LA HABANA, Cuba. – Este domingo, los resultados oficiales de la primera vuelta de los comicios generales celebrados en la fraterna Bolivia confirmaron (en lo esencial, aunque no en los detalles) los pronósticos adelantados por las diferentes encuestas preelectorales. En el país del altiplano toca a su fin la era del funesto socialismo evista-arcista.
Conforme a las informaciones provenientes del Tribunal Supremo Electoral de la república andina, Rodrigo Paz Pereira, quedó en primer lugar, con el 32,2% de los sufragios. Lo sigue el expresidente Jorge Tuto Quiroga, quien obtuvo el 26,9%. De conformidad con la Constitución y las leyes electorales bolivianas, el futuro primer mandatario será seleccionado en el balotaje, que deberá tener lugar el venidero 19 de octubre.
Los numerosos sondeos acertaron al predecir el pésimo papel desempeñado por los candidatos izquierdistas vinculados de un modo u otro con el oficialista MAS (Movimiento al Socialismo): el gobiernista Eduardo del Castillo, por ejemplo, recibió apenas el 3,1%, lo que dejó a su organización política al borde de perder su personalidad jurídica. Por su parte, los votos nulos alcanzaron el 19,2%. Se trataba de la opción que, desde su escondrijo en el Trópico de Cochabamba auspiciaba el exgobernante Evo Morales. Aunque, por su misma índole, no todas esas boletas inválidas podrían ser atribuidas al líder cocalero, este se sintió en el deber de mentir: “El voto nulo ha ganado”, dijo…, ¡aunque esta opción quedó por detrás de los sufragios válidos recibidos por los tres candidatos más votados!
Sin embargo, esas mismas encuestas no adelantaron el éxito de Paz Pereira. A este, que realizó una campaña con recursos modestos, le auguraban un tercer lugar, pero ganó —insisto—, algo que el propio interesado atribuye al “voto rural”, que él califica de “sorpresa”. También su candidato vicepresidencial, el “Capitán Lara”, un expolicía muy seguido en las redes sociales, que denuncia la corrupción en el cuerpo al que perteneció y rechaza la política tradicional, contribuyó al éxito. Tampoco los sondeos lograron predecir que Samuel Doria Medina, a quien solían dar como ganador, quedaría tercero y, por ende, fuera de la segunda vuelta.
En cualquier caso, es un hecho cierto que, si las cosas continúan desarrollándose de manera normal, en un par de meses nuestros hermanos bolivianos determinarán si la primera magistratura del país pasará a ser desempeñada por Paz Pereira (quien parte con apoyo de casi un tercio del electorado y el respaldo expreso del derrotado Doria Medina) o por Tuto Quiroga (a quien, por cierto, en los años en que aún el régimen castrocomunista me permitía viajar al extranjero, tuve el honor de conocer en persona). Quien gane el balotaje podrá contar con una mayoría no izquierdista en la Asamblea Legislativa Plurinacional.
Ambas opciones son —insisto— nada socialistas. Paz Pereira, quien está postulado por el Partido Demócrata Cristiano, promete “capitalismo para todos”, y es calificado por la prensa como “de centro-derecha”; Quiroga es considerado como más alejado de las opciones centristas, de modo que es catalogado como “de derechas”. En cualquier caso, tanto el uno como el otro podrán presidir el cambio de Bolivia hacia una sociedad más abierta y libre, menos sometida al funesto dirigismo socialista que ha sumido al país en la escasez, el estancamiento y las limitaciones económicas.
Estamos hablando de un escenario que, por desgracia, es bien conocido por el lector cubano; solo que, en el caso de la mayor de las Antillas, ese escenario ruinoso es mucho más generalizado, patente y profundo que en la distante Bolivia. También es verdad que los aprendices de brujos del MAS han dispuesto de menos tiempo (y de un control menos absoluto de la sociedad) que sus homólogos caribeños.
Otra diferencia esencial entre uno y otro país es que, como acaba de ponerse de manifiesto con la elección del domingo, los hermanos bolivianos no perdieron los mecanismos para poder cambiar de rumbo de manera pacífica y ordenada. Nada parecido a lo que sucede en Cuba, donde la existencia legal de partidos opositores resulta algo inconcebible, y donde el sistema electoral (de algún modo hay que llamarlo) asegura que todos y cada uno de los candidatos a diputados (que son, en masa, gobiernistas, por supuesto) hayan “ganado” en cada elección.
Pero forzoso es reconocer también que la situación de Bolivia contrasta diametralmente con la que se observa en —digamos— Nicaragua o Venezuela. A diferencia de Cuba, estos otros dos países hermanos sí reconocen, en principio, la existencia de organizaciones políticas de oposición y de candidatos contrarios al poder, pero en la práctica reducen esas posibilidades a cero. En el primer caso, mediante el encarcelamiento de quienes se postulen en contra; en el segundo, mediante un órgano electoral sometido por completo al Ejecutivo y que, en más de un año desde los comicios ganados por Edmundo González Urrutia, no ha sido capaz de publicar las actas que avalarían el supuesto resultado favorable al dictador Maduro (cosa que, como se sabe, sí hizo la oposición para demostrar que su candidato arrasó).
De hecho, a uno, como cubano, le resulta extraordinariamente grato saber que, cualquiera que sea el resultado del balotaje presidencial, el nuevo jefe de Estado boliviano pondrá fin a las cuestionadas políticas de amistad con regímenes del “socialismo del siglo XXI”, como los de los tres países recién mencionados. Tanto Paz como Quiroga los han calificado con el título que, por supuesto, merecen: “dictaduras”.
Con respecto al inspirador resultado de los comicios bolivianos, los observadores de ideas democráticas, en lo fundamental, coinciden en sus augurios positivos. En PanamPost, por ejemplo, el colega Arturo McFields Yescas resalta que “la oposición arrasó con el 80% de los votos”, y afirma que “lo sucedido en el país andino este domingo no fue una elección, fue un rayo de esperanza”.
Por su parte, en Infobae, su director, Laureano Pérez Izquierdo, adelanta que “Bolivia se encamina a una nueva era”. Y advierte sobre la conducta previsible del fugitivo Evo: “Apostará por el caos. No tendrá problemas en incendiar el país ni en ‘contar muertos’. Ya lo hizo otras veces”. Confiemos, para bien de nuestros hermanos bolivianos, que en este último planteamiento no le asista la razón.