LA HABANA, Cuba. – Pocas cargas son tan pesadas para una madre como la de tener un hijo dispuesto a morir por una causa que considera justa, un hijo cuya voluntad de sacrificio no entiende de tiernos razonamientos, ni silencios prudentes para esquivar la ira del opresor.
Tal fue el sino que marcó a Leonor Pérez Cabrera, madre de José Martí, Apóstol de Cuba. El dolor que la acompañó toda su vida por causa del independentismo de su único hijo varón, quizás no le dejó espacio ni sosiego para sentirse orgullosa. Martí preso, desterrado, perseguido, fue el principal motivo de los desvelos de aquella pobre mujer nacida en Islas Canarias, que aprendió a leer y escribir por su cuenta y que, junto a Mariano Martí, fundó una familia de ocho hijos criados en la pobreza, pero con dignidad.
Sabia, firme y precavida, comprendió la necesidad de proveerle al pequeño Martí una educación lo más esmerada posible. Con el producto de labores manuales, ella y sus hijas sumaron algunos dineros al magro salario de don Mariano, para que Pepe pudiera estudiar y, más pronto que tarde, ayudar al padre con la economía del hogar.
Doña Leonor no podía sospechar que había engendrado al cubano más grande de la historia, y que ni contable, ni comerciante saldría de aquel muchacho apasionado por las letras. No sabía doña Leonor que había parido un patriota, y que la decisión de Martí de dedicarse por entero a la libertad de Cuba sería el azote de su corazón desde el día mismo en que fue condenado a trabajos forzados en las Canteras de San Lázaro, hasta su caída en combate en 1895, en el Oriente cubano.
También Martí cargó con el dolor y la responsabilidad de saber que era él la causa de las tribulaciones de su madre. Muchas cartas le escribió desde el exilio, llenas de ternura y consuelo, para intentar salvar el abismo de incomprensión entre un hombre con vocación de mártir, y una madre que prefería ver a su hijo errante antes que expuesto.
Doña Leonor, que amó a Pepe por sobre todas las cosas, debió soportar además la penosa suerte de sobrevivir 12 años a su hijo. La madre del Apóstol murió en la pobreza, el 19 de junio de 1907.
