MIAMI, Estados Unidos. — Existe un compendio bastante nutrido de cubanos que hicieron mucho, y desde muy diversos campos del saber, por el desarrollo y para la gloria de la mayor de las Antillas. Uno de ellos fue Miguel Ángel Moenck, nacido en La Habana el 13 de septiembre de 1890, quien sobresalió inicialmente como atleta y manager deportivo, para luego enrumbar sus intereses hacia el terreno de la arquitectura y la ingeniería civil.
Debutó en el atletismo, participando en varias competencias nacionales en las modalidades de salto de longitud, salto de altura y 800 metros. Fue miembro de la Liga Nacional de Béisbol Amateur, fundada en 1914, y simultáneamente dirigió el Club Atlético de Cuba.
Hacia 1920 se distanció de la práctica deportiva para matricularse en la Universidad de Tulane, en New Orleans. Una vez graduado de la carrera de Arquitectura, regresó a la Isla y en 1926, al ser instituido el Comité Olímpico Cubano, fue nombrado presidente, cargo que mantuvo hasta 1930 y desde el cual organizó la segunda edición de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, celebrada en La Habana, donde la delegación nacional tuvo un desempeño impecable.
Mientras se ocupaba de las exigencias del deporte, también fungió como profesor en la Escuela de Ingenieros y Arquitectos, llegando a convertirse, en 1928, en profesor titular de la cátedra de Legislación, Construcción y Superintendencia. Ese mismo año, junto a su colega Nicolás Quintana, inauguró la firma Moenck y Quintana, que tuvo a su cargo varias obras importantes en la ciudad de La Habana, entre ellas el edificio de la Escuela de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad de La Habana, el Habana Biltmore Yacht and Country Club, el Auditorio de Pro-Arte Musical (hoy teatro-auditorium Amadeo Roldán) y la Terminal de Ómnibus de La Habana.
La obra de Miguel Ángel Moenck no solo embelleció La Habana. En los años cincuenta su firma se encargó de proyectar y construir en Varadero el hotel Cabañas del Sol, un proyecto que combinó sabiamente funcionalidad y valores estéticos.
En 1938 volvió a ocupar la presidencia del Comité Olímpico Cubano y un año después se convirtió en miembro del Comité Olímpico Internacional, escaño que ocupó hasta su muerte.