LA HABANA.- Decir que en Cuba no hay mendigos es como asegurar que los derrumbes en La Habana son puros simulacros con heridos y muertos de mentiritas, o que las montañas de basura en las esquinas de la capital, no son más que una ilusión óptica creada por el imperialismo, el calor y “los odiadores que quieren el fin de la revolución”.
Tamaña expresión de necedad sólo es posible en la mente calenturienta de un funcionario gubernamental del surrealismo ideológico que es el Castro- comunismo en su fase terminal. Ninguna persona que se respete a sí mismo y a los demás, se atrevería a expresar semejante estupidez sin el temor a ser calificada como una cínica redomada o alguien con trastornos de su salud mental.
Lo expresado por la exministra de Trabajo y Seguridad Social, Marta Elena Feitó, de que “en Cuba no hay mendigos”, sino personas que se disfrazan para adoptar una forma de vida que les permite limpiar un para brisa para con ese dinero comprar ron, es el colmo de la desfachatez de alguien que, a cualquier precio, hasta la ridiculez total, pretende eliminar la costra de mugre y desamparo que deja el castrismo a su paso.
Calificarlo de cinismo no bastarían para definir este criterio expresado por alguien que juró, como Tres Patines ante la tremenda Corte, decir la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad. Lo que más se le acerca, aunque se queda corta, es “hijeputá”, como decimos los cubanos.
El refrán que asegura “No hay peor ciego que quien no quiere ver” no alcanza el nivel de insensatez y desverguenza de la opinión de Feitó.
Esta señora (de alguna forma hay que nombrarla), no solo miente, manipula e irrespeta a la población, sino que también contradice los video reportajes realizados por los propios amanuenses de la prensa al servicio del régimen en Holguín, Matanzas, Artemisa y en la misma capital, que hablan del aumento de la mendicidad y “la conducta ambulatoria” no sólo de vividores y borrachos, sino de personas de la tercera edad que trabajaron toda la vida.
La señora exministra rechaza la opinión general. Tal vez padezca de cataratas y no vea bien, haya perdido el olfato de tanto chilindrón o puerco asado en las comelatas junto a Díaz-Canel y otros gordinflones dirigentes.
¿Será que no ve a los mendigos cubanos porque reside en Honolulu, la playa de Marbella o junto al Sena, en París?
Entiendo que el sube y baja del precio de las divisas en el mercado informal y las permanentes subidas de la inflación y caídas del peso cubano, puedan haber desequilibrado su presión arterial y dañar su olfato y su visión, pero soltar tamaño disparate sólo lo haría el payaso de un circo itinerante o un experto en tonterías, manipulaciones y descaros invitado al Programa Mesa Redonda, al que suele asistir la ministra.
A diferencia de los mendigos y personas con conductas deambulantes que hurgan en la basura para comer, duermen en los portales o en edificios en ruinas por no tener una vivienda donde descansar –a veces expulsados de los hogares que construyeron por unos hijos formados a imagen y semejanza del Che-, ella sí usa un disfraz.
No pocas veces, durante alguna de las tantas comparecencias en la televisión, ha demostrado una capacidad histriónica al nivel de Verónica Lynn en el clásico teatral Aire frio, de Virgilio Piñera, o el desdoblamiento entre la severidad y la sumisión de una Raquel Revuelta interpretando a la Doña Bárbara de Rómulo Gallego
Ese permanente cambio de disfraces y tonos frente al pueblo, la Asamblea Nacional del Poder Popular, o en el muy ensayado podcast “Desde la Presidencia”, con cuestionarios de preguntas y respuestas preparadas días antes por el propio entrevistado, Miguel Díaz-Canel, hace nula sus opiniones, frivoliza el interés por sus criterios, y la conmina a callar de una maldita vez.
Pero a este tipo de comunistas obtusos y encaprichados en defender un supuesto ideal cuando la realidad es que sólo defienden su billetera mientras preparan en secreto la huida del país, todo les resbala. Les da lo mismo homenajear a un esbirro que hundir en el descrédito a personas que, engañados, trabajaron por míseros salarios, sobrevivieron a la frustración de sus sueños y aplaudieron a rabiar.
Muchas de esas personas son parte del ejercito de pordioseros que nacieron con el triunfo de su revolución y que hoy Feitó, con frio desprecio e insensibilidad, dice que no existen, no son nada, o cuando más, un grupo de estafadores ocultos bajo un disfraz de mendicidad.