LA HABANA, Cuba.- El robo por Nicolás Maduro de las elecciones del 28 de julio en las que la mayoría de los venezolanos habían depositado sus esperanzas de recuperar la democracia, confirma una dura realidad: las dictaduras, por mucho disfraz institucional y legalista que utilicen (como es el caso de los regímenes del llamado “socialismo del siglo XXI”), no se tumban con votos.
La excepción a esa regla —aunque le dé urticaria admitirlo a muchos— son las dictaduras militares que padecieron varios países de Sudamérica en las décadas de 1970 y 1980 y que terminaron convocando a las urnas. Especialmente, el plebiscito que puso fin a la dictadura militar del general Augusto Pinochet en Chile.
Luego de las farsas plebiscitarias efectuadas en 1978 y 1980, en octubre de 1988 Pinochet se arriesgó a hacer un plebiscito que decidiera si podía ser presidente por un nuevo período de ocho años, hasta diciembre de 1997. En dicho plebiscito venció con el 54.7 de los votos la opción por el No, y Pinochet aceptó su derrota. Unos meses después fue reformada la Constitución y se efectuaron comicios en los que resultó electo el demócrata-cristiano Patricio Aylwin.
Como ocurrió en Chile, también en Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, las dictaduras militares, por mucho que violaran los derechos humanos con altos números de muertos y desaparecidos, por muy cruentas que fueran, cuando vieron agotadas sus posibilidades, de mala gana realizaron elecciones y dieron paso a la democracia.
Poco después, la dictadura militar instaurada en Argentina en 1976, condenada internacionalmente por la muerte y desaparición de millares de opositores, tras la derrota en 1982 en la guerra de las Malvinas, convocó a elecciones en 1983, en las que resultó vencedor Raúl Alfonsín.
El régimen militar brasileño, impuesto en 1964 tras el derrocamiento del presidente Joao Goulart, y que inicialmente dijo ser transitorio, duró más de 20 años, hasta 1985, cuando cedió el poder a los civiles.
En Uruguay, el régimen iniciado en 1973 terminó en 1985, cuando tras un lento proceso de apertura política, llegó a la presidencia Julio María Sanguinetti.
Su vecino Paraguay, en febrero de 1989, vio al general Andrés Rodríguez derrocar al dictador Alfredo Stroessner, que estaba en el poder desde 1954. Después legalizó los partidos políticos (excepto al Comunista) y realizó elecciones.
En cambio, otras nuevas (y no tan nuevas) dictaduras en Latinoamérica, aunque fracasen en todos los sentidos, vean agotadas sus posibilidades y sean repudiadas internacionalmente, como en los casos de los regímenes de Daniel Ortega en Nicaragua, Nicolás Maduro en Venezuela; y peor aún, el de sus mentores cubanos, los mandamases del régimen de la continuidad castrista, se aferran al poder como lapas, y están dispuestos a absolutamente todo por mantenerlo; aunque eso implique la destrucción material y espiritual de sus países.
Habrá que ver en los próximos días qué pasará en Venezuela. María Corina Machado y Edmundo González han dicho estar dispuestos a ir hasta el final para que se respete la voluntad popular y se reconozca su triunfo. Luego de que los venezolanos se sintieran a punto de alcanzar la libertad, no será fácil que se resignen a seguir bajo la tiranía chavista. Probablemente volverán las guarimbas. Ojalá esas bestias que son Nicolás Maduro y Diosdado Cabello no materialicen el baño de sangre con que han amenazado a sus compatriotas si no se someten a sus designios.
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