Gabriel Calaforra con su perro Krishna, en el balcón de su casa en la Habana Vieja (2005)

Gabriel Calaforra in memoriam

La mayor parte de esta entrevista no es una transcripción resumida de un solo diálogo, sino el producto de varios encuentros que sostuve con Gabriel Calaforra. Siempre fueron en su casa de Lealtad 311, en Centro Habana, en la penumbra de una salita repleta de libros, grabados japoneses, esculturas de budas, pinturas de muchos amigos y el aroma del mejor té del mundo.

Cuando yo conocí a Calaforra ya todos lo llamaban profesor. Era un mito. Comencé a visitar su casa en el ya famoso Monday Club, y me encontré a un hombre muy generoso y con un agudo sentido del humor. No tardé en sentir por él respeto y un cariño como pocas veces lo he sentido por alguien.

No es suficiente decir que Calaforra fue diplomático, políglota o estudioso de la cultura asiática. Fue también el maestro generoso al que acudíamos en busca de algún libro, de una conversación o un buen consejo. Su casa, los lunes, fue un oasis para gente inquieta, artistas, escritores, disidentes, amigos… Su grandeza ética e intelectual nos influyó a muchos. Calaforra es uno de esos cubanos de raro linaje: en él confluían lo universal y local, era serio y jocoso, culto y popular. Un hombre honesto consigo mismo que se bajó de la carroza de la Revolución cubana y eso le costó ser interrogado, vetado y olvidado por la oficialidad.

Sin embargo, desde su integridad ética, Gabriel Calaforra participaba de esa dignidad que es la de José Martí, la de Buda y la de los hombres que defienden un ideal, hombres honestos y consecuentes. Comprometidos con su pueblo y sin miedo a errar. Me unió a él una larga amistad y una gran admiración.

¿En qué año nace usted, Gabriel?

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Nací en 1933, en Nuevitas, en ese entonces, provincia de Camagüey. Luego mi familia se trasladó a La Habana.

¿Me podría hablar de su formación o estudios iniciales?

Por supuesto que sí. Cuando comencé mis estudios en la Universidad de La Habana, Fidel Castro ya había terminado sus estudios en esta misma institución. Siempre me habían interesado los asuntos internacionales con poco interés en la política interna.

Se suponía que iba a ser abogado. Durante mi primer año de universidad estudié Derecho, seguido de tres años adicionales de Derecho Internacional. Pero un año después, en 1953, la situación política no sólo empeoró, sino que también empezó a influir en la Universidad; las clases se interrumpían a menudo.

¿Llegó a ejercer alguna vez como abogado?

Mientras estudiaba, trabajé en el bufete de un abogado. Al triunfo de la Revolución mi dominio de diferentes idiomas me permitió comenzar a trabajar como diplomático. En un principio tuvieron la idea de enviarme a Tokio, porque sabía ya en ese entonces japonés, pero resultó que terminé en Dinamarca.

¿Cómo es que llegas entonces a hacer carrera diplomática?

La verdad es que yo nunca pensé que fuera a ser diplomático. Ni lo quería siquiera. En un principio mi idea era ir a Asia a trabajar en las Naciones Unidas. Pero conocía a Raúl Roa de antes, y un día que me lo encuentro me pregunta: “¿Por qué no ingresa al nuevo servicio diplomático cubano?”. Roa es, sin dudas, el ministro de Relaciones Exteriores más ilustre que Cuba haya tenido. Fue él quien firmó mi nombramiento en la Cancillería con la intención de enviarme a Japón para gestionar la embajada en Tokio. Entonces era un momento de muchos cambios en la vida pública del país.

Recuerdo incluso una anécdota que explica bastante bien cómo fue todo. Yo solía ir con frecuencia a una linda librería que estaba en La Habana Vieja a comprar mis libros. Un día, cuando ya estaba a poco de salir para Japón, pasé por allí y me llamó la atención un librito amarillo, así “por casualidad”. Cuando me fijé bien en la tapa, resulta que se llamaba Teach Yourself Danish. Y me pregunté: “¿qué debo hacer con un libro así?” Lo dejé de nuevo en la estantería y en su lugar me llevé un libro de gramática china.

Unos días más tarde, el subsecretario de Asuntos Exteriores me pidió que fuera a Dinamarca “por un par de semanas” de camino a Japón. Volví a la librería y compré el Teach Yourself Danish, todavía me estaba esperando. Te podrás imaginar. Yo no creo en casualidades.

¿Quisiera hablarme sobre su estancia en Dinamarca? Seguramente esto lo marcó para siempre ¿Dejó amigos allí?

Tengo muchos recuerdos especiales de Dinamarca, ya hace muchos años de esto.

No puedo hablar sobre mis amigos daneses sin cometer el pecado de ingratitud hacia muchas de las personas que muy generosamente me abrieron sus hogares, particularmente en los días muy duros de la Crisis de Octubre.

Muchos de ellos estaban lejos de tener una inclinación ideológica hacia el comunismo: Cuba aún no se había declarado comunista. He olvidado los nombres de muchos de ellos, pero no su amistad y hospitalidad.

El pianista Ole Willumsen era miembro del Partido Comunista. Su esposa era una de las actrices danesas más famosas, Berthe Qvistgaard. Fue un amigo muy leal que me dio buenos consejos, siempre muy valiosos para mí que navegaba las peligrosas aguas de las disensiones entre China y Rusia, entre el Este y el Oeste. Ole había participado en las operaciones para salvar a los judíos daneses de ser capturados y deportados por los alemanes nazis durante la ocupación.

Tampoco nunca podría olvidar mi amistad con el cineasta Theodor Christensen. Christensen fue uno de varios documentalistas europeos que vinieron a Cuba a filmar y ayudar a formar a cineastas cubanos. Nos hicimos muy buenos amigos.

Llegó a Cuba con algunos cortometrajes daneses, para discutir con los cineastas cubanos las películas de Jørgen Roos En by ved navn København (Una ciudad llamada Copenhague) y Mit livs eventyr (La aventura de mi vida), así como la de Henning Carlsens De gamle (Los viejos). Después de su estancia en Cuba, regresó a Dinamarca y allá me fue visitar. Fue un día en el que me sentía particularmente pesimista acerca de mi trabajo en Dinamarca y él me infundió su optimismo inigualable.

Anders Uhrskov era uno de mis amigos más cercanos. Era miembro del Socialistisk Folkeparti. Yo diría que de tendencia izquierdista. Posteriormente se convirtió en miembro del Parlamento. La última vez que lo vi fue en Copenhague, en 1999. Estaba a punto de partir hacia Estados Unidos, pero me invitó a almorzar en un restaurante del centro de Copenhague.

Estando usted en misión diplomática, ocurre la Crisis de los Misiles. ¿Como experimentó estos sucesos siendo representante del Gobierno cubano?

Sorprendentemente, el 22 de octubre de 1962 se anunció que el presidente Kennedy se dirigiría a la nación sobre su enfrentamiento con la URSS y Cuba. El contenido de su discurso se había mantenido en secreto. Esperábamos una declaración de guerra contra Cuba. Aproximadamente a las 8:00 p. m., un periodista llamó por teléfono y dijo que había un tiroteo en la Bahía de Guantánamo. Temíamos lo peor. Cuando escuchamos el discurso del presidente Kennedy nos sentimos un poco aliviados. No fue una guerra inmediata.

A la mañana siguiente, noté que había un policía frente a mi casa. Mi madre también lo había notado y le preguntó por qué estaba allí. Dijo que le habían ordenado proteger la Embajada de Cuba. Llamé de inmediato al Departamento de Protocolo del Ministerio de Asuntos Exteriores y solicité una reunión urgente. El Jefe de Protocolo me confirmó que el ministerio de Justicia había decidido brindar protección a la Embajada de Cuba. “Les pido que lo retiren”, le dije. “Pero algunas misiones han sido últimamente objeto de ataques…”, me respondió. “La misión cubana no está en la misma situación que otras misiones”, expliqué con firmeza. Me sentía protegido por el pueblo danés.

Cuando el 24 de octubre Adlai Stevenson, representante de Estados Unidos ante la Organización de las Naciones Unidas, dijo que las misiones cubanas habían recibido instrucciones de convocar a su prensa local a una conferencia en la que se negaría la existencia de los misiles, no cumplí. ¿Qué podría decirle a la prensa? No tenía información real sobre lo que estaba pasando ni en Nueva York ni en La Habana.

Supe luego que los cubanos habían salido a las calles de La Habana gritando: “Niquita, Mariquita, lo que se da no se quita”. Nikita Jruschov había salvado a Cuba, aunque estoy convencido de que esta consideración no contaba en sus frías maniobras políticas.

Hugh Thomas escribió en su magistral versión de la historia de Cuba: “Las pequeñas potencias a menudo pueden iniciar una crisis mundial, mientras que las grandes potencias suelen ponerle fin”. No puedo estar más de acuerdo.

Los sueños de los cubanos de ser una “pequeña gran potencia” quedaron así destrozados. Aunque la imagen moral se ha mantenido durante varias décadas. Aunque como en el caso del gato de Cheshire, en Alicia en el país de las maravillas, sólo perdura su sonrisa.

¿Cuándo termina su misión diplomática? ¿Y por qué va a trabajar a Casa de las Américas?

Por allá por el año 1965, Raúl Roa, ministro de Relaciones Exteriores en ese entonces, cayó en desgracia, y todas las personas cercanas a él empezaron a ser despedidas. Se hizo como en una película de Hitchcock. Entonces me dije: “es mi turno”. Y en efecto, poco después me trasladaron a la Casa de las Américas como traductor.

Me sentí desilusionado porque había servido muy lealmente a la Revolución, pero después lo entendí. Llevaba cinco años en Dinamarca y mi ideología se había moldeado de manera diferente a lo que esperaban de mí.

Cuando regresé, el Ministerio de Relaciones Exteriores había cambiado. Se estaban desechando a las personas liberales como yo y se buscaba lealtad ideológica. Así que fui a parar a la Casa, donde supuestamente me había pedido Haydée Santamaría, que ni siquiera me conocía.

Haydée Santamaría era una persona honesta, tengo el mejor criterio de ella. Cuando me expulsaron de Casa de las Américas, fue la única persona que habló públicamente. Dijo: “Gabriel se formó antes del triunfo de la Revolución y tiene todo el derecho a pensar así”.

¿Por qué lo expulsaron?

Aquí funcionan los eufemismos. Según ellos, estaba siendo “trasladado”, movido de mi puesto de traductor de chino. En ese entonces, se trató de imitar aquí una política que había implementado Mao en China, entre 1956 y 1957, con la Campaña de las Cien Flores. “Que mil flores florezcan” era una jugada para deshacerse de los disidentes después de haberlos alentado a expresar sus críticas hacia el régimen.

En Cuba se alentaron las críticas y el debate acerca de los problemas políticos y económicos que aquejaban al país en ese entonces. Permitieron que las personas públicamente expresaran sus inconformidades. En mi caso, hablé públicamente en una reunión y dije lo que pensaba.

Me llevó muchos años darme cuenta de que, a pesar de no tener muchos problemas personales, con mis palabras, yo mismo me estaba golpeando la cabeza contra un muro construido por un Estado en el que ya no encajaba.

¿Después de Casa de las Américas, a dónde va?

Tuve varios trabajos entre 1977 y 1992. Después que salí de Casa, me nombraron jefe de la División Asiática de la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina. Allí fui observador del tribunal de los crímenes de guerra ocurridos en Phnom Penh. Posteriormente fui especialista en lenguas asiáticas y trabajé como traductor e intérprete de lengua japonesa en el Equipo de Servicios de Traductores e Intérpretes (ESTI).

¿Estuvo en Camboya?

Sí, ¿ves ese Buda sin cabeza que está ahí? Bueno, ese Buda lo tomé de un templo en Camboya cuando fue destrozado por el paso de los Jemeres Rojos. No sé si sabes que los Jemeres Rojos llegaron al poder en Camboya en 1975 y estuvieron en el Gobierno hasta 1979. Los expertos calculan que durante su Gobierno unos dos millones de personas murieron de hambre, de enfermedad o asesinadas.

¿Usted es políglota? ¿Cómo llegó a dominar tantos idiomas?

¡Sí! Estudié la carrera de Derecho Internacional y siempre me interesaron los idiomas. He estudiado a lo largo de la vida inglés, francés, italiano, alemán, ruso y japonés. Desde muy joven y por diferentes razones e intereses. Siempre digo a las personas que tienen interés en los idiomas que no se trata sólo de aprender la lengua, cada idioma está asociado a una cultura, a una manera de ver el mundo. Es esto lo que más me interesa a mí.

¿Por curiosidad, cuántos idiomas usted habla?

No me parece modesto darte una cifra, tampoco tiene mucha relevancia. Tengo algunos idiomas vivos porque los hablo con más frecuencia, pero, por ejemplo, el turco y el vietnamita ahora mismo los tengo dormidos, no tengo con quién practicar.

¿Cuándo comenzó a escribir?

Cuando se fundó la editorial Gente Nueva, a mí me pidieron que fuera su asesor. Entonces recomendé hacer monografías de diferentes países. Como no había especialistas que dominaran Asia, yo mismo escribí las monografías de la India, Mongolia e Indonesia. Era importante para los más jóvenes. No había mucha gente en Cuba en ese momento que supiera tanto de estas grandes culturas.

¿Cuantos libros tiene publicados usted, Gabriel?

Ya he perdido la cuenta. Presto mis libros y muchas veces ni me los devuelven. Para mi sorpresa, tampoco los encuentro en ninguna de las librerías de La Habana. Pienso que la gente los lee y eso ya me llena de satisfacción.

Me han publicado las monografías de India, Mongolia, Indonesia, todas por la editorial Gente Nueva. También El mundo de los vikingos, Marco Polo, Misión en Dinamarca (este salió sólo en danés). He escrito alrededor de cuarenta prólogos. Te puedo mencionar algunos: tienen prólogos míos Las obras escogidas de Rabindranath Tagore y los Cuentos japoneses, ambos editados por la editorial Arte y Literatura. También Genji Monogatari, Kalidasa y Diez obras de teatro No, entre otras.

¿Tiene algún libro inédito o que esté escribiendo?

Sí. He terminado de traducir una antología de poesía china clásica y le hice un prólogo; me gustaría publicarla pronto. También está compilado mi curso de arte asiático, y estoy escribiendo mis memorias (aunque no tengo fe en que se puedan publicar por ahora).

¿Cómo comenzó a dar clases de arte asiático en el Instituto Superior de Arte (ISA)?

En 1993 comencé como profesor de arte asiático en la Facultad de Teatro del ISA. Fue a partir de una llamada que me hizo el escritor, etnólogo y folclorista Rogelio Martínez Furé, pues éramos buenos amigos. Él impartía en ese entonces sus clases de arte africano en la Facultad de Artes Dramáticas, pero tenía estudiantes que querían conocer más del mundo árabe, y me pidió que hiciera el programa de clases de Arte Oriental, y que lo impartiera como asignatura dentro de la relación de materias. Así lo hice.

Gabriel Calaforra al centro rodeado de los asistentes al Monday Club en su casa de la Habana Vieja 2006 | Rialta
Gabriel Calaforra (al centro) rodeado de los asistentes al Monday Club, en su casa de la Habana Vieja (2006)

¿Qué le ha aportado espiritualmente la cultura oriental?

Desde niño fui miembro de la iglesia anglicana, pero tengo una visión budista del mundo, creo en la ley del karma. Particularmente me siento muy identificado con la filosofía del Zen. He tratado de poner en práctica en mi vida esa sabiduría. Si el conocimiento no te hace mejor ser humano, entonces deséchalo. Lo más importante no es la información que uno acumula con la lectura, sino cómo la aplicas a tu vida.

¿Usted pertenece a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)?

Conozco a Miguel Barnet desde que éramos jóvenes, vivíamos en El Vedado y también coincidíamos en la iglesia anglicana. Me fui de la UNEAC en 1990, cuando sucedió aquel acto de repudio a la poeta María Elena Cruz Varela. No recuerdo haber conocido personalmente a María Elena, pero por amigos sabía que era una persona honesta.

Me llamaron de la UNEAC para firmar una carta y me negué a hacerlo, me parecía injusto y no quería ser cómplice de eso. Desde entonces dejé de pagar mi membresía. Varias veces me han llamado aquí a la casa para invitarme, pero nunca más he ido por allí.

¿Cuál es el sistema político que más usted respeta?

Pasados muchos años, para mí, el modelo ideal de sociedad sigue siendo la que han logrado los países escandinavos. Conocí muy bien Dinamarca, y algo así era lo que yo quería y quisiera para Cuba: una verdadera socialdemocracia, aunque está claro que los cubanos no son daneses. Que todo el mundo tenga un nivel de vida decente, asistencia médica y educación gratuitas. Aunque la universidad se pague, que sea posible pedir préstamos al Gobierno. Y, por supuesto, que haya libertad.

Por eso, en 1991, me uní a un grupo de estudio de ideas socialdemócratas formado por unas diez personas que se hizo llamar Movimiento Armonía. Fui arrestado en la madrugada del 26 de diciembre y llevado a la sede de la Seguridad del Estado, donde estuve retenido durante 37 días, hasta el 31 de enero de 1992.

¿En Villa Marista?

¡Sí!

¿Qué le enseñó aquella estancia en la cárcel?

La prisión es una de las experiencias donde uno se conoce más a uno mismo. Aprendí muchas lecciones, pero la principal es que cualquier proyecto político gestado desde Cuba no debe estar oculto.

Jawaharlal Nehru dijo que la prisión es la mejor escuela y estoy de acuerdo. Es en esas circunstancias que aprendes acerca de tus fortalezas y debilidades, y llegas a conocer a tus semejantes. Los guardias, en su mayoría muchachos que cumplían el Servicio Militar, fueron en general amables. Y mi interrogador siempre fue educado, aunque yo jugué una partida de ajedrez mental. Un delincuente que estaba en la cárcel desde los 12 años, y tenía entonces 41, sufría inmensamente preocupándose por sus hijos pequeños. Un día me dijo: “Si lo condenan a prisión, no se preocupe. Haremos pasar la voz a todas las cárceles de Cuba y usted estará protegido”.

Mis experiencias en prisión reafirmaron en mí lo que había dicho Confucio: “El hombre es bueno, sólo hay que educarlo”.

Luego me llevaron a los tribunales. La Seguridad del Estado intentó acusar al grupo de intentar cometer sabotajes y actos de violencia. Declaré que era absurdo, ya que ninguna revolución socialdemócrata había estado encabezada por un Carlos I de Inglaterra o un Luis XVI de Francia.

¿Cómo ha sido la actitud oficial con usted después de esos sucesos

No ha sido totalmente hostil, pero tampoco afable. He sido condenado al ostracismo y mi participación en la vida política activa del país terminó en ese momento.

Todos los miembros del grupo se exiliaron, ¿por qué usted decidió permanecer aquí?

Desde mi punto de vista, este ha sido uno de los grandes problemas de la oposición en Cuba, no culpo a nadie. Pero para aspirar a un cambio real en la Isla es necesario permanecer aquí. Una de las primeras cosas que intenta hacer el Gobierno es forzarte a salir, y lo han hecho recientemente con muchos opositores. Entiendo que muchas personas jóvenes quieran marcharse buscando un lugar para realizar sus aspiraciones. En mi caso, podría vivir en Europa (mi esposa era polaca), siempre me sentí a gusto allí. Pero no es mi país, siento un compromiso con la cultura cubana y con mi propia historia personal.

Usted sale de la cárcel en 1992, ¿a qué se dedica después de eso?

Me puse a aprender hindi y luego gané una beca de estudio del Gobierno de la India para conocer este país; eso me sirvió para poder escribir mi libro. Pude viajar la India completa, de norte a sur, en tren, durante tres meses: quise hacer la misma ruta que hizo Gandhi, cuando en 1915 viajó por todo el país en tren para conocer la realidad del pueblo indio bajo la corona británica.

¿Qué podría decir de la India?

Es un gran país, lo amas o lo odias.

¿Usted sabe sánscrito?

El alfabeto es el mismo que el del hindi, pero no sé sánscrito. Sé un poco de urdu y algo de bengalí.

¿Por qué crea el Monday Club? ¿Cómo nace y en qué año sucede?

Básicamente, abrí las puertas de mi casa para dialogar y tomar té con amigos y visitantes que pasan. El Club de los Lunes ha ayudado a muchos jóvenes a definir su vocación profesional. Todo empezó porque tres personas, que no se conocían entre sí, querían aprender hindi, el idioma de la India. Pero ellos trajeron a sus novias y amigos y así comenzó. Desde 1996, todos los lunes, en el número 311 de la calle Lealtad. ¡Aquí!

¿Podría hablar más de cómo funciona este espacio?

El Monday Club es bastante internacional, porque a través de una red casi underground, visitantes extranjeros, estudiantes, periodistas, diplomáticos, artistas y escritores pasan por aquí a tomar un té. En casa recibo a cualquier persona, repito, siempre que sea honesta. Desde las 6:00 de la tarde las puertas de mi casa están abiertas.

Me consta que por aquí han pasado muchos, de todos lados, edades. ¿Podría mencionar algunas de estas personas?

Sí, ciertamente han pasado muchos años ya desde que se fundó el espacio. Intentaré apelar a mi memoria, sabiendo que se quedarán muchos nombres. Pero puedo recordar a algunos que venía con frecuencia: Ernesto Cruz, Yaseff Ananda, Laura Vitier, Ítalo Expósito, Gustavo Pita, Evelyn Quesada, Antonio Rodiles, Elizabet Cerviño, Lester Álvarez, Mario Santana, Verónica Vega, Jorge Braulio Rodríguez, Orlando Luis Pardo Lazo, Amalia, Yuni Legorburo, Roberto Asorey, Carlos Acosta, George Céspedes, Cesar Towie, Alice Hayne, Jonal, Sthepem Simpsom, Beatriz Gago, Alberto Raña, Anamely Ramos, María de Lourdes Mariño, Gilberto Rivalta, Manuel Toledo, Gretel Alfonso, Hamlet Lavastida, Yasmina Proveyer, Jacqueline Loss, Sarima, Julio Llópiz, Leandro Feal, Elena Molina, Tamara Venereo, Fidelito y Maya, Alena León, Raya Tuganova, Abel González, Elvia Rosa Castro, Carolina Barrero, Tania Castro, Víctor Moreno, Reynier Leyva Novo, Ernesto Santana, Lama Ole Nydal y su esposa Hanna, Sergio Acevedo, el grupo de teatro El Ciervo Encantado y su directora Nelda Castillo, Larry González, Rubén y Glenda, Irving Alfaro, Darwin Estacio y Karina, David Canela Piña, Simón, Alejandro Campins, Amaury Pacheco, Luis Eligio, Irving Vera, varios periodistas de la BBC de Londres, corresponsales de Le Monde Diplomatique, diplomáticos de distintas embajadas…

¿Que té es este que estamos tomando?

Es un té de Assam. El té Assam es un famoso té de la India, y su nombre proviene de la provincia en la que se cultiva y elabora: la provincia de Assam. Fue descubierto por la British East India Company, al noreste de India. Durante algunos años se temía que la producción de té en India afectara el monopolio chino y se pausó el proyecto, sin embargo, años después, la corona británica y el Gobierno chino rompieron relaciones (con las guerras del opio de por medio), dándole paso así a que la British East India Company comenzara a cultivar té en India. Fue así como se dieron cuenta de que en India podían conseguir un té tan bueno como el chino, lo que le dio a Inglaterra la gran oportunidad para instalar la producción de té en su colonia. Así es como comenzó la industria del té en la India.

¡Gracias, Gabriel, por la clase! Su casa es famosa porque se toma té los lunes, ¿cómo accede a estos tés?

Muchos amigos cuando me visitan me traen té de regalo. ¡Recuerda que no estamos en Londres!

Aquí en su casa también se reunían personas de la diáspora postsoviética en Cuba, ¿verdad?

¡Sí! La diáspora postsoviética en Cuba está compuesta por una comunidad grande y dispersa. En los noventa comenzamos a reunirnos en el Russkiy Club, los últimos viernes de cada mes aquí en mi casa. Ese día se hablaba en ruso, recitábamos versos de Pushkin, algunos tocaban guitarra y traían ricos dulces elaborados por ellos mismos como una forma de rememorar sus culturas. La producción espiritual de esa diáspora no ha recibido un reconocimiento dentro de la vida cultural cubana y hay muchos que son poetas, escritores, pintores… Recuerdo a Sasha, Dimitri, Polina, Andrés Mir, Hanna Chomenko, Igor, Raya, Ernesto Litvnov y Yuri su hermano.

Llama a su perro Krishna (deidad del panteón hindú), ¿esto no es irrespetuoso?

Para el hinduismo, todos los animales son considerados sagrados. De hecho, en un famoso verso del Bhagavad Gīta, Sri Krishna dice que el sabio posee “visión de igualdad”, por lo que considera iguales en esencia a una persona espiritual, a una vaca, a un elefante, a un perro y a un comeperros (o “cocinero de perros”), refiriéndose al descastado o paria.

¿Por qué eligió ese nombre?

Probablemente, la historia sobre perros más famosa de la literatura hindú sea la que aparece cerca del final del Mahābhārata, la gran epopeya india. El rey de los devas, Señor de los mundos celestiales, se presentaba montado en su carruaje para informar a Yudhiṣṭhira que había llegado al final de su viaje, invitándole a entrar en el ansiado cielo. Complacido, Yudhiṣṭhira dijo: “Este perro me es extremadamente fiel. Me gustaría llevarlo conmigo”. Riéndose, Indra respondió: “No pierdas todo por amor a un perro. No hay lugar en el cielo para los perros”. Yudhiṣṭhira, que era el rey más recto del mundo, dijo: “Se dice que abandonar a alguien que nos es fiel es un terrible pecado. Mi regla es nunca abandonar a alguien que dependa de mí”. Y así renunció a entrar al cielo. Entonces, el perro cambió su apariencia y manifestó su verdadera naturaleza, que no era otra que la deidad del Dharma, Sri Krishna. En realidad, era una prueba para verificar que la adherencia de Yudhiṣṭhira a la rectitud era total. Acto seguido, Yudhiṣṭhira subió al carruaje de Indra y juntos entraron al cielo.

¿Cómo fue para usted perder la visión?

Siempre padecí de miopía degenerativa. Ya con los años me hicieron varias operaciones, pero no me ayudaron mucho.

La ceguera no ha sido para mí una desdicha total. Tomo esta discapacidad más como una herramienta que como un obstáculo. Hay un dicho popular que dice: “no hay peor ciego que quien no quiere ver”. Nunca lo consideré como una discapacidad, me brindó otras cosas: comencé a aprender Braille, tuve que centrarme en las conversaciones. Cuando perdí la visión totalmente, no faltaron personas que venían a leerme. Ahora estoy centrado en un proyecto para ayudar a personas invidentes, quisiera traducir mis libros a Braille.

Usted ha estado vinculado a varios grupos de la sociedad civil en Cuba que operan de manera independiente y con intereses muy variados, ¿pudiera hablarme de esto?

Es cierto, ahora estoy apoyando a grupos de protección animal. Un grupo de voluntarios que se ha unido con el fin de abogar por los derechos de los animales y proteger a los que se encuentran en situación de abandono. Siempre he sentido un profundo amor por los animales. Este grupo se organiza con el objetivo no sólo de defender, sino también de brindarles una mejor vida y rescatar, poco a poco, a aquellos animales que se encuentran sin hogar. Además, pretendemos crear conciencia para frenar el maltrato y el abandono.

Por otra parte, soy miembro de honor del grupo Namaste, un proyecto autónomo fundado en 2012 en La Habana, con el objetivo de fomentar el estudio del idioma hindi y de promover la cultura de la India, y que cuenta con la colaboración de la embajada de este país en Cuba.

También he sido miembro y colaborador de diversas iniciativas, como la creación de escuelas de artes marciales y comunidades budistas de diferentes tendencias que existen en Cuba.

¿A su edad usted tiene alguna esperanza de que las cosas cambien en este país?

Creo que, aunque haya sido aplazado, el cambio de Cuba es inminente. El descontento del pueblo es generalizado. Cuba es como un edificio derrumbado, estamos viviendo entre los escombros. Aquí nada funciona, y la gente se ha acostumbrado a eso, pero es una situación insostenible, ningún país puede estar así por tiempo indefinido. Siempre he dicho que Cuba está ahora mismo como quien tiene un cáncer. La operación será difícil, la recuperación dolorosa, pero hay que operar.

Usted, que siempre está rodeado de gente joven, ¿cree que la juventud cubana se siente comprometida con el futuro de su país?

Uno de los errores de este Gobierno ha sido confundir la identidad de la nación con un sistema político. La patria es la patria, sea cual sea el Gobierno. Conozco muchos jóvenes que sienten un gran compromiso con su país, ustedes forman parte de esos jóvenes artistas, y me honra que muchos han pasado por aquí por mi casa, y han fundado sus propios valores. No importa si están dentro o fuera, seguirán creando.

Gabriel Calaforra | Rialta
Gabriel Calaforra

* Gracias a Betty Gago por sus observaciones, y a Jorge Calaforra, que tuvo la gentileza de revisar la versión final de esta entrevista.

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YORNEL MARTÍNEZ ELÍAS
Yornel J. Martínez Elías (Manzanillo, Cuba, 1981). Estudió Artes Visuales en el Instituto Superior de Arte (2002-2007). Ha desarrollado su trabajo próximo a las prácticas conceptuales, a través de formalizaciones técnicas y materiales diversos. Cofundó, con el escritor Omar Pérez en 2009, la revista collage P-350. Y, en 2015, Ediciones *, una plataforma de publicación concebida para textos de diversas categorías y formatos: fanzines, marcadores, postales, libros de artista. Reside y trabaja en La Habana.

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