«¿Tengo que hacerme el exudado en calzoncillos?»: Dos historias de orificios


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(Ilustraciones: Alejandro Cañer)

Siempre he buscado la oportunidad de vengarme de mi suegro. Hay varias razones. Hace un tiempo, tenía la costumbre de pinchar a mi novio con el tema de tener hijos como si yo fuera una curiela que no tiene que terminar una tesis.

Estaba cada 5 minutos con eso. Era la cosa de parir por parir. Parir para perpetuar su apellido, sus ojos azules y sus arrugas prematuras que parecen una hoja de libreta escolar.

Por otra parte, cuando mi novio estaba en la barriga de su mamá, mi suegro era un mujeriego con un carro y mucho dinero. Estaba con varias mujeres a la vez. Entonces mi suegra decidió acostarse con otro, y mi suegro la cogió, le dio un bofetón. Esto no tuvo nada que ver conmigo, claro, pero no le perdono el episodio, el complejito de gato que quiere gatas mancas.

Por último, se enorgullece demasiado de su paternidad. Y fue un padre de normal para malo: mandó dinero como sustituto de la compañía, compró juguetes y confituras en el «período especial» (nadie lo podía hacer pero él trabajaba en Partagás), y le celebró un cumpleaños a mi novio en una estación de policía (ciertamente difícil pero trabajaba para el Minint).

A mí en lo personal me cae como una patada. Por eso me embullé a poner, literalmente, su culo en el escrutinio público. Porque un día en casa de una socia mía me di cuenta de que he visto pocas cosas en mi vida que reflejen tanta jerarquía, como el culo de mi suegro y mi vagina. Me explico.

Yo empecé a quimbar a los 16 ,y por esos años vinieron cistitis e infecciones en los riñones, unas tras otras, con sus consecuentes pérdidas de peso, ardores, inapetencia, flujo. Son enfermedades comunes, pero para el que no lo haya tenido, la cistitis y la infección en los riñones se lucen a la hora de orinar. Es como orinar un bisturí que, cuando es presionado a salir, empieza a cortar la carne de la uretra.

Como yo estaba empezando a vivir el sexo, no quería parar de quimbar, así que aquello no se quitaba. Estuve meses hasta que fui al hospital. Me mandaron a hacerme un exudado endocervical.

Fue mi primera agresión sexual porque, aunque un espéculo no es un pene, cada vez que lo recreo o lo cuento se me parece mucho a mi segunda agresión, que sí fue con el pene que cargaba con el cuerpo de un vecino mío.

Un exudado es una de esas cosas que te explican que duele, pero que es un dolor normalmente aceptado, necesario e invariable. Una excuñada me dijo una vez que luego de que una mujer «mete la pata» empieza a sufrir lo que goza. Un rosario inexorable del dolor: exudados, anticonceptivos, abortos y embarazos. Y si no te gusta, hubieras tomado una mejor decisión a la hora de escoger tus cromosomas.

La primera cuenta de mi rosario fue ese exudado que no acabo de explicar. Nunca he tenido demasiados escrúpulos para desnudarme a pesar de que me lavo poco el ombligo y tengo como mil estrías. Pero la enfermera que me hizo el exudado me lanzaba unas miradas en extremo sugerentes y yo no quería ni abrir las piernas con ropa. Eran miradas del tipo, «puta antihigiénica, ¿con quién te restriegas de noche?».

Yo no sabía qué miradas devolver que explicaran que solo era una primeriza en el sexo sin protección y que me lavaba bien antes de salir para el pre.

Me empecé a «cardiacar», y cuando me pasa eso me pongo monga, medio sorda, solo me concentro en mi taquicardia y en mirar alrededor a ver si pasa algo.

En el momento en que logré mirar de frente a la enfermera ya ella estaba estresada, pues al parecer quería ser violinista en lugar de mirar de cerca vaginas malolientes.

Me subí arriba de una cama fría de metal en un cuarto a media luz y funerario. Ahí empezaron las similitudes. Fueron palabras diferentes, pero parecieron hechos secuenciales, discursos con estructuras homogéneas. Nada, que fueron 2 seres con el poder para meterte algo.

―Rápido, ya, ponte en la cama. Bájate el blúmer.

―Voy ―respondí

―¿Tú tienes relaciones sexuales? ―preguntó.

―Sí

―Abre la piernas, levántalas y pon cada una aquí ―ordenó.

―Bueno, voy. Espera que me acomode. Espera que me acomode, espera…

A la enfermera por un momento la cambié por un violador en la selva.

Siempre he dicho que tengo vagina de muñeca porque soy extremadamente estrecha. Una semana sin sexo y soy señorita de nuevo.

La enfermera tenía mucho que hacer y me estuvo pellizcando el bollo como una intrusa en casa ajena, y yo protestando, casi al llorar, moviéndome de un lado al otro, cerrando las piernas por reflejo. Malcriadeces mías.

―¿No me dijiste que no eras señorita?

―Sí ―le dije.

―¿Entonces?

―Me duele igual, soy estrecha.

―Ah bueno.

―¡Me duele, me duele, me duele!

Sacó el espéculo, me puse el blúmer y me dijo que en 15 días viniera a recoger el resultado.

Miré para un lado, aguanté el dolor y la incomodidad, callada. Esperé que se alejara. Salí del hospital con la sensación estar muy manoseada y un poquito empingá.

En ese entonces me costaba trabajo entender que una mujer fuera incapaz de comprender mi dolor, que le costara tanto trabajo esperar a que yo y mi vagina de muñeca de plástico nos acomodáramos, que no me mirara a los ojos mientras me introducía un tubo de acero.

Pero adivinen quién, a diferencia de mí, puede contar una bonita historia de cuando le metieron un cuerpo extraño en el culo. Fácil, ¿verdad? Exacto, mi suegro. Porque si hay algo sagrado para un médico que atienda orificios es el culo de un hombre, un enclave santo que no se toca, que no se declama, que se romantiza en su hermetismo.

No se pongan bravos. Entiendo que pueden haber tenido experiencias diferentes, pero aquí hablo de la de mi suegro, y la de los pacientes de ese médico, suertudos ellos de tener a un médico que entendía su machismo.

Porque mientras mi exudado comenzó con una mujer ordenándome a bajarme un blúmer, el examen de próstata de mi suegro duró como 15 días y 10 fueron de preparación.

Mi novio y mi suegrastra, dándole psicoterapia para que dejara que le tocaran el culo, pues no bastaba decir que era para salvarle la vida de un cáncer totalmente curable, había que convencerlo de que eso iba a mantener su hombría intacta, que no debía acomplejarse, solo relajarse desde el día anterior.

Y el día del examen, ¡qué lindo todo coño! El médico, acatando las órdenes de mi suegro de despejar el lugar, de no permitir que se lo hiciera una mujer, ni que ningún estudiante fuera a ver el procedimiento, que todo fuera en privado, con calma. El médico, dejando que se sintiera cómodo, que respirara, que se secara el sudor.

Recordé mientras me hacía la historia, la última vez que fui al ginecólogo. Había uno 6 estudiantes riéndose a carcajadas en la consulta, preguntándome quién me iba a poner los óvulos, si mi novio o mi querido, uniendo los dedos para explicarme como se ponía un óvulo, y haciendo el chiste de que así me masturbarían a la vez, impidiéndome escuchar la explicación sobre un parásito simplón que me podía provocar cáncer.

¿Tengo que hacerme el exudado en calzoncillos? ¿Tengo que asearme mejor?

Sé que esto es una forma cobarde de vengarme de mi suegro, pero les pido un poco de comprensión. Por favor, hagan que el culo de mi suegro sea, por 10 minutos, un tema de conversación nacional.   

 

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