MIAMI, Estados Unidos. – Manuel Marzel, cineasta cubano radicado en España desde 1997 y autor de una breve pero irrepetible filmografía en los años 90 en Cuba, falleció este martes en Valencia a los 57 años, víctima de un infarto, según informó a Diario de Cuba el también realizador José Luis Aparicio. “Estamos todos en shock y devastados”, dijo.
La noticia fue confirmada en redes sociales por amigos y colegas del cineasta. Desde Facebook, el realizador Kiki Álvarez expresó: “Era el ángel de la jiribilla del cine cubano”, y agregó con pesar: “Otro que muere lejos de Cuba porque Cuba se quedó chiquita para sus alas”. Por su parte, el editor Ricardo Acosta escribió: “Nunca te pareciste a otros, siempre has sido fiel a tu belleza, imperecedera, contagiosa”.
Marzel nació en Santiago de Cuba el 2 de septiembre de 1967 y, tras trasladarse a La Habana, se formó como diseñador gráfico en el Instituto Superior de Diseño Industrial (ISDI). Durante su etapa de estudiante, se incorporó al Cineclub Sigma, donde dirigió sus tres primeros cortometrajes, que obtuvieron reconocimiento y varios premios, de acuerdo con una biografía publicada en el blog lastcrhistmas.
En 1991 ingresó a la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, donde continuó su formación como realizador. Allí dirigió otros tres cortos y se graduó en la especialidad de Dirección. En una entrevista publicada en Rialta Magazine, Marzel rememoró su debut cinematográfico: “Yo empecé a hacer cine justamente en 1990, y sorprendentemente mi primer corto (A Norman Mc Laren) fue un éxito tan grande que incluso me premiaron con un Coral. Tenía 23 años y era bastante ingenuo”.
A partir de 1994 integró el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), donde dirigió un nuevo cortometraje, así como los spots promocionales de dos ediciones del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Su incorporación al ICAIC, recordó el propio Marzel, se debió al productor y promotor cultural Pepe Horta.
Ese mismo año, el Festival de La Habana proyectó Marzel… A Spinetta, su primer y único largometraje producido enteramente por el ICAIC. Esta obra, según reseña Rialta Magazine, se convirtió en su carta de presentación definitiva, consolidando su lugar dentro del grupo de autores emergentes de los años noventa.
Además del citado documental La ballena es buena (1991), su filmografía en Cuba incluyó el cortometraje Chao Sarah (1993), de acuerdo con la Enciclopedia Digital del Audiovisual Cubano (ENDAC). Marzel también diseñó varios carteles de cine, algunos en colaboración con el diseñador Eduardo Marín. En esa misma etapa intentó llevar a cabo un nuevo largometraje, pero su guion fue censurado.
En 1997 emigró a España y se radicó en Valencia. Allí impartió talleres de Guion Cinematográfico en academias, cineclubs y espacios culturales. Además, escribió varios guiones de largometraje y una novela corta, publicada en esa ciudad. En 2021, Marzel anunció a través de sus redes sociales que había adquirido la nacionalidad española.
La crítica especializada destacó su obra como una de las más singulares del audiovisual cubano. “Manuel Marzel es nuestro gran cineasta dadaísta. Es el más grande. No importa que probablemente sea el único”, escribieron José Luis Aparicio y Katherine Bisquet. “Su negación de lo racional, su gusto por el absurdo y su anarquismo decadente e irónico (que llega a autodeclararse como frívolo) modelan un cine cuyo único principio es no tener principios. Por eso cada película suya es tan distinta de las otras, aunque se establezcan conexiones sensoriales, icónicas o a nivel de tono”.
A pesar de su bajo perfil público y de una producción limitada, Marzel se mantuvo como una figura de culto dentro de los círculos cinéfilos. En los últimos años, su nombre fue reivindicado por nuevas generaciones de realizadores cubanos, que lo consideran una figura adelantada a su tiempo.
Hasta el momento no se ha informado sobre actos de homenaje o velorio, pero numerosos mensajes de afecto y despedida se han multiplicado en redes sociales. Marzel deja un legado fragmentario pero esencial para entender la renovación del cine cubano en los años noventa, así como una lección de autenticidad y resistencia creativa que trasciende fronteras y geografías.