‘La opción cero’: un documental sobre la crisis migratoria cubana se estrena en World Cinema Amsterdam

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Fotograma de ‘La opción cero’, Marcel Beltrán, dir., 2020
Fotograma de ‘La opción cero’, Marcel Beltrán, dir., 2020

Otra notable inmersión en los accidentes que han marcado el rumbo histórico, social y político de la Cuba contemporánea. Eso es La opción cero (2020), del realizador cubano Marcel Beltrán, que inaugurará el próximo 26 de agosto el programa de la sección Go Cuba! del World Cinema Amsterdam en su edición correspondiente a 2021.

La película tuvo su estreno en el International Documentary Film Festival (IDFA), y en lo adelante ha participado en disímiles certámenes, en un itinerario que suma ahora al World Cinema Amsterdam, evento que tributó a la producción de esta obra con el otorgamiento del fondo de financiamiento que cada año busca estimular la creación cinematográfica en la isla.

Marcel Beltrán se aboca a explorar la experiencia de los protagonistas de la ola migratoria cubana agudizada entre 2016 y 2017, que supuso para muchos una azarosa travesía por varios países latinoamericanos con el propósito de llegar a suelo estadounidense. En La opción cero, el registro de la lamentable y peligrosa empresa a la que se aventuraron estos miles de individuos deviene una reflexión sobre la insondable crisis social (y de futuro) que enfrenta el país, y el pensamiento de buena parte de los cubanos.

El filme comienza con una grabación que tributa a una iconografía que ha estado conformando el imaginario insular, como mínimo, desde la década del ochenta hasta la actualidad. En el fragmento de video con que inicia La opción cero se puede ver a un grupo de cubanos que acaba de llegar en una lancha a tierra norteamericana. En cierto momento, se observa a uno de los tripulantes arrodillado en la arena, en posición de rezo, mientras quien graba con su celular informa con vehemencia y euforia la felicidad que la proeza realizada les reporta. Más adelante, cuando han transcurrido ya las dos terceras partes del metraje, se escucha a uno de los cubanos refugiados en el campamento de Caritas en Panamá comentar a cámara: “aunque tenga que meterme ahí en ese lugar, en el monte ese, un año, el tiempo que sea, pero pa´llá yo no voy ni loco, olvídate de´so, ta´loco, he pasado mucho trabajo yo en Cuba”.

Beltrán consigue condensar en esos fragmentos una zona esencial de la subjetividad del cubano y de la encrucijada existencial en que se encuentra, dispuesto a cualquier sacrificio ante la expectativa del mejoramiento de sus condiciones de vida. Esa ilusión de mejoría material, que supone también una mejoría espiritual, viene determinando, hace varias décadas, el comportamiento y la mentalidad del individuo nacional.

La opción cero deviene un voraz alegato de la desesperación y la suerte de unos individuos (una nación) dispuestos a escapar de los límites de su geografía a cualquier precio. Y es en tal sentido que, con su película, Beltrán no sólo registra un capítulo más de la violenta historia migratoria de este país, sino que alcanza a palpar el estremecimiento existencial que la aridez económica y la estrechez política han generado en la isla, con sus respectivas consecuencias en el espacio de las emociones, la sensibilidad, las relaciones familiares…

El realizador permite mirar, además, la atonía de un discurso político y una idea de proyecto social que se muestran desligados/desinteresados de las motivaciones reales de la gente, del nervio de un país, de su cotidianidad y sus ciudadanos. Haciendo gala de la productividad del montaje, Beltrán alterna, en varios momentos, registros (de archivo) de la travesía de cientos de cubanos por la selva del Darién –enfrentados a todo tipo de calamidades y peligros– con otras imágenes en las que se expone la celebración del día de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) en la misma plaza cívica que un día reunió al pueblo cubano bajo la promesa de un mundo mejor. Ambos sucesos están transcurriendo en la película simultáneamente. Ese acoplamiento dota de un nuevo valor semántico a las realidades referidas; en especial, a las imágenes de los militares y gobernantes en la tribuna, quienes, metonímicamente, cargan con la responsabilidad histórica del destino de aquella otra Cuba que expulsa a sus ciudadanos. Dichas imágenes de la celebración oficial despliegan un teatro político desencadenante de esa otra experiencia cotidiana de la que se distancian los gobernantes, sumidos en su retórica triunfalista.

La densidad antropológica de las grabaciones compiladas por el realizador, tomadas por las propias personas con sus celulares durante su trayecto migratorio, no sólo tienen el valor de fijar en el tiempo una memoria de lo que esa desventura supuso para quienes la vivieron, sino que hablan de una parte de la sociedad cubana, una que carga con la marca de la subalternidad, procedente de los sectores populares del país, y de los entornos menos favorecidos por las dinámicas que rigen la vida nacional. Ese cubano y la experiencia migratoria en que está embarcado se contrapone radicalmente a la “celebración” que tiene lugar en la Plaza de la Revolución y las expresiones concretas en las que se materializa (discursos, consignas, desfiles…). Frente a las imágenes de una Cuba inmersa en la selva americana se evidencia el vaciamiento de sentido de esta performance política. Mas ese incidente en la selva deviene, también, una metáfora de libertad.

En La opción cero, Beltrán se ocupa concretamente de las personas acogidas como refugiados en el Pastoral Social Caritas en Ciudad de Panamá. El cineasta –quien interviene directamente en la documentación, se le escucha interpelar a los entrevistados– ofrece testimonio de las inquietudes y las preocupaciones de esos individuos, documenta el ritmo de unos días inciertos, archiva un acontecimiento que para entonces tenía de cabeza la realidad de la isla. Este es el núcleo narrativo del filme, que es interrumpido continuamente con la inserción de las grabaciones realizadas por los migrantes de sus experiencias, entre otros propósitos, con el de compartirlas al mundo a través de las redes sociales.

En este punto llama la atención la pericia con que Beltrán organiza la argumentación desplegada en el filme, estructurado en cuatro capítulos que dosifican y jerarquizan la información. El certero balance que se logra entre las filmaciones del director en el campamento de refugiados y las imágenes de archivo grabadas por los mismos protagonistas garantiza el gradual crecimiento del conflicto: estos cubanos se muestran atrapados en un limbo migratorio y se exponen a toda clase de adversidades –incluida la muerte–, y a sus repercusiones existenciales y políticas.

Los materiales de archivo son la prueba autosuficiente, el documento de autoridad, que legitima las voces de estas personas y la del propio director. Ante la realidad aprendida en esas imágenes, cualquier sesuda disertación sociológica se desmorona. Beltrán procura que esos viscerales testimonios tributen a vehicular el discurso del filme, a tensar las posturas y comentarios de los entrevistados, a argumentar las contrariedades y obstáculos enfrentados por ellos, a demostrar la complejidad de las circunstancias en que estaban envueltos.

La opción cero evidencia, una vez más, el certero manejo de los medios expresivos y el dominio de la economía comunicativa a que ha arribado este director, puesto que el trabajo con material de archivo no resulta precisamente fácil en términos de inventiva cinematográfica. Beltrán decidió intervenir él mismo en la diégesis de su película, al punto de tematizar el proceso de construcción de la misma. Dos recursos resultan relevantes al respecto: la presencia física del realizador y la colocación en pantalla de los mensajes de textos que intercambiaba con una amiga o colaboradora que vivió la experiencia migratoria, lo que favorece la identificación y hace que se perciba una implicación mayor con la situación.

El filme de Beltrán lega un documento invaluable sobre este trágico capítulo de la historia de la emigración que se abrió en Cuba hacia 1959, y que no se cierra todavía. La lamentable ola migratoria de que se ocupa esta película comenzó aproximadamente en el año 2015 y tuvo su clímax a finales de 2016, tras el cierre de las fronteras para los cubanos en los países por los que estos atravesaban para llegar a Estados Unidos: Guayana, Brasil, Ecuador, Colombia, Panamá, México; y forzó al país a tender una nueva mirada sobre sí mismo y su realidad política. La opción cero vuelve a abrir la interrogante sobre el presente y el futuro cubano al recuperar una discusión todavía sin resolver.

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Ángel Pérez (San Germán, Holguín, Cuba, 1991). Licenciado en Historia del Arte. Artículos y ensayos suyos aparecen en libros, antologías y publicaciones periódicas nacionales e internacionales. Compiló y prologó con Javier L. Mora, Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Editorial Casa Vacía. Richmond, Virginia, 2017) y con Jamila Medina, Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, Guatemala, 2019). Ha obtenido los Premio Caracol de crítica y ensayo cinematográficos de la UNEAC (2017 y 2019), el Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas (2019), además de la Beca de Creación Dador (2018) y el Premio Pinos Nuevos de Ensayo (2020), ambos otorgados por el Instituto Cubano del Libro. Es programador del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Integra el staff de Rialta.

1 comentario

  1. Magnífica descripción del documental «La opción cero». No solo ayuda al Pueblo Cubano que choca día a día contra una realidad aplastante, ayuda a su diáspora regada por el mundo, llega a la comunidad internacional y ayuda a abrir los ojos de quienes aún los mantienen cerrados. GRACIAS!!

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