Visitas a un clóset cerrado: «Por follar y sentir placer, lo que sea»

Cuatro llega a Miramar. El viaje lo conoce al dedillo. Cuando toca la puerta le recibe la madre de su mejor amigo, que con el paso del tiempo ha ido convirtiéndose en una segunda madre.
Pasan a la cocina donde se hace un buen café y minutos después se sirve un almuerzo. A pesar de la familiaridad del ambiente, la cabeza de Cuatro no está cómoda. Hay un asunto que le urge conversar. Espera el momento preciso y lo escupe. Necesita trabajo. Necesita dinero.
«Yo no tengo cómo ayudarte. Nadie contrata a un niño de 14 años para trabajar». Luego de la respuesta, Cuatro está más perturbado.
En su casa la pobreza ha estado golpeando. Es el único varón en una casa de 3. No tiene edad laboral, pero el instinto lo incita a apoyar la economía del hogar. Su 9no. grado va por la mitad y su vida está a punto de cambiar para siempre. Ni su madre ni su hermana, 8 años mayor, lo sospechan.
―Tengo otra opción, pero no sé si te interese.
Cuatro escucha atentamente.
―Es un poco turbio quizás, pero lo que te puedo ofrecer son varias amigas mías que dan dinero por hacer ciertas cosas.
―¿Qué tipo de cosas? ―se interesa.
―Tú te acuestas con ellas, y ellas te dan el dinero.
Después de unos segundos, Cuatro responde, tembloroso, «dame unos días para pensarlo».
Siete años después, Cuatro recuerda cabizbajo el ruego que su madre articulaba en momentos de extrema escasez, y con el recuerdo siente una punzada en algún lugar de su conciencia: «Cuando ustedes eran más chiquitos, yo tuve que prostituirme para darles de comer. Lo único que quisiera es que ustedes nunca lo hagan, por favor».
Su hermana emigró, y ahora, por suerte, su madre recibe un mejor sueldo. Hace más de 16 años que Cuatro no sabe nada de su padre ni de padrastro alguno. Hace 3 que ya no practica la prostitución.
Reconoce haber vivido en estos últimos años lo que muchos de sus coetáneos tardan el doble en experimentar. Su afición por la sexología lo ha convertido en un acumulador empírico de conceptos, términos y técnicas de la materia. De esos conocimientos se benefician sus amigos cercanos.
Confiadamente me abre la galería de su teléfono y me hace entender que colecciona fustas de cuero, vibradores fluorescentes, esposas y todo tipo de juguetes sexuales.
En nuestra íntima charla me asombro porque almacena experiencias que yo, casi 10 años mayor, no poseo. Sin embargo, toda esta cara de su vida está oculta, y de su boca amplia va dispensándome primicias que a nadie en sus 21 años ha regalado.
«¿Te crees capaz de en algún momento permitir que tu familia y amigos sepan cómo eres en verdad?» Mi entrevistado lo niega, con un aire melancólico y solo moviendo su cabeza a los lados.
Le hablo ahora más de cerca, sabiendo que es momento de derrumbar el armazón de este don Juan. «¿Jamás te has preguntado el porqué? ¿Por qué no eres capaz de mostrar tu vida tal y cómo es, que la gente sepa que eres bisexual? Es la primera vez que no responde inmediatamente.
En sus ojos veo la timidez y desolación que me figuraba desde el primer instante en que lo vi, pero que usualmente se escondían tras un trabajado físico y un hablar vertiginoso y atropellado.
Levanta la vista, y esta vez me habla despacio, también por primera vez en toda la tarde. Supongo que en el fondo es lo mismo que todo el mundo.
―Tengo miedo de que me juzguen por ser como soy ―dice.
El niño
Cuatro tuvo una infancia comúnmente triste. A la ausencia de figura paternal se unió el bullying del que fue víctima hasta la adolescencia.
Cuatro no era un niño feo, pero era gordo. Dicen algunas amistades que era también amanerado. Se unían entonces dos condiciones que desdichadamente son cotizadas por los burlones y abusadores de estas edades.
Cuatro era un niño también de pocos recursos. Toda esta amalgama de sinsabores lo llevó a ser el muchacho introvertido que hoy es, y a pesar de que vende un autoestima encomiable, en el fondo es un joven retraído e inseguro.
A los 13 años vio su cuerpo comenzar a desplegarse grotescamente. Huyéndole al bullying se refugió en las planchas, barras y paralelas. Posteriormente en los gimnasios. Siguió dietas estrictas también con este propósito.
Definitivamente, Cuatro estaba destinado a las mujeres mayores que él. La amiga de su hermana lo era por 6 años, y en la primera borrachera de su vida Cuatro probó con ella el sexo también por primera vez. Confiesa, sin embargo, que no fue una experiencia sobresaliente.
A los 14 años, Cuatro ya quería comerse el mundo. Deseaba estudiar gastronomía para ser bartender. Sería una buena forma de solventar la empobrecida economía del hogar.
Cuatro estaba también consiguiendo, por el estirón de la adolescencia y por las horas dedicadas al entrenamiento físico, cambiar la burla de sus compañeros en miradas lascivas de las muchachas.
Por estas razones, 3 días fueron suficientes para dar el sí a la oferta de trabajo que le diera su segunda madre.
«Esas señoras no siempre eran tan mayores. Muchas eran cubanas, pero con bastante dinero, algunas con maridos afuera. No faltaban las que viajaban al extranjero», cuenta.
«La primera vez fue bastante complicada. Yo era un niño como quiera que sea y la edad de la mujer me chocaba. También tenía en la cabeza que yo estaba haciendo eso por dinero, y eso me hacía sentir nervioso. Ella lo notó y trató de relajarme conversando. Me ofreció un whisky caro, y yo, que no estaba adaptado a tomar, enseguida sentí el efecto de aquello y me relajé. Esa vez la mujer me pagó 80 dólares».
Cuatro estuvo de alquiler en alquiler, todos supervisados por la madre de su amigo, que pasó a ser su jefa en el negocio. Afirma sin embargo que ella nunca ganó nada más que el placer de ayudarlo.
Como sea, era ella quien gestionaba prudentemente los sitios de encuentro para estas mujeres mayores con aquel niño de 14 o 15 años. Era ella también quien lo llamaba por teléfono para darle dirección y fecha de cada cita, y quien le coordinó cada nueva clienta a su adolescente.
Nadie cercano a Cuatro tuvo conocimiento de esto. Ni su madre ni su hermana, ni siquiera el mejor amigo e hijo de su jefa.
Después de tropezar con muchos tipos de mujeres, desde bastante descuidadas, hasta elegantes o agresivas, llegó la primera experiencia homosexual en el negocio y en la vida de Cuatro. Tenía solamente 16 años.
Una clienta le orientó un repentino cambio de planes. Incorporaron a la habitación a un chico bisexual de 18 años, con tendrían el sexo «unicornio», la técnica que se basa en añadir a una pareja heterosexual un tercero que hace función de juguete o de dominado. A este tercero se le dan órdenes que debe cumplir al pie de la letra.
«Ella pensó que yo no iba a estar preparado para estar con un hombre, pero desde los 15 años yo estaba estudiando mucho sobre el tema, y conocía muy bien las formas de tocar a un hombre y sus zonas erógenas», recuerda Cuatro.
«Lo único que pedí fue que no hubiera penetración esa vez, porque era mi primera vez en eso. Hubo mucho roce entre nosotros, masturbación mutua y sexo oral tanto de él a mí como viceversa. Nunca se repitió en el negocio, pero lo disfruté mucho».
Luego de probar un hombre, Cuatro jamás ha abandonado la práctica de los tríos en su estilo sexual fuera del negocio.
Hasta el día de hoy, Cuatro solo ha sido penetrado por un dedo masculino, pero reconoce que en algún momento le tocará entregarse a la experiencia completamente.
Aunque disfruta besar a un hombre, tener sexo oral con él y penetrarle, no lo ha hecho fuera del marco de los tríos. Por falta de propuestas e insinuaciones no ha sido.
El verde
La pandemia dio un duro golpe a los muchachos que pasaban el servicio militar. En todas las unidades fue eliminado todo tipo de pase por tiempo indefinido, y en el caso de la unidad de tropas especiales donde Cuatro pasó su «verde», la mayoría de los soldados estuvieron hasta casi un año y medio sin salir a casa.
Si algo da morbo a Cuatro es que fue un «tropa». Me enseña una foto suya con el uniforme de camuflaje verde.
A Cuatro hay que verlo vestido de tropa. Mide alrededor de 1.80 y tantos centímetros. Blanco leche con algunos tatuajes prominentes, ojos expresivos y tórax ancho. Todo ese físico de más de 6 años de entrenamiento en deportes de combate y gimnasio en un mórbido y apretado uniforme verdeolivo. Nada más que añadir.
Cuatro me cuenta de su amigo del «verde», y yo trato en vano de no mostrar mi lascivia. Me cuenta que siempre supo que ese amigo era homosexual. Todos en la unidad lo sabían.
Un día se acercó a observarlo mientras se bañaba totalmente desnudo, y Cuatro no hizo más que echársele a reír. «Andas a la cara, Papi», le dijo aquella vez.
Otro día Cuatro se puso a hacer planchas en el albergue. Las hacía antes de bañarse, en calzoncillos, y la loca se ponía a detallar como su bulto daba golpes periódicamente contra el suelo. «¡Qué rico cómo te da contra el piso!», le decía, y Cuatro se tenía que reír de sus ocurrencias.
―En otras circunstancias, me lo hubiese comido ―me apunta Cuatro.
En año y medio, Cuatro se masturbó muchísimas veces. Sin celular ni acceso a pornografía, debía explotar su trabajada imaginación.
Mientras le caía en su cuerpo blanco el agua trasparente de la ducha fría, Cuatro se iba imaginando que salía a patrullar de noche por la ciudad. En una carretera desolada, particularmente en la ochovías, se encontraba a un maricón jineteando, paraba el carro y se acercaba a él.
Mientras piensa en aquello, su rabo alcanzaba proporciones voluptuosas y una mano espléndida lo agitaba.
Empuja al maricón contra el carro, le baja el pantalón y le mama la pinga. Luego lo pone a que se la mame a él. Lo aprieta con violencia, lo asfixia, mientras su mano parece ahogar un glande que quiere escapar de la tortura.
Entonces Cuatro saca su pinga blanca y le abre el culo al maricón, y de una sola empujada se la mete hasta el último centímetro. El maricón llora de dolor, pero Cuatro tapa bruscamente su boca, lo domina y lo golpea, mientras mete y saca su pinga de aquel culo desconocido y estrecho.
Cuatro frota su rabo en la ducha, que se ha convertido ahora en aquel monte lejano, y mientras el maricón gime y sucumbe ante su poderío, con ojos cerrados Cuatro da los suspiros definitorios, y deja caer su leche espesa sobre el piso donde se ducharán más tarde los bellos hombres que él suele vacilar en esas mismas duchas.
Abandona la erección, y en su mente, para no dejar sin final el morbo, deja abandonado también, en aquel desolado monte de las ochovías, al maricón de sus fantasías.

El bi
«Ya yo estoy cansado, y no quiero hacerlo más», dice Cuatro sobre sus tiempos de prostitución. «Aquello me permitió pagarme mi carrera, ya que a mi escuela nunca bajaron plazas para estudiar Comercio y Gastronomía en la escuela de 5ta. Avenida. Pero ya he logrado todo lo que quería, y realmente estoy cansado de eso».
Cuatro nunca ha tenido novias al estilo convencional. Es conocido por sus relaciones abiertas y e informales. «Acaba de buscarte una novia formal, chico», le dicen sus amigos.
La práctica de los tríos bisexuales se ha vuelto habitual. Solo conoce con detalles esa bisexualidad su última novia, con la que estableció una especie de contrato amoroso con fecha de caducidad, «desde que empezara el servicio hasta que lo terminara».
Ha ido cumpliendo casi todas las fantasías sexuales que tenía. Trío, orgías, sado. Pudo follar con su novia en el baño de una iglesia protestante. El patrullaje durante su servicio militar en las tropas especiales le permitió singar en el Cementerio de Colón. De hecho, este patrullaje dejó en él muchísimas experiencias con prostitutas de La Habana.
«Eso era un cuadre. Los policías dejaban que ellas se movieran en sus negocios, pero habitualmente debían singar con ellos. En ese mes de julio del año pasado yo estaba fijo en ese carro, y todos los días en el turno de 5 a 7 am nos follábamos a algunas de ellas. Las buscábamos y nos las llevábamos en el carro. Pasé por todas», cuenta.
«La que más me gustaba era la matrona de ellas. Era la de mejor cuerpo y la que me dejaba desenvolverme más. Las otras no permitían que las excitara mucho para no venirse. Fueron en total como 10 y me las comí muchísimas veces. Me las comí en el carro, contra el capó, y aquella vez en el cementerio de Colón. Los policías se fueron con una pa’ un monte y yo me fui con otra pa’ arriba de una tumba».
El zombie
Mientras Cuatro me cuenta sobre sus andanzas, afuera rompe una lluvia descomunal. «Se me mojaron las sábanas», se lamenta.
Le ofrezco terminar la entrevista y retomarla en otro momento, pero una negativa inmediata de Cuatro me hace pensar en que esta conversación ha sido una terapia de liberación para él.
Su clóset ha sido común y solitario. Ha encerrado allí las miradas clandestinas a culos de hombres y rabos de tropas especiales. Guarda en un lugar de ese armario homoestricto a su príncipe azul: macho sin plumas, de un andar ortodoxo y un rostro particularmente hermoso.
Le gusta Ricardo Arjona, y no solamente como artista. El pelo largo que el profesor universitario guatemalteco ostentaba en sus años jóvenes ha quedado como un blasón de belleza sin igual para Cuatro.
―Si el hombre tiene plumas, conmigo que se las controle.
A mí, que me ha sido imposible dejar de buscar en su short de nylon verde la silueta de aquel rabo libre, se me caen las alas.
―Es decir, no puede ser un pájaro como yo.
―Exacto ―confirma.
El jinetero que fue a los 14 años, hoy es un bisexual acorralado de 21 años.
Se dedica a preparar tragos y servir whisky o cualquier otra cosa que en su bar le pida un cliente. Zombie es su trago preferido. Las franjas coloridas que forman la granadina, el Brandy y diversos jugos naturales le recuerdan la bandera LGBTIQ+. El sabor mixto, entre fresco y fuerte, le suenan a él.
Cuatro es ese trago caro que todos quisieran beber y que de alguna forma es posible costear.
Pretende, en algún momento de su vida, tener 3 hijos, pero no por lo pronto.
En cuanto sus entradas financieras aumenten, completará su colección de juguetes consoladores para ambos sexos. Está haciendo actualmente indagaciones para matricular en el curso de Terapia y Salud Sexual que ofrece el Cenesex.
Terminamos la entrevista, nos paramos, y Cuatro me recuerda la condición de su anonimato. Yo lo miro sutilmente, deseando por momentos haber sido más que su entrevistador.
Si la total heterosexualidad fuese un 1, y la homosexualidad exclusiva un 10, mi entrevistado se coloca en 4. Sin morbos, por favor.
Preparamos un café y lo sigo detallando, pero sé que no soy su tipo. Aunque una de sus frases me dejó maquinando, abrió una posibilidad en mi mente. Actualmente no sé si fue una insinuación suya o si mi esperanza fue víctima de mi morbosidad: «Por follar y sentir placer, lo que sea».