LA HABANA, Cuba. ─ En los días más recientes, han despertado justo interés las admirables protestas que cubanos de a pie han escenificado a todo lo largo de la Isla (o, para ser más preciso, del Archipiélago, pues se plantea que también expresaron su inconformidad los compatriotas de la que, con el favor de Dios, recuperará su nombre de Isla de Pinos).
Frente a ese desafío, a la alta jefatura del régimen no se le ha ocurrido nada mejor que abroquelarse en sus posiciones históricas: Ningún anuncio (aunque sea mentiroso) de algún cambio en el lamentable estado de cosas imperante, que es el que ha provocado las protestas. Dando muestras de una falta de imaginación increíble, se han limitado a repetir una vez más lo mismo que han venido diciendo sin descanso durante el último medio siglo largo.
Ahora supimos que, ante los históricos acontecimientos escenificados por el pueblo, se ha celebrado una reunión del Buró Político del único partido. Aunque conviene aclarar que el titular de esa noticia no ha sido la celebración del cónclave. Los agitadores comunistas han hecho hincapié en otra faceta del asunto: “Participa el general de ejército Raúl Castro en reunión del Buró Político del Partido”, dijeron los cotorrones.
Los señores que hasta hoy enarbolan las obsoletas teorías del marxismo leninista, afirman que existe la siguiente pirámide del Poder: en la cúpula, el Congreso del Partido (que se celebra cada cinco años); bajo él, el Comité Central como órgano “permanente”; para la labor operativa, el Buró Político, a cuya cabeza está el Secretario General (que en Cuba se denomina Primer Secretario).
Esa es la teoría. En la práctica, no es raro que la pirámide aparezca invertida. En esos casos, resulta usual que el mandamás supremo decida todo lo importante, y el Buró Político (en su carácter de órgano colectivo operativo) y el Comité Central (en un plano más general), actúen como una especie de cajas de resonancia que se limitan a estampar el cuño a lo decidido por el Secretario General.
Pero lo habitual es que este último cumpla con las reglas de la liturgia comunista. Resulta ilustrativa en este sentido la anécdota del omnipotente tirano soviético conocido por su alias de Stalin. “¡Tenemos que reunir al Buró Político!”, exclamaba sin falta ante sus colaboradores inmediatos cada vez que surgía un problema cualquiera.
Se trataba de un pequeño sainete, pues en la reunión de ese órgano colectivo, claro, se acordaba siempre lo que planteaba el genocida de Gori. Pero se cubría la formalidad de adoptar una decisión que, una vez que el mandamás había expresado sus opiniones, se ajustaba sin falta a cada detalle de lo propuesto por él. El acuerdo —¡no faltaba más!— recibía el voto favorable de cada uno de los presentes.
No es ese el caso de Miguel Díaz-Canel. Pero, en Cuba, la plana mayor del régimen (la misma que ha expresado su apoyo unánime a la política adoptada ante las protestas) ocupa asientos en el reducido Buró Político del partido único. En ese contexto, sólo cabe esperar que este ultimo órgano, integrado por los que adoptaron y aplicaron esas torpes políticas, apruebe lo realizado por ellos mismos.
Pero resulta evidente que los trascendentales sucesos del pasado domingo (y sus “réplicas” de días subsiguientes) bien merecen ser tratados a un nivel “superior”. Este sólo puede ser el Comité Central del partido. Mas hasta el momento de escribir estas líneas, nada se ha anunciado al respecto.
Es posible que algún lector considere superflua o incomprensible la preocupación de este autor sobre esos temas de la vida interna de la agrupación comunista. Pero creo que mi interés es explicable. Estoy convencido de una cosa: En este tipo de regímenes, la rajadura empieza a abrirse por arriba.
La historia del movimiento comunista nos enseña cómo, en situaciones como la que presenta Cuba ahora, cuando sobre el partido único se cierne una amenaza inesperada, dentro de sus mismas filas en ocasiones se adoptan decisiones también inesperadas. Como regla, impera la unanimidad, pero en caso de crisis se producen entre los “pericones” verdaderas peleas de perros, a las que se les suele dar un nombre eufemístico: “luchas internas del partido”.
Por tanto, la pregunta que se impone en la actual coyuntura cubana es: ante las importantísimas protestas generalizadas que se han producido, ¿se reunirá el Comité Central? ¿Se cumplirán las reglas de la liturgia comunista o la actual jefatura optará por prescindir de una reunión en la cual podría recibir alguna sorpresa desagradable?
Recordemos el caso de Polonia: Cuando en 1956 se produjeron huelgas y manifestaciones populares, los mismos comunistas devolvieron al reformista Władysław Gomułka al poder. Pero, como reza el dicho, “donde las dan, las toman”. Años más tarde, ante nuevas protestas, el propio Gomułka fue defenestrado y reemplazado por un oscuro secretario provincial.
Se trataba de Edward Gierek. Y su exaltación al mando supremo surgió de su decisión de expresar al Comité Central que, si se mantenían las impopulares medidas adoptadas por Gomułka, él, Gierek, no podía garantizar el mantenimiento del orden en su provincia. No sabemos si este planteamiento nació de un genuino desvelo por el futuro del país (o, al menos, del partido), o si lo que primó fue el temor de convertirse, si se mantenían las temidas protestas, en chivo expiatorio.
De manera análoga, aunque ahora haya unanimidad de criterios en el exclusivo Buró Político de La Habana, yo no me atrevería a afirmar lo mismo del Comité Central. Tampoco me animaría a asegurar lo contrario, pero, al menos, en este último órgano —mucho más nutrido— es más probable que haya dirigentes que no estén de acuerdo con el inmovilismo de la actual dirección.
Lo cual no tiene por qué deberse a motivos patrióticos o altruistas. En el Comité Central figuran los primeros secretarios de las distintas provincias, incluyendo aquellas en las que han resultado particularmente significativas y extendidas las protestas populares. Y por supuesto que, si no se decide un cambio de rumbo, esos primeros secretarios son excelentes candidatos a ser “tronados” y a engrosar las filas del “Plan Piyama”.
Se trata de cosas que provocan gran temor entre los mayimbes comunistas, y ya se sabe que el miedo puede inspirar decisiones desesperadas.
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