Se trata de lo siguiente: “Mi generación no está estructurada. Desde luego, tampoco ha comenzado a manifestarse de forma homogénea. Su primera manifestación de grupo fue la editorial El Puente...”, ese es mi punto de vista. “Ni estética ni ideológicamente las ediciones formaron un grupo definido y homogéneo”, ese es el punto de vista de Ana María Simo.
Ana María vs. Ana María I
Veamos: “el espíritu de responsabilidad generacional y una gran correspondencia emocional y amistosa, sirvió para identificar al núcleo director de las Ediciones durante esos años, por encima de las serias contradicciones que se hicieron evidentes desde 1961 y durante todo el año 1964”.
“En todos estos años, las Ediciones costearon la publicación de los libros. Ningún autor aportó un centavo”. “Invertimos en esto miles de pesos de nuestros sueldos personales (nada elevados, por cierto)”. “A principios de 1962 aparece entre nosotros la conciencia literaria. Al mismo tiempo, se hace crítico en el país el fenómeno del sectarismo, que luego denunciara Fidel. Creo que esta fue una coincidencia clave. Ella determinó que nos replegáramos intelectualmente sobre nosotros mismos, en un justificado exceso de protección hacia nuestra obra y que desconfiásemos sistemáticamente de ciertos aspectos de la realidad, por miedo al panfleto. Aunque este fenómeno afectó en general a casi todos los escritores cubanos en activo entonces, a nosotros nos marcó en plena formación.”
Pongámonos de acuerdo: si un “núcleo director” identificado emocionalmente de tal modo que antepone su amistad a “serias contradicciones”, de principio, como veremos más adelante; que aporta miles de pesos de sus nada elevados sueldos personales; en quienes aparece a un tiempo la conciencia literaria y cuidan ¿justificadamente? su obra por miedo al panfleto; que desconfían sistemáticamente de ciertos aspectos de la realidad en un determinado momento; que pospone por motivos sentimentales una imprescindible confrontación ideológica, y que propician, todos, ese “desmoronamiento ideológico y moral”, ese “final sin lucha”, como la propia Anta María Simo lo califica… Si eso no es un grupo, que venga Dios y lo vea. Cuidado, podrá decir Ana María, Díaz usa sus peligrosas técnicas de libelista, acaba de recibir la última Life, leyó el artículo de Carlos Fuentes sobre el PEN. He aquí bien claro que: “El papel de las ediciones fue, por tanto, más el de una empresa práctica que estética o ideológica”; que: “ni estética, ni ideológicamente las ediciones formaron un grupo”. Entonces, lo que ella misma se encargó de describirnos no era más que un grupo de amigos empeñados en una “empresa práctica”.
Vamos por partes: en primer lugar, era un grupo. En segundo lugar, ¿en qué sentido puede una editorial ser una empresa práctica? Si nos limitáramos a concebir esa práctica con un criterio pedestre y estrecho, la definiríamos como hacer libros contra viento y marea en una imprenta vieja y calurosa. Eso supone reducirla a su sentido industrial con lo que los verdaderos editores serían los obreros de taller. Pero como la especificidad de la práctica editorial reside en seleccionar, promover, escribir y editar este o aquel libro, sus características fundamentales son las de una empresa ideológica, porque se imprimen ideas, y estética, porque estas ideas tienen formas más o menos artísticas. En suma: se editan libros, no pasteles.
“Las Ediciones El Puente no fueron un error político”, eso es el punto de vista de Ana María Simo. La Editorial El Puente “fue un fenómeno erróneo político y estéticamente”, ese es mi punto de vista.
Ana María me dijo en su respuesta que la gran correspondencia emocional y amistosa, entre otras razones, sirvió para identificar al núcleo director de las ediciones por encima de las serias contradicciones que se hicieron evidentes desde 1963 y durante todo el año 1964. ¿En qué consistían estas “serias contradicciones”?
Ana María vs. Ana María II
“Nos replegábamos intelectualmente sobre nosotros mismos, en un justificado exceso de protección hacia nuestra obra y que desconfiásemos sistemáticamente de ciertos aspectos de la realidad por miedo al panfleto”. En esta actitud no hubo contradicciones, hubo unidad de grupo en la desconfianza.
Más tarde, en octubre de 1962, “los autores quisimos dar la voz de alarma y al mismo tiempo iniciar la crítica de una actitud como esta en la cual hay que buscar el fondo remoto de la orientación que asumieron las Ediciones en su última etapa”. Es imprescindible destacar dos cosas: se quiso dar, no se dio la voz de alarma. Existe una relación entre la actitud asumida en 1962 y la crisis de 1964. Si a esto agregamos que el Resumen Literario El Puente “era el único medio de expresión para quienes dentro de las Ediciones sosteníamos la importancia de la crítica y de la autorreflexión”; que “en el segundo recital de poesía y feeling”, después de la “crisis de septiembre”, “se renunciaba a toda apertura, a la crítica, a la pelea y a la protesta revolucionaria en aras de una comunicación de «iluminados» con un sector de intelectuales y artistas, lumpen literario y gente de espectáculos”; “que fue […] una intención poco inteligente, suicida y decadente”; que la visita del disoluto poeta norteamericano Allen Ginsberg “sólo encauzó este nihilismo conformista en las Ediciones por la vía de la respuesta privada, tan estéril cuando no se acompaña o se sobrepasa con la otra: la creadora, la de la inteligencia”; que “los libros programados para 1965, que no terminaron de editarse, son ya la repercusión concreta, en los libros, de este desmoronamiento ideológico y moral”.
Si a esto agregamos que, con relación a las publicaciones, una corriente estaba por editar “sin tener estricta cuenta de su calidad inicial” y la otra “veía el libro como un fin en sí”.
La conclusión es obvia: las contradicciones eran de orden ideológico, estético y ético. Ahora bien, ¿cuál fue la línea dominante? En primer término, “el espíritu de responsabilidad generacional y una gran correspondencia emocional y amistosa” identificó al núcleo director por encima de esas “serias contradicciones”. La “responsabilidad generacional” pesó más que la responsabilidad revolucionaria. La amistad, más que la definición ideológica.
Ana María Simo me reprocha el “confundir la actitud que individualmente (más aun: privadamente) pueda tomar, en un momento determinado, el responsable de una editorial, con la significación histórica de esta empresa o con la postura de cada uno de los que colaboraron o se comprometieron moralmente con el carácter general de la misma”.
Ahora bien, la misma Ana María ha dicho: “durante años permitimos la centralización excesiva de las Ediciones en una sola persona. En un afán por ocultar las disensiones internas, presentamos al exterior una imagen monolítica de las Ediciones, encarnadas casi exclusivamente en la personalidad de su director. Una cosa se hizo sinónimo de la otra”. Ha dicho: “¿debían las Ediciones funcionar con una dirección colectiva o seguirían siendo dirigidas como hasta entonces por una sola persona con entera libertad de movimientos?” Ha dicho: “La autoridad real de las Ediciones permaneció en manos de José Mario Rodríguez”. Ha dicho: “En los momentos decisivos unos nos conformamos con crearnos un anarquismo personal”…
Leyendo eso uno no entiende qué diablos hacía Ana María Simo como ¿corresponsable? de El Puente. Uno no entiende cómo puede intentar responsabilizar moralmente a Belkis Cuza, Joaquín G. Santana, Miguel Barnet, Mariano Rodríguez Herrera, Nicolás Dorr y otros compañeros, con el carácter general de semejante empresa. La misma Ana María Simo es responsable por omisión. Cuando me refería a grupo, no me refería a todos los que han publicado (grupo, fracción, es parte) me refería al núcleo y la actitud que Ana María me ha ayudado a definir. Uno no entiende cómo es capaz de decir que: “quién sabe si la Revolución misma” […] “cometió el error político y estético de tolerar, patrocinar o inclusive aplaudir, últimamente a las Ediciones”. Últimamente, en la vida de las Ediciones, es Ginsberg, es la relación disoluta, negativa, liberaloide; es lo que Ana María llama en un alarde de ¿candidez? “confuso matiz ideológico”. En realidad, era no un matiz, sino una definición; no confusa, sino obvia, clara, terminantemente antirrevolucionaria.
Para decirlo todo en junto: El Puente era dirigido por un grupo. En ese grupo (independientemente de las buenas intenciones con las que está empedrado un camino conocido) se impuso siempre la línea personal y la actitud disoluta y negativa de José Mario Rodríguez, pródigo ¿poeta? que logró publicar La conquista, De la espera y el silencio, Clamor agudo, A través, 15 obras para niños, La torcida raíz de tanto daño y Muerte del amor por la soledad, en menos de cuatro años; una fertilidad digna de Lope o del Indio Naborí. Todos los libros fueron editados por El Puente a pesar de que “la mayoría de nosotros no pensó nunca en utilizar indefinidamente las Ediciones para autoexpresarse”. “La mayoría de nosotros”, es decir, el resto del grupo permitió, en aras de no sé qué mítica amistad, esos hechos. Como permitió y apañó toda la errónea evolución política de la Editorial. ¿Dónde reside la corresponsabilidad de Ana María Simo? Evidentemente es corresponsabilidad en el error, el silencio y la debilidad ideológica, ya que no pudo serlo en la dirección efectiva de la Editorial.
Harina de otro costal
Me voy a referir brevemente a los elogiosos comentarios que graciosamente Ana María Simo dedica a mis supuestas habilidades verbales: es la vieja técnica de gritar ¡al ladrón! Me interesa también otra cosa; en su artículo hay una buena cantidad de alusiones equívocas. Por ejemplo, dice “porque no es lo mismo hacer una labor como aquella, que ser un burócrata de la cultura, como no es igual hacer la reflexión generacional en plena Crisis de Octubre que realizarla en la relativa comodidad del año 1966”. ¿Es que Ana María piensa que yo soy un burócrata de la cultura? Si lo piensa, ¿por qué no lo dice claro? Si no, ¿a qué viene esa frase? La técnica empleada en un artículo plagado de insinuaciones, que van creando insensiblemente en la mente del lector la imagen de un burócrata de la cultura, jefe de una de las camarillas literarias que asolan nuestro país y que se mantuvo escondido en las aulas universitarias hasta hacerse una especie de representante oficial del poder ante los problemas de la cultura joven, ¿se debe a Life, o lo aprendió leyéndome? En todo caso me ha superado, porque cuando pensé, como pienso, que El Puente fue “empollado”, lo dije claro. Es cierto que durante la Crisis de Octubre no pude entregarme al peligro de una profunda reflexión generacional: estaba dirigiendo una batería de cañones antiaéreos. Siento que esto suene mal, que suene pedante, que hasta suene “dogmático” en boca de un escritor; Ana María recordó la Crisis de Octubre, yo también. Luego me acusa de dogmático tecnificado y letal. Sería bueno que les preguntara a los defensores del Indio Naborí o de los manuales de marxismo. Si existe un pensamiento dogmático-terrorista, existe también un pensamiento histérico-liberalista. Son primeros, ninguno discute ideas, ambos acusan. Y si se en- tiende como dogmatismo luchar contra las posiciones ideológicas que, independientemente de la opinión de quienes ¿codirigían?, se impuso en la editorial hasta el extremo de la disolución Ginsberg y desde 1962, cuélgueseme el sambenito. Al final Ana María, cuya “actuación escrita” en este proceso me recuerda por antítesis la actuación de otra María, Schell en la película El último puente, me libera de un temor: El Puente está vivo dice que en las publicaciones universitarias. Por más que he revisado las revistas de nuestras universidades, no he podido hallar la prueba, pero… me hace falta creer en Ana María. Sería bastante triste ser conocido como el asesino de un muerto.