interesaba, meramente con fin propagandístico, embaucador, atraer la atención de la Casa Blanca relanzando la manida imagen de Cuba como el “Vietnam del Caribe”.

No solo los titulares de ambas visitas —tanto en la prensa cubana como en la extranjera acreditada en La Habana y Hanoi—, hicieron hincapié en la “toma de experiencias” como objetivo de los viajes de Murillo Jorge sino que este, en las conferencias que ofreció, insistió en tales propósitos como fundamentales, con lo cual estaba enviando un mensaje similar al que por estos días intenta transmitir la delegación del régimen y la prensa que lo acompaña, a pesar de que ya vimos en las imágenes el lugar que le han dado a Miguel Díaz-Canel en las ceremonias públicas: siempre al fondo y fuera de los encuadres, tal como se encuentra la economía cubana con respecto a las del mundo. 

Un mensaje, el de Marino Murillo Jorge, cuyo objetivo principal sería Washington —como sin dudas también lo es ahora, apelando al hombre de negocios que es Donald Trump—, y fue precisamente por eso que la promesa aquella vez fue acompañada con el golpe de efecto de la fundación, en septiembre de 2013 (es decir, un año después de la visita de Murillo a Vietnam), de ese elefante blanco que es la Zona Especial de Desarrollo de Mariel.  

Desde aquellos hasta los días que transcurren, de las “reformas” prometidas, ya sean al estilo chino o vietnamita, solo sabemos de sus retrocesos y jamás de sus avances. Lo que pareció comenzar a moverse “en la dirección correcta” con la aprobación de las primeras mipymes en septiembre de 2021 (nueve años después de que Murillo viajara a Hanoi “a aprender”) y el reconocimiento de la “propiedad privada” en la Constitución en 2019, ya sabemos que fue otro golpe de efecto para atraer y atrapar ingenuos, que para el régimen es lo mismo que apropiarse de dinero ajeno, fácil y rápido mediante trampas y “cuentos chinos”.

En todas las ocasiones, desde Fidel Castro hasta el señor “Continuidad”, todo cuanto se ha dicho de “reformar” y “cambiar”, de invertir y desarrollar, ha quedado, como decimos por acá, “en el embullo”. 

Primero, porque no existe una voluntad real de reformar nada y de conducir a la prosperidad sino de timar, de estafar; y segundo, porque han destrozado la economía a tal punto, la han subordinado de tal modo a la ideología extremista de una élite militar (y con ello han degradado el orgullo nacional y la condición humana de los cubanos y cubanas a niveles tan penosos) que resulta imposible que el país se desarrolle si antes no se acomete una reforma política mucho más drástica, radical, que la económica. 

No importa si compartimos con China y Vietnam el horror de vivir bajo regímenes totalitarios. Más allá de las marcadas diferencias demográficas, geográficas, de la calidad y cantidad de recursos humanos y materiales, el éxito de las reformas económicas de los comunistas en esos países tiene un gran componente de fuerte orgullo nacional e idiosincrasia, de tradición, de sentido de la felicidad y prosperidad personales como propósito fundamental de los esfuerzos individual y colectivo, algo que jamás tendrán unas reformas en Cuba bajo un sistema egoísta, corrupto y mediocre en toda su estructura, que no cuenta con la credibilidad que demandan los organismos financieros internacionales, que odia la propiedad verdaderamente privada, que la criminaliza, que no duda en calificarla como un “mal necesario” y circunstancial, y que la usa fraudulentamente como privilegio de casta.

Más allá de acuerdos militares para pretender una alianza estratégica, de recaudaciones de dólares y donativos, de producción de arroz en Pinar del Río y de pañales y toallas húmedas en el Mariel, de encuentros con empresarios que solo escuchan y sonríen mientras se agarran el bolsillo, la visita de Miguel Díaz-Canel a Hanoi y la pequeña gira por el Asia de sus aliados no significan otra cosa que la traducción engañosa del viejo cuento chino de “la buena pipa” al vietnamita, una vez que la versión en ruso no fue del agrado de Putin, como en mandarín no lo fue para Xinping. Y es que Díaz-Canel, del que ya escuchamos su “buen” inglés, no resulta entretenido y convincente ni siquiera en español. 

Pero los desmemoriados, tanto los de acá como los de allá, ya sea en Miami o en Washington, terminarán viendo en el nuevo tour asiático esa “señal” que, aunque vieja y desgastada, al régimen le ha servido para fingir que esta vez, como las otras, sí va en serio por cambios y reformas. Solo basta con leer lo que escriben (más bien reescriben) los entusiastas “reformistas” de siempre. 

Hasta los mismos vietnamitas y chinos (y rusos, y bielorrusos) saben muy bien que nada sucederá, que todo cuanto les llega de boca del régimen cubano es puro bluff para entretener y sacarles unos cuantos dólares y sacos de arroz, pero ellos fingen que no se enteran porque, en estos tiempos demasiado convulsos, hay intereses más allá de lo puramente económico que los valen.

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Efraín González

Bajo este seudónimo firma sus artículos un colaborador de Cubanet, residente en la isla por temor a represalias del régimen.