Quizás sea porque es un escenario en el que se combinan las pulsiones de autoconservación y muerte o por lo seductor de no tener que someterse al conjunto de reglas e instituciones que rigen la vida moderna, pero lo cierto es que nos atraen las historias de hecatombes, esa idea de que, un buen día, el mundo que conocemos desaparecerá y habrá que rehacerlo todo casi desde cero. A pesar de las infinitas posibilidades que ofrece ese reseteo de la civilización, las distopías postapocalípticas suelen repetir hasta el cansancio las mismas fórmulas: saqueadores, luchas despiadadas por recursos, el retorno a algún viejo tipo de organización social, un personaje que se sacrifica para que la especie perdure…
Sin embargo, el apocalipsis que propone la escritora mexicana Andrea Chapela (Ciudad de México, 1990) se salta todos estos clichés en un ejercicio metaliterario que sorprenderá a más de un lector. En su última novela –“la primera de adultos”, dirá ella más adelante–, Todos los fines del mundo (Literatura Random House, 2025), la autora explora una distopía terriblemente cercana desde un lugar poco común: la introspección de su protagonista, Angélica, que se debate entre las labores de supervivencia cotidianas, el anclaje al pasado y sus muchas dudas sobre las diversas maneras de gestionar los afectos.
En una situación tan extrema como puede ser el fin del mundo, podría parecer innecesario preguntarse cuántos tipos de amor existen y cómo identificar las fronteras que los delimitan. Sin embargo, Chapela parece decirnos con esta novela que sí vale la pena cuestionarse estas cosas. A fin de cuentas, y sin necesidad de una hecatombe global, llevamos milenios haciéndonos las mismas preguntas sin respuestas absolutas. Y en un planeta colapsado, por más que todos los esfuerzos se destinen a la supervivencia y el renacer de la civilización, ¿acaso no es lógico que cada uno se detenga a pensar en todo lo que se ha perdido?
La pandemia de la Covid-19 creó cierta expectativa respecto al fin del mundo, y a veces da la impresión de que desde entonces ese tema se ha vuelto una suerte de obsesión. Películas, series, libros… de alguna manera el tema se ha reposicionado en la cultura popular. ¿Tiene esto algo que ver con la idea de tu novela?
Nadie me va a creer, porque es cierto que se siente un libro muy “pandémico”, pero lo empecé a escribir en 2019. Bueno, entre 2019 y 2023, pero el primer borrador lo terminé en noviembre de 2019. Recién llegaba a México después de dos años en Madrid. Me encontraba sola acá, vivía en un depa que me habían prestado, sin mucho qué hacer, mucha gente no sabía de mi regreso, y decidí escribir una novela. Siempre había querido hacer un nanowrimo ¿sabes?, terminar una novela de más de 50 000 palabras en un mes, en noviembre. Y eso hice. Luego me dieron la beca del FONCA (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes), llegó la pandemia, y hasta 2021 no volví a pensar en esta historia.
¿Es tu primera novela?
Es mi primera “novela de adultos”, diría. Suena extraño, pero es así. Antes de esta hubo cuatro, que fueron publicadas entre 2008 y 2015. Yo publiqué mi primera novela a los 18 años, parte de una serie juvenil [la tetralogía de Vâudïz].
Sin embargo, tu obra dentro del género de la ciencia ficción, y ya fuera de lo “juvenil”, la conforman cuentos. Recuerdo ahora todos los de Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio (Almadía, 2020). El cuento es, evidentemente, un formato que dominas. Por eso quisiera saber a qué retos te enfrentaste al escribir tu primera “novela de adultos”.
A muchos. Aunque, para mí, escribir un cuento es un reto mucho mayor que escribir una novela. Hacer funcionar un cuento, que es una historia muy contenida, es más difícil. La novela puede ser grande, permite tomar aires, y aunque tiene estructuras más complejas, es mucho más cómoda. De cierto modo, escribir Todos los fines… fue eso: regresar a un lugar cómodo.
Pero esta novela, a diferencia de mis novelas juveniles, es bastante introspectiva, de personaje. En ella me interesaba pensar ciertas ideas. Eso es algo que no había hecho antes: el tener una idea, una inquietud, y pensar cómo abordarla desde la ficción.
¿Qué idea o inquietud tenías?
Más bien son inquietudes que tenía de cuando decidí que quería ser escritora. Me preguntaba mucho sobre los géneros y sobre cosas personales, pero, sobre todo, pensaba mucho en cómo tomar aspectos de mi vida y temas de mi interés y volcarlos en la literatura de ciencia ficción. En esta novela, más allá de que hay cosas que me han pasado, hay muchas preguntas que me hacía de manera personal. Esa confusión de Angélica sobre el amor romántico y la amistad, por ejemplo, era una confusión mía que deseaba pensar desde otro lugar y otra persona.
¿Funciona así siempre? Es decir: ¿partes de una idea abstracta, una inquietud personal, y buscas una historia donde eso quepa?
Para mí, escribir es armar un rompecabezas. Voy juntando elementos de la vida, de mis lecturas, frases que escucho, personajes, anécdotas, todo lo que crea que tiene potencial narrativo. Y cada vez que llega una nueva, veo si tiene que ver con el resto del archivo que hay en mi cabeza. Si es suficientemente buena, si puedo decir “aquí hay algo”, pero no tiene nada que ver con el resto, la guardo y espero. A cada idea le pregunto si me sirve para un cuento o una novela, cuán robusta es y cuánto le falta. Y así, todo se archiva y se segmenta hasta que, poco a poco, va quedando una masa crítica.
En el caso de Todos los fines…, como contaba, yo venía regresando de Madrid después de dos años. Por un lado, estaba emocionada de volver a México, pero por el otro, pasaba por el proceso de haber dejado una vida allá; una vida que tuvo muchas de las cosas que están en la novela y donde me enfrenté a preguntas que se hace la protagonista. Antes de irme –porque pasé cinco años fuera de México: tres en Iowa y dos en Madrid–, había terminado con mi único novio hasta entonces. Luego me metía en líos y salía de ellos, y en todo ese tiempo me preguntaba muchas cosas sobre las relaciones. Tuve algunas en las que, de repente, me decía: ¡¿Qué es esto?! Después me di cuenta de que ahí había algo interesante que contar, de manera que en el libro hay un poco de esas vivencias.
¿Cambió mucho ese primer borrador, tan cercano a esas experiencias, respecto de la obra final?
En el primer borrador sí está la relación entre Manu, Susana y Angélica, pero entonces el libro era mucho más ensayístico. La estructura también estaba tal y como ahora. Me refiero a las tres partes. Solo que después vi cómo el libro podía ser mejor: quité la tercera parte, la fagocité y la rehíce. Pero los giros, todos esos juegos de la estructura, ya estaban.
La estructura es muy importante para mí. Una vez que una idea tiene una masa crítica, lo siguiente –y fundamental– es la estructura: este libro tiene tantas partes, cada una funciona así, estos son los juegos, etc.
¿No crees que al pensar tanto y tan pronto en la estructura corres el riesgo de establecer fórmulas?
Seguro, sí. Pero parte de mi pasión por escribir es que no me gusta aburrirme, por eso trato de erigir estructuras que no he hecho antes. Seguro que podría repetir la de esta novela, pero ya la resolví, ya sé cómo se hace, así que es poco probable que lo haga. La nueva novela que estoy escribiendo, por ejemplo, usa otra fórmula.
La estructura de Todos los fines… es muy llamativa y, digamos, sorpresiva. Pero hablemos ahora del siguiente paso en tu escritura, el llenar lo que hay dentro de ese exoesqueleto narrativo.
Creo que domino el armado de afuera, pero lo de adentro es lo que se me hace complicado. Soy una escritora muy arquitectónica. Yo construyo de afuera hacia adentro. Ya con la estructura, me centro en pensar los personajes, encontrar sus voces, sus motivaciones. Pero antes que todo debo sentir que cuento con un andamiaje que funciona.
Empezaste tu carrera literaria muy joven. ¿Cómo ha cambiado en estos años tu proceso de escritura?
Ha cambiado porque he aprendido mucho en todo este tiempo. Ahora cumpliré veinte años de haber empezado a escribir, y tengo 35. A eso se suma que soy muy obsesiva y me gusta analizar mi propio proceso de escritura, de manera que cada vez entiendo mejor qué necesito para escribir. Por ejemplo, cuando escribí Ansibles… me llegaba una idea y pasaba semanas y semanas con ella para, al final, darme cuenta de que ahí no había un cuento y debía buscar otra. De hecho, con todos los cuentos me pasó algo curioso: primero tuve que ensayar un cuento fantasma antes de llegar al cuento que sí era. Y eso sucedía porque no le daba tiempo suficiente a las ideas para que se convirtieran en lo que debían ser en mi cabeza. Ya con Todos los fines…, a lo largo de 2019 le di vueltas y vueltas a la idea de un libro que iba a ir de estas cosas, de manera que, para noviembre, ya sabía que quería escribir ficción climática, tenía la estructura, los personajes, partes de los ejes de la trama…
Todos los fines… es una novela de ciencia ficción, pero no del tipo al que estamos acostumbrados la mayoría de los lectores. Hay ciertos códigos que compartimos sobre lo que es una novela de ciencia ficción y, especialmente, una historia postapocalíptica. En estos escenarios, más allá del desastre, la trama es casi siempre la misma: un enfrentamiento entre el bien y el mal, los principios éticos en pugna con el instinto de supervivencia… De hecho, en este género lo más común es que el gran antagonista no sea el desastre –no directamente–, sino otros seres humanos. Sin embargo, en tu novela nada de esto se cumple. Aquí lo importante son los afectos y la manera en que se gestionan.
He pensado muchas veces que los más puristas de la ciencia ficción van a decir que esta no es una novela de ciencia ficción. Pero me da igual. Yo creo que sí lo es. Además, viéndolo bien, todas las partes suceden en el futuro.
Siempre me pregunto muchas cosas de la ciencia ficción: sus límites, sus modos, la manera en la que conversa con otros géneros. ¿Qué nos permite la ciencia ficción? Es algo que realmente me cuestiono, y algo de ese cuestionamiento está en la novela.
¿Has encontrado alguna respuesta?
Que la ciencia ficción no son naves espaciales, sino el planteamiento de una posibilidad y existir en ella, de manera que se abra un mundo alterno. Para mí, ni siquiera tiene que ver con el futuro: es solo otra posibilidad paralela a la de nosotros. Y hablando de definiciones locas, he leído a una chica que decía que la ciencia ficción es “la ficción que literaliza la metáfora”. No hay un corte entre lo real y lo cienciaficcional. Este género es una forma de ponernos en contacto con posibilidades que vienen de nuestros miedos, pero también de nuestros deseos e imaginaciones.
Pensemos en la ficción climática. Aunque es muy cercana y la estamos viviendo, es un subgénero de la ciencia ficción. ¿Por qué? Porque casi siempre que se narra algo climático, para tener personajes y conflictos, uno tiene que avanzar un poquito en el tiempo. El clima no puede ser lo que es ahora, que vivimos la vida sin pensarlo; no, tiene que ser algo que incida completamente en la vida de los personajes, ser parte del conflicto.
Entonces, consideras que, en la ciencia ficción, ese contexto futurista o posibilidad futura no puede ser solamente la escenografía en la que se desarrolle un drama realista y universal.
No sé. Pero en la ciencia ficción que yo hago, el conflicto humano y el contexto tienen que estar en comunicación, incidiendo uno en el otro todo el tiempo. Al final, la ciencia ficción es un grado más de libertad.
¿En qué sentido?
Verás, la ficción te da libertad con los personajes y las historias; es escribir de gente que quién sabe si existen, que vivieron cosas que quién sabe si ocurrieron. Bueno, pues la ciencia ficción te dice todo eso y algo más: y en lugares que quién sabe si existan. Ese otro grado de libertad permite focalizar más el tema al que quieres llegar.
¿Sientes que a veces la realidad es aburrida o carente de posibilidades?
No es eso. Creo que no puedo escribir sobre cosas más “reales” porque soy muy controladora. Cuando trato de escribir realismo, la historia se me desarma y me parece poco interesante. Como que lo siento todo muy plano. También me pasa que, cuando escribo cosas muy apegadas a la realidad, siento mucha responsabilidad a la hora de plasmar cómo funcionan las cosas, sobre lo que estoy hablando, sobre lo que ocurre hoy en mi país… Cuando no escribo de lo real, tengo más libertad y es menor el peso.
De alguna manera, escribir implica siempre investigar. Y me preguntaba cómo es en la ciencia ficción. ¿Es necesario saber de ciencia o investigar al respecto?
No necesariamente, pero hay que saber lo suficiente del tema del que se quiere hablar para generar un autoengaño. La idea es llegar a un punto en el que tú creas que aquello que escribes es una realidad que se sostiene. La ciencia ficción se escribe desde la convicción de que los personajes viven en ese lugar. Claro, saber de ciencia –me gradué de Química en la UNAM– me ayuda a llegar a ese autoengaño más rápido. Otros escritores, en efecto, investigan, pero esa parte del proceso depende de cuánto crees que necesitas saber para sentirte cómodo en un lugar que no existe.
Regresemos a tu novela y a ese punto de vista poco usual que tiene de narrar una distopía. ¿Por qué contarla de esta forma?
Yo tenía el reto de escribir un libro así, donde el conflicto no fuera con otros seres humanos que quieren quitarte el agua porque casi no hay y esas cosas. Quise hablar de esta comunidad que, si bien no es idílica, se une para enfrentar un gran peligro: el mundo se está acabando, no hay suficientes víveres y no saben cuánto les durarán los que tienen.
Cory Doctorow, un escritor canadiense de ciencia ficción, tiene una definición de distopía que me gusta mucho: “la distopía es un mundo en el que, ante la catástrofe, creemos que nuestros vecinos nos van a atacar en vez de ayudarnos”. Pero también dice que, si uno ha vivido catástrofes y momentos en los que el mundo parece desarmarse, sabrá que para la mayoría de las personas esa no es la experiencia con los demás seres humanos. Y creo que tiene razón. Aquí, en México, eso ha quedado demostrado con los temblores. La gente se ayuda, se arriesga por salvar a otros.
Me gusta que la ciencia ficción viva en este lugar donde existe la solidaridad y no en la idea de que lo primero que harán tus vecinos es conseguir un arma y atrincherarse. De hecho, creo que, si ese es el miedo, si esa es la narrativa imperante, a lo mejor, cuando suceda la catástrofe, las cosas ocurrirán así. Podemos explorar desde la imaginación que eso no es lo que sucederá. Vale más la pena imaginar una posibilidad que deseamos que una a la que tememos. Hay que ponerle otro tipo de imaginación a las narrativas del fin del mundo.
Mencionaste antes una novela en la que trabajas. ¿Algún adelanto?
Solo diré que quiero seguir escribiendo sobre el cambio climático y nuestra relación con el planeta. De alguna manera siento que esta novela fue un primer paso, pero no estoy contenta con hasta donde llegué. Creo que debo seguir trabajando en base a lo que debe ser una historia sobre el cambio climático. Le he dado bastantes vueltas en las últimas semanas. Pienso que, al final, estos relatos hablan de la avaricia del ser humano y las cosas que estamos dispuestos a sacrificar. De momento, no me interesa tanto el futuro hecho un caos. Quiero escribir de cómo podemos llegar incluso a un lugar mejor para nuestra especie, pero también pensar en todo lo que se dejó en el camino, todo lo que se sacrificó, lo que perdimos.