julio 24, 2025

Quiénes y qué son realmente deambulantes en Cuba

Hoy quienes no deambulan en Cuba son los que tienen autos asignados por el Estado. El resto deambula para buscar alimentos o trasladarse de un lugar a otro.
Una cola en La Habana, Cuba,
Una cola en La Habana. (Foto: Archivo)

LA HABANA, Cuba.- Siempre ha llamado mi atención el uso de eufemismos por las altas figuras del régimen, a veces hasta alterar su etimología.

Hace unos días, el mandatario Miguel Díaz-Canel incurrió en una de esas faltas al idioma. Intentando enmendar la plana a la ministra de Trabajo y Seguridad Social, Marta Elena Feitó, cuando dijo despectivamente que en Cuba no había mendigos, sino personas disfrazadas de mendigos, lo que provocó una gran repulsa popular, Díaz-Canel, en la Asamblea Nacional del Poder Popular, cometió un dislate al expresar que en Cuba había “deambulantes y deambulantas”.

El mandatario demostró así su poco conocimiento del idioma castellano, al emplear incorrectamente el término “deambulante”, que no está reconocido por la Real Academia de la Lengua Española, y encima de eso, para posar de inclusivo, feminizándolo.   

El Diccionario Larousse y el Diccionario de Sinónimos y Antónimos de Sainz de Robles coinciden en que deambular es caminar, viajar, vagar; y mendigo son las personas que piden limosna, indigentes o pordioseros.   

Analicemos el vocablo “deambulante” aplicado a nuestro contexto.

Las personas en Cuba hoy tienen una necesidad imperiosa de salir a la calle a buscar los alimentos y las cosas que necesitan para su hogar. Es una tarea bastante difícil, pues muchas veces tienen que caminar largas distancias para encontrarlas, y de ser posible buscar una oferta mejor y más barata, que alivie algo el gasto, pues el presupuesto nunca alcanza, debido a los elevadísimos precios de los artículos y los exiguos salarios que paga el Estado.

Esa es la manera más común que tienen los cubanos actualmente de deambular.

La otra es para trasladarse de un sitio a otro, pues las guaguas escasean y pueden demorar horas en pasar. Por tanto, muchas veces hay que andar kilómetros para ir al trabajo, el centro de estudio o cualquier otro lugar deseado.

Suelo desplazarme frecuentemente a pie desde un municipio a otro, pues no puedo pagar taxis colectivos y menos los particulares, y coger un microbús es una proeza. Como soy nacido y criado en La Habana, y la conozco al dedillo, me he hecho experto en buscar las vías más cortas.

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Los cubanos nos vemos obligados a deambular, pero no en el sentido de andar sin rumbo fijo, como a veces se interpreta, sino buscando algo o para ir a un lugar determinado.

Pienso también en las familias, sobre todo aquellas con menores de edad, quienes, en busca de esparcimiento, deben salir a pasear, aunque sea a un parque, sobre todo si allí existen aparatos de recreación; pero como no siempre está cerca de su domicilio, eso les implica una caminata.  

Tradicionalmente los habaneros acuden a tomar aire fresco y a contemplar el mar al Malecón, especialmente en verano. Pero, según se dice, piensan arrendar espacios del Malecón, lo cual es una mala noticia para los capitalinos que por allí deambulan.

En épocas pasadas, muchas personas salían a ver las tiendas, fueran a comprar o no, solo por pasar un rato, y tal vez merendar en alguna de las múltiples cafeterías y comercios dedicados a vender alimentos. Hoy esa distracción desapareció, como la mayoría de las tiendas.

No siempre salir a caminar tenía un objetivo marcado. Recuerdo que de niño mis padres me llevaban a dar paseos, que consistían en montar en la lancha de Regla, ir al Zoológico o cualquier otro sitio para “salir un rato de la casa”, como decían.

Podemos afirmar que hoy en Cuba quienes no deambulan son los dueños de autos, propios o los asignados por el Estado a funcionarios, y los altos dirigentes, que poseen automóviles de lujo con aire acondicionado para sus recorridos.

Mendigos hay muchos, aunque oficialmente no quieran denominarlos así, y prefieran llamarlos eufemísticamente “deambulantes” o “personas en situación de calle”.  

Vemos en la vía pública a personas de disímiles edades y condición física, que piden dinero, o algo para comer. Son muchos y cada vez son más, según va empeorando la situación económica del país.

Ya no es extraño ver a hombres y mujeres con carteles que dicen “ayúdenme para comer” o que registran en la basura en busca de objetos que puedan vender, y hasta devorando desechos. Su presencia es innegable, les guste o no a los altos dirigentes del régimen, que prefieren no llamarlos por su nombre.                  

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Jorge Luis González Suárez

Periodista independiente