El gobierno de Gabriel Boric termina sus cuatro años en La Moneda y se va para la casa en la irrelevancia de un legado político que deja un amargo balance en las filas del progresismo.
En democracia no se gana regañando ni menospreciando a las mayorías, se gana comprendiéndolas, incluso aunque haya buenas razones para no estar necesariamente de acuerdo con ellas.
Aquí estoy, lejos, y apostando para que a Boric le vaya bien, sabiendo que en sus manos tiene al menos un par de llaves de la casa que a todos nos falta.