¿Tienen sentido las fronteras abiertas?

¿Tienen sentido las fronteras abiertas?

Los opositores a la inmigración afirman que los inmigrantes reducen el nivel de vida promedio de nuestro país. Eso es cierto técnicamente, pero el dato no tiene mayor sentido.

Migrantes centroamericanos indocumentados en McAllen, Texas (Foto: The New York Times)

MONTANA, Estados Unidos. ─ Aunque reconozco que me siento incómodo con la idea de que todos los países abran sus fronteras, el tema merece estudiarse como ha hecho el economista Bryan Caplan en Open Borders: The Science and Ethics of Immigration (Fronteras abiertas: Ciencia y ética de la inmigración). El argumento de Caplan es categórico: “Abrir todas las fronteras marcaría el comienzo del auge de una economía mundial que eliminaría en la práctica la pobreza en todo el mundo, y en última instancia beneficiaría a la humanidad”.

Caplan calcula que cuando un trabajador promedio del tercer mundo se muda a un país como Estados Unidos, la productividad de ese trabajador aumenta en un 400 por ciento. Cuanto más pobre es el país de origen, mayor es el incremento porcentual de la productividad. La tesis de Caplan es que el mismo trabajador es más productivo en los Estados Unidos que en Nigeria o Haití. En otras palabras, la diferencia de ingresos depende no de quien es, sino del lugar donde esté el trabajador.

Caplan es un erudito meticuloso y ha triturado números abundantemente para considerar las diversas objeciones que presenta la inmigración abierta. A la vez que reconoce los riesgos asociados con las fronteras abiertas, calcula que el Producto Bruto Mundial se duplicaría si alguien pudiera tomar un trabajo en cualquier lugar, y que los riesgos tendrían que ser astronómicos para que el costo supere los beneficios.

Cuando se trata de oferta y demanda, entendemos intuitivamente que el efecto de aumentar la oferta al abrir las fronteras a los trabajadores inmigrantes reduciría los salarios. Sin embargo, eludimos ver lo que representa la demanda de esos inmigrantes como consumidores, que al comprar bienes y servicios que vendemos ayudan la economía.

Según los estándares mundiales, aun los trabajadores estadounidenses poco calificados son altamente capacitados respecto a los inmigrantes, porque saben leer y escribir en el idioma inglés y están familiarizados con el mundo moderno. Por consecuencia, los trabajadores estadounidenses poco calificados, con frecuencia terminan instruyendo y dirigiendo a los recién llegados, en lugar de competir con ellos. Piense, por ejemplo, en los trabajos de la industria de la construcción.

Los opositores a la inmigración afirman que los inmigrantes reducen el nivel de vida promedio de nuestro país. Eso es cierto técnicamente, pero ese dato no tiene mayor sentido.

Digamos, por ejemplo, que el nivel de vida promedio en los Estados Unidos y el de un país extranjero, medido por ingresos sean, respectivamente, de $ 50 000 y $ 5 000 al año. Esto produciría un producto bruto mundial combinado de $ 55 000. Si con las fronteras abiertas el extranjero elige trabajar en los EE. UU. por $ 20 000, el Producto Bruto Mundial combinado aumentaría a $ 70 000 y la humanidad enriquecería.

Tenga en cuenta, sin embargo, que, aunque el trabajador nativo promedio en los EE. UU. siga ganando $ 50 000, el ingreso promedio en los Estados Unidos ahora es más bajo; solo $ 35 000 ($ 50 000 + $ 20 000 / 2). Efectivamente, la llegada del inmigrante redujo el ingreso promedio estadístico, pero los ingresos del inmigrante y los ingresos mundiales aumentaron sin costo para el trabajador nativo. Es verdad que esta es una ilustración simplista, porque con el tiempo la oferta de mano de obra de menor costo podría reducir los ingresos de ese trabajador nativo. El asunto es que las estadísticas frecuentemente citadas necesitan una investigación más profunda.

Otra objeción a la inmigración es la carga fiscal que se impone a los servicios sociales y de gobierno. Pero muchos de esos servicios caen bajo lo que los economistas llaman servicios “no rivales”, donde el costo total se mantiene constante, aunque aumente la población. La defensa nacional es el ejemplo clásico de un servicio “no rival”.

Del “gasto rival” restante en servicios sociales, más de dos tercios son para los muy jóvenes y muy viejos. El trabajo del profesor Caplan muestra que la mayoría de los inmigrantes están en edad laboral, ni muy jóvenes ni muy viejos. En lugar de ser una carga fiscal, los inmigrantes en edad laboral contribuyen, principalmente a través de los impuestos, a los programas para jóvenes y ancianos. Un informe de la Academia Nacional de Ciencias concluye que el efecto fiscal general a largo plazo de un nuevo inmigrante es positivo en $ 259 000. Excepto en el caso que los inmigrantes sean viejos o poco calificados, ellos más que pagan por sus propios gastos sociales.

Caplan aborda numéricamente otras objeciones a la inmigración ilimitada, como la criminalidad, el terrorismo, la ideología política, la dilución cultural y más. Sin embargo, sigo incómodo con la idea de las fronteras abiertas. Pero ahora estoy aún más incómodo porque no sé por qué sigo incómodo.

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José Azel

(Cuba, 1948): Llegó al exilio en Estados Unidos en 1961, con 13 años de edad. Fue profesor adjunto de Negocios Internacionales de la Escuela de Administración de Empresas de la Universidad de Miami. En la actualidad es catedrático del Instituto de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos (ICCAS) de la Universidad de Miami. Posee una maestría en Administración de Empresas y un doctorado en Relaciones Internacionales de la Universidad de Miami. Se especializa en análisis a profundidad de temas económicos, sociales y políticos cubanos, con especial énfasis en las estrategias a seguir en la Cuba post Castro. Es autor del libro Mañana en Cuba: El legado del castrismo y los retos para la transición. Pertenece a la Junta Directiva de CubaNet Noticias.

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