Seis creadores cubanos preguntan sobre la próxima Bienal en La Habana: “¿respetar la diferencia en un país que reprime la disidencia?”

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Directivos y organizadores de la 15 Bienal Internacional de Arte de La Habana (2024-2025) comparecen ante la prensa en octubre de 2023
Directivos y organizadores de la 15 Bienal Internacional de Arte de La Habana (2024-2025) comparecen ante la prensa en octubre de 2023 (IMAGEN YouTube / CREART: Ministerio de Cultura de Cuba)

“¿Puede una Bienal respetar la diferencia en un país que reprime la disidencia?”. Tal es la pregunta que, más bien retóricamente, encabeza un texto firmado por seis curadores y artistas cubanos de cara a la decimoquinta Bienal Internacional de Arte La Habana (2024-2025), programada a partir de octubre próximo bajo el lema de “Horizontes compartidos”.

En un ensayo aparecido en el sitio e-fluxSolveig FontCoco FuscoCelia Irina GonzálezHamlet LavastidaJulio Llópiz Casal y Yanelys Nuñez Leyva –todos desde la diáspora, y en su mayoría exiliados– cuestionan la credibilidad de un evento organizado por el gobierno de la isla y, sobre todo, la vigencia de los propósitos y valores fundacionales –“como una respuesta de la «periferia» a los eventos internacionales de arte que alguna vez excluyeron al Sur Global”, o como “bienal de resistencia”, al decir del austríaco Oliver Marchant– del mismo después de cuarenta años.

Los autores señalan que, en un comunicado de junio último, los gestores oficiales de esta gran muestra habanera la definieron como “una red efectiva que apuesta por una coexistencia basada en el respeto a las diferencias y el valor de otros saberes y formas de existencia y resistencia alejadas del modelo dominante”; ello para recordar que en las últimas décadas la mayoría de espacios similares en Europa y América del Norte “se han vuelto más inclusivos del arte de contextos no europeos y, por supuesto, que “la situación en Cuba ha cambiado drásticamente” desde los años soviéticos.

Ahora, sostienen, “los organizadores de la bienal capitalizan los vínculos con coleccionistas y estrellas del arte”, lo que habría permitido “al Ministerio de Cultura mantener su control hegemónico sobre las artes” y, al mismo tiempo, propiciado “actos de corrupción por parte de funcionarios” y “la pérdida de confianza en las instituciones estatales”.

En el artículo también se resume “una variedad de posiciones” de los profesionales cubanos de las artes en la isla y el extranjero en torno a las bienales habaneras. “Hay quienes sostienen que la bienal es una forma de «lavado de cara al arte» que oculta las operaciones represivas del Estado cubano”, leemos. “Hay quienes sostienen que la bienal es el medio más eficaz para canalizar oportunidades e ingresos a los artistas cubanos necesitados y que un boicot contra ella perjudica más a los profesionales que a las instituciones estatales. Y todavía hay algunos partidarios de la autonomía artística absoluta que insisten en que participar en la bienal no debería tener ninguna implicación política”.

En cualquier caso, los firmantes plantean una interrogante fundamental: “¿Qué significa para una entidad estatal proponer un evento artístico que defienda la diferencia y la resistencia en un país con más de mil presos políticos, donde los movimientos de oposición y la expresión creativa crítica están prohibidos, los artistas están censurados y las publicaciones en las redes sociales contra el gobierno pueden llevarte a la cárcel?”. E insisten en esa dirección: “Las bienales de arte se conciben ampliamente como foros para la experimentación y el pensamiento crítico; ¿hasta qué punto se puede lograr esto con el patrocinio de un gobierno autoritario al borde del colapso? Si la Bienal de La Habana es un pueblo Potemkin, entonces ¿qué significa para los artistas cubanos participar? ¿Cuál es el papel que se le ofrece al invitado extranjero?”.

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El escrito publicado en e-flux se explaya en un análisis del contexto cubano actual de crisis económica y social, incluidos el crecimiento ostensible de la pobreza y la desigualdad y la emergencia de una ola migratoria de proporciones nunca vistas en los últimos años; asimismo, pondera el “sombrío” panorama político sobrevenido tras el “optimismo” del acercamiento bilateral impulsado por la administración Obama y, en particular, las medidas internas dirigidas censurar, controlar y criminalizar a “artistas, músicos, cineastas y periodistas independientes”, las cuales encontraron diversas respuestas cívicas, pero a la larga han empujado a no pocos al exilio o la cárcel.

Los seis autores –asentados en distintos puntos de Europa y América– repasan también, no sin detalles, algunos de esos vínculos cultivados gracias las bienales la élite de la oficialidad cultural cubana, probadamente represiva y censora del arte contestatario, y galeristas, promotores, agentes y mecenas adinerados que, según el texto, propulsan el “giro mercantil en los asuntos del Ministerio de Cultura”.

Por otra parte, se advierte ahí que la invitación de la próxima bienal “a usar el arte como intervención terapéutica” en favor de ciertas comunidades de la isla “se hace eco de tendencias recientes en Estados Unidos y Europa, pero en este contexto habla de un esfuerzo realizado por el Estado cubano para poner en primer plano su propia visión de la intervención antirracista […] por encima de los esfuerzos independientes de los ciudadanos cubanos para abordar el racismo estructural y otras desigualdades sociales en Cuba, esfuerzos que han sido prohibidos por el [propio] Estado”.

Hacia el final, el ensayo recapitula cómo en los años noventa “los artistas cubanos comenzaron a desafiar el monopolio estatal sobre los espacios de exhibición y las decisiones curatoriales”, y en tal sentido se menciona a la “pionera” Sandra Ceballos y su Espacio Aglutinador (1994). Más cerca en el tiempo, en 2018, el Movimiento San Isidro –perseguido intensamente por la policía política– organizó su propia bienal de arte independiente en respuesta a la postergación del evento oficial; en tanto, el Instituto Artivismo “Hannah Arendt”, dirigido por Tania Bruguera en 2015, también ha jugado un papel relevante, pese a haber sido objeto de “amenazas y acoso” por parte del régimen cubano, lo que llevó al cierre de su sede física y a “un cambio hacia actividades en línea y exposiciones en el extranjero, incluida su memorable contribución a Documenta [de Kassel] en 2022”.

Asimismo, Font, Fusco, González, Lavastida, Llópiz Casal y Nuñez Leyva denuncian la reciente censura de una actuación de los artistas cubanos Lázaro y César Saavedra en la sede del Ciervo Encantado (La Habana), así como las condenas de cárcel que cumplen el rapero Maykel Osorbo, ganador de dos premios Grammy, y el artista del performance Luis Manuel Otero Alcántara, líder del MSI.

“Para nosotros, profesionales de las artes cuyas vidas y carreras se han visto profundamente afectadas por las maquinaciones del Estado cubano en la esfera de la cultura, cuyas familias han soportado múltiples formas de penuria, desde privaciones materiales, represión y encarcelamiento hasta el exilio, es difícil no percibir las intenciones detrás de la Bienal de La Habana 2024 como un esfuerzo cínico por orquestar una simulación de autonomía creativa y compromiso social”, advierten por último quienes suscriben. “Con su exhibición de proyectos de práctica social ubicados en San Antonio de los Baños, donde comenzó la protesta más grande en la historia de Cuba hace apenas tres años, la Bienal de La Habana 2024 está siendo diseñada para desviar la atención internacional de los persistentes abusos de los derechos humanos en nuestro país y su esfuerzo sostenido por erradicar las voces críticas en la cultura cubana”.

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