‘Prótesis’, Marlon R. White

En materia de debate cívico, el panorama académico y cultural de Cuba revela la pobre oferta de los paradigmas oficialmente autorizados. Realidad que se agrava por la exclusión de tópicos y sujetos políticamente sensibles y problemáticos. Hablar seriamente de democracia, ciudadanía o derechos humanos constituye, desde hace décadas, toda una epopeya en la esfera pública de la estadocracia cubana.

Ciertos espacios han adquirido allí, sin embargo, una relevancia atípica. Extraña para el observador proveniente de sociedades abiertas y naciones democráticas. Pueden citarse, como ejemplos, el movimiento formado en torno al Centro Cultural Juan Marinello, durante la dirección de Pablo Pacheco López (1995-2005); también el Centro Teórico Cultural Criterios, que publicó la revista Criterios desde principios de los años setenta hasta la muerte de su director y fundador, Desiderio Navarro, en 2017; y la revista especializada en ciencias sociales Temas, fundada en 1994 y dirigida desde entonces por Rafael Hernández. Estos proyectos han sido, en todos los casos, esfuerzos particularmente hábiles para, simultáneamente, sortear la ojeriza del segmento más retrógrado del poder estatal y propiciar espacios de debates controlados.[1]

Desde este marco, es posible evaluar la experiencia del espacio Último Jueves, subsidiario de la revista Temas. Un foro en el que, cada último jueves de cada mes, un panel selecto debate en torno a un tema previamente anunciado, frente a un público al que se extiende el intercambio concluidas las intervenciones de los panelistas. Las sesiones son grabadas y publicadas, ya sea en forma de texto o como audiovisual. Por su ubicación geográfica, su duración temporal y su presencia o lejanía en los debates reales o virtuales de la ciudadanía cubana, vale la pena repasar esta experiencia.

¿Qué se debate, quién debate, cómo se debate?

Comencemos eliminando todo lo que distraiga del tema de fondo: la lógica político-cultural detrás del espacio Último Jueves. Entendiendo por “política de la cultura” el modo específico en que, según Norberto Bobbio, intervienen los intelectuales –y aquellos actores/proyectos afines– en la esfera pública y el orden sociopolítico, ubiquemos su realidad –la del espacio mismo y sus hacedores– sobre el trasfondo de una sociedad que cambia –en su diversidad identitaria, desigualdad de ingresos y mutación socioeconómica– y de un régimen político que se resiste a las transformaciones que los cambios sociales demandan. Una sociedad que, a priori y monolíticamente, no puede ser caracterizada como opositora o revolucionaria porque sólo la apertura demoscópica, informativa y política podrán revelarla, con mayor exactitud, en su mutable composición y demandas.

Evaluemos el espacio por qué se dice, cómo se dice y dónde se dice. Atendiendo a los móviles, Último Jueves se sostiene en los declarados formalmente en su sitio web: “estimular la reflexión crítica y la diversidad de perspectivas sobre temas específicos, examinar problemas de la actualidad, de carácter cultural, social e ideológico, que tienen una incidencia en la situación de Cuba y el mundo, y facilitar la discusión ágil y flexible sobre estos temas, para un público amplio, no necesariamente de especialistas”.[2] Fines indudablemente nobles, que deben ser contrastados –para su evaluación– con la realidad.

Partiendo de estos presupuestos, evaluados desde la perdurabilidad del espacio, cualquier observador imaginario y mínimamente sensato podría hacerse un conjunto de preguntas como las siguientes:

  1. ¿Qué rasgos intrínsecos debe poseer, en la Cuba actual, una reflexión pública con vocación de crítica, diversidad e incidencia, como la que declara impulsar Último Jueves?
  2. ¿Cuáles son las condiciones –políticas, intelectuales– que sustentan Último Jueves?
  3. ¿Podrían gozar de esas condiciones otros espacios y animadores con similares intereses? ¿Es ello hoy posible? ¿Qué deberían hacer para conseguirlo?
  4. ¿Cuáles son los criterios de inclusión y exclusión este foro; en particular para sus expositores? ¿Qué impacto tienen dichos criterios para la naturaleza y objetivos del espacio?
  5. ¿Qué elementos de naturaleza intelectual y/o política justifican la inclusión o exclusión?
  6. ¿La composición de los públicos refleja la diversidad social cubana?
  7. ¿Refleja el tipo de discurso representado en Último Jueves la pluralidad de intereses y posturas de la sociedad cubana actual?
  8. ¿Dada su situación excepcional y su declarada vocación cívica, debe Último Jueves asumir alguna postura –de apoyo, rechazo o abstención– ante los vetos a espacios de vocación semejante y ante las restricciones al debate público en la Cuba actual?

Sobre la base de las preguntas que asaltarían al observador imaginario –mismas que admiten más de una respuesta–, aquí planteamos a renglón seguido nuestras propias observaciones.

Pasemos de lo normativo a lo fáctico. En Cuba, la sobrevivencia de cualquier espacio paralelo a las instituciones oficiales no descansa en la mera voluntad de los participantes. Tampoco en la necesidad de su cometido, bajo las regulaciones de un (inexistente) estado de derecho. Se necesita una institución sombrilla y una figura responsable para que ese debate sobreviva. La propia revista Temas surgió hace 26 años, según testimonia su editora, como idea de Armando Hart, entonces ministro de Cultura, quien le propone a Rafael Hernández crear una publicación para “cubrir un espacio de análisis de pensamiento crítico que propiciara la reflexión en torno a la realidad que estábamos viviendo los cubanos y las cubanas en aquel momento”.[3] Más tarde, en enero de 2002, vio la luz el espacio Último Jueves.[4]

A la interrogante de si pudieran gozar de las oportunidades de que disfruta Último Jueves otros espacios con similares objetivos intelectuales y cívicos, la realidad responde negativamente. Además de las fortalezas intrínsecas –organizativas, intelectuales– del equipo que lo anima, Último Jueves cuenta con otros factores clave que explican su perdurabilidad, en un contexto como el cubano. La inacción policial permite el acceso normal de los públicos y la celebración de los eventos. El acceso a apoyos estatales o internacionales –legitimados estos últimos por el Estado cubano– ha sido permitido, en un entorno donde que la búsqueda de financiamientos alternativos es acusada de mercenarismo. Como excepción notable, no podemos dejar de mencionar la perdurabilidad del debate que, también dentro de los límites de lo permitido y auspiciado por la Iglesia católica, ha mantenido con cierta regularidad la revista Espacio Laical. Por igual, deberíamos tener en cuenta la posibilidad de espacios de debate alejados del centro metropolitano habanero que, por su escasa repercusión (y quizá gracias a esto), pueden haber contado con cierto margen de tolerancia.

Debemos recordar que durante la última década –desde la época optimista de las reformas de Raúl Castro y la normalización con Estados Unidos– aparecieron en la sociedad cubana diversos proyectos orientados a reunir saber experto y ciudadanía en el abordaje de problemas públicos relevantes: Cuba Posible y Convivencia, en perfiles de investigación y educación cívicos; Cubalex y la Asociación Jurídica Cubana, desde la asesoría legal; El Instituto de Artivismo Hanna Arendt y el Movimiento San Isidro, desde la producción cultural y el artivismo; los debates ambientalistas de El Guardabosque y contra la discriminación racial del Comité Ciudadano por la Integración Racial; movimientos de protección animal como Cubanos en Defensa de los Animales y de empoderamiento de la mujer cómo la Plataforma Femenina. Todos estos espacios –y muchos otros– sufrieron diversas modalidades de asedio del Estado. La logística que cobija Último Jueves le fue vedada a proyectos similares, como Convivencia o Cuba Posible.

En algunos casos, la coacción política y policial ha llevado a la clausura del espacio y el exilio de los equipos animadores. Paralelamente, intelectuales y activistas pertenecientes a la llamada zona gris –ni oficialismo, ni oposición– han sido desinvitados de foros previamente organizados por ONGs legalmente inscritas y reconocidas por el gobierno. ¿No evidencian esos tratamientos diferenciados, por la vía de los hechos, una administración discrecional de las actitudes de permiso y censura dispensadas hacia los espacios de debate cívico desde la cúspide del poder?

En Último Jueves, los criterios de inclusión y exclusión son variables. Si bien en el pasado se produjeron impedimentos de entrada a ciudadanos ligados al activismo o el periodismo independiente, no hay referencias de que estos hayan seguido produciéndose. De forma que el acceso físico al espacio –precondición para su democraticidad– aparece, al presente, como razonablemente libre. Y las sesiones de preguntas reflejan una diversidad de voces –algunas de las cuales se repiten, de foro en foro– en relación con el público presente.

Pero cuando revisamos el segmento de expositores –predominantemente académicos, con variable presencia funcionarial y del asociacionismo autorizado–, el discurso sustentado por estos es restringido. Se identifica mayormente con el orden sociopolítico vigente –desde una perspectiva marxista leninista– o con alguna versión reformada, de contornos ideológicos imprecisos.[5] A algunos paneles han sido invitados extranjeros –profesores, periodistas, diplomáticos– cuyas posiciones son más plurales, pero en ningún caso abiertamente críticas del orden vigente en la Isla. De tal suerte, si bien es posible encontrar en los foros análisis de ideologías diversas –con sesiones dedicadas al conservadurismo, el liberalismo y el socialismo, entre otros ismos–, esta inclusión no suele ampliarse a análisis de política pública o ciencia política que aborden, con similar diversidad, la crítica realidad nacional.

El abordaje de temas históricos, culturales y económicos presenta, desde Último Jueves, una calidad visiblemente mayor que el de los sociopolíticos. Los textos e intervenciones que abogan por un socialismo próspero y un poder popular mejorado, con abundantes alusiones normativas a la participación, la descentralización y el debate, no son contrastados con el estado real de las estructuras, los actores y los procesos concretos del régimen político cubano. Se trata, en todos los casos, de opiniones genéricas y abstractas, lecturas “sin tiempo y sin sujeto”.

Al ponderar todo eso, se aprecia que Último Jueves admite el pluralismo teórico, pero no da cabida al pluralismo político. Tampoco al aterrizaje práctico de ambos en los problemas de la sociedad cubana. La diversidad de iniciativas cívicas –ambientalistas, diversidad sexual, activismo cultural y comunitario, defensa de derechos– emergentes en los últimos años no ha tenido cabal representación en los paneles. Por lo que se aprecia, la restricción no está simplemente basada en credenciales académicas, remite a identidades y criterios políticos de lo admisible dentro del canon oficial del socialismo de Estado cubano.

Partiendo de esa evidente representación limitada, se comprende aún menos que el espacio haya dado tribuna a funcionarios[6] implicados en la ofensiva oficial contra iniciativas similares a Temas.[7] Se podría alegar que Último Jueves convoca a una amplia gama de personas, que no se limita al ámbito académico. Pero, de ser así, ¿no sería más coherente con esa pluralidad declarada invitar, además, a los actores estigmatizados por los censores? Todo lo antes mencionado –la restricción al pluralismo y a voces alternativas, la inclusión reiterada de representantes del pensamiento único oficial– no sólo es contrastante con los objetivos declarados de Último Jueves; también impacta en la calidad del espacio y la información de los asistentes, en cuanto a su cultura y socialización cívica.

La composición de los asistentes es clave para evaluar los horizontes políticos de cualquier espacio de debate. Tal vez la presencia de un público fundamentalmente adulto –y notablemente adulto mayor– no debería interpretarse como un sesgo de los convocantes, sino cómo expresión de la composición etaria de la sociedad cubana. Sin embargo, la reducida presencia de jóvenes –siendo la sede misma de Temas cercana a la Universidad de La Habana– y la mayoritaria presencia de intelectuales, artistas y personas con perfil cercano a lo que nominalmente llamamos clases media,[8] indicarían un reto para llegar a otros sitios y públicos, para que la declarada vocación cívica del espacio cumpla su rol allende un público autorreferente.

Sobrevivir durante un cuarto de siglo en el autoritario entorno cubano no es cosa fácil. Temas y su espacio Último Jueves lo han hecho. Ello sugiere, en su equipo, enorme habilidad adaptativa dentro de las restrictivas reglas del juego. Quienes hemos acompañado –como participantes o público– el trabajo de Último Jueves durante años, lo hemos visto –en dependencia de contextos y temas– ubicarse, oscilantemente, entre las posturas de la promoción cívica de la deliberación y la administración política del debate. Sus propios hacedores consideran que aún “falta una mayor visibilidad de sus espacios desde los medios de prensa”.[9]

Todo análisis social debe ser dinámico. El impacto cívico de cualquier iniciativa intelectual depende del contexto y momento en que se inserte. Y si bien el régimen político cubano no ha evolucionado en lo esencial, la sociedad sí ha cambiado sociológica, demográfica y culturalmente. Hoy, a diferencia de los años noventa, la producción, difusión y consumo de informaciones e ideas están más extendidas –técnica y socialmente hablando– en el país. La esfera pública de lo cubano ha adquirido un amplio, sistemático y efectivo carácter transnacional. Los nodos se multiplican, las interacciones fluyen desde diversas identidades y posiciones. Los viejos monopolios, delegaciones y mecenazgos no comulgan más con una realidad fluida.

Los rumbos de un ágora

En los entornos de la pos Guerra Fría, los regímenes autocráticos diversificaron sus mecanismos de influencia política, dentro y allende sus fronteras. En casa, los medios controlados por el Estado repiten y amplifican la propaganda tradicional, destinada a grandes masas. Pero también estos autoritarismos habilitaron la operación de ciertos tecnólogos políticos, excepcionalmente autorizados para opinar y debatir bajo entornos y reglas acotados. Constructores de una legitimidad más sofisticada, de cara a élites domésticas y, sobre todo, a sus contrapartes de las sociedades abiertas, se trata de una condición que no se traduce en derecho para el resto de sus conciudadanos, en tanto el modelo oficial condena a cualquier espacio intelectual autónomo al aislamiento o el deceso. Los tecnólogos políticos operan sobre esa realidad, ofreciendo una ilusión de apertura controlada.

Para eso son fundamentales la aparición de ágoras Potemkin[10] donde se produce un debate políticamente autorizado y controlado en cuanto a la diversidad de sus participantes, la amplitud de sus públicos, el pluralismo y politicidad de sus temáticas y los modos de abordaje de estas. Estas son el sitio predilecto de reformistas sistémicos, de tecnócratas que tributan al aggiornamiento no democrático del poder autoritario. Las ágoras ofrecen una imagen de apertura deliberativa dentro de los barrotes –políticos y epistémicos– de un Estado censor. Existen hoy en Rusia, China, en regímenes del Medio Oriente. Y, por supuesto, en Cuba.

En ese sentido, Último Jueves puede seguir siendo hoy atractivo frente al monólogo de Granma y el noticiero de la televisión nacional, que llega a grandes masas, pero no constituye ya la única ruta y frontera posibles para la formación y debate cívicos, incluso en el contexto oficialmente restringido de la Cuba actual. Ante la proliferación de tecnologías de información y comunicación, de la paulatina masificación del Internet, de la proliferación de públicos, proyectos y problemáticas, su rol como oasis de debate autorizado se vuelve menos imprescindible. Operar como un ágora Potemkin, capturada por la tecnología política, responde poco a los retos y demandas, presentes y futuros, de la sociedad cubana.


Notas:

[1] Véase, al respecto, los trabajos de Yvon Grenier: “The Politics of Culture and the Gatekeeper State in Cuba”, Cuban Studies, vol. 46, 2018, pp. 61-87 y “Temas y anatemas: despolitización y «Nueva Lengua» en las ciencias sociales y humanidades cubanas”, Revista Mexicana de Análisis Político y Administración Pública, vol. V, n. 2, 2016, pp. 155-182.

[2] “Último Jueves”, <http://www.temas.cult.cu/ultimo-jueves>, [26-12-2019] (la página web de la revista Temas no se encuentra disponible al momento de esta publicación).

[3] Patricia María Guerra: “Ciencias sociales y medios de comunicación, encuentros y desencuentros”, Cubaperiodistas, 30 de octubre, 2019.

[4] Cfr. Rafael Hernández: “Hacia una cultura del debate”, introducción al primer volumen de los temas de Último jueves, Ediciones Unión, La Habana, 2004.

[5] En sesiones dedicadas a temas raigalmente políticos como seguridad nacional, a deliberación pública y al consenso, las intervenciones de los panelistas abundaron en elementos genéricos, atemporales y normativos que no permiten aterrizar las problemáticas en evaluaciones sobre las estructuras, actores y procesos concretos del régimen político cubano.

[6] Cfr. Iroel Sánchez: “Un premio a la inteligencia colectiva”, La Pupila Insomne, 17 de febrero, 2020.

[7] Cfr. Iroel Sánchez: “El corrimiento «al centro»”, La Pupila Insomne, 18 de abril, 2016; y Cubaposible: “Nuevo Cuaderno con todo el debate sobre el centrismo”. Esta campaña de ataques desde el oficialismo, en el caso de Cubaposible, provocó el abandono paulatino de colaboradores del proyecto –varios de los cuales han sido, también, colaboradores de Temas–, el posterior cierre del mismo y el exilio de sus coordinadores.

[8] Para un abordaje de esta problemática categoría, en el contexto cubano, véase Mayra Espina: “Reforma y emergencia de capas medias en Cuba”, Nueva Sociedad, n. 285, enero-febrero, 2020.

[9] Patricia María Guerra: ob. cit.

[10] La adjetivación Potemkin remite aquí a la conocida fabricación, por parte del mariscal G. Potiomkin, de una serie de aldeas, falsas e idílicas, que debían ser contempladas desde lo lejos por la zarina Catalina, durante su trayecto a la recién conquistada Crimea. Lejos de esa fantasía de estos pueblos fantasma, los siervos rusos sufrían la carencia generalizada de derechos, en el marco de la autocracia dominante.

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