LA HABANA, Cuba. – Supongo que algunos lectores avezados estarán pensando, después de leer el título, que estas líneas y la imagen que las acompaña no van más allá de un coqueteo con Magritte, con aquel René Magritte que nos mostró una pipa para advertirnos luego, y sin el menor de los recatos, que todo cuanto estábamos mirando no era una pipa, pero sí la imagen de una pipa y, para ser más precisos aún, la representación de una pipa…
Y la mayor verdad es que lo que miramos no es una pipa, y ni siquiera es la imagen de una pipa, y mucho menos la representación de una pipa, pero creo que no me equivoco si advierto al lector que esa imagen sí podría ser entendida como la representación de un país y, para ser más preciso aún, podría ser entendida como una muy fiel e indiscutible representación de lo que podría llegar a ser, o ya lo es, ese país en el que vivo desde hace 60 años, y que se llama Cuba.
Y después de toda esta loca insistencia, después de la larga perorata y la jerigonza, supongo al lector espantado y presumiendo un enorme desajuste en mi cabeza; y es probable que así sea, pero aun así le recomiendo que ponga una vez más los ojos en la imagen, y mire al auto y conjeture, infiera, deduzca cómo debieron ser aquellos otros años, los de hace un tiempo, los años mozos del país, quise decir del auto.
Mire al auto, imagínelo un tiempo atrás; vuelva sobre el continente y el contenido. Suponga sus años mozos, intuya el esplendor que debió exhibir. Eche atrás el tiempo, suponga sus ruedas, sus rodamientos. Indague en sus utilidades, imagine, imagine, imagine los años de ese viejo y destartalado auto (¿país debí escribir?). Supóngale el esplendor que debió tener; unas llantas relucientes, la pulcra y cuidada tapicería, como si fuera un buen país, pero mírelo bien.
Imagine, imagine, mire al auto y piense, dígase usted mismo si lo que ve no es el retrato de un país, de un país que es el continente de toda esa morralla que en él se almacena. Mire ese auto viejo y destartalado y dígame si eso no le resulta parecido a la imagen de este país. Mire ese continente de chatarras, mire fijamente al auto y tendrá la imagen del país, de este país: herrumbre, destrucción, el caos. ¿Y seremos nosotros esa chatarra que contiene ese continente que alguna vez fue un auto saludable en movimiento?
¿Qué somos? ¿Qué cosa seremos? ¿Chatarra y nada más? Mire fijamente la herrumbre que carcome y que destroza y que es la imagen de un país, de este país. Mire el continente, mire todo el contenido, la chatarra que lo colma y la chatarra que contiene. Mire todo lo que ha estado recibiendo y lo que guardara durante años. Mire todo lo que ha estado recibiendo y que lo apaga. Mire la podredumbre del país, perdón, del auto.
Mire los estertores del continente, mire las agonías del contenido. Ese viejo y destartalado auto tuvo mejores días; días saludables, días pulcros, pero llegó un comandante y se hizo el destrozo, se hizo la herrumbre y la porquería colmó todos los espacios del auto que fue joven, quise decir del país que ahora es viejo, y destartalado, y herrumbroso, aunque fue joven y hermoso… y aun sin haber amado, sin haber sufrido tanto. Mire el país, mírelo bien en sus días postreros, y aguarde el desastre… y nos morimos juntos… o nos salvamos. ¡Decidamos nosotros!