MIAMI, Estados Unidos. – Al régimen le han funcionado sus trampas y ardides a la hora de tergiversar y obliterar la capacidad del cubano de a pie para reaccionar a las injusticias.
El llamado “Maleconazo” de 1994 y la rebelión del 11 de julio de 2021 perduran como gloriosas excepciones en 65 años de dictadura inclemente.
Un reportaje transmitido por la Televisión Cubana recientemente da cuenta de la organización femenina nacional Juntas por Palestina, llamada a protestar por el “genocidio” que comete Israel en la Franja de Gaza.
Dichas “compañeras” se han manifestado en la planicie del Malecón, conocida como “protestódromo” en el argot popular, mediante la acción “Yo me rapo por Palestina”, suerte de performance en el que se cortan el cabello, con rostros adustos, mientras son minuciosamente grabadas en video.
Una de las mujeres afirma que no lo pensó dos veces para suprimir la parte más vistosa de su físico, mientras otra explica cómo sus amigas le recuerdan lo difícil que resulta volver a tener el pelo largo, a lo cual ella responde que el cabello crece, pero los niños asesinados por el sionismo no.
En medio de estas puestas en escena que rehúyen impostergables reclamaciones sociales, la fuga presurosa continúa siendo la solución para nuevas generaciones que no quieren esperar el nuevo quinquenio como la tierra prometida.
Entonces se aparece en la Isla un invitado intelectual prominente, el premio nobel Wole Soyinka, escritor que se precia de ser amigo del dictador Fidel Castro, desde que este le concediera la Orden Félix Varela de Primer Grado en 1987. Había visitado la Isla por primera vez en 1964.
El autor nigeriano tiene 90 años y ha estado involucrado en causas políticas de su país y en otros sitios como la campaña por la libertad de Nelson Mandela. Durante su carrera como activista conoció la impiedad de las prisiones políticas.
En Cuba, le acaban de conceder la Medalla Haydee Santamaría, alto reconocimiento cultural de la dictadura, durante un acto desangelado en el salón Che Guevara de la Casa de las Américas, donde los invitados se abanicaban, a todas luces, por la falta de aire acondicionado.
Miguel Díaz-Canel, Alpidio Alonso y Abel Prieto presidieron la jornada y Jorge Fornet justificó la distinción con ditirambos revolucionarios al uso.
Soyinka sigue los pasos de Alice Walker, Oswaldo Guayasamín y Gabriel García Márquez, entre otros artistas e intelectuales cegados por la dictadura comunista.
Valga aclarar que, de esta pléyade de cómplices, el único que intervino, cierta vez, a favor de liberar a colegas o figuras de la oposición presos fue el escritor colombiano.
Soyinka, por su parte, se ha pronunciado en diversas tribunas internacionales sobre la inoperancia y violencia de crueles tiranías africanas. Ha evitado dentro de lo posible, sin embargo, mencionar la corrupción en que han derivado las sociedades de Sudáfrica y Angola.
Un día antes de su encuentro con la alta jerarquía castrista, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), le concedió la Medalla Dulce María Loynaz, quien, paradójicamente, encarna la digna resistencia de la intelectualidad cubana contra la intolerancia y la falta de libertad en la Isla.
Díaz-Canel dijo sobre la presencia de Soyinka en Cuba: “Es la visita de un hermano que siempre ha estado en batalla por las causas justas”.
“Nuestros nexos con Cuba no solo se limitan al arte, a la literatura, sino también a la liberación”, enfatizó Soyinka en referencia a las intervenciones militares del régimen de la Isla en África.
Como suele ocurrir en estos casos, el premio nobel no aprovechó su fama y fortuna para hacer entrar en razones al dictador de turno y pedirle la liberación de dos artistas negros que cumplen prisión injusta en las mazmorras castristas. Maykel Osorbo y Luis Manuel Otero Alcántara son invisibles en el manual revolucionario del celebrado Wole Soyinka.