HARRISONBURG, Estados Unidos. — La Organización de Naciones Unidas (ONU) no acaba de declarar como crisis humanitaria la situación que vive Cuba hoy. Si aún no lo es según los estándares de la legislación internacional, debe estar muy cerca de serlo. Carencia de alimentos, crisis sanitaria caracterizada por hospitales colapsados, ausencia de servicios médicos esenciales y falta de medicamentos, deterioro de numerosos servicios, limitación extrema del transporte público, quiebre de industrias y del comercio, apagones cotidianos de hasta doce horas, una migración que sobrepasa los 150 000 cubanos en menos de un año y represión, muchísima represión, son hechos que sustentan lo afirmado.
Luego de una década de aparente desarrollo social y económico que jamás fue tal —pues los presuntos éxitos de la Revolución se debieron al extraordinario subsidio soviético, no al desarrollo del país—, Cuba se sumió en una crisis estructural que fue denominada eufemísticamente “período especial en tiempos de paz” por el otrora líder. Esa crisis, la más profunda que ha sufrido el país desde que proclamó su independencia de España, todavía perdura y no existen expectativas creíbles de que sea superada mientras los comunistas permanezcan en el poder, a pesar del discurso oficialista, más propio del surrealismo que de un político.
Obviamente, treinta años de crisis —aunque con toda justicia podría decirse que esta comenzó el mismo 1 de enero de 1959— tenían que provocar cambios esenciales en el pensamiento y la acción de la nación cubana, sobre todo en los jóvenes.
Si en los años noventa del pasado siglo eran “cuatro gatos” los que salían a protestar contra las injusticias de la dictadura y a reclamar democracia y libertad, hoy son cientos, y hasta miles, quienes lo hacen en diferentes escenarios de la Isla. No pasan más de dos días sin que no haya una protesta.
Siguiendo un símil ilustrativo pudiera decirse que Cuba hoy se parece a un recipiente lleno de agua sometida a la cocción. Mientras la temperatura (léase la cruda realidad cubana) continúe aumentando hasta hacerse insoportable por el oxígeno atrapado en la molécula de agua, serán miles los globitos que veremos ascender hacia su estado natural. Esos globitos representan a los ciudadanos y su estado natural es la libertad. Pero este solo se logra con la ebullición total.
Hasta hace muy poco ese pueblo estaba “unido indisolublemente al partido y al socialismo” —así continúan repitiendo cansona y falsamente los dirigentes cubanos— como destino histórico de la nación y único camino posible. Esa unión que sólo ha existido en la mente calenturienta de los comunistas podría identificarse con el hidrógeno. Pero la otra parte de la molécula se percató —debido al aumento de la temperatura— que no es razonable ni justo defender una unidad que solo beneficia a quienes calientan cada vez más la cazuela manteniéndose lejos de ella.
Por eso, el oxígeno tiende a liberarse y ya es obvio, por mucho que los obesos representantes de la dictadura quieran ocultarlo, que las protestas apuntan cada vez más a objetivos más altos y dignos que rebasan otros más puntuales y que, una vez satisfechos —si hubiera la posibilidad de hacerlo— podrían apagar ese espíritu de rebeldía que hoy se extiende como pólvora por Cuba. Que el pueblo acabe de identificar la causa real de sus males resultaría una ganancia estratégica extraordinaria.
Por estos días circula en las redes un video tomado por un joven que discute con unos esbirros que querían impedirle grabar una de esas protestas. Se dirige a ellos apelando al presunto respeto que debe existir por la institucionalidad, que obviamente no existe. En tal sentido pregunta reiteradamente por la ley que prohíbe que él grabe ese video. Haciendo uso de la retórica propia de la mencionada práctica, se dirige a los esbirros llamándolos “hermanos” y reafirmando que él no era un defensor de los derechos humanos, como si serlo resultara algo denigrante.
Usando otro símil, esta vez el de un triángulo, es fácil advertir que si hace muchos años la base representó el apoyo a la dictadura hoy ella representa a quienes se le oponen públicamente o en silencio, tanto allá como aquí y en otras partes del mundo.
Para contrarrestar el deterioro indetenible de su imagen, la dictadura no cesa de enviar a sus agentes a varios países, entre ellos estados Unidos. Esa política de infiltración comunista no solo es notoria, sino descarada.
Ha sido extremadamente vergonzoso que se haya permitido al señor Carlos Lazo realizar acciones de marcado carácter provocativo, como la reciente manifestación en Coral Gables.
La democracia lleva implícita el respeto a la tolerancia, pero eso no nos debe llevar a la ingenuidad, la misma que permite llegar aquí a los agentes de la dictadura. Estos, tras legalizarse como refugiados, reaparecen haciendo agitación política a favor de quien presuntamente los obligó a refugiarse.
No olvidemos que el mismísimo Fidel Castro afirmó que iba a usar la democracia para lograr sus objetivos de expansión del comunismo con métodos pacíficos. Y luego surgió el Foro de Sao Paulo y llegaron al poder Hugo Chávez, Lula da Silva, Daniel Ortega, Evo Morales y Rafael Correa.
La ingenuidad más irresponsable sería la de no percatarse a tiempo del peligro que significan esos agentes dentro de este país.
Por eso no se equivocó el senador Marco Rubio al pedir al director del FBI, señor Cristopher Wray, que investigue a los miembros de “Puentes de Amor” por actuar como agentes extranjeros no registrados de la dictadura cubana en violación de la Ley de Registro de Agentes Extranjeros”. Ojalá que su solicitud sea atendida y que algún día sean deportados quienes mintieron a Inmigración ocultando su filiación política y su apoyo a la dictadura.
El castrismo actúa con pasos muy firmes para que se levante el embargo o para que, al menos, se alivien sus efectos. Ello sería desastroso para las aspiraciones de libertad y democracia del pueblo cubano.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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