¿Dónde acaba la obra artística y empieza el machismo?: Una reflexión sobre «los monstruos del arte»


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El cineasta Woody Allen fue acusado por delitos sexuales (Foto: Internet)

A finales del pasado año varias mujeres denunciaron en la revista El Estornudo  los abusos sexuales de un conocido trovador cubano.

Fernando Bécquer fue acusado por 5 mujeres, en un primer momento, de haber cometido tocamientos, en algunos casos de obligarlas a masturbarlo o practicarle sexo oral con la justificación de «limpiezas» de carácter religioso.

A partir de estas denuncias se desataron en las redes diversos debates. Una de las cuestiones más discutidas ha sido la vieja duda feminista de si debemos separar al autor de la obra.

Hay preguntas, generalmente del tipo moral y ético, que jamás podremos resolver y que, a su vez, nos abren otro mundo de dudas. Como socióloga y feminista, creo que es tan sano nunca responderlas como reflexionar sobre ellas.

¿Es más importante el autor o la obra? ¿Se puede desligar uno de otra? ¿Qué marca el que seamos capaces de separar a algunos de sus creaciones y a otros no? ¿La calidad de su obra, el gusto personal, la seriedad del crimen cometido?  ¿Es el autor o la persona quien comete un crimen?

Para mí queda muy clara la respuesta: hay que separar al autor de la obra, si hablamos desde la moral. Una persona que comete un crimen debe ser juzgada por la justicia competente. Principalmente cuando hablamos de obras artísticas donde cada autor impregna la obra con su punto de vista y su experiencia de vida.

Sin embargo, ¿de qué moral hablamos? ¿No somos precisamente las feministas las que hemos luchado incansablemente contra esta moral patriarcal? ¿No somos nosotras las que hemos introducido el término de lo «sentipensante», seres que vayan no solo a lo racional, sino que se reconozca el sentir y el pensamiento basado no solo en lo pragmático?

¿Hasta qué punto se lucha para que se reconfiguren las estructuras morales de la sociedad, y a partir de donde se utiliza esta misma moral para sentar una pauta? Los límites nunca quedan claros.

Obviamente esto no quiere decir que Tarantino acosando sexualmente a Uma Thruman sea digno de aplausos. El crimen nunca estará bien, nunca será justificable. Eso no está en duda en este texto, lo que está en duda es si debemos pagar o no por ver Kill Bill.

Hace poco, una amiga feminista me decía que para ella era más fácil separar a Bécquer de su obra que a Michael Jackson o a Woody Allen. Que ella no conocía canciones de Bécquer, pero que los otros dos le parecían «monstruos del arte».

Mi amiga hace un juicio de valor interesante. En esta disyuntiva de si es más importante el autor o la obra, marca una pauta la calidad de la obra. Pareciera una salida fácil, un análisis superficial, pero yo no creo que lo sea. Reconocer, principalmente para una mujer deconstruida, que no está bien renunciar a un buen producto porque quien lo hizo se portó como una bestia machista, nunca es un camino sencillo.

Por otro lado, debatía con esta misma amiga sobre lo que ella definía como «un monstruo del arte». Me explicó que para ella eran autores, artistas, que tuvieran obras espectaculares desde muchas perspectivas y me dio una serie de nombres: Von Trier, Allen, Kubrick, entre otros.

Todos hombres, lo cual obviamente suscitó mi siguiente pregunta: ¿hay «monstruas» del arte? Las hay, aunque es difícil para una mujer convertirse en una artista de culto en la rama que sea, las hay. ¿Las hay que hayan cometido algún crimen, incluso siendo genias? También las hay, curiosamente menos disculpadas por la opinión púbilca que los cientos de Woody Allen o Michael Jackson.

El ejemplo más polémico, sin dudas, ha sido el de Leni Riefenstahl, la cineasta que hizo tanta propaganda al nazismo. Nunca fue perdonada por el público, ni siquiera por su técnica extraordinaria. Entonces, ¿qué justifica que nadie recuerde que Allen estuvo con una niña y sí que Riefenstahl fue nazi? ¿Pesa realmente la importancia del crimen?

Sin embargo, ¿es justodejar de apreciar Manhattan? No lo creo. Renunciar a una obra es más un castigo autoinfligido que justicia. Hay que saber reconocer la persona detrás del autor, un pedófilo, pero no por eso la estética de Manhattan deja de ser exquisita.

En la 45 entrega de los premios Césares, Roman Polanski fue homenajeado como mejor director. Al abandonar la sala, la actriz Adèle Haenel expresó: «bravo a la pedofilia».

En 1977, por primera vez Polanski es acusado de violar a una menor. Luego se han sumado más acusaciones. Este premio, en mi opinión, y en la de muchas artistas e intelectuales, significó no solo un golpe durísimo para el movimiento Me Too, sino que además envió un mensaje clarísimo: si eres un gran artista y eres hombre, se te perdonará todo.

Hace algunos días, en esta misma revista, se publicó el artículo: ¿Por qué, a pesar de que está preso por violencia de género, sigo escuchando a Chocolate MC? El periodista Ricardo Acostarana realiza un análisis interesante sobre este tema, un poco más enfocado en la política cubana que en una mirada feminista, y no por eso es menos aceptable.

Acostarana explica que para él es un tema complicado definir hasta dónde llega el artista y dónde empieza la persona. Ciertamente lo es. Saber dónde comienza la justicia y dónde acaba, ha sido un problema complicado.

El consumo de productos que vengan de «monstruos del arte», queda a la elección personal, pero el transmitir estos productos o invitar a estos artistas a participar en los medios de comunicación, premiarlos dejando claro que no importan las víctimas, acogerlos y defenderlos, sí es inadmisible.

En este sentido, el gobierno cubano ha dejada muy clara su postura. Para las versiones nacionales de «monstruos del arte», en general creadores que respaldan al gobierno, todo está permitido.

El mejor ejemplo está en la configuración del programa televisivo «El motor de arranque», donde se presenta el artista Ray Fernández, ampliamente denunciado en redes por posturas misóginas y antifeministas, mientras que se criminaliza a plataformas como Yo Sí Te Creo en Cuba.

Con la presentación semanal de Fernández, la postura gubernamental queda ampliamente expuesta y cada vez se aleja más la esperanza feminista de una lucha común entre el Estado y la sociedad civil para hacer justicia.

Definitivamente, separar el artista de su obra tiene un componente sistémico que solo favorece a la víctima si es aprovechable por determinados tipos de poder. En un mundo patriarcal «los monstruos del arte» no reciben castigos.

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